Read La hija del Apocalipsis Online
Authors: Patrick Graham
—Ahora deme su bata.
Jones se quita la bata y el calzado de hospital.
—El vestido también.
Jones se desabrocha lentamente el vestido azul y lo deja caer al suelo. Marie se agacha para cogerlo. Al levantarse, agarra la Glock por la culata y asesta a Jones un golpe seco en la nuca antes de sujetarla mientras se desploma. La arrastra hasta detrás del mostrador, la amordaza y la esposa. Después se quita la ropa y se pone el vestido azul y la bata. Saca unas gafas negras del bolso de Jones y comprueba el cargador de la Glock. Pone el abrigo sobre un brazo para esconder el arma debajo. Su mano rodea la culata. Recorre el pasillo y saluda con la cabeza a las enfermeras que están detrás de las ventanillas de recepción. Una mayor y otra más joven. Una asiática. Mira pasar a Parks antes de bajar de nuevo la vista. Sus labios se mueven. Un chisporroteo. Su voz suena en el auricular de Marie.
—Dispositivo, aquí recepción. Una enfermera se dispone a salir. Ninguna señal del objetivo por el momento.
—Recibido, Chen. Permanezca alerta.
Las puertas acristaladas se abren a las fragancias de toronjil y tomillo. Parks avanza por el camino. Siente los latidos de su corazón en la garganta. Un hombre se acerca. Lleva una bata y un distintivo azul de cirujano. Marie analiza sus gestos. Finge que consulta sus notas, pero se desplaza como un profesional; su posición es la adecuada para poder desenfundar fácilmente y apuntar al objetivo al menor movimiento sospechoso. Chisporroteos en el auricular de Parks. Voz de Mulligan:
—Brad, confirmación visual. Nada más.
Brad no contesta. Avanza. Su mirada se desliza por los tobillos de Parks y sube. Analiza su forma de andar, la posición de sus manos y de sus hombros. Aminora un poco el paso cuando se cruza con ella. La joven le sonríe tras las gafas negras. Brad Kintch. Un agente de la vieja escuela. De los que no tienen problemas para usar un arma de fuego. Kintch le devuelve la sonrisa y continúa avanzando sin dejar de consultar sus notas. Chisporroteos.
—Mulligan, aquí Brad. Es Parks. Repito: es Parks.
—¿Estás seguro?
—Positivo al ochenta por ciento.
—Ve a ver a Jones para confirmarlo.
Marie acaba de descubrir los dos grandes 4 × 4 del FBI a uno y otro lado del aparcamiento. Mulligan en el de la derecha, Alonso en el de la izquierda. Otro chisporroteo. Voz de Mulligan:
—Jones, aquí dispositivo, ¿me recibes?
Marie avanza en medio de los coches. No dirige una sola mirada a su viejo Buick.
—¡Santo Dios, Jones! ¿Qué haces?
Otro chisporroteo. Voz de Kintch:
—Aquí Brad. Jones está en el suelo.
—¿Muerta?
—Sin sentido. El objetivo le ha quitado el vestido y la bata.
—Bien. A todos, el dispositivo se cierra sobre el objetivo. Chen y Kintch, venid y quedaos en segunda línea.
Voz de Kintch:
—Tenemos un problema, jefe.
—¿Cuál?
—El auricular de Jones ha desaparecido.
—Mierda…
—¿Qué hacemos?
—Si no ha matado a Jones, es que aún es recuperable. ¿Es eso lo que quieres darnos a entender, Marie?
Marie continúa avanzando por el aparcamiento. El gran 4 × 4 negro de Mulligan se dirige lentamente hacia ella. El de Alonso acaba de ponerse en marcha a su espalda.
—Marie, sé que me oyes. Tú decides. Dime qué quieres que hagamos.
Marie no responde. Camina. Busca su ángulo. Tendrá que moverse deprisa.
—Marie, estamos aquí para llevarte a casa, pero no dudaremos en detenerte si es preciso. Esto puede terminar bien. O no. Tú eliges.
