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Authors: Fernando Trujillo
—¿Y eso no es peligroso?
—Siempre lo es.
—Aun así, Mario...
—Mario Tancredo es irrelevante, olvídate de él. El mundo está lleno de gente así. No es asunto nuestro.
La rastreadora negó con la cabeza, se frotó las manos con insistencia.
—El mundo es asunto de todos nosotros. De hecho, yo voy contigo porque estoy convencida de que tus actos, esos que solo tú puedes realizar, sirven a un fin mayor.
—No, Sara. El mundo no es mi problema. De nuevo basas tus deducciones en una fe que no entiendo, como el padre Jorge.
—Se llama esperanza. Si me das tiempo te enseñaré cómo funciona.
—Ambos os equivocáis. —El Gris endureció la voz—. Mi camino va en una dirección muy concreta, y ni el destino ni la fe ni la esperanza tienen nada que ver. No tenéis en cuenta un dato esencial. Escucha con mucha atención. —Tomó una honda bocanada de aire—. Yo no perdí mi alma. Alguien me la robó, me la arrebató junto a todo lo demás. Yo no elegí ser único, sino que me hicieron así, contra mi voluntad, y no descansaré hasta vengarme. ¡Jamás! ¿Lo has entendido bien? —Cada vez parecía más furioso, más fuera de sí mismo—. Si puedo, recuperaré mi alma, y si puedo, averiguaré por qué me la quitaron. Pero hay algo que haré seguro, pase lo que pase. Encontraré a quien me lo hizo y le mataré. —El Gris apretaba las mandíbulas y los puños, cada vez más fuerte—. No importa cuánto tiempo me lleve, daré con él y utilizaré hasta el último conocimiento que haya adquirido para que su alma sufra el peor tormento que sea capaz de ocasionarle. —El Gris miró a Sara, que retrocedió un paso. Nunca había visto una mirada como aquella—. Ese es mi objetivo, no otro. El mundo solo tiene que durar hasta que atrape a mi presa, luego me da exactamente igual qué le suceda. ¿Seguro que quieres compartir ese viaje conmigo?
La respuesta está en La Biblia de los Caídos
Los colmillos del asesino. El testamento de Sombra. Tomo 1
El testamento del Gris. Tomo 1
FERNANDO TRUJILLO SANZ, nació el 30 de diciembre de 1973 en Madrid. Pronto se trasladó con sus padres y su abuela a San Sebastián de los Reyes, donde conoció a su amigo César; prácticamente acababan de aprender a leer y poco podían imaginar que juntos escribirían un libro 30 años más tarde. Afición a los libros sí mostró desde bien pronto, sobre todo a historias de fantasía de autores como Tolkien, Asimov o Stephen King. Su gusto por los mundos imposibles se alternaba con el humor de Mafalda y libros como La conjura de los necios. Nunca pensó que fuera capaz de escribir una novela, ni siquiera un párrafo... Fernando es un autor de la nueva generación de escritores que prácticamente empezó su carrera en el mundo del libro digital.
Sal de mis sueños.
El secreto de Tedd y Todd.
La Guerra de los Cielos.
La prisión de Black Rock.
La última jugada.
El secreto del tío Óscar.
A continuación el primer capítulo de cada una de las novelas.
EL TESTAMENTO DE SOMBRA. TOMO 1. VERSÍCULO 1
—Suelta ese crucifijo, anormal —gruñó Julio, lanzando un zarpazo a las manos de su compañero.
Óscar retrocedió para esquivar el golpe mientras aferraba con más fuerza la cruz de plata que había robado en una iglesia poco antes de acudir allí. Era grande, pesada y estaba recargada con profusión de detalles ornamentales.
—Nunca he visto a un vampiro —dijo con un leve temblor en la voz—. Tener un crucifijo me da confianza.
Julio carraspeó. El sonido rebotó entre las paredes curvadas del andén. Eran las tres de la madrugada y la estación de metro de San Bernardo estaba desierta.
—No eres creyente —se burló—. No te servirá de nada. Pero no temas, los vampiros no beben sangre de idiotas. Tengo entendido que les produce diarrea. Se cagan patas abajo.
Óscar no se dejó provocar ni desvió la atención de las manos de su compañero. Sabía que esperaba una oportunidad para arrebatarle la cruz. Julio podía ser muy molesto cuando se aburría. En el último trabajo que les encargaron, les tocó escoltar a una de las chicas del jefe. Tuvieron que esperar en el coche cerca de cuatro horas mientras la mujer se probaba toda la ropa de un centro comercial. Julio no paró de incordiarle con cualquier pretexto. Y ahora, en aquel solitario andén, no había mucho que hacer.
Además, él sí tenía miedo. No podía admitirlo abiertamente porque eso no ofrecía una buena imagen en alguien de su profesión. Se supone que nada puede asustar a un matón a sueldo, y normalmente ese era el caso, pero no esta vez, no cuando se trataba de un...
—¡Cerrad el pico de una vez! ¡Los dos! —gruñó Emilio, el jefe.
Los dos guardaespaldas obedecieron. Irguieron sus musculosos cuerpos y aguardaron. En eso invertían la mayor parte del tiempo, en esperar. Emilio era un jefe razonable, quizás demasiado para ser el cabecilla de una red de tráfico de drogas que introducía toda clase de sustancias ilegales en Madrid. Hablaba mucho. En opinión de Óscar, Emilio sobreestimaba el poder de la palabra y la conversación, lo cual dejaba poco lugar para la acción intimidatoria, que era la especialidad de los dos guardaespaldas. Como consecuencia, tenían bastante tiempo libre, que Óscar invertía en el gimnasio. Curiosamente, ahora que daba menos palizas a los morosos, estaba más fuerte que nunca. Qué desperdicio.
En cambio, con su anterior jefe, las cosas eran muy diferentes. Allí cuando alguien se pasaba de la raya, Óscar se encargaba de señalarle al insensato su error, de un modo doloroso, por supuesto, porque si no, se corría el riesgo de que el pobre infeliz no aprendiera la lección.
—No creo que venga —dijo Julio—. En cualquier caso, sea o no un vampiro, es un impuntual.
Emilio consultó el reloj.
—Esperaremos —dijo el jefe—. Su reputación es intachable. Es el mejor, nunca falla, y siempre cumple su palabra. Si se ha comprometido a venir, vendrá.
Óscar se preguntó cómo el jefe sabía tanto del vampiro. No es que figurara en las páginas amarillas, precisamente, aunque en realidad, ningún asesino a sueldo lo hacía.
Julio se había ofrecido para hacer el trabajo él mismo, asegurando que entre él y Óscar podrían liquidar al objetivo sin problemas. Óscar se puso bastante nervioso cuando se enteró del atrevimiento de su estúpido compañero, que por supuesto no había contado con su opinión antes de abrir la bocaza. Por fortuna, Emilio era un hombre sensato y desestimó la oferta, les aseguró que ya tenía al hombre indicado para el trabajo. Óscar suspiró aliviado. Una cosa era proteger al jefe por la calle, intimidar a algún camello que se pasara de la raya, y dar alguna que otra paliza a quien se retrasara en un pago, pero matar a una persona, asesinarla a sangre fría, era algo muy diferente. Hacen falta algo más que músculos para lograrlo; es necesario talento, inteligencia, y otras cualidades que seguro que Julio no tenía. Tal vez el bocazas de su compañero podría liquidar a un delincuente vulgar, en la calle, a solas y sin un plan complejo. Pero se trataba de matar a un juez y de eso solo puede ocuparse un profesional.
Óscar consiguió mantener la compostura cuando Emilio les dijo que iba a contratar a un vampiro. No sonrió ni frunció el ceño, ni preguntó si había oído bien. Por el contrario, se mantuvo serio y esperó a que le jefe explicara que había sido una broma.
Pero no lo era.
Óscar había oído rumores en las calles sobre vampiros, demonios y otras criaturas. Estupideces. La gente dice cualquier cosa cuando está drogada o para asustar a los demás. También se hablaba de fantasmas, ángeles y toda clase de figuras sobrenaturales muy poco originales. Incluso oyó una vez una leyenda sobre un hombre que no tenía alma. Menuda basura. Óscar se estaba cansando de lidiar con tanta chusma en su trabajo, a veces incluso a pesar del dinero que ganaba. Estaba ahorrando y calculaba que en un par de años, o tal vez tres, podría salir de aquel asqueroso mundo.
Sin embargo, su jefe sí creía en esas historias, al menos, en los vampiros. Cuando les explicó que tenía a un asesino infalible y que se trataba del reputado Sombra, Óscar no pudo evitar sorprenderse. Aquel nombre le sonaba, estaba seguro de que lo había oído antes y en más de una ocasión. La incertidumbre de no recordar más datos le llevó a robar el crucifijo, por si acaso.
Julio le dio una patada a una lata abollada, que fue rodando con un molesto chirrido hasta caer en las vías del metro. Dos ratas salieron corriendo entre los raíles.
—¿No puedes estarte quieto? —le reprendió el jefe.
Julio se encogió de hombros.
—A lo mejor el ruido asusta a los vampiros.
Un periódico que descansaba sobre un banco se elevó en el aire y osciló en un baile lento y pausado. El panel electrónico que mostraba el nombre de la estación parpadeó. De la oscura boca del túnel surgió humo, tal vez niebla. El aire susurró.
