La Loca, Loca Búsqueda Del Tesoro (2 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: La Loca, Loca Búsqueda Del Tesoro
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—Un pirata no devuelve, es valiente y
vuelve
una vez más al combate.

—Bueno, entonces ¿cómo dices que un pirata ha vaciado su estómago por la boca?

—¡No digo nada! Es una ordinariez.

—¡Se dice que ha «devuelto» la comida! ¡Vaya pirata ladrón que
devuelve
en vez de robar! —Judy se reía a carcajadas.

—Me pican los pies —Stink se rascó los pies como loco—. Y me duelen los dientes. ¿Me han salido manchas rojas? ¿Se me van a caer los dientes?

—Stink, saca la lengua y di Ahhh… —ordenó la doctora Judy—. Stink, te faltan dos dientes y tienes la cara abrasada.

—Dolor de estómago. Picor en los pies. Dientes caídos. Cara enrojecida. ¡Me voy a morir!

—Eso tengo que decirlo yo, que soy la doctora.

—¡Lo tengo! ¡Es que lo tengo!

—¿Tienes qué?

—¡Escorbuto! ¡Soy hombre muerto! —dijo Stink.

—¡Escorbuto! —exclamó Judy—. Lo único que te pasa es que estás un poco mareado. Cierra los ojos un minuto y pon la cabeza entre las rodillas. Así, mamá siempre me daba galletas saladas cuando me sentía con el estómago revuelto y parecía que iba a… bueno, a eso que no se puede decir delante de un pirata.

Stink permaneció tranquilo durante un momento masticando las galletas. Por fin, cuando el barco dejó de balancearse, se puso de pie.

—Ya estoy bien. Me siento mucho mejor —Stink incluso ondeó su bandera roja pirata para que la vieran sus padres.

—¿Dónde se ha visto una bandera pirata roja, Stink? —preguntó Judy.

—Pues para que lo sepas, esta es la bandera de un Moody, un verdadero pirata.

—¿Un Moody pirata? ¡No me lo creo! Todos los piratas eran mala gente. Espero que no haya habido piratas en nuestra familia.

—Se llamaba Cristóbal Moody —dijo Stink—. Navegó alrededor de las Carolinas con Black Bart. Uno de los pocos piratas con bandera roja. Tiene una calavera y dos tibias cruzadas, un brazo con un puñal y un reloj de arena con alas, que quiere decir: «Tu tiempo vuela». ¿Lo entiendes?

—¡Guau! —exclamó Judy—. ¡Bien por el verdadero pirata llamado Moody! Piénsalo, Stink, Cristóbal Moody pudo ser nuestro tátara, tátara, tátara, tátara, tátara, tátarabuelo.

—¡Me da escalofríos pensarlo! —gritó Stink.

—¡Mola! —dijo Judy—. Sangre pirata corre por mis venas.

—Las chicas no pueden ser piratas.

—¿Quién lo ha dicho?

—Lo dice la regla pirata número seis: No se admitirán chicas en los barcos. Está en el código pirata. —Stink sacó el
Libro de las Reglas Piratas
—. ¿Ves? Hay diez reglas piratas. Quebranta una y servirás de merienda a los tiburones.

—¿Y qué hay de las chicas piratas como Anne Bonny o Mary Read que vestían como chicos? A ver, pásame el libro. ¿Qué dice de eso la regla pirata número seis?

—Oye, no maltrates las Reglas piratas.

—Una vez leí acerca de una chica pirata a la que le arrancaron de un mordisco una oreja en una pelea. Ella recogió su oreja y se la colgó al cuello con una cadena. Te lo juro.

Stink levantó el pelo de su hermana.

—A mí me parce que tú todavía tienes tus dos orejas —dijo—. Y lo único que llevas colgado del cuello es la gargantilla de dientes de tiburón que yo te regalé.

—¡Atrás, miserable! ¡Costroso traidor! ¡Repugnante escorbutoso!

Molly, la Loca y Escorbuto Stink

—¡Tierra! —gritó Stink en cuanto el ferry se aproximó al amarradero. Y bajó corriendo por la pasarela cantando:

«¡Ya estamos todos llegando

por la pasarela bailando…!»

