La Antorcha (24 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantástico, #Histórico

BOOK: La Antorcha
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Después, en tono normal, dijo dirigiéndose a Casandra:

—Por lo que a ti se refiere, ve y dedícate a tus propios asuntos. De otro modo se lo diré a nuestro padre y quizás él logre hacerse obedecer.

Comprendió ella que le había impresionado la hosquedad que asomaba a su rostro porque añadió más amablemente:

—Vamos, hermanita, ¿crees que yo estaría aquí, adiestrándome hasta el agotamiento con el escudo y la lanza si pudiese permanecer fresco y cómodo dentro de casa? El combate puede parecerte bello cuando se trata tan solo de pelear con lanzas y flechas contra tus amigos y hermanos. —Desnudó su brazo, alzando la manga de su túnica de lana por encima de la cenefa de vivos bordados, y mostró un largo tajo rojizo, aún rezumante en el centro—. Mira todavía me duele cuando muevo el brazo. ¡Las heridas reales que se causan y se reciben, hacen que la guerra no resulte tan atractiva!

Casandra observó la herida que afeaba el terso y musculoso brazo de su hermano y sintió una opresión extraña y enfermiza bajo su diafragma. Titubeó y recordó el instante en que degolló al hombre que intentó violarla. Casi sintió deseos de contárselo; era un guerrero y desde luego lo entendería. Luego le miró a los ojos y supo que no sería así. Nunca, pensó, él vería más allá del hecho de que era una muchacha.

—Alégrate, hermanita, de que fuese sólo yo quien te vio caída —añadió sin aspereza— porque si te hubieses revelado como mujer en el campo de batalla... He visto violar guerreras sin que ningún hombre se opusiera. Si una mujer rechaza la protección que es legítima para esposas y hermanas, no puede esperar otra.

Se caló el casco y se alejó, seguido por las miradas de las dos mujeres, Casandra estaba irritada, sabiendo que se esperaba de ella que se sintiese avergonzada; Andrórnaca contenía la risa. Al cabo de un momento dejó de reprimirla y rió.

—¡Qué furioso estaba, Casandra! ¡Me habría sentido aterrada de haber sido yo el blanco de su ira! —Se puso el chal sobre los hombros para protegerse del fresco viento—. Vamos, entremos. Tiene razón, y tú lo sabes; si te hubiese descubierto cualquier otro hombre... —Frunció los labios y exclamó, fingiendo estremecerse—: ¡Desde luego habría sucedido algo terrible!

No viendo otra alternativa, Casandra asintió y Andrómaca la tomó del brazo.

Por primera vez en muchos días, Casandra advirtió que la oscuridad profética hacía presa de ella.

Mientras había estado en el campo, empuñando un arma, no fue consciente de lo que la hizo gritar la noche de las bodas. Ahora, a través de esas oscuras aguas, vio a Andrómaca y en torno de ella algo más, envuelto en un frío y terrible fuego de tristeza y terror, pero también de un gran júbilo previo al dolor que le impulsó a poner la mano en el brazo de Andrómaca y preguntarle en voz baja? —¿Esperas un hijo?

Andrómaca sonrió; no, pensó Casandra, destelló. —¿Te lo parece? Aún no estoy segura. Creo que le preguntaré a la reina cómo puedo tener esa seguridad. Ha sido tan amable conmigo tu madre, Casandra. Mi propia madre nunca me comprendió ni aprobó mi conducta, porque yo era blanda y cobarde y no deseaba ser guerrera; pero Hécuba me quiere y creo que se alegrará si espero un hijo.

—Yo estoy completamente segura de eso —opinó Casandra.

Y luego, como sabía que Andrómaca estaba a punto de preguntarle la razón de tal certeza, buscó la manera de explicárselo sin hablarle de las oscuras aguas y de la terrible corona de luego.

—Me pareció por un momento que podía verte con un hijo de Héctor en los brazos.

