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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

La conspiración del mal (4 page)

BOOK: La conspiración del mal
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Antes de ser encarcelado, condenado a trabajos forzados, ejecutado incluso, Iker revelaría a Heremsaf sus más íntimos pensamientos. Sin duda sería un gesto inútil, puesto que el alto funcionario servía a Sesostris, pero a fuerza de proclamar la verdad sobre el tirano se efectuarían tomas de conciencia y otro brazo armado conseguiría suprimirlo.

Para comparecer ante su juez, Iker se había dotado de un soberbio material de escriba, regalo de su profesor, el general Sepi. Entregaría a su acusador sus paletas, sus pinceles, sus rascadores, sus gomas y sus botes de tinta, y tacharía así su pasado definitivamente.

Heremsaf degustaba unos puerros gratinados, cortados en finas láminas, separándolos del queso fresco con ajo. Cuando Iker se presentó ante él, ni siquiera levantó la cabeza y siguió concentrado en su plato favorito.

Heremsaf, con el rostro cuadrado y el pequeño bigote perfectamente recortado, era uno de los personajes principales de Kahun. Intendente de la pirámide de Sesostris II y del templo de Anubis, verificaba todos los días las entregas de carne, pan, cerveza, grasas y perfumes, escudriñaba los libros de los escribas contables, controlaba las horas suplementarias de los empleados y se aseguraba de que los alimentos fueran justamente repartidos. Madrugador, aunque se acostaba muy tarde, olvidaba la propia idea del reposo.

Iker le debía su primer puesto y sus ascensos, acompañados por un consejo: «Nada debe escapar a tu vigilancia.» Ahora bien, en el transcurso de un trabajo que le había confiado su superior, Iker había encontrado el mango de un cuchillo que tenía grabado el nombre de
El rápido
, el bajel que lo llevaba a la muerte. ¿Simple casualidad o Heremsaf estaba manipulándolo? Al negarle a Iker la posibilidad de consultar los archivos demostraba su alianza con el alcalde, secuaz de Sesostris. Sin embargo, el escriba no tenía nada concreto que reprocharle, pues no sabía cuál era su juego.

Hoy, Heremsaf se quitaba la máscara. Su verdadera estrategia consistía en tenderle trampas a Iker con la esperanza de que cometiera un error fatal. Disponía de informaciones decisivas, por lo que ahora podía dar el golpe de gracia.

—Tenemos que hablar, Iker.

—Estoy a vuestra disposición.

—¡Pareces muy nervioso, muchacho! ¿Preocupaciones?

—Eso debéis decírmelo vos.

—Temes que critique tu balance, ¿no es cierto? Pues bien, examinémoslo detenidamente. Has resuelto un delicado asunto de graneros, has desratizado la ciudad, rehabilitado unos antiguos almacenes y reorganizado, con increíble rapidez, la biblioteca del templo de Anubis. ¿Te parece correcto mi resumen?

—Nada que añadir.

—Una trayectoria fulgurante, ¿no es cierto?

—Vos debéis juzgarlo.

—Aunque hayas decidido mostrarte desagradable, no modificarás mi opinión ni mi decisión.

—No era ésa mi intención. He aquí mi material de escriba.

Heremsaf levantó por fin la cabeza.

—¿Por qué quieres separarte de él?

Iker se quedó atónito.

—Debes saber, muchacho, que no acepto regalos de nadie. Deberías excusarte por esa estúpida acción, pero ése no es tu estilo. Bueno, olvidémoslo… Si formulara el menor reproche contra el joven escriba más dotado de Kahun, el alcalde me lo censuraría. El privilegio que te concede me parece desorbitado, pero me veo obligado a doblegarme. ¡Que no se te suba a la cabeza, de todos modos! No faltarán las envidias y, al menor error, no fallarán. Sé, pues, extremadamente prudente y no presumas de tu buena suerte.

—Mi buena suerte… ¿A qué os referís?

—A tu traslado. El alcalde te ofrece una nueva casa, más grande y mejor situada. Ya eres propietario.

—¿Por qué tanta generosidad?

—Ahora perteneces a la élite de los escribas de Kahun, muchacho, y todas las administraciones de la ciudad te están con ello abiertas.

—¿Debo seguir encargándome de la biblioteca del templo de Anubis?

—Por supuesto, ya que nuevos manuscritos serán transferidos esta semana; eres el más apto para clasificarlos. A mi entender, pronto serás llamado al ayuntamiento como consejero. Entonces, ya no seré tu superior y deberás arreglártelas solo frente a funcionarios que ocupan su lugar desde hace mucho tiempo. Desconfía de ellos: no les gustan los jóvenes que pueden arrebatarles el puesto. ¿Satisfecho de tu criado?

—¿De Sekari? Lo considero un amigo que trabaja en mi casa a tiempo parcial.

—Te lo atribuyo a tiempo completo. Tu domicilio debe estar siempre bien cuidado, tu reputación depende de ello. Que tengas buena jornada, escriba Iker. Tú y yo tenemos mucho que hacer.

—Un sueño increíble —reveló Sekari a Iker—: ¡estaba comiendo asno! Según el intérprete de los sueños que he consultado, eso es excelente: ascenso asegurado para mí o para uno de mis amigos.