Sus piernas seguían balanceándose.

—Todavía tienes patas de mar, ¿eh? —dijo una voz que provenía del malecón.

—¿Qué? —Stink buscó entrecerrando los ojos. Una larga sombra le ocultaba la luz del sol. La sombra llevaba un sucio pañuelo y una enmarañada barba. La sombra tenía un parche en un ojo y un aro de oro como pendiente en una oreja.

¡La sombra era un pirata!

—Mi nombre es Capitán Weevil —dijo el pirata—, pero los amigos me llaman Escorbuto Sam.

—¡Cuando estaba en el ferry pensé que tenía escorbuto! —dijo Stink.

—¿Y vosotros sois…?

—Um, yo el Capitán Moody —dijo Stink señalándose a sí mismo.

—Pero sus amigos le llaman Escorbuto Stink —bromeó Judy, bajando detrás de su hermano.

—Y ésta es Molly, la Loca O'Maggot —dijo Stink señalando a su hermana.

—Hombre, gracias —murmuró Judy.

—Bienvenidos a la isla Pirata —dijo Escorbuto Sam, guiñando el ojo.

—¿Isla Pirata? Yo creía que era la isla Alcachofa o algo así.

El pirata se echó a reir.

—Las gentes de por aquí la llaman la isla Pirata porque, allá en sus tiempos, anduvo por aquí el mismísimo Barbanegra haciendo sus fechorías.

—¡Guau! —exclamó Stink—. ¿Es usted un pirata de verdad?, ¿de verdad verdadera?

—¡Claro que soy un pirata de verdad! Tírame de la barba si quieres, grumete.

—Oh, no, gracias, «Regla pirata numero once: no provoques a un pirata, porque puedes perder la cabeza».

—¡Compren sus mapas aquí! —pregonaba Escorbuto Sam a la gente que se bajaba del ferry. Le pasó uno a Judy.

—Escuchen ustedes, cubos de escoria y cabezas de chorlito —anunció Escorbuto Sam—. Éste es el fin de semana de la tercera celebración anual de la caza del tesoro en isla Pirata. La diversión y las mutilaciones empezarán por la mañana temprano.

—¿De verdad? —preguntó Stink.

—¿De verdad? —preguntó Judy.

—¿Iba yo a mentiros? —preguntó el pirata.

—Pues, claro —dijo Judy—. Usted es un pirata.

—Lo has pillado, eres una chica lista, mocita, pero esta vez no os estoy tomando el pelo. Venid a mi barco pirata anclado en el puerto de Silver Lake. Una X marca el lugar —señaló una gran X roja en el mapa—. Os daré las primeras pistas hacia el tesoro a las mil en punto. Tendréis tiempo de tomar un bocado y echar un sueñecito antes del amanecer. Encontraréis las primeras pistas en el barco.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó Stink.

—Seguid el rastro de las pistas, chaval. El primero que encuentre las dieciséis piezas de a ocho, gana el doblón de oro.

—Un doblón es una moneda de oro —explicó Stink a Judy—. Vale dieciséis monedas de plata.

—Ya lo sabía —dijo Judy, que por supuesto no lo sabía.

—¡Un doblón pirata! —Stink preguntó—. ¿Es de oro de verdad?

—Tan de oro de verdad como el diente de un pirata —bromeó Escorbuto Sam—. Y si ganáis, podréis dar un paseo conmigo en el barco del mismísimo pirata Barbarroja, el Venganza de la Reina Ana II. ¡Si os atrevéis!

—Mola un montón —dijo Stink.

—Tendréis que andar con cuidado —avisó Escorbuto Sam—. Allá donde hay piratas hay trampas y un montón de trucos y mentiras. Grrr…

Papá llegó con las maletas.

—Venga, vamos. Es hora de ir al albergue.

—Y tenéis que lavaros las manos antes de comer —dijo mamá, tirando de su maleta de ruedas.

