La Loca, Loca Búsqueda Del Tesoro (4 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: La Loca, Loca Búsqueda Del Tesoro
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Stink se sentó de un salto.

—¿Es que allí hay piratas muertos?

* * *

Cuando empezaba a atardecer, entre dos luces, un grupo de visitantes se reunió en el aparcamiento de Villa Artesanía.

—Adivina quién nos viene siguiendo, quiero decir, espiando. El chico alto y la chica lista —le siseó Stink a su hermana.

—Copiones —murmuró Judy.

Un hombre de pelo blanco con una corbata de lazo guiaba la visita.

—Hace unos trescientos años, Barbanegra encontró su muerte aquí. Le ¡zas!, cortaron la cabeza y después le tiraron por la borda. Cuentan las historias, que el cuerpo descabezado nadó alrededor del barco siete veces antes de hundirse. —Señaló por entre los árboles hacia una playa—. Algunos dicen que si se va a Springer's Point por la noche, se puede ver el fantasma del mismísimo Barbanegra, reluciendo en la oscuridad, y yendo de un lado a otro en busca de su cabeza.

El pequeño grupo de gente siguió al hombre arriba y abajo por la calle Howard, miraban y curioseaban las tumbas por encima de las vallas de madera mientras eran obsequiados con las historias de gentes enterradas en la isla: Old Diver. Edgar, el del banjo. Se detuvieron en tres cementerios en los que había lápidas que tenían barcos y conchas, anclas y flechas, corazones y manos estrechándose.

Pero ni un solo reloj de arena.

Al final del paseo, llegaron a una pequeña tumba detrás de una enorme antigua casa pintada de blanco que ahora era un museo.

Judy trabajaba junto a una lápida, calcando una ballena, cuando Stink se acercó corriendo.

—¿Sabes qué? Yo estaba espiando «a tú ya sabes quienes». Y he oído al chico alto decir «la X marca el lugar» y luego los dos se murieron de risa, como si fuera una broma muy divertida.

—¡Qué extraño! —dijo Judy.

—Extraño al cuadrado, así que los he seguido.

—¿Encontraste algo sobre el reloj de arena? —le susurró Judy.

—¡Lo encontré! —Stink sacó un pedazo de papel enrollado que llevaba a su espalda.

Cuando lo desenrolló, Judy pudo ver un calco hecho a lápiz sobre una vieja lápida pirata que mostraba un reloj de arena. La silueta del reloj parecía una gran X.

—Una X marca el lugar —dijo Judy—. Este tiene que ser, Stink. Lo siento en mis huesos. Vamos a llevarlo y a recoger nuestra plata.

Judy y Stink dieron la vuelta a la casa y empujaron la puerta principal. Estaba cerrada y bien cerrada. Como si no se hubiera abierto nunca. Como si no fuera a abrirse jamás.

Stink aplastó la nariz contra el cristal del gran ventanal que había junto a la puerta.

—Tenemos que colarnos ahí o el chico alto y la chica lista seguro que nos ganan.

—Stink, es muy tarde. No hay nadie dentro. No podemos colarnos así por las buenas…

—Oye, a lo mejor podemos pulsar el timbre de alarma.

—¡Gran idea, Stink!… si es que te apetece acabar en la cárcel.

—Me gustaría tener supermegacuadruplevisón de rayos X —dijo Stink—, así podría ver desde aquí si ahí dentro hay otra pista.

—Olvídalo, Stink. Tendremos que volver por la mañana.

—¡Porque tú lo digas! —protestó Stink.

—Lo dice la regla pirata diez y medio: «El que se cuele en un museo después de oscurecer deberá ser encerrado en un calabozo en la bodega con las ratas». Molly, la Loca O'Maggot ha hablado.

—¡Tontas majaderías y bobadas! —exclamó Stink.

Mientras Judy y Stink bajaban las escalinatas, una enorme luna rojiza se levantaba en el cielo. Las retorcidas ramas de los robles proyectaban fantasmales sombras sobre la senda. Un búho ululó. Tres ranas croaron. Judy y Stink brincaron asustados cuando oyeron un chirrido espeluznante.

