Cuando Frodo llegó al
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, encontró a Legolas sentado con otros tres elfos. Llevaban ropas de un color gris sombra y no se los distinguía entre las ramas, a no ser que se movieran bruscamente. Se pusieron de pie y uno de ellos descubrió un farol pequeño que emitía un delgado rayo de plata. Alzó el farol y escrutó el rostro de Frodo y el de Sam. Luego tapó otra vez la luz y dijo en su lengua palabras de bienvenida. Frodo respondió titubeando.
—¡Bienvenido! —repitió entonces el elfo en la Lengua Común, hablando lentamente—. Pocas veces usamos otra lengua que la nuestra, pues ahora vivimos en el corazón del bosque y no tenemos tratos voluntarios con otras gentes. Aun los hermanos del Norte están separados de nosotros. Pero algunos de los nuestros aún viajan lejos, para recoger noticias y observar a los enemigos y ellos hablan las lenguas de otras tierras. Soy uno de ellos. Me llamo Haldir. Mis hermanos, Rúmil y Orophin, hablan poco vuestra lengua.
"Pero algo habíamos oído de vuestra venida, pues los mensajeros de Elrond pasan por Lórien cuando vuelven remontando la Escalera del Arroyo Sombrío. No habíamos oído hablar de... los hobbits, o medianos, desde años atrás y no sabíamos que aún vivieran en la Tierra Media. ¡No parecéis gente mala! Y como vienes con un elfo de nuestra especie, estamos dispuestos a ayudarte, como lo pidió Elrond, aunque no sea nuestra costumbre guiar a los extranjeros que cruzan estas tierras. Pero tenéis que quedaros aquí esta noche. ¿Cuántos sois?
—Ocho —dijo Legolas—. Yo, cuatro hobbits, y dos hombres; uno de ellos, Aragorn, es de Oesternesse y amigo de los elfos.
—El nombre de Aragorn, hijo de Arathorn, es conocido en Lórien —dijo Haldir— y tiene la protección de la Dama. Todo está bien entonces. Pero sólo me hablaste de siete.
—El último es un enano —dijo Legolas.
—¡Un enano! —dijo Haldir—. Eso no es bueno. No tenemos tratos con los enanos desde los Días Oscuros. No se los admite en estas tierras. No puedo permitirle el paso.
—Pero es de la Montaña Solitaria, de las fieles gentes de Dáin y amigo de Elrond —dijo Frodo —. Elrond mismo decidió que nos acompañara y se ha mostrado valiente y leal.
Los elfos hablaron en voz baja, e interrogaron a Legolas en la lengua de ellos.
—Muy bien —dijo Haldir por último—. Esto es lo que haremos, aunque no nos complace. Si Aragorn y Legolas lo vigilan y responden por él, lo dejaremos pasar; aunque cruzará Lothlórien con los ojos vendados.
"Pero no es momento de discutir. No conviene que los vuestros se queden en tierra. Hemos estado vigilando los ríos, desde que vimos una gran tropa de orcos yendo al norte hacia Moria, bordeando las montañas, hace ya muchos días. Los lobos aúllan en los lindes de los bosques. Si venís en verdad desde Moria, el peligro no puede estar muy lejos, detrás de vosotros. Partiréis de nuevo mañana temprano.
"Los cuatro hobbits subirán aquí y se quedarán con nosotros... ¡No les tenemos miedo! Hay otro
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en el árbol próximo. Allí se refugiarán los demás. Tú, Legolas, responderás por ellos. Llámanos, si algo anda mal. ¡Y no pierdas de vista al enano!
Legolas bajó por la escala llevando el mensaje de Haldir y poco después Merry y Pippin trepaban al alto
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. Estaban sin aliento y parecían bastante asustados.
—¡Bien! —dijo Merry jadeando—. Hemos traído vuestras mantas junto con las nuestras. Trancos ha ocultado el resto del equipaje bajo un montón de hojas.
—No había necesidad de esa carga —dijo Haldir—. Hace frío en las copas de los árboles en invierno, aunque esta noche el viento sopla del sur, pero tenemos alimentos y bebidas que os sacarán el frío nocturno y pieles y mantos de sobra.
Los hobbits aceptaron con alegría esta segunda (y mucho mejor) cena. Luego se envolvieron no sólo en los mantos forrados de los elfos sino también con las mantas que habían traído y trataron de dormir. Pero aunque estaban muy cansados sólo Sam parecía bien dispuesto. Los hobbits no son aficionados a las alturas, y no duermen en pisos elevados, aun teniendo escaleras. El
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no les gustaba mucho como dormitorio. No tenía paredes, ni siquiera una baranda; sólo en un lado había un biombo plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos sitios, según soplara el viento.
Pippin siguió hablando un rato. —Espero no rodar y caerme si llego a dormirme en este nido de pájaros —dijo.