—¿Habéis oído? —dijo Stink—. Una verdadera caza del tesoro. Aquí mismo en la isla Pirata. ¿Podemos apuntarnos?

—¿Podemos, podemos, podemos? —preguntaron Molly, la Loca y Escorbuto Stink.

* * *

—Luces apagadas a las nueve en punto —dijo mamá cuando regresaron al albergue Almeja después de cenar—. Y cuando digo «luces» me refiero también a las linternas. Regla pirata número cuatro.

—¡Tú también, no! —protestó Judy—. La hora de acostarse no es una regla pirata. Estamos de vacaciones. ¿No podemos quedarnos levantados hasta un poco más tarde?

—Nada de motines en el bajel, Moody —dijo mamá muy seria.

Stink consultó su libro de las reglas piratas.

—Tiene razón.

—Venga, niños. Hoy hemos hecho un largo viaje —dijo papá—. No queréis estar llenos de energía mañana…

—¡La caza del tesoro! —exclamaron a la vez Judy y Stink.

Y al poco tiempo los dos estaban profundamente dormidos.

Alto, blanco y resplandeciente

Stink fue el primero que se levantó a la mañana siguiente.

—Stink, ¿te vas a poner otra vez esa camiseta pirata de rayas? ¡Si ni siquiera te has duchado!

—Los piratas no se duchan —aseguró Stink—. Ven, huele mi sobaquillo.

—¡Asqueroso! Hueles peor que el mono de un pirata en el cubo de la basura.

—¡Bah…! —desdeñó Stink.

Cuando papá y mamá se levantaron tomaron su café, leyeron el periódico durante mil años, acompañaron a Judy y a Stink al puerto de Silver Lake, donde la caza del tesoro estaba a punto de empezar.

—¡Lo veo! —exclamó Stink—. ¡Veo el barco pirata!

Frente a ellos se alzaban los altos palos de los tres mástiles que sostenían las cuadradas velas del «Venganza de la Reina Ana II». Niños y adultos lo contemplaban con admiración.

Una campana desde el barco repicó varias veces seguidas. En ese momento un pirata bajó deslizándose por una cuerda desde un penol de popa y aterrizó sobre la cubierta con un golpe sordo ¡cataplafff! ¡Escorbuto Sam!

—¡Olé, olé! ¡Bienvenidos, cazadores de tesoros! —saludó—. Bienvenidos a la Tercera Celebración Anual de la Caza del Tesoro en la Isla Pirata. Escuchad, tunantes. Habrá cinco pistas. Cada una conducirá a la siguiente. Cuando penséis que habéis encontrado una pista, entregadla al pirata asistente que tengáis más cerca, que llevará un saco rojo y repartirá piezas de a ocho. El primero en descubrir las cinco pistas y reunir las dieciséis piezas de a ocho, ganará el doblón de oro y un paseo conmigo en el «Reina Ana II».

Escorbuto Sam levantó en alto una pieza de plata de a ocho.

—Yo os daré la primera pieza. La última está escondida, y va a ser más difícil de encontrar que un pirata con corbata. —Todos se echaron a reír—. El que la encuentre debe apresurarse a traerla al centro pirata. No se admitirán falsificaciones —dijo Escorbuto Sam con una risotada—. Y una última advertencia, tenéis hasta mañana a mediodía. Cuando oigáis sonar la campana del barco, volved para ver si alguien ha ganado el oro. Todos los participantes se llevarán un premio: una gran bolsa con botín pirata.

Después de unos cuantos «olés», «zarpad» y «a toda vela» más, Escorbuto Sam desenrolló un pergamino y leyó en voz alta para que todos oyeran la primera pista.

Pista 1

Soy alta como un árbol, vestida de blanco, mi velo de novia es resplandeciente.

Permanezco despierta toda la noche, nunca duermo: si descanso, muchos lloran.

En estas orillas, desde muy antiguo, mi mensaje silencioso, señala hacia el oro.

Buena suerte y que los vientos os sean propicios hasta la vuelta, que vuestros únicos enemigos sean la ratas y que os divirtáis a toneladas. ¡Que empiece el rastreo!

