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Authors: Erika Lust

Tags: #Erótico

La canción de Nora (17 page)

BOOK: La canción de Nora
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—¿Y esto cuándo se podrá ver? ¡Tiene muy buena pinta! —comentó con su dulzura característica.

—¡Cuando te toque la lotería y me des la pasta para producirla! —sonrió Nora, apurando los restos de una cerveza ya casi caliente.

Rieron, se pelearon por ver quién pagaba la cuenta y se despidieron.

De eso ya hacía más de tres semanas, y Nora no había vuelto a ver a nadie —que no fuera Henrik o Xavi, que en una ocasión la había casi arrastrado a cenar— desde entonces.

Andando y poniendo las cosas en su sitio mentalmente, pensó que tenía que volver a llamar a Lola, o a alguna otra de sus amigas, antes de que se convirtiera en una anacoreta absoluta, y salió de casa dispuesta a meterse en la guerra de las mil gestiones, imprimir las presentaciones que acababa de terminar, empezar a repartirlas, soportar las miradas bordes de las recepcionistas y todas las desventajas de ser una cineasta novel que intenta mover su película sin apenas contactos.

La mañana pasó volando, y Nora se comió un bocadillo por el camino, pensando que eso le permitiría echarse una pequeña siesta reparadora y seguir batallando por la tarde.

Justo cuando iba a entrar en casa sonó el teléfono. Era Xavi, y dudó entre cogerlo o devolverle la llamada con calma al día siguiente. Aunque había solucionado con una elaborada disculpa la llamada fuera de tono que le hizo bajo los efectos del éxtasis ibicenco, y él había sido muy comprensivo con comentarios en plan «no te preocupes, eso nos ha pasado a todos», era evidente que Xavi hubiera preferido que aquello fuera verdad, y que Nora cayera en sus brazos al salir del barco que la traía de Ibiza para irse a vivir juntos a su palacete y ser felices y comer perdices para siempre. Tal vez casarse, posiblemente tener preciosos hijos bilingües y llevarlos a colegios de pago.

Pero él, que tonto no era, no dejó entrever la decepción y siguió jugando con Nora a los mejores amigos del mundo, coyuntura que había aprovechado para dejar de acostarse con él, especialmente en el momento en el que estaba decidida a sacar adelante su película y a hacerlo por méritos propios.

No cogió la llamada, pero cuando Dalmau insistió por tercera vez pensó que tal vez había pasado algo grave, y respondió.

—¡Hola, Xavi! ¿Va todo bien? Estaba a punto de echarme una siestecita española, he madrugado mucho, perdona que no haya respondido antes…

—¡Hola,
rouge
! Solo una cosa, ¿tú sigues buscando trabajo? Porque me han comentado una cosa que igual te interesa. Necesitan a alguien en producción en un concurso de la tele, ¿quieres que te ponga en contacto con ellos?

Nora lo pensó rápidamente: no era un trabajo en su productora, no tenía que ver con el cine, no se estaba acostando con él y su paupérrima situación económica ya no dejaba mucho margen a hacerse la digna. Así que la respuesta solo podía ser una.

—¡Claro! Muchas gracias por pensar en mí, ¿dónde tengo que llamar o mandar el currículum?

—Te mando una dirección por sms, tienes que estar allí mañana a las doce, ¿puedes?

—Sí, ¡claro! Bueno, quería ir a llevar unos dosieres pero… —Nora se dio cuenta de que estaba dando demasiada información y dejó la frase en el aire.

—Perfecto, te esperan allí, pregunta por Marta Sierra. ¡Buenas noches,
pretty
, duerme bien!

—Igualmente, Xavi, y gracias de nuevo.

Se preparó su sofá-cama mientras pensaba que a ver qué salía de todo eso, pero tampoco tenía nada que perder, así que decidió que se tomaría la tarde libre para ir al cine.

Y así lo hizo, vio dos películas seguidas en una sesión doble medio improvisada que la dejó hecha polvo. Al salir se fue a casa directa, con intención de dormirse a la hora de las gallinas, y puso el despertador pronto para ir a visitar un par de productoras antes de la entrevista. Si iba a optar por un trabajo mercenario, tenía más que nunca la obligación de seguir trabajando en su película.

Pero, claro, el despertador no le hizo ninguna falta, porque la sexualidad vikinga de Henrik ya se ocupó de desvelarla un rato antes de que saliera el sol.

«Necesito salir de aquí, necesito mi casa, necesito mi espacio», se repetía Nora como un mantra.

Vestirse en silencio, cargar la bolsa con las impresiones y los CD que había preparado el día antes, salir a la calle, tomarse un café en el bar del metro. La calle era bastante deprimente a las ocho de la mañana, pensó Nora. Llena de gente gris, o tal vez era la luz gris la que hacía que todo el mundo pareciera anodino. De hecho, Nora también se sentía bastante gris en ese momento.