—Una vez que me duerma —dijo Sam—, continuaré durmiendo, ruede o no ruede. Y cuanto menos se diga ahora más pronto caeré dormido, si usted me entiende.
Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a través del pálido techo de hojas temblorosas. Sam se había puesto a roncar aún antes que él cerrara los ojos. Alcanzaba a ver las formas grises de dos elfos que estaban sentados, los brazos alrededor de las rodillas, hablando en susurros. El otro había descendido a montar guardia en una rama baja. Al fin, mecido allí arriba por el viento en las ramas y abajo por el dulce murmullo de las cascadas del Nimrodel, Frodo se durmió con la canción de Legolas dándole vueltas en la cabeza.
Despertó más tarde en medio de la noche. Los otros hobbits dormían. Los elfos habían desaparecido. La luna creciente brillaba apenas entre las hojas. El viento había cesado. No muy lejos oyó una risa ronca y el sonido de muchos pies en el suelo entre los árboles y luego un tintineo metálico. Los ruidos se perdieron lentamente a lo lejos y parecían ir hacia el sur, adentrándose en el bosque.
Una cabeza asomó de pronto por el agujero del
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. Frodo se sentó asustado y vio que era un elfo de capucha gris. Miró hacia los hobbits.
—¿Qué pasa? —dijo Frodo.
—Yrch! —
dijo el elfo con un murmullo siseante y echó sobre el
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la escala de cuerda que acababa de recoger.
—¡Orcos! —dijo Frodo—. ¿Qué están haciendo?
Pero el elfo había desaparecido.
No se oían más ruidos. Hasta las hojas callaban ahora y parecía que las cascadas habían enmudecido. Frodo, sentado aún, se estremeció de pies a cabeza bajo las mantas. Se felicitaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, pero sentía que los árboles no los protegían mucho, salvo ocultándolos. Los orcos tenían un olfato fino, se decía, como los mejores perros de caza, pero además podían trepar. Sacó a Dardo, que relampagueó y resplandeció como una llama azul y luego se apagó otra vez poco a poco. Sin embargo, la impresión de peligro inmediato no dejó a Frodo; al contrario, se hizo más fuerte. Se incorporó, se arrastró a la abertura y miró hacia el suelo. Estaba casi seguro de que podía oír unos movimientos furtivos, lejos, al pie del árbol.
No eran elfos, pues la gente de los bosques no hacía ningún ruido al moverse. Luego oyó débilmente un sonido, como si husmearan, y le pareció que algo estaba arañando la corteza del árbol. Clavó los ojos en la oscuridad, reteniendo el aliento.
Algo trepaba ahora lentamente y se lo oía respirar, como si siseara con los dientes apretados. Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco. Se detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear. De pronto se volvieron y una figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.
Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.
—Había algo en este árbol que nunca vi antes —dijo—. No era un orco. Huyó tan pronto como toqué el árbol. Parecía astuto y entendido en árboles, o hubiese pensado que era uno de vosotros, un hobbit.
"No tiré, pues no quería provocar ningún grito: no podemos arriesgar una batalla. Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí. Cruzaron el Nimrodel, y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino junto al río. Parecían ir detrás de algún rastro y durante un rato examinaron el suelo, cerca del sitio donde os detuvisteis. Nosotros tres no podíamos enfrentar a un centenar de modo que nos adelantamos y hablamos con voces fingidas arrastrándolos al interior del bosque.
"Orophin ha regresado de prisa a nuestras moradas para advertir a los nuestros. Ninguno de los orcos saldrá jamás de Lórien. Y habrá muchos elfos ocultos en frontera norte antes que caiga otra noche. Pero tenéis que tomar el camino del sur tan pronto como amanezca.
El día asomó pálido en el este. La luz creció y se filtró entre las hojas amarillas de los mallorn y a los hobbits les recordó el sol temprano de una fresca mañana de estío. Un cielo azul claro se mostraba entre las ramas mecidas por el viento. Mirando por una abertura en el lado sur del
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, Frodo vio todo el valle del Cauce de Plata extendido como un mar de oro rojizo que ondulaba dulcemente en la brisa.
La mañana había empezado apenas y era fría aún cuando la Compañía se puso en camino guiada esta vez por Haldir y su hermano Rúmil.
—¡Adiós, dulce Nimrodel! —exclamó Legolas. Frodo volvió los ojos y vio un brillo de espuma blanca entre los árboles grises—. Adiós —dijo y le parecía que nunca oiría otra vez un sonido tan hermoso como el de aquellas aguas, alternando para siempre unas notas innumerables en una música que no dejaba de cambiar.
Regresaron al viejo sendero que iba por la orilla oeste del Cauce de Plata y durante un tiempo lo siguieron hacia el sur. Había huellas de orcos en la tierra. Pero pronto Haldir se desvió a un lado y se detuvo junto al río a la sombra de los árboles.
—Hay alguien de mi pueblo del otro lado del arroyo, aunque no podéis verlo —dijo.