Marie aminora el paso. Un Mustang y un viejo Caddy a la derecha, una tapia de la altura de un hombre a la izquierda. El Cadillac está estacionado en batería. Buena carrocería americana. Insuficiente para detener balas perforadoras, pero es poco probable que a Mulligan se le haya ocurrido llevar material antiprotección. Marie se detiene. Los 4 × 4 se colocan atravesados contra los coches aparcados. Marie les da la espalda. Oye que se abren las puertas. Crujidos de pasos. Mulligan y Alonso avanzan hacia ella. Más ruido de pasos. Marie se vuelve. Kintch y Chen han tomado posiciones detrás de los 4 × 4. La joven dirige una sonrisa a Mulligan, que se acerca apuntándola con el arma. El agente se pregunta si Marie lleva chaleco.
—Quiero verte las manos, Marie.
Alonso y Mulligan se han detenido a unos metros de Parks. La tienen en su ángulo de tiro. Detrás de los todoterrenos, Kintch y Chen están frente a ella en el hueco de las puertas. La apuntan al pecho. Se han dado cuenta de que no lleva ninguna protección. Demasiados gestos en muy poco tiempo. La partida terminará con la primera bala que le perfore un órgano vital. Marie piensa en Holly. Recuerda a la niña dormida en la gran cama. Sabe que ha perdido. Voz de Mulligan:
—Conoces el procedimiento, Marie. Quiero que sueltes el abrigo, te arrodilles y pongas lentamente la mano derecha detrás de la nuca.
—Siempre has sido un maldito depravado, Mully. Me pregunto qué diría tu mujer de todo esto. Por cierto, ¿cómo está? ¿Sabe que utilizas la placa para arrestar a las amigas?
—Jenny murió de cáncer el año pasado. ¿Te acuerdas?
A Marie se le nubla la vista. Su voz se quiebra.
—Perdona, Mully. No… no lo sabía.
—Claro que lo sabías, Marie. Jenny era tu mejor amiga. Estabas en el entierro. Hasta me abrazaste y lloré en tu hombro como un niño.
—Sabes que eso es mentira, Mully. Te lo suplico, dime que es mentira.
Marie se ha apoyado en el Cadillac. Le tiembla la barbilla. Unas lágrimas caen por sus mejillas detrás de las gafas.
—Marie, Crossman nos ha contado lo de Río. Sabemos que no estás bien y que te encuentras en pleno rebote mental. Tienes que parar.
—Es demasiado tarde, Mully.
—No, Marie. Después sí será demasiado tarde. Tengo que verte las manos ahora. Por favor. Hazlo por Jenny.
—¿Mull…?
—¿Sí…?
—Voy armada.
—De acuerdo, Marie. ¿Está bajo el abrigo?
—Sí.
La voz de Mulligan sube de tono. Se dirige a los demás agentes.
—Marie va a dejar caer el abrigo. Hay un arma debajo. Que nadie se mueva, ¿entendido?
Marie observa a los agentes a través de las gafas negras. Las manos de Kintch y de Chen se crispan sobre las culatas. Están nerviosos. Voz de Mulligan:
—Ahora vas a liberar el cargador, después sacarás la mano que sostiene la culata del arma y dejarás caer el abrigo. ¿De acuerdo, Marie?
—Estoy cagada, Mully.
—Lo sé. Estamos aquí. No tengas miedo.
—Estáis aquí para quitarme de en medio, ¿verdad?
La voz de Marie se quiebra un poco más. Mulligan jamás la había visto tan frágil. No había creído a Crossman cuando le había dicho que estaba destrozada. Ahora no le cuesta nada admitirlo.
—Marie, te juro que no es verdad.
—Dímelo, Mully. Al menos merezco eso, ¿no crees?
—Si estuviéramos aquí para liquidarte, ya lo habríamos hecho.
—¡Deja de tomarme el pelo, pedazo de cretino! Todavía no tenéis razones legales para hacerlo, pero cuando veáis mi arma tendréis derecho a disparar. Lo sabes, Mully. Y sabes que yo lo sé.
