El capitán Duellos se expresó en los mismos términos.
—Por desgracia, lo que se ve aquí es bastante preciso y ni la realidad de la guerra ni las leyes de la física han hecho que cambie la situación desde su última batalla, capitán Geary. Nosotros estamos aquí, los síndicos, aquí, a tan solo dos minutos luz y medio de nuestros elementos principales, y la puerta hipernética está… —Su mano se desplazó hasta una zona situada en la otra parte de la flota enemiga—. Aquí, a treinta minutos luz de nosotros, en el punto menos conveniente del suelo enemigo.
—Si pudiéramos tener unas pocas horas más para reparar las naves que tenemos dañadas —sugirió alguien.
—Unas pocas horas más o unos pocos días más no serían de gran ayuda —repuso otro—. Los síndicos también están reparando lo que tienen dañado. ¡Y además pueden contar con la llegada de refuerzos y nuevos suministros a través de la puerta que tienen detrás de ellos!
Duellos asintió, mirando a Geary.
—Estoy de acuerdo. El tiempo no está de nuestra parte, ni siquiera aunque los síndicos no hagan cumplir el plazo que han estipulado.
Geary asintió también, recorriendo una vez más con la mirada la fila de oficiales dispuestos alrededor de la mesa.
—No podemos repeler el ataque. Tampoco podemos atacarles si queremos mantener alguna esperanza de sobrevivir —apuntó Geary.
Numos volvió a tomar la palabra, esta vez con la cara ya roja.
—Se debería permitir que las naves, a título individual, puedan…
—¿Puedan qué, capitán? ¿Llegar a esa… puerta? ¿Y después qué? —Geary escuchó cómo todo el mundo inspiraba al unísono—. Esta flota tiene una llave hipernética de los síndicos. Eso ya lo sé. Pero doy por supuesto que las naves que quieran emplearla deben ir juntas a todas partes.
Al oír las palabras de Numos, se escuchó un murmullo de acuerdo en toda la sala.
—Lo repito —insistió Geary—, esta flota no va a llevar a cabo ningún plan del tipo «sálvese quien pueda», y si cualquier oficial al mando intenta algo así y yo me entero, me aseguraré de que acabe ante un tribunal militar, si es que los síndicos no acaban con él antes, cuando lleguen solos a la puerta y descubran que no pueden franquearla.
Silencio.
Geary se echó hacia atrás y empezó a frotarse el mentón.
—Hasta aquí hemos visto lo que no podemos hacer. Pero no todas las opciones se acaban ahí. Tal vez alguno de ustedes me pueda explicar qué significa esto.
Geary titubeó un instante sin saber muy bien cómo manejar los mandos del dispositivo que proyectaba la imagen, pero al final dio con los adecuados.
—Aquí. —Geary señaló un punto situado ligeramente hacia un lateral y en la retaguardia de las fuerzas de la Alianza—. Está a veinte minutos luz de la nave de la Alianza más cercana. ¿Por qué no está protegido?
Todo el mundo frunció el ceño y estiró el cuello para intentar ver lo que les señalaba Geary. Finalmente, la capitana Faresa le regaló a Geary una de sus miradas habituales, una de esas que parecía ser capaz de fundir el metal.
—Porque es insignificante —concluyó Faresa.
—Insignificante. —Geary se quedó con esa palabra en la cabeza durante un momento, preguntándose mientras lo hacía si se le podría ocurrir alguna manera legal de evitar tener que volver a ver la cara de Faresa—. Ese es el punto de salto entre sistemas.
Los oficiales se encogieron de hombros encogidos a modo de respuesta.
—Joder —insistió Geary—, ¿por qué no vamos a poder usarlo para salir de aquí?
Duellos optó por responder lentamente.
—Capitán Geary, no habrá más que una o dos estrellas dentro del radio de salto de ese punto.
—Solo hay una —corrigió Geary rotundamente. Era un dato que no le había resultado difícil obtener—. Corvus.
—Entonces ahí tiene el problema, señor. El método de salto entre sistemas tiene un radio de acción muy limitado. El sistema Corvus está solo a unos pocos años luz de aquí, por lo tanto sigue estando bastante metido dentro del territorio de los síndicos.
—Eso ya lo sé. Pero desde Corvus podríamos saltar a cualquiera de los… —Geary repasó sus datos— tres otros sistemas que hay. —El capitán vio que el resto de oficiales intercambiaban miradas, pero ninguno de ellos pronunciaba una sola palabra—. De uno de estos sistemas podríamos saltar a otros.