—Es sólo esta vieja puerta oxidada, chicos —dijo el guía—. O quizá no. Se dice que algunas gentes de los alrededores han oído sonidos extraños: risas, llantos, voces que no se sabe de dónde salen. Destellos de luz que nadie puede explicarse.

Stink se estremeció. Judy se metió los brazos dentro de la camiseta.

—Vámonos de aquí —dijo Stink—. Este sitio me da escalofríos.

—¡Vaya un pirata! —dijo Judy.

* * *

Cuando aquella noche Judy y Stink se quedaron por fin dormidos, visiones de relojes de arena les bailaban por la cabeza. Por la mañana, sacaron a su padre de la cama en cuanto se despertaron. Mientras les llevaba en el coche hacia la casa blanca, Judy miraba sin cesar por si aparecían el chico alto y la chica lista.

Stink miró el reloj de su padre cien veces. Por fin, una señora con ciento diez llaves, llegó para abrir la puerta.

—Habéis madrugado mucho —dijo la señora—. Seguro que sois cazadores del tesoro.

—Desde luego —dijo papá—. ¿Han venido muchos otros?

—¿Como por ejemplo un chico muy alto? —dijo Stink—. ¿Y una chica con gafas que parece súper lista?

—Vosotros sois mis primeros clientes —dijo la señora.

Stink desenrolló su calco de la lápida con el reloj de arena y se lo enseñó a la señora.

—¿Es éste? ¿Lo hemos encontrado? ¿Hemos ganado monedas de plata?

—Sí, sí y sí —dijo la señora y les entregó dos monedas de plata.

Stink volcó todas sus monedas sobre el mostrador.

—Dos, cuatro, seis… ¡quince! ¡Ya sólo nos falta una! ¡Una!

—Sí, Stink, yo también sé contar —dijo Judy—. Todavía nos queda descubrir la última pista final, y la más difícil porque sólo tenemos tiempo hasta mediodía.

—Aquí la tenéis —dijo la señora entregándole un papel a Judy.

—Volvamos al albergue —dijo papá—, para encontramos con mamá. Desayunaremos con ella.

—Yo no tengo hambre —declaró Stink—. Venga, lee la pista, ¡leela!, —exigió. Y Judy leyó:

Pista 5

Sonidos sin oídos, voz sin lengua, anillos sin dedos, canción sin pulmones.

Escucha el sonido, sigue este consejo:

Y busca la plata en la mano derecha del cangrejo.

—¡Rayos y truenos! —exclamó Stink—. ¡Esto no tiene sentido! ¿Sonido sin oídos? ¿Voz sin lengua? ¡Imposible!

—Todo el mundo tiene lengua —dijo Judy—. Hasta tus zapatillas tienen «lengüeta».

—Pero mis zapatillas no tienen voz —dijo Stink.

—Bueno, las campanas suenan, y están colgadas de anillos de hierro, aunque no tienen dedos.

—¡Estupendo!, todo lo que tenemos que hacer es encontrar una zapatilla con una «lengüeta» que suene.

—Si la zapatilla fuera tuya, no la oiríamos, la «oleríamos» —dijo Judy y se echó a reír.

—¿Te crees muy graciosa, verdad? —dijo Stink—. ¿Oye, y qué puede ser eso de la mano derecha del cangrejo? Dice: busca la plata en la mano derecha del cangrejo. Los cangrejos no tienen manos.

—La mano derecha de un cangrejo es una pinza, Stink. Una pinza de cangrejo.

—Hay millones de cangrejos en esta isla, y todos tienen pinzas.

—Pero sólo hay un sitio que se llame La pinza del cangrejo —dijo Judy mostrándole el mapa—. Es un restaurante en la carretera de Ocean Road.

—De repente me ha entrado hambre —dijo Stink—. Un hambre de tiburón.

Atrapar el cangrejo por la pinza

Cuando Judy y Stink iban a entrar en La Pinza del Cangrejo, otra familia salía. ¡El chico alto y la chica lista! Judy les saludo:

—¡Hola!