—Marie, nadie está aquí para matarte. Estás mal. Has llegado al límite. Por eso ves enemigos en todas partes.
—He asesinado a niños, Mully. Dejé morir de hambre a un montón de niños en los saladeros de Seboomook y descuarticé a otros antes de echar sus huesos al lago. Si tuviera a alguien como yo a tiro, estaría esperando que hiciese un gesto de más.
—Marie…
—Pero no he hecho solo eso, ¿verdad, Mully? También he salvado vidas, ¿no? Así que no quiero morir de este modo, ¿comprendes?
—Marie, no fuiste tú quien mató a los niños de Seboomook. Lo sabes, ¿verdad?
—En Río también fui yo. Aquella niña que murió en mis brazos. Todos aquellos niños muertos. ¡Dios mío, Mully, si hubieras visto su cara!
—Marie, tienes que calmarte. Voy a situarme entre tú y los demás y vas a dejar caer el abrigo para que pueda acercarme y desarmarte.
A Marie han empezado a temblarle los hombros. Con voz sollozante, dice:
—¿Mull…?
—¿Sí?
—¿Quieres que deje caer el abrigo y que levante muy lentamente el arma contra mi cuerpo?
—¿Para qué, Marie?
—Simplemente para…
—Marie, por favor, intenta calmarte.
—Simplemente para colocar el cañón de la pistola bajo mi barbilla. ¿Puedes hacer eso por mí?
—No, Marie. Sabes que no.
—Tengo una bala en la recámara. Puedo dejar caer antes el cargador, si lo prefieres. Una sola bala, Mully. Es lo único que te pido.
—Necesitas ayuda, Marie. Tienes que dejar que te ayude. Te juro que no tienes nada que temer.
—No es eso, Mully. Simplemente quiero que esto termine ya.
—Te prometo que va a terminar, pero me niego a que termine así.
—Te lo suplico…
—No, Marie. No me pidas eso. No me pidas que viva el resto de mis días con esa imagen. ¡No tienes derecho!
Voz de Kintch. Acaba de bajar el
walkie-talkie.
—Mulligan, es Crossman. Quiere hablar contigo.
Mulligan mira a Marie.
—No vas a moverte, ¿verdad? Voy a pedirle a Kintch que me traiga el
walkie-talkie
. No apartaré los ojos de ti. Quiero que tú también me mires y que no apartes los ojos de mí, ¿entendido?
Marie asiente con la cabeza. Kintch se acerca. Pasa por la línea de tiro de Chen. Tiende el
walkie-talkie
a Mulligan y se dirige a Marie.
—Parks, no nos conocemos tan bien como conoces a Mully, pero sé lo que has hecho por el Buró. Estoy de acuerdo con él. No podemos dejarte hacer eso.
—Me la sudas, Kintch, ¿me oyes? Tienes razón cuando dices que no nos conocemos. Estás aquí para pegarme cuatro tiros, pero te juro que antes acabaré contigo.
—Marie, soy Mully. Has dejado de mirarme. Quiero que apartes los ojos de Kintch y que intentes calmarte.
La mirada de Marie regresa lentamente a Mulligan. Todo su cuerpo se ha puesto tenso. Le cuesta respirar. No puede más. Mulligan sabe mejor que nadie que una máquina de matar como ella es todavía más peligrosa cuando está acorralada.
—Kintch, retrocede.
—Lo siento, jefe.
—Cierra el pico y retrocede. ¿De acuerdo, Marie? Kintch va a retroceder.
Sin volverse, Kintch pone un pie detrás del otro y regresa lentamente a su puesto. El
walkie-talkie
emite un chisporroteo. Voz de Crossman:
—¿Qué pasa, Mulligan?
—Nada bueno, señor. Está convencida de que estamos aquí para matarla. Me pide que la deje suicidarse.
—Pásemela.
Mulligan tiende el
walkie-talkie
a Marie.
—Quiere hablar contigo.
—Voy a dejar caer el cargador, Mully. Y después levantaré el arma. ¿De acuerdo?