Andrómaca sonrió sin reservas y, por una vez, Casandra sintió que había proporcionado placer y no miedo con su don indeseado.

En los días que siguieron no volvió a tomar las armas pero acudió con frecuencia, sin que se le reprochara, a ver cómo progresaba la construcción de la nave. Crecía día a día sobre la enorme basada en la arena y casi antes de que el embarazo de Andrómaca resultase visible, estaba ya dispuesta para la botadura. Un toro blanco fue sacrificado en el momento en que se deslizó suavemente por la rampa hasta el agua.

Entonces, Héctor, que se hallaba entre su esposa y Casandra, preguntó:

—Tú que constantemente profetizas sin que nadie te lo solicite. ¿Qué futuro le ves a esta nave?

—Nada veo. Y quizá sea éste el mejor augurio —respondió ella, en voz baja.

Podía distinguir a la nave de retorno con un dorado resplandor, como el del rostro de algún dios y nada más.

—Sin embargo, creo que eres afortunado por no ir en ella, Héctor —añadió.

—Así sea, pues —dijo Héctor.

Paris se acercó para despedirse. Estrechó cordialmente la mano de Héctor y abrazó a Casandra, sonriéndole. Besó a su madre y saltó a bordo de la nave. Toda la familia vio cómo ésta se alejaba del muelle, con la enorme vela hinchada por el viento. Paris se hallaba junto al remo timón, erguido y esbelto; su cara estaba iluminada por el sol poniente. Casandra se soltó del brazo de su madre y se abrió paso entre el gentío que vitoreaba. Se dirigió hacia una mujer alta que permanecía con los ojos clavados en la vela cuyo tamaño había menguado hasta parecer de un barco de juguete.

—Enone —la llamó, reconociéndola por haberla visto con los ojos de Paris. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no viniste a despedirte de él con el resto de su familia?

—Cuando empecé a amarlo ignoraba que era un príncipe —dijo la muchacha, con su encantadora voz, ligera y musical. —¿Cómo iba a acercarse al rey y a la reina una plebeya como yo cuando estaban despidiendo a su hijo?

Casandra pasó un brazo en torno a los hombros de Enone y le dijo con ternura:

—Debes venir a vivir en el palacio. Eres su esposa y la madre de su hijo, así que te querrán lo mismo que al propio Paris.

Y si no quieren, pensó, tendrán que comportarse como si así fuera, en aras del honor de la familia. ¡Pensar que ha partido sin decirle adiós!

El rostro de Enone estaba cubierto por las lágrimas. Se aterró al brazo de Casandra.

—Dicen que eres profetisa, que puedes ver el futuro —afirmó, entre sollozos—. ¡Dime que volverá! ¡Dime que volverá a mí!

—Oh, pues claro que volverá —dijo Casandra. Volverá, pero no a ti.

Se sentía confusa ante la profundidad de sus propias emociones.

—Permíteme que hable a mi madre de ti —le rogó. Y fue a buscar a Andrómaca para que presenciara su charla con Hécuba.

—¿Cómo se te ha ocurrido, Casandra, llevar a palacio a una campesina? —le preguntó su cuñada, con un suave tono de reproche.

—No es sólo eso; su cuna es tan noble como la nuestra —manifestó Casandra—. Te basta observar sus manos para advertirlo. Su padre es un sacerdote del dios del río Escamandro.

Repitió este argumento a Hécuba, cuyo primer impulso fue decir:

—Desde luego, si espera un hijo de Paris; pero, ¿cómo puedes estar segura de eso, hija?... Debemos cuidar de que se halle bien atendida y de que nada le talle. ¿Crees que es necesario llevarla a palacio?

Sin embargo, cuando conoció a Enone, quedó encantada de su belleza y le destinó unas habitaciones del piso más alto del palacio, con mucha luz y ventilación, desde las que se veía el mar. Estaban vacías y olían a ratones, pero Hécuba dijo:

—Nadie ha usado estas habitaciones desde que murió la madre de Príamo, que vivía aquí. Traeremos artesanos y haremos que las decoren de nuevo para ti, querida, si puedes arreglarte tal como están, por una noche o dos.