—Tu sueño no te ha engañado: el alcalde me ha concedido una gran mansión.

Sekari no pudo contener un silbido de admiración.

—¡Caramba…! ¡Te estás convirtiendo en alguien realmente importante en esta ciudad! Cuando pienso en los malos momentos que hemos pasado, se lo agradezco al destino. ¿Para cuándo el traslado? —Inmediatamente.

—¡Preparemos tus cosas, pues!

—Los servicios de la alcaldía se ocupan de ello.

Iker, Sekari y
Viento del Norte
fueron al lugar indicado por Heremsaf, una limpia calleja situada en el más hermoso Kahun, no lejos de la inmensa villa del alcalde.

—¿Es aquélla? —se extrañó Sekari.

—Exacto.

—No es posible… ¡Qué hermosa es, encalada y con un piso! ¿Y has visto el tamaño de la terraza? ¿Aceptarás, aún, dirigirme la palabra?

—Claro está, puesto que tú vivirás aquí como intendente.

—¡Qué cosas! Espera, no entremos como unos salvajes. Voy a buscar lo necesario.

Sekari tardó poco en regresar, y lo hizo con una jofaina llena de agua perfumada que depositó en el umbral.

—Nadie entrará en esta residencia sin haberse lavado las manos y los pies. Propietario, ¡el honor es tuyo!

En la estancia reservada al culto de los antepasados, Sekari olisqueó el aire.

—Han rociado los muros con ajo molido, pulverizado y empapado en cerveza —advirtió—. Ni las serpientes, ni los escorpiones, ni los aparecidos nos molestarán.

Una sala de recepción, tres habitaciones, sanitarios nuevos, una amplia cocina, un sótano digno de este nombre… Sekari, hechizado, recorrió varias veces las estancias.

—¿Y… el mobiliario?

—Creo que está llegando.

Varios empleados municipales acarrearon una impresionante cantidad de objetos. Bajo la atenta mirada de
Viento del Norte
, Sekari los obligó a lavarse los pies y las manos antes de depositar en los lugares adecuados los valiosos fardos.

Cestos y cofres para guardar los alimentos, la ropa, las sandalias y los objetos de aseo que habrían satisfecho a los más exigentes. Rectangulares, oblongos, ovoidales o cilíndricos, estaban hechos de tallos de junco atados con cintas de hojas de palma, o de madera, y tenían tapas bien ajustadas que se cerraban con cordones. En cuanto a las esteras, eran de calidad superior: briznas transversales de juncos cruzadas con briznas longitudinales de lino componían cuadrados y rombos de colores. Unas se extenderían en el suelo, las otras se colgarían de las ventanas a modo de cortina.

Las mesas bajas y los taburetes de tres pies no carecían de elegancia ni de robustez, pero Sekari apreció, sobre todo, las sillas bajas de paja, con los pies de sección cuadrada y el respaldo ligeramente curvado, para adaptarse a la forma de la espalda. Gracias a sus marcos, fijados por espigas incrustadas en muescas superpuestas en ángulo recto, durarían siglos. ¡Y qué decir de las soberbias lámparas, compuestas por una base de calcáreo y una columnilla de madera que imitaba un tallo de papiro en el que se había depositado un recipiente de bronce destinado a recibir el aceite de iluminación!

Sin aliento, Sekari se sentó en una silla.

—¿Acaso te han nombrado adjunto del alcalde?

Y aún quedaba lo más sorprendente: tres camas, una para cada habitación, provistas de un equipamiento como Sekari nunca había visto. Palpó suavemente los somieres fabricados con madejas de cáñamo trenzadas y sujetas a un cuadro de madera decorada con figuras del dios Bes y de la diosa hipopótamo Tueris. Armados con cuchillos, blandían serpientes y protegían el sueño del que dormía. El criado posó la cabeza en los almohadones, rellenos de lana, y cayó en éxtasis cuando palpó las sábanas de lino fino.

—Iker, ¿te imaginas dormir ahí, sobre todo si las perfumamos…? ¡Ni una moza se resistirá! Ya las veo en…

El rebuzno de
Viento del Norte
interrumpió las idílicas visiones de Sekari. En el flanco oeste de la casa, el asno acababa de descubrir un huerto y un pequeño establo con el techo cubierto de hojas de palma. Lechos de paja confortable, comedero lleno de cereales, de legumbres y de un manjar incomparable, cardos: era evidente que a
Viento del Norte
le gustaba el cambio de domicilio. Tres fuertes mocetones se presentaron ante la puerta de la morada.

—¿El sótano? —preguntó el primero.

—¿Por qué razón? —quiso saber Sekari.

—Traemos jarras de cerveza de parte del alcalde.

Sekari vio pasar los recipientes herméticos, de cuello estrecho, de barro cocido en todo su grosor, y provistos de dos asas. Los tapones de limo garantizaban un brebaje de calidad.

—Bueno… seguidme.

Apenas almacenadas las jarras apareció otro proveedor que llevaba taparrabos de lino crudo, formado por dos piezas simétricas cosidas por el centro.