—No, Marie.
Un chasquido. El cargador de la Glock rebota en el suelo. Lentamente, Marie deja caer el abrigo; la carcasa brillante del arma queda al descubierto. Se seca las lágrimas de las mejillas con una mano y levanta muy despacio la automática hacia su rostro.
—¡No hagas eso, Marie! Antes tienes que hablar con él. Se lo debes.
—Yo no le debo nada.
—Hazlo por mí, entonces. Haz al menos eso por mí.
Marie ha apoyado el cañón de la Glock bajo su barbilla. Mulligan le tiende el
walkie-talkie
. La voz de Crossman crepita.
—¿Marie…?
—No tengo nada que decirte, Stu.
—¿Qué hago con la niña? ¿La dejo a cargo de la asistencia social? Ya sabes que estoy acostumbrado a llevar a niñas a familias de acogida. Pero antes quisiera saber si realmente es eso lo que quieres. Desearía saber también qué quieres que le diga a Holly cuando me pregunte por qué la has dejado sola.
—Estoy perdida, Stu. Después de lo que he hecho, iré a la trena una buena temporada.
—Habrá una investigación, Marie. Intentaremos comprender. En cualquier caso, no puedes hacerle eso.
—Eres repugnante por utilizarla así.
—¿Para intentar salvarte? Perfecto, no me importa. Ahora quiero que le des el arma a Mulligan. ¿Puedes hacer eso por Holly?
—¿Por Holly?
—Sí.
Con el pecho sacudido por los sollozos, Marie aparta lentamente el cañón del arma. Ha presionado tan fuerte que el acero ha dejado una marca circular en su piel. Voz de Mulligan:
—Muy bien, Marie. Ahora quisiera que levantases el dedo del disparador. Perfecto. Ahora me acercaré despacio y te desarmaré. ¿Te parece bien?
—Me parece bien, Mully.
—Nada de tonterías, ¿eh?
—Nada de tonterías.
Marie tiene la mirada perdida en el vacío. A través de las lágrimas ve que Mulligan se acerca. El hombre avanza bloqueando las líneas de tiro de los otros agentes. Le sonríe. Ella cierra los ojos. Siente cómo sus dedos se cierran alrededor del arma. La suelta y se acurruca contra Mulligan encogiendo los hombros para no dejar que sobresalga ni un solo trozo de su cuerpo. Hunde la cara contra la camisa de su amigo. Apesta a sudor y a tabaco. Nota su manaza acariciándole el pelo.
—Ya está, Marie, ya está. Ahora nos ocuparemos de ti.
La voz de Mulligan sube de tono otra vez.
—Tengo a Marie. Bajad las armas. Vamos a movernos hacia mi 4 × 4. Nada de tonterías.
Marie se crispa entre los brazos de Mulligan. La voz de este vuelve a sonar bajito. Flota muy cerca de su oído.
—Ya está, se ha acabado. Quédate pegada a mí y déjame que te lleve, ¿de acuerdo?
Mulligan se interrumpe mientras su auricular emite un chisporroteo. Una voz femenina.
—Dispositivo, aquí Jones. El objetivo me ha dejado inconsciente antes de salir. Lleva un calibre 32 sujeto al muslo. Repito: Parks lleva un 32.
Mulligan se pone rígido al notar que los brazos de Parks lo rodean. Todavía acurrucada contra él, efectúa dos gestos ultrarrápidos al mismo tiempo: pega el 32 contra la sien de su viejo amigo y tras desenfundar el arma que él ha guardado en la pistolera apunta con ella a los otros tres agentes, que se han acercado con la guardia baja.
—Soltad las pistolas inmediatamente. No me obliguéis a repetirlo.
Sorprendidos por la maniobra, Kintch y Alonso intentan reaccionar. Parks dispara dos tiros seguidos. La primera bala alcanza a Alonso en un muslo y le hace doblarse por la cintura. La segunda le rompe la cadera a Kintch, que se desploma profiriendo un grito. Mulligan oye el ruido de sus armas contra el suelo. Voz de Parks: