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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura (39 page)

BOOK: La espada oscura
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Daala se acordó de Tarkin, su mentor de férrea voluntad, y de cómo le había enseñado todo lo que sabía sobre las tácticas, la firmeza de carácter y el amor al Imperio. Tarkin había muerto mientras atacaba la base rebelde de Yavin 4..., y Daala pensó que Yavin 4 sería el objetivo ideal para su nueva campaña.

—Discúlpeme, almirante... —dijo Pellaeon, sobresaltándola y cortando bruscamente el hilo de sus pensamientos.

Daala le miró y se dio cuenta de que Pellaeon acababa de decirle algo.

—Lo siento —dijo—. No le he oído.

—Sugiero que diversifiquemos nuestro ataque. Permita que el coronel Cronus use su flota de navíos de la clase Victoria para atacar docenas de objetivos menores, de tal manera que los rebeldes crean que están siendo atacados por todas partes. Eso causará grandes daños con un mínimo de riesgos, y reforzará la confusión y el caos que rodearán a nuestro ataque por sorpresa.

Daala sonrió.

—Una idea excelente, vicealmirante. El coronel Cronus lanzará sus ataques. Usted partirá con una flota de Destructores Estelares para iniciar la destrucción de la pequeña luna selvática, y yo le seguiré a bordo del Martillo de la Noche para asegurarme de que conservamos la posesión de ese sistema carente de todo valor.

Daala se acabó su té estimulante. La sensación de frialdad del líquido bajó por su garganta como un delgado riachuelo de hielo y se extendió por todo su cuerpo.

—Empezaremos inmediatamente —dijo.

Capítulo 36

Kyp Durron se inclinó sobre el panel de control. Sus ojos oscuros se entrecerraron mientras contemplaba a las fuerzas enemigas desplegadas a su alrededor.

Dorsk 81 había pilotado su nave imperial robada hacia la flota de combate. Sus esbeltas manos color verde aceituna bailoteaban nerviosamente sobre los controles; y sus ojos amarillos se desorbitaron por el asombro, como si todavía fuera incapaz de creer que Kyp hubiera logrado convencerle de que hiciera aquello.

—Apuesto a que ésta es la flota más grande que han logrado reunir desde la batalla de Endor —dijo Kyp—, o por lo menos desde el último ataque de Thrawn.

Dorsk 81 se lamió sus delgados labios y asintió, manteniendo los ojos clavados en la frenética actividad de las naves, que se agitaban de un lado a otro como restos sacudidos por un huracán.

—No cabe duda de que hay un montón de naves —dijo—. Nos harán pedazos apenas sospechen de nosotros.

Kyp descartó esa posibilidad con un airoso gesto de la mano y volvió a inclinarse hacia adelante para mirar por el visor delantero.

—No sospecharán nada. Esta nave tiene todas las identificaciones necesarias, ¿no? Vamos, no permitas que este espectáculo te ponga nervioso —dijo, y después concentró toda su atención en el ordenador y empezó a llevar a cabo un análisis completo de las fuerzas enemigas.

Durante los últimos días Kyp y Dorsk 81 se habían ido adentrando cada vez más y más en los Sistemas del Núcleo. Kyp había ido sintiendo un creciente horror a medida que iba comprendiendo lo mucho que habían progresado los planes del Imperio. Habían visto depósitos de armas, gigantescas factorías que escupían cazas TIE recién terminados por centenares, astilleros con las siluetas esqueléticas de Destructores Estelares de la clase Imperial en proceso de construcción... Habían presenciado una migración de proporciones colosales, soldados preparándose para un conflicto letal y docenas de convoyes de aprovisionamiento sobrecargados llevando recursos hacia el interior del Núcleo.

Kyp había convencido a Dorsk 81 de que siguieran a uno de los convoyes manteniéndose en los límites del alcance de sus sensores. Pero cuando llegaron al punto de reunión de la nueva flota imperial, Dorsk 81 quedó aterrorizado.

—Sigo pensando que deberíamos salir de aquí —dijo el clon Jedi—. Tenemos que transmitir esta información a la Nueva República. Ni siquiera tienen idea de que los imperiales estén reuniendo todas estas fuerzas.

Kyp meneó la cabeza.

—Todavía no sabemos lo suficiente. Necesitamos averiguar qué están tramando... No tendremos una segunda oportunidad como ésta.

—Pero si nos capturan, entonces todo... —empezó a decir Dorsk 81.

Kyp alzó la mano y vio cómo Dorsk 81 se callaba y tragaba saliva con un visible esfuerzo. En el pasado, el clon alienígena había tenido que enfrentarse a su falta de confianza en sí mismo y había salido triunfante de aquella dura lucha. Kyp no tenía a Dorsk 81 por un cobarde: sólo pensaba que aún era incapaz de emplear todo su valor.

Kyp señaló a su amigo con un dedo. Su rostro estaba muy serio. —Eres un Caballero Jedi, Dorsk 81 —dijo—. Un Jedi no toma el camino más fácil. Haremos lo que tenemos que hacer.

Dorsk 81 asintió lentamente, inclinando la cabeza en una firme aceptación de las palabras de Kyp.