Los ojos de Enone, muy abiertos, expresaban su incredulidad.

—Eres demasiado buena conmigo... Esto es harto lujoso para mí...

—No seas tonta —le contestó Hécuba, con brusquedad—. Nada hay demasiado lujoso para la esposa de mi hijo, que pronto me dará un nieto. Llamaremos a los artesanos de Creta que se hallan aquí pintando frescos en algunas casas de la ciudad y decorando vasos y ánforas de aceite. Les enviaré mañana un mensaje.

Cumplió su palabra, y al cabo de dos días acudieron los cretenses a revocar las estancias y a pintar en los muros escenas festivas, grandes toros blancos y los saltos de los danzarines taurinos, con colores reales. Enone se mostró maravillada de la decoración, y se alegró como una niña cuando Hécuba envió a varias domésticas para que la cuidasen.

—No debes hacer esfuerzos excesivos para no perjudicar a mi nieto —la cortó Hécuba cuando ella trató torpemente de darle las gracias.

Andrómaca se mostró también amable con Enone, aunque de un modo desenfadado. Al principio Casandra pasaba largos ratos con ella, confusa ante sus propios sentimientos. Andrómaca pertenecía ya a Héctor y Enone a Paris; ella carecía de amigas íntimas y, si bien Príamo hablaba casi cada día de la necesidad de hallarle un marido, no estaba segura de lo que deseaba ni de lo que respondería si se lo preguntaban, aunque probablemente no tendría esa oportunidad.

No entendía por qué le afectaba tanto la presencia de Enone, aunque suponía que era por haber compartido las emociones de Paris hacia la muchacha cuando la hizo su esposa. Pero si Paris amaba a Enone, ¿por qué se había mostrado dispuesto a abandonarla? Experimentaba un gran deseo de cuidarla y consolarla, y al mismo tiempo de apartarse de ella, cohibida incluso cuando la abrazaba despreocupadamente como es común entre muchachas.

Inquieta y asustada, empezó a rehuir a Enone y eso significó que rehuyó también a Andrómaca; porque las dos jóvenes esposas pasaban ahora mucho tiempo juntas, hablando de los bebés que esperaban y preparando su ropita, que era una actividad que carecía de atractivo para Casandra. Su hermana Polixena, de la que nunca fue amiga, aun no se había casado si bien Príamo negociaba para obtener la mejor alianza posible y ella no pensaba ni hablaba de otra cosa.

Casandra pensaba que cuando Paris volviera, ella se sentiría menos obsesionada con Enone. Pero ignoraba cuando llegaría ese momento. Sola, bajo las estrellas, en la alta terraza del palacio, lanzaba sus pensamientos en busca de su hermano gemelo y no recibía más que la brisa marina y una visión estremecedora de la honda oscuridad del mar, tan real que podía distinguir los guijarros del fondo.

Un día, eligiendo un momento en que Príamo se hallaba de buen humor, acudió a él, e imitando las zalamerías de Polixena, le preguntó con suavidad:

—Por favor, dime, padre, ¿hasta dónde irá Paris y cuánto tiempo tardará en regresar?

—Mira, hija mía. Aquí estamos en la costa de los estrechos —dijo Príamo, sonriendo con indulgencia—. A diez días de navegación rumbo al Sur se encuentra un grupo de islas gobernadas por los aqueos. Si logra evitar los arrecifes de aquí —esbozó un litoral—, puede navegar por el Sur hasta Creta o hacia el Noroeste para llegar a los territorios continentales de los atenienses y de los micénicos. Si ha tenido vientos favorables y no ha padecido tormentas capaces de hacer zozobrar una nave, puede estar de regreso antes de que concluya el verano; pero tiene que negociar y quizá sea invitado por uno o más de los reyes aqueos... como se llaman a sí mismos. Son recién llegados a estas tierras; algunos de esos pueblos arribaron en vida de sus padres. Sus ciudades son nuevas; la nuestra es antigua. Había aquí otra Troya, hija mía, antes de que mis antepasados construyesen nuestra ciudad. —¿De veras?