—La verdad es que el ruido no nos asusta. —Se giraron. Había un hombre justo detrás de Julio, con una sonrisa turbia en la cara—. Lo cierto es que los que asustamos somos nosotros.
Julio dio un paso atrás, sobresaltado. El recién llegado era un hombre bien parecido, de cabello castaño, un poco más largo de lo que dictaba la moda, pero que le confería cierto aire rebelde y atractivo. Calzaba unas llamativas deportivas de color rojo, vaqueros gastados y una camisa de cuadros por fuera del pantalón, formando un conjunto muy informal. Medía metro ochenta, más o menos, y aunque no estaba ni la mitad de fuerte que los fornidos guardaespaldas de Emilio, se adivinaba cierto tono muscular y bien proporcionado.
—Tú debes de ser Sombra —dijo Emilio.
—El mismo —confirmó el asesino—. Mis disculpas por el retraso. Otro asunto reclamaba mi atención.
Se movía con aire despreocupado, despacio, pero sin dejar de pasear. A Óscar le llamó la atención que tuviera la piel bronceada, le había imaginado tan pálido como una hoja de papel. A pesar de que fuera un vampiro y un asesino implacable, su aspecto no le impresionó. No aparentaba más de treinta años, pocos para un auténtico profesional, a menos, claro, que de verdad fuera inmortal. Lo cierto era que contemplarle estaba disipando sus miedos, empezaba a creer que no se trataba de un vampiro.
—Tengo un trabajo para ti. —El jefe chasqueó los dedos.
Óscar sacó un sobre con documentación y se lo tendió a Sombra, pero la atención del vampiro se había dirigido a otra parte.
—Bonita cruz —dijo. Alargó la mano y acarició los bordes plateados con el dedo índice—. Es una cruz presbiteriana. Su diseño está basado en las cruces celtas medievales de Irlanda y Gran Bretaña. Representa una doctrina protestante del siglo XVI, una opción religiosa interesante.
—Yo no... —Óscar se quedó momentáneamente sin palabras—. ¿No te desagrada?
—¿A mí? —se extrañó el vampiro—. Yo tengo tres, de oro.
—¿Podemos centrarnos en los negocios? —dijo Emilio.
—Desde luego. —Sombra tomó el sobre y extrajo la documentación. La repasó con mucha rapidez, un par de segundos por página—. Un juez... No es una petición habitual.
—¿Ya has leído todo el informe? —preguntó Óscar un tanto asombrado.
—Leo muy deprisa —aseguró Sombra.
Óscar no le creyó. Estaba claro que era un fanfarrón. Sintió el impulso de preguntarle algún dato concreto para desenmascararle, pero supuso que al jefe no le gustaría la idea. El vampiro retomó sus andares tranquilos, deslizándose entre ellos, silencioso, echando algún vistazo esporádico a las páginas del informe.
—¿Algún problema? —quiso saber el jefe.
—En absoluto —contestó Sombra—. Entiendo que este caballero ha interferido en tus negocios y quieres librarte de él.
—Tu tarea es matar y los motivos no te interesan —dijo Emilio—. O al menos eso es lo que dicen de ti. Eso y que nunca fallas.
El vampiro se detuvo. Quedó de espaldas a ellos, mirando las vías del metro.
—Puedes estar seguro de que yo no fallo jamás. La pregunta era por simple curiosidad profesional.
Emilio suspiró.
—Es un juez muy testarudo. No quiere aceptar un soborno y eso que le he ofrecido una cantidad más que razonable... Es una de esas personas con moral, no las soporto. Ha encarcelado a varios miembros de mi organización y se ha convertido en una amenaza para mi red de tráfico de drogas. Lo quiero muerto. Si eres tan bueno como se dice, puedes fijar el precio que te convenga.
—Ya veo. Es una gran oferta, sin duda —dijo Sombra aún mirando a la oscuridad del túnel—. Claro que asesinar a un juez no será fácil. Provocará una investigación...
—¿Y eso qué más te da? —le interrumpió Óscar—. ¿No eres un vampiro?
—Lo soy —dijo Sombra sin volverse.
—Entonces no tendrás problemas en matarle —siguió Óscar—. A no ser que te hayas inventado esa chorrada para cobrar más pasta y dar miedo a los demás.
Sombra se volvió, le miró directamente a los ojos.
—¿Te doy miedo?
Óscar dejó la cruz en el suelo y sacó su pistola.
—No. Y no creo que seas un vampiro —dijo mientras le apuntaba directamente al pecho—. Más bien eres un fantoche.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Julio. Su forzudo compañero retrocedió un paso.
—Guarda el arma —le ordenó el jefe.
Óscar no obedeció.
—¿Por qué? Si es un vampiro de verdad, la bala no le hará nada. ¿No es así?