Mientras Simon reducía la velocidad del camión, la mujer salió trabajosamente de la caseta y se acercó a la ventanilla del camión. Él le ofreció una sonrisa y le dio los papeles que el profesor Gupta había preparado, un grueso fajo de formularios y solicitudes.
—Aquí tienes, cariño —dijo, intentando sonar como un camionero norteamericano—. Hoy tenemos una entrega temprana.
La mujer no le devolvió la sonrisa. Examinó cuidadosamente los papeles, comparándolos con la lista de su portafolio.
—No está en la lista.
—No, pero tenemos el visto bueno.
Ella siguió estudiando los papeles. O leía muy lentamente o disfrutaba haciéndole esperar. Finalmente levantó su enorme cabeza.
—Muy bien, salga del camión y abra la puerta trasera. Y dígales a los conductores de los demás camiones que hagan lo mismo.
Simon frunció el ceño.
—Ya te lo he dicho, tenemos el visto bueno. ¿No has visto las solicitudes?
—Sí, pero he de inspeccionar todo lo que entra. Apague el motor y…
Él la interrumpió metiéndole dos balas en el cráneo. Luego se dirigió a la parte trasera del camión y dio tres golpes a la puerta.
—Abra, profesor —gritó—. Tenemos que cargar algo más.
Uno de los estudiantes abrió la puerta y ayudó a salir a Gupta del camión. El profesor pareció alarmarse cuando vio a la guarda de seguridad en el suelo.
—¿Qué ha pasado? ¿No te había dicho que no debía haber más víctimas?
Simon lo ignoró y se volvió hacia los estudiantes.
—¡Vamos, meted el cuerpo en el camión!
En medio minuto escondieron el cadáver en el compartimento de carga y limpiaron los restos de sangre del asfalto. Si alguien pasaba por ahí pensaría que la mujer simplemente había abandonado su puesto. Simon regresó al asiento del conductor y Gupta se metió en la cabina del camión y se sentó en el asiento del acompañante. El profesor lanzó una dura mirada al ruso.
—Basta de asesinatos, por favor —dijo—. Yo trabajé con algunos de los físicos de aquí en los ochenta, cuando todavía estaban construyendo el
Tevatron
.
Simon cambió de marcha. No tenía ganas de hablar, así que no dijo nada. El convoy prosiguió su camino hacia el este, pasó cerca de un estanque y de una serie de pequeñas estructuras de un piso.
—De hecho, yo soy uno de los que sugirió el nombre del colisionador de partículas —continuó Gupta—. «Teva» por un trillón de electronvoltios. Es la cantidad de energía más alta que los protones del acelerador pueden conseguir. A esa energía se mueven a un 99,9999 por ciento de la velocidad de la luz —el profesor describió un círculo con el puño y luego lo golpeó con el otro puño, simulando una colisión de partículas. Estaba tan excitado que no podía dejar las manos quietas—. Ahora, claro está, el Gran Colisionador de Hadrones de Suiza puede alcanzar cantidades de energía más elevadas. Pero el
Tevatron
funciona mejor a la hora de comprimir los protones en el rayo. Eso es lo que hace que sea ideal para nuestros propósitos.
Simon apretó los dientes. No podría soportar esta cháchara nerviosa mucho rato más.
—Todo eso no me importa lo más mínimo —gruñó—. Hábleme de la sala de control. ¿Cuánta gente habrá?
—No te preocupes, sólo habrá el personal mínimo indispensable. Cinco o seis operadores, como mucho. —E hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Es por culpa de todos los recortes de presupuesto. Al gobierno ya no le interesa la física. Los laboratorios nacionales necesitan donaciones privadas para mantener los aceleradores en funcionamiento. —El anciano negó con la cabeza—. El año pasado mi Instituto de Robótica donó veinticinco millones de dólares a
Fermilab
. Quería asegurarme de que no cerraban el
Tevatron
. Algo me decía que podía terminar resultándome útil.
La carretera torcía a la izquierda y Simon vio un edificio de forma extraña en el horizonte. Parecía como si hubieran colocado un par de colchones de hormigón sobre uno de los extremos y los hubieran inclinado uno contra otro. Cerca del edificio divisó un dique bajo que recorría la pradera en un gran círculo.
Gupta señaló primero el inusual edificio.
—Eso es el Wilson Hall, donde están las oficinas centrales del laboratorio. Yo tenía una oficina en la planta dieciséis. Las vistas eran maravillosas. —Bajó ligeramente el brazo y señaló el dique—. Bajo ese montículo se encuentra el túnel acelerador de
Tevatron
. La pista de las partículas, lo llamábamos. Un anillo de seis kilómetros con miles de imanes superconductores que guían los rayos. Los protones van en la dirección de las manecillas del reloj. Los antiprotones en la opuesta. Cada rayo tiene potencia suficiente para agujerear una pared de ladrillos. —Luego señaló otro edificio que estaba más cerca de la carretera. Era una anodina estructura sin ventanas, muy parecida a un almacén, situada directamente encima de una sección del túnel acelerador—. Y eso es el Collision Hall. Ahí los protones y los antiprotones colisionan unos con otros. Y desde ese lugar lanzaremos los neutrinos hacia las dimensiones adicionales.
El profesor calló y se quedó mirando las instalaciones a través del parabrisas del camión. Agradecido por el interludio, Simon siguió conduciendo y pasaron por delante de una hilera de tanques cilíndricos con el cartel «PELIGRO: HELIO COMPRIMIDO». Luego llegaron a una alberca alargada situada enfrente del Wilson Hall y en la que se reflejaba la extraña silueta del edificio.
—Gira por aquí y dirígete a la parte posterior de ese edificio —indicó Gupta—. La sala de control se encuentra al lado del Acelerador de Protones.
El convoy avanzó por el camino de entrada que circunvalaba Wilson Hall hasta llegar a un aparcamiento situado delante de una estructura baja con forma de U. La estimación que había hecho Gupta de la cantidad de gente que podía haber en las instalaciones resultó ser acertada: había menos de media docena de coches aparcados. Este número seguro que aumentaría en las próximas tres horas o así, cuando empezara la jornada laboral, pero con un poco de suerte para entonces ellos ya habrían terminado su trabajo.
Simon aparcó el camión y empezó a dar órdenes. Un equipo de estudiantes descargó las cajas de equipo electrónico mientras otro llevaba a los rehenes al camión que conducía el agente Brock. Simon había decidido que sería mejor mantener a Brock alejado de la sala de control para que no descubriera qué estaba pasando. Al antiguo agente del FBI le habían dicho que la misión era robar materiales radioactivos del laboratorio. Simon se acercó a grandes zancadas al camión de Brock y se dirigió a éste.
—Lleva a los rehenes a un lugar seguro —ordenó—. No quiero tenerlos en medio. Hay unas estructuras desocupadas un kilómetro al oeste. Ve a una y quédate ahí un par de horas.
Brock le lanzó una mirada beligerante.
—Tenemos que hablar cuando esto haya terminado. No me pagas suficiente para todo el trabajo de mierda que hago.
—No te preocupes, serás debidamente recompensado.
—¿Y para qué narices mantenemos vivos a los rehenes? Tarde o temprano los tendremos que matar. A todos menos a la hija del profesor, quiero decir.
Simon se le acercó y bajó la voz.
—Al profesor le divierte mantenerlos con vida, pero a mí me da igual. Cuando nadie te vea, puedes hacer lo que quieras con ellos.
Los estudiantes habían dejado a David al lado de Monique y Elizabeth en el compartimento de carga, pero en cuanto el vehículo empezó a moverse otra vez, se arrastró hacia Karen y Jonah. Mientras se retorcía por el suelo del camión, su hijo se lo quedó mirando con los ojos abiertos y su ex esposa se puso a llorar. Habían vuelto a amordazar a David, de modo que no podía hablar; en vez de eso simplemente se acurrucó junto a su familia. Todavía se sentía mareado por el vodka y la paliza que Simon le había dado, pero por un momento sintió en el pecho una oleada de alivio.
Un par de minutos después el camión se volvió a detener.
David prestó atención y oyó un chirrido disonante, el sonido del metal retorciéndose. Luego Brock abrió la puerta trasera del camión y David vio un montículo con forma de cúpula y cubierto de hierba. Hacía unos cinco metros de altura y unos veinte de ancho, un altozano artificial situado en lo alto de una estructura subterránea, una especie de sótano o búnker de grandes dimensiones. El camión había aparcado enfrente de una entrada cavada en un lateral del montículo. Sobre una persiana que Brock ya había abierto, un letrero indicaba «Acelerador del Laboratorio Nacional Fermi, Detector n° 3».
Mientras Brock subía al compartimento de carga, metió la mano en su americana y sacó un cuchillo Bowie, idéntico al que Simon había sostenido contra el cuello de Jonah. Con una amplia sonrisa, el agente se acercó a la familia Swift. David gritó «¡No!» por debajo de la mordaza e intentó proteger a su hijo, pero con las piernas y los brazos atados apenas se podía sentar, mucho menos eludir un ataque. Brock se quedó ahí de pie unos segundos, girando el cuchillo para que le diera la luz. Luego se inclinó y cortó la cuerda que ataba los tobillos de David.
—Vas a hacer exactamente lo que yo te diga —susurró—. O me cargo a tu hijo, ¿comprendes?
Brock cortó las cuerdas que ataban los tobillos de Jonah, y luego hizo lo mismo con Karen y Monique. Ignoró a Elizabeth, que se había desmayado en un rincón. En una mano sostenía la Uzi, cuya tira le colgaba del hombro, y con la otra ayudó a los demás a incorporarse.
—Salid del camión —ordenó—. Vamos a entrar en esa nave.
Llevaban las manos atadas a la espalda, pero consiguieron descender del compartimento de carga y avanzar en fila india hacia la persiana. El corazón de David latía cada vez con más fuerza a medida que se acercaban a la entrada; estaba claro que el agente los llevaba a un lugar oculto en el que pudiera asesinarlos a su conveniencia. Mierda, pensó David, ¡tenemos que hacer algo rápido!
Entraron en una habitación oscura iluminada únicamente por unos LED parpadeantes. Brock cerró la puerta y les dijo que siguieran avanzando. Al fondo de la habitación había una escalera de caracol descendente. David contó treinta escalones mientras bajaban hacia la oscuridad. Luego Brock encendió una luz y vieron que estaban en una plataforma con vistas a un enorme tanque esférico. Descansaba sobre un foso de hormigón, como si fuera una pelota de golf en una copa, sólo que en este caso la pelota tenía unos doce metros de diámetro. La plataforma estaba al mismo nivel que la parte superior de la esfera de acero, y a ésta la coronaba un panel grande y circular, como la tapa de una boca de alcantarilla gigante. Mientras David miraba el tanque, se dio cuenta de que había leído sobre él en
Scientific American
. Formaba parte de un experimento para el estudio de los neutrinos, unas partículas tan elusivas que los investigadores necesitaban grandes aparatos para detectarlos. En el tanque había un millón de litros de aceite mineral.
—¡Sentaos! —gritó Brock—. ¡Contra la pared!
Ya está, pensó David mientras se encogían en el suelo. Ahora es cuando el cabrón nos dispara. Brock se acercó, apuntando cuidadosamente con su ametralladora. Monique se apoyó en David mientras que Karen cerró los ojos y se inclinó sobre Jonah, que había enterrado la cara en la barriga de su madre. Sin embargo, en vez de disparar, Brock le arrancó la mordaza a David y la tiró al otro lado de la habitación.
—Muy bien, ahora podemos empezar —dijo—. Tenemos cosas pendientes, ¿no?
Brock volvió a sonreír, claramente saboreando el momento. No iba a matarlos rápidamente. Iba a alargar la situación el máximo posible.
—Vamos, Swift, grita —dijo—. Grita tan alto como quieras. Nadie te puede oír. Estamos bajo tierra.
David abrió y cerró la boca para revitalizar los músculos de su mandíbula. Probablemente Brock no lo dejaría hablar demasiado, así que tenía que hacer esto rápido. Respiró hondo un par de veces y luego miró al agente directamente a los ojos.
—¿Sabes lo que sucede en el
Tevatron
? ¿Tienes alguna idea de lo que están haciendo?
—Para serte sincero, me importa una mierda.
—Pues deberías, especialmente si tienes amigos o parientes en Washington, D.C. Tu socio ruso va a destruir la ciudad.
Brock se rió.
—¿De veras? ¿Como en las películas? ¿Con una nube de hongo?
—No, tiene una nueva tecnología. Va a cambiar el objetivo del rayo de neutrinos de Gupta. Pero el efecto será el mismo. Adiós a la Casa Blanca, adiós al Pentágono. Adiós a la oficina central del FBI.
Monique se asustó y se quedó mirando fijamente a David, pero Brock seguía riendo.
—Espera, deja que lo adivine. Ahora te tengo que liberar, ¿no? Eres el único que puede detenerlo, ¿verdad? ¿Es eso lo que intentas decirme?
—Lo que estoy diciendo es que no vivirás mucho tiempo si tu socio logra su objetivo. Si el gobierno desaparece, el ejército asumirá el poder del país, y lo primero que harán será ir en busca de los cabrones que destruyeron Washington. Si tu plan era cruzar la frontera y desaparecer, olvídate de ello. Te encontrarán y te colgarán.
David habló con la mayor seriedad posible, pero el agente no lo creyó. Parecía divertirle muchísimo.
—Y todo esto sucede por culpa de un… ¿Cómo lo has llamado? ¿Rayo neutral?
—Rayo de neutrinos. Mira, si no me crees ve a hablar con el profesor Gupta. Pregúntale qué…
—Sí, sí, me aseguraré de hacerlo. —Riendo entre dientes Brock se apartó y se quedó mirando el tanque esférico gigante. Entonces avanzó a grandes zancadas hacia la cubierta del tanque y empezó a pisotear el panel de acero. El ruido resonó contra las paredes.
—Y aquí qué hay, ¿más neutrinos?
David negó con la cabeza. Era inútil. Brock era demasiado obtuso para comprender lo que le decía.
—Aceite mineral. Para detectar las partículas.
—¿Aceite mineral? ¿Y para qué narices lo necesitan?
—El detector necesita un líquido transparente con carbono. Cuando los neutrinos impactan en los átomos de carbono, emiten destellos de luz. Pero como has dicho, ¿qué más da?
—El aceite mineral también va bien para otras cosas. Es un buen lubricante.
Brock empezó a manipular los cierres del panel. En pocos segundos logró entender cómo se abrían. Entonces apretó un botón rojo con el pie y un motor eléctrico comenzó a zumbar. El panel se abrió como la concha de una almeja, dejando a la vista una piscina del tamaño de un jacuzzi, llena de un líquido claro.