Judy y Stink se despidieron de sus padres.

—Papá y yo nos vamos a la playa. Si no os vemos antes de mediodía, nos encontraremos enfrente del puesto de perritos calientes de Barnacle Bob a las doce y media —dijo mamá.

—¡Pasadlo bien! —les deseó papá.

Stink y Judy se abrieron camino a través de la multitud, adelantaron al señor gordo y calvo que llevaba un niño sobre los hombros, y a la señora con los tres perros, y a los gemelos que chupaban piruletas. Cuando se pusieron delante de todos, Escorbuto Sam estaba repartiendo la primera moneda y la primera pista. Una niña con aparato en los dientes pisó a Stink cuando se adelantaba para recibir su moneda.

—Stink no mires. Son el chico alto y la chica lista. Los que vimos ayer en el ferry —Judy les miró de reojo.

—Venga, date prisa. Lee la pista otra vez —pidió Stink—. Tenemos que ganarles. —Leyeron la pista tres veces.

—Alta como un árbol —dijo Stink— puede ser la nave pirata. Los mástiles son altos como árboles y las velas pueden ser el velo de la novia.

—No puede ser el barco, Stink. Nadie puede subir al barco si no ha ganado el oro.

—Entonces pienso que puede ser el mástil de la bandera. El mástil de la bandera es alto como un árbol.

—Bueno, he visto una iglesia en el pueblo y tiene un campanario muy alto. Y es blanca. El mástil de una bandera no es blanco.

—Es blanco, si está pintado de blanco —dijo Stink—, como el que he visto enfrente de la estafeta de correos.

—Pero no lleva un velo de novia —dijo Judy.

—Lo llevaría si le pusieran una bandera blanca —dijo Stink.

—Lo que yo digo es que en las iglesias hay novias.

Judy tenía razón. En las iglesias había novias. ¡Será rata de bodega!

—Y las iglesias están
levantadas
toda la noche —dijo Judy—. Ya sabes que siempre están abiertas por si la gente las necesita.

—También los mástiles de bandera están en pie toda la noche —dijo Stink.

—Pero les quitan la bandera cuando anochece.

—¡Cubos de basura! —exclamó Stink. Judy volvía a tener razón—. Y eso de que muchos lloran, ¿qué? La gente llora cuando alguien se muere y ponen la bandera a media asta.

—La gente también llora en la iglesia —puntualizó Stink.

—Y en las bodas. Yo digo que es la iglesia. —Replicó Judy.

—El mástil de la bandera —dijo Stink.

—La iglesia.

—¡EL MÁSTIL DE LA BANDERA!

—¡Oye! recuerda la regla pirata número ocho. Nada de peleas —dijo Judy.

—Eso es sólo a bordo del barco —dijo Stink.

—Bueno, me rindo —dijo Judy—. Iremos a los dos sitios.

Guiños, parpadeos y códigos secretos

Judy echó la cabeza atrás y examinó el mástil de la bandera que se levantaba frente a la estafeta de correos.

—Stink, te equivocas, esta bandera no es blanca.

—Es blanca… entre las rayas rojas —dijo Stink.

—¡Cabezota! Venga, vamos a la iglesia —dijo Judy, pero cuando llegaron allí la encontraron cerrada.

—¡Ja! ¡No está abierta toda la noche! —se rió Stink.

—Por lo menos es alta y blanca, y tiene novias —dijo Judy. Pero por allí no había ningún asistente pirata a la vista.

—Piensa. ¿Qué más es alto? —Stink echó una mirada alrededor. Vio el faro sobresaliendo por encima de los árboles—. ¡Un faro es alto!

—¡Y está pintado de blanco! —dijo Judy.

—¡Y tiene un luz resplandeciente! —dijo Stink.

—¡Y está en pie toda la noche! —dijo Judy—. ¡Y si se para, los barcos se estrellarán contra las rocas!

—¡Al faro! —dijo Stink señalando el camino.

* * *

El faro era alto y centelleaba al sol. Stink se acercó para leer la placa.

—Este faro es viejísimo.

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