—Es la última moda —explicó—. Ese taparrabos llega hasta la pantorrilla y sube hasta el pecho. Las dos puntas más largas del triángulo se anudan a la cintura. La más pequeña debe ponerse, de atrás hacia adelante, entre los muslos, y atarse en el abdomen con las otras dos. Si se coloca bien, el tejido da dos veces la vuelta al cuerpo.

Iker lo probó inmediatamente y el resultado lo satisfizo.

—Me han dado esto para el criado.

Sekari recibió una magnífica escoba de largas fibras de palma, dobladas y reunidas en manojo. Dos ligaduras séxtuples mantenían rígido el mango.

Mientras el interesado probaba su nueva herramienta de trabajo, Iker contemplaba un objeto insólito que no habría tenido que figurar en su material de aseo: una cuchara para maquillaje que representaba a una nadadora desnuda, con la cabeza levantada, que sujetaba una copa oval en forma de pato. Ella, Nut, la diosa Cielo; él, Geb, el dios Tierra. De su unión dependía la circulación del aire y de la luz, que hacían posible la vida en la tierra.

Ella.

Aquel pequeño objeto hacía presente, de pronto, a la joven sacerdotisa, tan lejana, tan inaccesible. ¿Simple error o signo del destino?

—¿Qué piensas hacer con eso? —preguntó Sekari, divertido.

—Ofrecerás esta cuchara a una de tus bellezas.

—¿Aún piensas en aquella mujer a la que nunca volverás a ver? Te presentaré otras diez, hermosas y comprensivas. Con una casa como ésta te has convertido en uno de los mejores partidos de Kahun.

Iker pensó en la piedra excepcional, la reina de las turquesas, extraída de la montaña. Gracias a ella había contemplado el rostro de la mujer amada, que nunca podría ser sustituido por otro.

—Te torturas en vano —insistió Sekari—, y no aprecias tu suerte. Una morada semejante y un empleo de escriba de alto nivel, ¿te das cuenta?

—¿No me hablaste del «Círculo de oro» de Abydos?

Sekari frunció el entrecejo.

—No lo recuerdo, pero ¿qué importancia tiene eso? Todos han oído esa expresión, que designa a unos iniciados en los misterios de Abydos. Nosotros no formamos parte de ellos, ¡y es mejor así! ¿Te imaginas una existencia de recluso, sin placer alguno, lejos del vino y de las mujeres?

—¿Y si ella perteneciera al «Círculo»?

—¡Olvídala y preocúpate de tu carrera! ¿Por qué tienes esa cara tan siniestra cuando dispones de todo lo necesario para ser feliz?

—Perdona, amigo mío, pero tú no comprendes la razón de esta montaña de regalos.

Sekari se sentó en un taburete.

—¡Eres reconocido como un excelente escriba y gozas de las ventajas que están ligadas a tu función! ¿Qué tiene eso de extraño?

—Quieren comprarme.

—¡Divagas!

—Quieren impedirme que siga adelante con mis investigaciones y descubra la verdad. Un buen cargo, una hermosa casa, la abundancia material… ¿Qué más podría desear, en efecto? Hábil cálculo, pero a mí no me engañan. Nadie me detendrá, Sekari.

—Visto de ese modo… Pero ¿no estarás exagerando?

—Represento un peligro para las autoridades de esta ciudad. Intentan cerrarme la boca.

—Supongamos que tienes razón. Si así fuera, ¡aprovéchate de las circunstancias! Si la verdad que buscas te conduce al desastre, ¿por qué no renunciar a ella y contentarte con lo que te ofrecen?

—Te lo repito: nadie me comprará.

—Bueno, yo voy a hacer mi primera limpieza y, luego, a preparar el almuerzo.

Iker subió a la terraza. No se sentía en su casa allí. Al intentar comprarlo, sus adversarios sólo conseguían fortalecer su decisión.

De su taparrabos, el escriba sacó el cuchillo con el que mataría a Sesostris y dejó que el sol jugara con la hoja.

5

La viuda trabajaba duro: quería asegurar una existencia feliz a sus tres hijos. En sus aisladas tierras, al norte de Menfis, cultivaba hortalizas con dos obreros agrícolas y las vendía en los mercados.

Cierto día, mientras estaba amontonando unos magníficos calabacines en un capazo, un monstruo peludo se irguió ante ella. Aunque la viuda no era miedosa, hizo ademán de retroceder.

—¡Salud, amiga! Caramba, posees un hermoso dominio. Debe de ser muy rentable.

—¿Y a ti qué te importa?

Jeta-de-través soltó una maligna sonrisa.

—Soy un tipo amable y atento a las preocupaciones de los demás. Por eso me encargo de protegerlos, y tú, sin duda, necesitas mi protección.

—Te equivocas.

—¡Oh, no! ¡Yo nunca me equivoco!

—¡Lárgate!

—Cuando me hablan en ese tono, me irrito. No cuentes con tus obreros para defenderte, están en manos de mis hombres. Por lo que se refiere a tus retoños, no les haremos ningún daño si te muestras comprensiva.

La viuda palideció.

—¿Qué quieres?

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