—¿Por qué les has dicho hola? —preguntó Stink en cuanto se sentaron.

—Bueno, se me escapó —dijo Judy.

—El chico alto y la chica lista, nos están siguiendo muy de cerca. ¿Tú crees que tenían pinta de haber venido a desayunar? ¿O estaban buscando pistas? ¿Y qué si ya han encontrado el oro y nosotros llegamos tarde?

—Tranquilo, preguntón Stink —dijo Judy—. Mira, si lo hubieran encontrado, nos habríamos enterado.— Judy rebusco entre los paquetes de azúcar que había en la mesa y encontró cuatro con conchas para su colección.

—Venga, vamos a buscar la última pieza de a ocho —apremió Stink—. Escorbuto Sam dijo que sería difícil; pero tiene que estar aquí, ¡tiene que estar aquí!

—Bueno, pedid primero —dijo mamá.

Stink miró el menú.

Menú

Tortilla de cangrejo

Cangrejo suzette

Revuelto de huevos y cangrejo

Cangrejo frito

Cangrejo azul en salsa

Cazuela de cangrejo picante

—Este menú es bastante «cangrejoso».

—Tú sí que eres cangrejoso —dijo Judy.

—Y tú más —dijo Stink.

—Tú eres el más cangre-quejoso de todos —dijo Judy.

—Y tú también.

—Yo no puedo ser cangre-quejoso porque soy chica.

—Pues serás cangre-quejosa…

El camarero preguntó:

—Vamos a ver, chavales, ¿qué vais a tomar?

—Un vaso de agua, por favor —pidió Stink.

—Yo también —dijo Judy.

—Niños —dijo mamá—, tenéis que comer algo.

—Pide leche con cereales —le dijo Judy a Stink—. Es lo más rápido.

Mientras esperaban a que les sirvieran, Judy y Stink curiosearon por el establecimiento buscando la última moneda de plata escondida en la pinza del cangrejo. Había redes llenas de cangrejos colgadas en las paredes.

Había cangrejos en las cortinas, espejos con forma de cangrejo, cangrejos para abrir las puertas.

—Hay diez mil millones de cangrejos aquí —dijo Judy.

Pero ni una moneda de plata.

—Ya sé —exclamó Stink—. Una vez vi una vieja película que se llamaba
La Isla Misteriosa
, y dos hombres, Ted y Ned, o algo así, pisaron al malvado cangrejo gigante escondido en la arena. El cangrejo atacó y agarró a Ned…

—¿Cómo sabes que fue a Ned?

—Bueno, a uno de ellos, da lo mismo —dijo Stink—. Tú escucha. Mientras Ned gritaba, el otro hombre ató una cuerda alrededor de una pinza del cangrejo gigante. Lo arrastró hasta unas rocas y lo echó dentro de una poza de agua hirviendo. Luego se lo comieron.

—Ya está aquí la comida —dijo papá.

—Bueno, y con eso qué me quieres decir —le dijo Judy a Stink.

—Pues que, a lo mejor, puede haber un cangrejo gigante escondido debajo de la arena de esta isla, y en su pinza derecha podría estar la moneda de plata. ¿Cómo no lo he pensado antes?

—Vete tú a saber… —suspiró Judy.

* * *

Cuando salieron, Stink preguntó:

—¿Es ésta la mano derecha del cangrejo?

—Es la Pinza del Cangrejo —le contestó la señora del mostrador.

—¿Es usted por casualidad una asistente pirata? ¿Tiene usted una pieza de a ocho escondida en alguna parte?

—No, no la tengo —dijo la señora, negando con la cabeza—. Lo siento, chicos.

—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó papá una vez estuvieron fuera.

—¡Ay!, tengo que volver —dijo Judy—. Me he olvidado mis paquetes de azúcar. Y mi mantelillo. Los quiero para mi cuaderno de recuerdos.

—¡Date prisa! —dijo Stink—. Casi no nos queda tiempo.

Unos pocos minutos después, Judy salió corriendo, agitando en el aire su mantelillo.