Llamó silbando bajo como un pájaro y un elfo salió de un macizo de arbustos; estaba vestido de gris, pero tenía la capucha echada hacia atrás y los cabellos le brillaban como el oro a la luz de la mañana. Haldir arrojó hábilmente una cuerda gris por encima del agua y el otro la alcanzó y ató el extremo a un árbol cerca de la orilla.
—El Celebrant es aquí una corriente poderosa, como veis —dijo Haldir—, de aguas rápidas y profundas y muy frías. No ponemos el pie en él tan al norte, si no es necesario. Pero en estos días de vigilancia no tendemos puentes. He aquí cómo cruzamos. ¡Seguidme!
Amarró el otro extremo de la cuerda a un árbol y luego corrió por encima sobre el río y de vuelta, como si estuviese en un camino.
—Yo podría cruzar así —dijo Legolas—, ¿pero y los otros? ¿Tendrán que nadar?
—¡No —dijo Haldir—. Tenemos otras dos cuerdas. Las ataremos por encima de la otra, una a la altura del hombro y la segunda a media altura y los extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.
Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad. De los hobbits, Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin mirar hacia abajo. Sam avanzó arrastrando los pies, aferrado a las cuerdas y mirando las aguas pálidas y tormentosas como si fueran un precipicio.
Respiró aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.
—¡Vive y aprende!, como decía mi padre. Aunque se refería al cuidado del jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las ararías. ¡Ni siquiera mi tío Andy conocía estos trucos!
Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida en la orilla este del Cauce de Plata, los elfos desataron las cuerdas y las enrollaron. Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las cuerdas, se la echó al hombro y se alejó saludando con la mano, de vuelta a Nimrodel a continuar la guardia.
—Ahora, amigos —dijo Haldir—, habéis entrado en el Naith de Lórien o el Enclave, como vosotros diríais, pues esta región se introduce como una lanza entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin. No permitimos que ningún extraño espíe los secretos del Naith. A pocos en verdad se les ha permitido poner aquí el pie.
"Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el enano. Los demás pueden andar libremente un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras moradas, abajo en Egladil, en el Angulo entre las aguas.
Esto no era del agrado de Gimli.
—El arreglo se hizo sin mi consentimiento —dijo—. No caminaré con los ojos vendados, como un mendigo o un prisionero. Y no soy un espía. Mi gente nunca ha tenido tratos con los sirvientes del enemigo. Tampoco causamos daño a los elfos. Si creéis que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podríais esperar de Legolas, o de cualquiera de mis amigos.
—No dudo de ti —dijo Haldir—. Pero es la ley. No soy el dueño de la ley y no puedo dejarla de lado. Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.
Gimli era obstinado. Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas, y apoyó la mano en el mango del hacha. —Iré libremente —dijo—, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.
—No puedes regresar —dijo Haldir con cara seria—. Ahora que has llegado tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama. Ellos te juzgarán y te retendrán o te dejarán ir, como les plazca. No puedes cruzar de nuevo los ríos y detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso. Te matarían antes que pudieses verlos.
Gimli sacó el hacha del cinturón. Haldir y su compañero tomaron los arcos.
—¡Malditos enanos, qué testarudos son! —dijo Legolas.
—¡Un momento! —dijo Aragorn—. Si he de continuar guiando esta Compañía, haréis lo que yo ordene. Es duro para el enano que lo pongan así aparte. Iremos todos vendados, aun Legolas. Será lo mejor, aunque el viaje parecerá lento y aburrido.
Gimli rió de pronto. —¡Qué tropilla de tontos pareceremos! Haldir nos llevará a todos atados a una cuerda, como mendigos ciegos guiados por un perro. Pero si Legolas comparte mi ceguera, me declaro satisfecho.
—Soy un elfo y un hermano aquí —dijo Legolas, ahora también enojado.
—Y ahora gritemos: ¡malditos elfos, qué testarudos son! —dijo Aragorn—. Pero toda la Compañía compartirá esa suerte. Ven, Haldir, véndanos los ojos.
—Exigiré plena reparación por cada caída y lastimadura en los pies —dijo Gimli mientras le tapaban los ojos con una tela.
—No será necesario —dijo Haldir—. Te conduciré bien y las sendas son llanas y rectas.
—¡Ay, qué tiempos de desatino! —dijo Legolas—. ¡Todos somos aqui enemigos del único enemigo y sin embargo hemos de caminar a ciegas mientras el sol es alegre en los bosques bajo hojas de oro!
—Quizá parezca un desatino —dijo Haldir—. En verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen. Sin embargo, hay tan poca fe y verdad en el mundo más allá de Lothlórien, excepto quizás en Rivendel, que no nos atrevemos a tener confianza, exponiéndonos a alguna contingencia. Vivimos ahora como en una isla, rodeados de peligro, y nuestras manos están más a menudo sobre los arcos que en las arpas.