El sistema de comunicaciones cobró vida con un chisporroteo que sobresaltó tanto a Kyp como a Dorsk 81.

—Piloto de la lanzadera —dijo una voz seca y firme..., una voz femenina, lo que en sí ya resultaba muy inusual dado que la inmensa mayoría de los soldados imperiales eran hombres. La mujer siguió hablando—. La concentración está a punto de empezar y ustedes llevan bastante retraso. Dense prisa. Sigan este vector..., ¡y no pierdan ni un segundo! La almirante dijo que se sentiría muy disgustada si las llegadas de última hora afectaban a los discursos.

Dorsk 81 contempló el sistema de comunicaciones poniendo cara de no entender nada, pero Kyp respondió al instante.

—Vamos hacia allá. Lamentamos las molestias que hayamos podido causar —dijo, y desconectó el sistema de comunicaciones—. Nos dejarán entrar —añadió.

Su mente ya estaba empezando a funcionar a toda velocidad, y Kyp se preguntó quién podía ser «la almirante».

Naves de todos los tamaños estaban estacionadas en una parrilla de plataformas de descenso y hangares de atraque de dimensiones casi incomprensiblemente grandes, un enorme conector metálico que relucía con los destellos de los paneles de transpariacero. Se ocultaba en el negro vacío del espacio entre dos sistemas estelares, y no resultaría nada fácil de localizar a menos que ya se supiera dónde buscar. El complejo estaba erizado de antenas y sistemas trazadores, satélites de defensa del perímetro y navíos automatizados que iban controlando el vertiginoso fluir de la actividad de las naves. Los vectores de las coordenadas los llevaron hasta una plataforma central en la que ya se habían posado miles de naves.

Dorsk 81 se envaró en su asiento.

—Calma, calma —dijo Kyp—. Tenemos que hacerlo.

El alienígena respondió con una temblorosa inclinación de cabeza y fue dirigiendo la lanzadera en un rápido descenso para posarla entre las otras naves.

Filas de siluetas se dirigían hacia la explanada de la estación conectora, que era lo suficientemente grande para acoger a una audiencia de decenas de millares. Los soldados de las tropas de asalto iban y venían rápidamente de un lado a otro, dirigiendo a los espectadores hacia los lugares más adecuados para presenciar la reunión.

—No puedo salir ahí —dijo Dorsk 81—. El Imperio no permite que los no humanos sirvan en sus fuerzas militares.

—Parece que han cambiado sus reglas —respondió Kyp, señalando a algunas de las siluetas uniformadas y contemplando el despliegue de humanoides exóticos y extrañas criaturas aladas—. Espera un momento. —Hurgó en el compartimento de uniformes de la lanzadera, y acabó sacando de él dos monos con las insignias del equipo de reparaciones asignado al depósito exterior en el que Kyp y Dorsk 81 habían robado la lanzadera—. Nos los pondremos y nadie notará nada raro.

Dorsk 81 contempló los monos de vuelo con cara de no estar muy convencido, pero la adrenalina ya estaba corriendo velozmente por las venas de Kyp y susurraba en sus oídos.

—Oye, esta reunión debería proporcionarnos toda la información que necesitamos —dijo, intentando que su voz sonara lo más persuasiva y tranquilizadora posible—. Averiguaremos qué está tramando el Imperio..., y después podremos volver y presentar nuestro informe. —Puso la mano sobre el brazo del clon alienígena y se lo apretó—. Intenta aguantar durante un rato más, Dorsk 81. Hazlo por mí, ¿de acuerdo?

Bajaron por la rampa de descenso, y la corriente de la multitud los arrastró hacia la explanada de la estación conectora. Los sonidos y olores cayeron sobre Kyp, agrediéndole con una mezcla exótica de lo familiar y lo fantástico. El lenguaje principal era el básico imperial, aunque algunos comentarios murmurados en voz baja llegaban hasta él en una variedad de lenguajes que Kyp no pudo reconocer. Dorsk 81 le seguía de cerca, pareciendo rígido y nervioso.

En el lejano centro del gran espacio abierto se había erigido una cubierta para oradores que abarcaba un escenario, enormes amplificadores y un turboascensor que podía llevar a los invitados hasta el escenario sin que estuvieran obligados a pasar por entre las multitudes apelotonadas a su alrededor. Guardias Imperiales envueltos en sus capas color escarlata permanecían inmóviles en las cuatro esquinas del escenario. Pantallas de alta resolución se alzaban sobre la audiencia como gigantescos videocarteles que proyectaban una imagen de quien estuviera hablando en el podio, con lo que convertían a la distante figura en un titán que se elevaba sobre quienes habían acudido a la gran concentración.

Un hombre flaco que vestía un uniforme impecable estaba hablando con una voz seca y monótona que no poseía mucho carisma. Tenía los ojos claros, y su frente estaba llena de arruguitas que sugerían un gran peso invisible de pensamientos ocultos detrás de ella. Un frondoso bigote canoso cubría su labio superior.

—Me resulta familiar —dijo Kyp—. He visto su imagen antes.