—¡Stink, creo que lo he encontrado! Mira esto. —Mostró su mantelillo para que Stink pudiera examinarlo.

—¿Eso? Es un mantelillo.

—Sí, pero mira lo que hay en el mantelillo —le dijo Judy.

Stink miró el papel de nuevo.

—¿Eso? Es un mapa.

Judy señaló otra vez.

—Deja de ser un cabezota cangre-quejoso por una vez y mira bien.

—¿Qué tengo que mirar? No es más que un mapa de la isla.

—Es un mapa de la isla y del Océano Atlántico y del estrecho de Pámlico —Judy recorrió con su dedo la lengua de tierra que forma el puerto de Silver Lake—. Fíjate en la forma de la isla.

—¿Y eso qué? Parece… —Y, de repente, se dio cuenta.— ¡Tiene la forma de la pinza de un cangrejo gigante! —Stink pegó brincos de alegría.

Judy le cerró la boca con una mano:

—¡Eso. Cuéntaselo a todo el mundo, bobo!

A por el oro

Papá tomó la carretera de Silver Lake y luego la siguieron dando la vuelta al puerto.

—Llévanos lo más lejos que puedas, papá —pidió Stink.

—Eso, hasta la punta de la pinza del cangrejo —dijo Judy.

—Podemos aparcar en el centro de visitantes —sugirió mamá.

Salieron del coche y echaron un vistazo alrededor.

—Un montón de chicos con mapas —dijo mamá— están cruzando la acera camino del museo. Pero la punta de la isla es el viejo puesto de la guardia costera, que tiene delante la campana, abajo, junto al agua.

—¿Campana? —exclamaron Judy y Stink al mismo tiempo.

—Una campana suena, pero no tiene dedos —dijo Stink.

—¿Cómo se llama esa cosa que cuelga dentro de la campana?

—El badajo —dijo mamá.

—O la lengua —dijo papá.

—Suena y no tiene oídos —dijo Stink.

—Tiene voz y no tiene lengua —dijo Judy—. Seguro que esa campana no tiene badajo.

—Porque tiene dentro el botín pirata —Stink se detuvo—. Creo que he visto al chico alto y a la chica lista, entrar en el museo. ¿Y si hay otra campana allí dentro? ¿La buena?

Judy había ya empezado a andar.

—¡Esperadme! —gritó Stink.

Se detuvo junto a la enorme campana de bronce, como la campana de la Libertad, pero sin rajadura. Stink la empujó.

—¡No suena!

—¡Mira dentro! ¡Tú, mira dentro! —le gritó Judy. Stink metió la cabeza dentro de la campana.— ¿Ves algo?

—Está negro —dijo Stink—. Pásame la linterna.

Judy hurgó en la mochila de Stink hasta que encontró la linterna. Metió la cabeza dentro de la campana y paseo la luz de la linterna por el interior.

De repente, la luz iluminó algo que brillaba. Un centelleo, un chispazo. ¡Plata! Una reluciente moneda de plata estaba pegada en el interior de la campana.

—¡Eureka! —exclamó Judy.

—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Stink—. ¡Hemos encontrado el oro!

—Bueno, la verdad es que hemos encontrado la plata —dijo Judy—. Pero eso significa que ¡hemos ganado, ganado, ganado…! —Stink y Judy se abrazaron gritando. La gente los miraba, las ardillas salieron corriendo a esconderse y las gaviotas alzaron el vuelo.

Judy y Stink saltaron y bailotearon hasta que les faltó el aliento y se dejaron caer sentados, todavía riendo. A Stink le dio hipo de tanto reírse.

—Me… ¡hip!… siento… ¡hip!… como… si… hubiera… ganado… ¡hip!… en… las… Olimpiadas… —tartamudeó—. ¡Hip!

—El hipo olímpico ¿verdad? —dijo Judy.

Un hombre salió del puesto de la guardia costera y les estrechó las manos.

—Base a Escorbuto Sam —dijo hablando por un walkie talkie—. Vente, Escorbuto Sam. Tenemos una pareja de ganadores.

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