La divina comedia (43 page)

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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

BOOK: La divina comedia
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como una esposa inmóvil y callada.

«Es éste quien yaciera sobre el pecho

de nuestro pelicano, y éste fue

desde la cruz propuesto al gran oficio.»

Dijo así mi señora; mas por esto

su vista no dejó de estar atenta

despues como antes de que hubiera hablado.

Como es aquel que mira y que pretende

ver eclipsarse el sol por un momento,

y que, por ver, no vidente se vuelve

con el último fuego hice lo mismo

hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas

para ver una cosa que no existe?

Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será

con todos los demás, hasta que el número

al eterno propósito se iguale.

Con las dos vestes en el santo claustro

sólo están las dos luces que ascendieron;

y esto habrás de decir en vuestro mundo.»

Con esta voz el inflamado giro

se detuvo y con él la mezcolanza

que se formaba del sonido triple,

como para evitar riesgo o fatiga,

los remos que en el agua golpeaban,

todos se aquietan al sonar de un silbo.

¡Qué grande fue mi turbación entonces,

al volverme a Beatriz para mirarla,

y no la pude ver, aunque estuviese

en el mundo feliz, y junto a ella!

CANTO XXVI

Mientras yo deslumbrado vacilaba,

de la fúlgida llama deslumbrante

salió una voz a la que me hice atento.

«En tanto que retorna a ti la vista

que por mirarme —dijo,— has consumido,

bueno será que hablando la compenses.

Empieza pues; y di a dónde diriges

tu alma, y date cuenta que tu vista

está en ti desmayada y no difunta:

porque la dama que por la sagrada

región te lleva, en la mirada tiene

la virtud de la mano de Ananías.»

«A su gusto —repuse pronto o tarde

venga el remedio, pues que fueron puertas

que ella cruzó con fuego en que ardo siempre

El bien que hace la dicha de esta corte,

es Alfa y es O de cuanta escritura

lee en mí el Amor o fuerte o levemente.»

Aquella misma voz que los temores

del súbito cegar me hubo quitado,

a que siguiese hablando me animaba;

y dijo: «Por aún más angosta criba

te conviene cerner; decirnos debes

quién a tal blanco dirigió tu arco.»

Y yo: «Por filosóficas razones

y por la autoridad que de ellas baja

tal amor ha debido en mí imprimirse:

que el bien en cuanto bien, al conocerse,

nos enciende el amor, tanto más grande

cuanta mayor bondad en sí retiene.

Y así a una esencia que es tan ventajosa,

que todo bien que esté fuera de ella

no es nada más que un brillo de su rayo,

más que a otra es preciso que se mueva

la mente, amando, de los que conocen

la verdad que esta prueba fundamenta.

Tal verdad demostró a mi entendimiento

aquel que me enseñó el amor primero

de todas las sustancias sempiternas.

Lo demostró la voz del Creador

que a Moisés dijo hablando de sí mismo:

«Yo haré que veas el poder supremo.»

Y tú lo demostraste, al comenzar

el alto pregón que grita el arcano

de aquí allá abajo más que cualquier otro.

Y escuché: «Por la humana inteligencia

y por la autoridad con él concorde,

de tu amor tiende a Dios lo soberano.

Mas dime aún si sientes otras cuerdas

que a él te atraigan, de modo que me digas

con cuántos dientes este amor te muerde.»

No estaba oculta la santa intención

del Águila de Cristo, y me di cuenta

a qué tema quería conducirme.

Por eso repliqué: «Cuantos mordiscos

pueden volver a Dios un corazón,

juntos mi caridad han fomentado:

que el que yo exista y el que exista el mundo,

la muerte que Él sufrió y por la que vivo,

y lo que esperan como yo los fieles,

con el conocimiento que antes dije,

me han sacado del mar del falso amor,

y del derecho me han puesto en la orilla.

Las frondas que enfrondecen todo el huerto

del eterno hortelano, yo amo tanto,

cuanto es el bien que de Él desciende a ellas.»

Cuando callé, un dulcísimo canto

resonó por el cielo, y mi señora

«Santo, santo», decía con los otros.