Solucionó sus gestiones matinales —«por supuesto, señorita, lo pasaremos al departamento correspondiente, no, lo siento, no puede verlos, todavía no han llegado, bla, bla, bla»— y cogió un ferrocarril para llegar a tiempo a su entrevista. Los estudios estaban fuera de Barcelona, y cuando cruzó la puerta (después de entregar su carné de identidad y pasar tropecientos controles de seguridad), se quedó alucinada con la envergadura del proyecto. Nora nunca había trabajado en televisión, y su primera sensación fue que aquello le venía grande.

Obviamente, no lo dijo.

Intentó borrar la expresión de alucine de su rostro cuando un asistente de un asistente la llevó hasta donde estaba Marta. Era una mujer enganchada a un walkie, pequeñita, pero, de alguna manera, imponente. Tenía algo en su voz que hacía que dieran ganas de cuadrarte cuando te hablaba, un cierto timbre marcial de institutriz alemana.

La saludó con dos besos y le hizo un tour rápido por las instalaciones. Nora estaba impresionada, pero se preguntaba cuándo empezaría la entrevista. Después de marear la perdiz durante veinte minutos, Marta le espetó:

—Y bien, ¿entonces cuándo puedes empezar? Aquí ya, como has visto, vamos de culo, y la verdad es que cuanto antes puedas, mejor.

Nora se quedó clavada en su sitio. No entendía nada de nada.

—Pero… ¿y la entrevista?

—¿Qué entrevista? Alguien nos pasó tu currículum y el videoclip ese tan entretenido. Es genial ver lo que pudiste hacer con tan poco, es uno de los videoclips más divertidos que he visto en mi vida, un becario casi se cae de la silla de risa. Déjate de entrevistas, si te interesa, estás dentro. Además, tienes muy buenas referencias… Aunque entiendo que antes tienes que pasar por recursos humanos, claro, y ver si el sueldo te convence, pero te agradecería que me dijeras hoy mismo si sí o si no, porque lo ideal sería que empezaras el lunes.

Nora tuvo que contenerse para no lanzarse al cuello de su futura compañera de trabajo.

—¡Por supuesto que me interesa! ¿Qué tengo que hacer ahora?

Marta llamó a otro de los mil asistentes que pululaban por allí como hormiguitas obreras, y le pidió que la llevara hasta administración. Se despidió de ella muy brevemente y se fue hablando por el
walkie
; al fin y al cabo optimizar el tiempo era parte de su trabajo.

El chico de detrás del mostrador de recursos humanos tenía hechuras de robot. Hablaba despacio y marcando las sílabas, y no era demasiado expresivo. Al contrario que Nora que, cuando tuvo delante la oferta económica de su sueldo mensual, casi se pone a llorar de felicidad. Emocionada, pidió una copia de la oferta (para asegurarse de que no estaba soñando, más que nada) y se comprometió a traer cuanto antes los papeles necesarios para el contrato.

Entre el sueño que tenía y el que estaba viviendo, Nora salió de allí como en una nube. Llamó inmediatamente a Xavier Dalmau para darle las supergracias, pero tenía el teléfono apagado… Entonces llamó a Henrik para darle la noticia, y él le insistió en ir a celebrarlo con él y una amiga suya con la que estaba a punto de quedar para comer. «Y no acepto un no por respuesta», remató.

El camino hasta la callecita del Born donde la había citado Henrik le llevó cerca de una hora y media, y cuando llegó, su amigo y Joanna, una morena despampanante que andaba con unos tacones de doce centímetros con la naturalidad de una gacela, ya estaban disfrutando de un delicioso tiramisú.

Nora pidió un plato de pasta y, mientras comía a dos carrillos, le contaba a su sonriente audiencia el futuro que le esperaba, lleno de opulencia, viajes a lugares paradisíacos y «todo lo que la vida me ha estafado hasta ahora, ¡viva!».

—Henrik, y esto también es una buena noticia para ti, porque pronto podré buscar mi propio piso y dejarte follar tranquilo todas las noches…, aunque no es que te cortes un pelo porque yo esté allí, ¿eh? —bromeó Nora metiéndose en la boca los cuatro últimos
penne rigate all'amatriciana
que le quedaban en el plato.

—¿Buscas piso? —preguntó casi en un susurro la misteriosa morena, buscando en su bolso—. Te dejo mi tarjeta, trabajo en una agencia inmobiliaria, sobre todo trabajamos con lofts en zonas céntricas como el Gótico o el Born. Cuando quieras, llámame, dime lo que necesitas y vemos si podemos encontrar algo para ti. Nuestra misión es buscar viviendas tan especiales como nuestros clientes —dijo rematando el eslogan con una sonrisa tan forzada que hizo pensar a Nora que tenía que tratarse de una broma.

Pasaron la tarde entre
amarettos
, copas de vino y risas. Hacía mucho tiempo que Nora no se relajaba, y todavía más que no conocía a alguien nuevo que le cayera bien. Joanna parecía muy seria, pero tenía un sentido del humor tan sarcástico que a veces daba miedo. Su presencia era impactante, de esas mujeres que parece que corten el aire, como si hubieran hecho un pacto con la gravedad para andar cinco centímetros por encima del suelo.

A Nora le recordó un poco a Carlota, en algunos gestos, el cuello larguísimo, las manos tamborileando en la mesa rítmicamente mientras hablaban.