Logró que su voz fuese suave y llena de admiración como la de Polixena. Él sonrió y le habló de la antigua ciudad cretense que antaño se alzó a no más de un día de navegación a lo largo de la costa.

—En esa ciudad —añadió— había grandes almacenes de vino y de aceite y puede que por eso ardiera cuando el gran Poseidón que agita la tierra hizo levantarse el mar y temblar el suelo. Durante un día y una noche se cernió sobre todo el mundo una gran oscuridad, que por el Sur alcanzó incluso a Egipto. La bella isla de Kallistos se sumió en el mar. Se hundió el templo de la Madre Serpiente, pero quedaron intactos los de Zeus Tenante y de Apolo. Por esa razón ahora se adora menos en las tierras civilizadas a la Madre Serpiente.

—¿Pero cómo sabemos que fueron los dioses quienes hicieron temblar la tierra? —preguntó Casandra—. ¿Enviaron mensajeros para decírnoslo?

—No lo sabemos —repuso Príamo—. Más, ¿quién podía ser sino ellos? Sin dioses no existiría más que el caos. Poseidón es uno de los más grandes dioses de Troya y nosotros le suplicamos que mantenga firme la tierra bajo nuestros pies.

—Que así sea por largo tiempo —murmuró fervorosamente Casandra.

Y como advirtió que la atención de su padre se había desviado hacia su copa de vino, solicitó respetuosamente permiso para retirarse. Príamo se lo otorgó, y ella salió al patio con muchas cosas en que meditar. Si se produjo un gran terremoto (del cual había oído hablar desde niña como acaecido antes del nacimiento de Príamo), quizá fuera razón suficiente para desacreditar el culto de la Madre Tierra, sin más excepción que la de las tribus de las mujeres.

Reinaba gran actividad en el patio. Por todas partes se afanaban los artesanos que estaban pintando los frescos de las habitaciones altas asignadas a Enone; molían nuevos pigmentos y los mezclaban con aceite. Los escribas contaban ánforas de vino recogidas como diezmo de una de las naves amarradas en el puerto; algunos soldados practicaban con las armas. Lejos de la ciudad, Casandra pudo distinguir una nube de polvo que era probablemente Héctor, adiestrando a los caballos de su nuevo carro. Vagó entre los hombres como un fantasma que nadie viera; como si fuese una hechicera y me hubiese tornado invisible, pensó, y se preguntó si sería capaz de conseguirlo realmente y si sería ventajoso para ella hacerlo.

Sin razón alguna, sus ojos se fijaron en un joven que se afanaba en marcar muesas en una tarja y precintaba con cera las cuerdas que mantenían cerradas las grandes ánforas de aceite o de vino. Cada precinto significaba que la vasija correspondiente estaba destinada a la casa del rey.

Pareció sentirse un poco inquieto bajo el escrutinio a que lo sometía, y miró hacia otro lado. Casandra, ruborizándose, apartó los ojos, puesto que le habían enseñado que era impropio de una doncella mirar fijamente a los jóvenes, mas después se sintió impulsada a mirarlo de nuevo. Aquel muchacho parecía resplandecer. Sus ojos adquirieron un aspecto extraño, casi vacuno; luego se enfocaron, y él se incorporó. Daba la impresión de que su estatura había aumentado cuando estuvo frente a ella. Sí, era en Casandra en quien clavaba los ojos y, en una instantánea revelación, comprendió que el dios estaba en posesión de aquel hombre, porque ella estaba contemplando de nuevo el rostro de Apolo, el Señor del Sol.

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