Y como ahuyenta el sueño una luz viva,

pues la vista se acerca al resplandor

que atraviesa membrana tras membrana,

y al despertado aturde lo que mira,

pues tan torpe es la súbita vigilia

mientras la estimativa no le ayuda;

lo mismo de mis ojos cualquier mota

me quitaron los ojos de Beatriz,

con rayos que mil millas refulgían:

y vi después mucho mejor que antes;

y casi estupefacto pregunté

por una cuarta luz tras de nosotros.

Y mi señora: «Dentro de ese rayo

goza de su hacedor la primer alma

que hubo creado la primer potencia.»

Como la fronda que inclina su copa

del viento atravesada, y la levanta

por la misma virtud que la endereza,

hice yo mientras ella estaba hablando,

asombrado, y después me recobré

con las ganas de hablar en las que ardía.

«Oh fruto que maduro únicamente

fuiste creado —dije , antiguo padre

de quien cualquier esposa es hija y nuera,

con la más grande devoción te pido

que me hables: advierte mi deseo,

que no lo expreso para oírte antes.»

Un animal a veces en un saco

se revuelve de modo que sus ansias

se advierten al mirar lo que le cubre;

y de igual forma el ánima primera

escondida en su luz manifestaba

cuán gustosa quería complacerme.

Y dijo: «Sin que lo hayas proferido,

mejor he comprendido tu deseo

que tú cualquiera cosa verdadera;

porque la veo en el veraz espejo

que hace de sí reflejo en otras cosas,

mas las otras en él no se reflejan.

Quieres oír cuánto hace que me puso

Dios en el bello Edén, desde donde ésta

a tan larga subida te dispuso,

y cuánto fue el deleite de mis ojos,

y la cierta razón de la gran ira,

y el idioma que usé y que inventé.

Ahora, hijo mío, no el probar del árbol

fue en sí misma ocasión de tanto exilio,

mas sólo el que infringiese lo ordenado.

Donde tu dama sacara a Virgilio,

cuatro mil y tres cientas y dos vueltas

de sol tuve deseos de este sitio;

y le vi que volvía novecientas

treinta veces a todas las estrellas

de su camino, cuando en tierra estaba.

La lengua que yo hablaba se extingió

aun antes que a la obra inconsumable

la gente de Nembrot se dedicara:

que nunca los efectos racionales,

por el placer humano que los muda

siguiendo al cielo, duran para siempre.

Es obra natural que el hombre hable;

pero en el cómo la naturaleza

os deja que sigáis el gusto propio.

Antes que yo bajase a los infiernos,

I se llamaba en tierra el bien supremo

de quien viene la dicha que me embarga;

Y Él después se llamó: y así conviene,

que es el humano uso como fronda

en la rama, que cae y que otra brota.

En el monte que más del mar se alza,

con vida pura y deshonesta estuve,

desde la hora primera a la que sigue

a la sexta en que el sol cambia el cuadrante.»

CANTO XXVII

«.Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo

—empezó— Gloria» —todo el Paraíso,

de tal modo que el canto me embriagaba.

Lo que vi parecía una sonrisa

del universo; y mi embriaguez por esto

me entraba por la vista y el oído.

¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo!

¡Oh de amor y de paz vida completa!

¡Oh sin deseo riqueza segura!

Delante de mis ojos encendidas

las cuatro antorchas vi, y la que primero

vino, empezó a avivarse de repente,

y su aspecto cambió de tal manera,

cual cambiaría jove si él y Marte

cambiaran su plumaje siendo pájaros.

La providencia, que allí distribuye

cargas y oficios, al dichoso coro

puesto había silencio en todas partes,

cuando escuché: «Si mudo de color

no debes asombrarte, pues a todos

éstos verás cambiarlo mientras hablo.

Quien en la tierra mi lugar usurpa,

mi lugar, mi lugar que está vacante

en la presencia del Hijo de Dios,

en cloaca mi tumba ha convertido

de sangre y podredumbre; así el perverso

que cayó desde aquí, se goza abajo.»

Del color con que el sol contrario pinta

por la mañana y la tarde las nubes,

entonces vi cubrirse todo el cielo.

Y cual mujer honrada que está siempre

segura de sí misma, y culpas de otras,

sólo con escucharlas, ruborizan,

así cambió el semblante de Beatriz;

y así creo que el cielo se eclipsara

cuando sufrió la suprema potencia.