Después de un chupito más del que le convenía, Nora pensó que ya era hora de citarse, por fin, con Matías. Hacía un par de días que había vuelto de Buenos Aires, pero entre que el argentino llevaba muy mal el
jet lag
y que estaba muy liado con un par de asuntos, todavía no habían encontrado el momento para verse. Seguían intercambiando sms de complicidad llenos de segundas intenciones, pero Nora no había tomado ninguna iniciativa para verle, esperando que fuera él quien se lo pidiera. Además, Nora sentía la curiosidad de qué pasaría tras estos meses de juegos de seducción a distancia, tenía ganas de Matías, de su cuerpo, pero también de ver si por fin podían ser algo más que amigos.

«¡Telepatía! ¡Excelente señal!», pensó Nora cuando recibió un sms de Matías convocándola en uno de los restaurantes/
lounge
/club más de moda del momento en la ciudad, en una actitud muy poco habitual en él (quizás había cambiado en el viaje, quizás no tenerla cerca le había hecho reflexionar sobre lo que sentía por Nora). Nora quiso responder con un «¡GENIAL! Te quiero», pero al final consiguió contenerse y envió un «Ok, allí nos vemos».

Dejó a Henrik y Joanna con una nueva botella de licor, y se fue a casa a recuperar algo del sueño que las noches le robaban, excitada ante la perspectiva del encuentro con Matías.

Mientras dormía profundamente, sonó el teléfono. A todo trapo y con una canción de Eminem como melodía, por si fuera poco.

«Mierda, me he olvidado de silenciarlo», pensó mientras se levantaba sobresaltada.

Número oculto.

Pensando que algo le podía haber pasado a su madre, o su abuela (la mítica tendencia al pensamiento negativo de Nora le daba muchos sustos relacionados con el teléfono), lo cogió.


Hej, det är Nora

—Buenas tardes, ¿la señorita Berga?

—Bergman, querrá decir —aclaró, con el hastío de quien ha oído su apellido convertido en innumerables aberraciones—. Sí, yo misma, dígame.

—La llamo de parte del señor Rocasans. Esta mañana le ha traído usted un dosier de su proyecto audio-visual, y quiere concertar una reunión mañana para que le cuente más con vistas estudiar la posibilidad de colaboración. ¿Cuándo le iría bien a usted? ¿A las once y media? El señor Rocasans tiene el resto del día ocupado, y si no es a esa hora, ya tendrá que ser… espere que consulte la agenda…

—¡No hace falta! —casi gritó Nora—. Esa hora es perfecta, ¡perfecta!

—De acuerdo, ¿puede usted tomar nota de la dirección? Un momento, no se retire, tengo una llamada por la otra línea.

Nora esperó hasta que la secretaria le dio la dirección y colgó el teléfono, y cuando se aseguró de que ya no la oía, empezó a gritar y a saltar. ¡Una reunión! ¡Tenía una reunión! Solo hacía dos días que estaba repartiendo dosieres y ya tenía una reunión… ¡y además tenía trabajo! La mezcla de emoción y alcohol le hizo marearse ligeramente, y se tumbó en el sofá, donde se dejó llevar por ensoñaciones que incluían romances con guapos actores, alfombras rojas y todo tipo de maravillas.

Decidió no contárselo a nadie, «porque estas cosas si las cuentas, se gafan, y salen fatal». Hasta que no fuera definitivo —pero definitivo-definitivo— no le diría nada a nadie. Ni siquiera a Matías ni mucho menos a Xavi, ese sería su secreto.

Se duchó, se maquilló, se arregló —se imponía ponerse su único vestido decente, aunque aquello de no tener ropa para arreglarse iba a cambiar mucho en breve, pensó Nora, soñando con un vestidor con cientos de pares de zapatos, abrigos y vestidos de todos los colores y materiales— y cogió un taxi hasta el restaurante, repasando incrédula los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas, tan intensas que podrían haber sido veinticuatro semanas.

Cuando llegó, Matías ya estaba sentado en la mesa que habían reservado. Delante de él había una botella de vino a medias y una copa de cóctel vacía con un palillo dentro. Se dieron uno de esos besos en la comisura del labio que siempre les dejaban con ganas de más, y que ya eran marca de la casa. Olía ligeramente a ginebra, como si hubiera estado bebiendo.

Nora se dio cuenta de que Matías tenía la barba más larga de lo habitual, más ojeras. Parecía cansado y un poco más delgado, pero eso le marcaba todavía más las facciones y a Nora le parecía que le favorecía ese
look
un poco tocado.

«Hasta cuando se le ve hecho polvo está sexy, el muy capullo. De hecho, ahora está todavía más sexy», pensó Nora mientras se quitaba la chaqueta y hablaba con Matías, intentando darse cuenta de si la miraba a la cara o al generoso escote que mostraba su modelito.

Hablaron del viaje de Matías, dl rodaje, de la vida en Argentina. O más bien habló Nora, porque él se mostraba especialmente esquivo en sus respuestas. Más de lo habitual, que ya era decir.

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