Guardias de las tropas de asalto surgieron de la nada entre chasquidos de sus armaduras blancas, y sus voces resonaron secamente a través de sus cascos.

—Guardad silencio mientras habla el vicealmirante Pellaeon.

Kyp contuvo el impulso de contestar, y logró dominarse a pesar de que la creciente excitación que sentía hacía que le resultara difícil conservar el control de sí mismo. Asintió dócilmente con un considerable esfuerzo de voluntad, y se volvió para contemplar el gigantesco rostro del comandante imperial. ¿Era aquél el líder que estaba al frente de las nuevas tropas? Kyp ya había reconocido su nombre. A juzgar por lo que había oído decir, Pellaeon había tenido algo que ver con el Gran Almirante Thrawn, aunque Kyp estaba atrapado en las profundidades de las minas de especia de Kessel cuando tuvieron lugar los devastadores ataques de Thrawn.

Al parecer el vicealmirante ya llevaba algún tiempo hablando. Estaba claro que Kyp y Dorsk 81 habían llegado con bastante retraso, y Kyp se preguntó cuánta información valiosa se habrían perdido ya.

—La fase principal de nuestra ofensiva consistirá en un ataque decisivo contra la nueva instalación de adiestramiento en la que los rebeldes están intentando crear una fuerza de comandos de sus hechiceros Jedi —siguió diciendo Pellaeon—. Nuestra flota atacará su centro de adiestramiento y lo destruirá antes de que los rebeldes hayan podido enterarse de que nos hemos puesto en movimiento. Sin sus Caballeros Jedi, la Alianza Rebelde quedará reducida a un grupo impotente de idealistas ineptos.

La audiencia estalló en vítores y Kyp se sintió obligado a aplaudir para que nadie se fijara en él. Dorsk 81 parecía enfermo, y nada más mirarle Kyp supo qué estaba pensando el clon alienígena: Dorsk 81 creía que debían marcharse inmediatamente de aquel lugar, advertir a la Nueva República y empezar a organizar las defensas alrededor de Yavin 4.

Pero moverse en aquel momento significaría atraer la atención de toda la flota imperial hacia ellos. Tenían que esperar.

Pellaeon siguió hablando, y Kyp notó que se estaba poniendo cada vez más tenso. La audiencia parecía estar entusiasmada. Imágenes holográficas del Emperador Palpatine se agitaban a lo largo de las colosales paredes, murales animados que mostraban cómo el Nuevo Orden había traído una supuesta edad de oro, desgraciadamente demasiado corta, a la galaxia.

—Nuestros preparativos ya casi están terminados —dijo Pellaeon—. Sus oficiales superiores les darán todos los detalles del movimiento de las tropas y les explicarán qué han de hacer para ser lo más útiles posibles en este ataque, que será tan repentino como decisivo. Pero antes, permítanme que les presente a la persona responsable de unirnos a todos.

Señaló el turboascensor en el mismo instante en que sus puertas se abrían en el escenario detrás de él. Las colosales pantallas de vídeo mostraron una silueta saliendo del turboascensor, una figura alta y esbelta con una ondulante cabellera que parecía una masa de cobre envuelta en llamas.

—¡La almirante Daala! —anunció Pellaeon, y se hizo a un lado.

Kyp tuvo la sensación de que una bomba controlada por un detonador que se activaría en cuestión de segundos acababa de ser arrojada dentro de sus entrañas. La almirante imperial fue hacia el podio para dirigirse a la gigantesca reunión, avanzando en silencio con el rostro afilado y consumido por el fracaso. Su belleza, que ya había sido dura y temible en el pasado, se había vuelto todavía más angulosa..., y más maligna.

Daala había capturado a Han Solo y Kyp después de que escaparan de las minas de especia de Kessel, y había ordenado la ejecución de Kyp por considerar que era un prisionero carente de todo valor. Kyp había creído destruirla en la Nebulosa del Caldero cuando utilizó el Triturador de Soles para provocar la ignición de una masa de soles azules. Sin embargo, Daala había logrado escapar de alguna manera inexplicable y milagrosa para volver a atacar la Instalación de las Fauces..., pero había muerto allí. Kyp estaba seguro de ello. ¡No podía estar encima de aquella plataforma! ¡No podía estar al frente de la nueva flota imperial!

Todos aquellos pensamientos desfilaron por su mente en una fracción de segundo, y Dorsk 81 percibió a través de la Fuerza el volcán que estaba aguardando el momento de entrar en erupción dentro de Kyp. El clon alienígena puso sus manos color verde oliva sobre el hombro de su amigo para evitarlo..., pero aquella presión repentina sobresaltó a Kyp lo suficiente para que perdiera el control de sí mismo.

—¡No! —gritó, retorciéndose hasta quitarse de encima las manos de Dorsk 81—. ¡Está muerta! ¡Daala tiene que estar muerta!

Mientras el resto de la audiencia seguía aplaudiendo y lanzando vítores, los que estaban más cerca de él se volvieron ante aquella repentina agitación. Kyp logró recuperar la compostura, furioso consigo mismo por no haber sido capaz de controlarse.

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