Luego continuaron sus palabras

con una voz cambiada de tal forma,

que más no había cambiado el semblante:

«No fue nutrida la Esposa de Cristo

con mi sangre, de Lino, o la de Cleto,

para ser en el logro de oro usada;

mas por lograr este vivir gozoso

Sixto y Urbano y Pío y Calixto

tras muchos sufrimientos la vertieron.

No fue nuestra intención que a la derecha

de nuestros sucesores, se sentara

parte del pueblo, y parte al otro lado;

ni que las llaves que me confiaron,

se volvieran escudo en los pendones

que combatieran contra bautizados;

ni que yo fuera imagen en los sellos,

de privilegios vendidos y falsos,

que tanto me avergüenzan y me irritan.

En traje de pastor lobos rapaces

desde aquí pueden verse prado a prado:

Oh protección divina, ¿por qué duerme?

Cahorsinos y Gascones se apresuran

a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio,

a qué vil fin has venido a parar!

Pero la providencia, que de Roma

con Escipión guardar la gloria pudo,

pronto nos salvará, según lo pienso;

y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves

por tu peso mortal, abre la boca,

y tú no escondas lo que yo no escondo.»

Cual vapores helados nos envía

abajo el aire nuestro, cuando el cuerno

de la cabra del cielo el sol tropieza,

así yo vi que el éter adornado

subía despidiendo los vapores

triunfantes, que estuvieron con nosotros.

Con mis ojos seguia sus semblantes,

hasta que la distancia, al ser ya mucha,

les impidió seguir detrás de ellos.

Por ello mi señora, al verme libre

de mirar hacia arriba, dijo: «Baja

la vista y mira cuánta vuelta has dado.»

Desde el momento en que mire primero

vi que había corrido todo el arco

que hace del medio al fin el primer clima;

viendo, pasado Cádiz, la insensata

ruta de Ulises, y la playa donde

fue dulce carga Europa al otro lado.

Y hubiera descubierto aún más lugares

de aquella terrezuela, pero el sol

bajo mis pies distaba más de un signo.

La mente enamorada, que requiebra

siempre a mi dama, más que nunca ardía

por dirigir de nuevo a ella mis ojos;

y si es el cebo el arte o la natura

que atrae los ojos, y la mente atrapan

ya con la carne viva o ya pintada,

juntas nada serían comparadas

al divino placer que me alumbró,

al dirigirme a sus ojos rientes.

Y el vigor que me dio aquella mirada,

me dio impulso hasta el cielo más veloz

al separarme del nido de Leda.

Sus partes mas cercanas o distantes

son tan iguales, que decir no puedo

la que escogió Beatriz para mi entrada.

Mas ella que veía mis deseos,

empezó con sonrisa tan alegre,

cual si Dios en su rostro se gozase:

«El ser del mundo, que detiene el centro

y hace girar en torno a lo restante,

tiene aquí su principio como meta;

y este cielo no tiene más comienzo

que la mente divina, donde prende

la influencia y amor que él llueve y gira.

El amor y la luz, a éste rodean

como a los otros éste; y solamente

a este círculo entiende quien lo ciñe.

Su movimiento no mide con otro,

pero los otros se miden con éste,

cual se divide el diez por dos o cinco;

y cómo el tiempo tenga en este vaso

su raíz y en los otros la enramada,

ahora podrás saberlo claramente.

¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno

los mortales ahogas, sin que puedan

sacar los ojos fuera de tus ondas!

La voluntad florece en los humanos;

mas la lluvia constante hace volverse

endrinas las ciruelas verdaderas.

La inocencia y la fe sólo en los niños

se encuentran repartidas; luego escapan

antes de que se cubran las mejillas.

Tal, aún balbuciente, guarda ayuno,

y luego traga, con la lengua suelta,

cualquier comida bajo cualquier luna;

y tal, aún balbuciente, ama y escucha

a su madre, y teniendo el habla entera,

verla en la sepultura desearía.

Así se vuelve negra la piel blanca

en el rostro de aquella hermosa hija

de quien lleva la noche y trae el día.

Y tú, para que de esto no te asombres,

piensa que no hay quien en la tierra mande;

y así se pierde la humana familia.

Mas antes de que enero desinvierne,

por la centésima parte olvidada,

de tal manera rugirán los cielos,

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