La capitana Faresa meneó la cabeza.
—No nos estará sugiriendo de verdad que regresemos al espacio de la Alianza usando el salto entre sistemas, ¿verdad? —inquirió.
—¿Y por qué no? Sigue siendo más rápido que la luz —argumentó Geary.
—¡Pero ni siquiera se asoma a algo lo suficientemente más rápido que la luz! ¿Tiene usted idea de lo dentro del espacio síndico que nos encontramos? —insistió la capitana
Geary fulminó a la capitana con la mirada.
—Dado que la forma de la galaxia no se ha visto alterada de manera apreciable desde la última vez que estuve al mando, sí, sé lo dentro del espacio síndico que nos encontramos —zanjó Geary—. Lo que significa que nos queda un largo trayecto por recorrer hasta salir de aquí. Es una opción. ¿Prefiere quedarse a morir aquí?
—¡Mejor eso que un suicidio lento! No tenemos suministros como para sustentar un viaje así —aseveró Faresa—. Nos llevaría meses. Años, quizá, depende de la ruta. ¡Pero lo peor es que ni siquiera importaría, porque la flota de los síndicos simplemente llegaría antes y nos destrozaría en cuanto apareciésemos!
Geary estaba intentando contener su furia lo suficiente como para formular una respuesta, pero entonces la capitana Desjani comenzó a hablar como si lo estuviese haciendo para sus adentros.
—El sistema Corvus no está dentro de la hipernet síndica. La flota de los síndicos no podría atacarnos allí. —Desjani miró a su alrededor—. Tendrían que seguirnos a través del mismo punto del salto entre sistemas. Y eso les llevará tiempo.
—¡Sí! —interrumpió el capitán Duellos con avidez—. Tendríamos una ventana libre para pasar por Corvus hasta nuestro siguiente punto de salto. No muy grande, pero suficiente. Y entonces los síndicos tendrían que adivinar cuál será nuestro siguiente destino.
—¡Que no tenemos suministros! —recordó Faresa.
Duellos le lanzó una mirada fulminante que dejó clara la animadversión que había entre ellos
—¿Quién sabe siquiera qué habrá en Corvus? —continuó la capitana Faresa.
—Eso tampoco es tan importante —señaló alguien—. Es más, si el sistema no pertenece a la hipernet síndica, eso es lo de menos.
—¡No sabemos qué hay allí! —rezongó Faresa
—Capitana Faresa. —Se volvió para ver cómo Geary se dirigía a ella mientras señalaba a la representación de la flota de los síndicos—. Lo que sí sabemos es lo que hay aquí, ¿verdad? ¿Acaso algo de lo que pueda haber en Corvus va a ser peor que esto? La situación mejorará nos pongamos como nos pongamos y tendremos tiempo de tránsito suficiente entre salto y salto para reparar los daños internos de las naves.
Los demás asintieron con la cabeza y empezaron a esbozar las primeras sonrisas.
—Pero los suministros… —intentó insistir Faresa.
—Doy por supuesto que en Corvus habrá algo. —Geary estiró el cuello para mirar los datos más de cerca—. Aquí dice que había una base de autodefensa de los síndicos. ¿Seguirán teniendo suministros esos almacenes para que las naves síndicas que pasen por allí repongan materiales?
—Así solía ser… —apuntó alguien.
—Tienen que tener algo. Y hay un planeta habitado en ese sistema —observó Geary—. Además, tiene que haber más instalaciones al margen de las que haya en el planeta, seguro que hay tráfico por ese sistema. De ahí podemos sacar repuestos, comida y otros artículos básicos.
Geary estudió con detenimiento la imagen, perdiéndose momentáneamente en cálculos y sin reparar por un instante en que había más oficiales allí.
—Nuestro paso por Corvus será un saqueo sencillo. Los síndicos vendrán a por nosotros después de que saltemos por ese punto todo lo rápido que puedan, así que todo estriba en que intentemos meter nuestras naves más lentas y dañadas a través de este sistema antes de que nos puedan atrapar. —Geary miró a su alrededor y vio dudas en muchas caras—. Podemos hacerlo.
—Capitán Geary —intervino de nuevo el capitán Tulev—. Debo advertirle que no va a ser fácil llegar hasta el punto de salto.
—Si no tiene vigilancia —replicó Geary.
—No. Pero la flota de los síndicos está cerca y tienen algunas naves realmente rápidas. Pueden dejar atrás a sus naves más lentas para ir a por nosotros. No podemos —concluyó Tulev.
Geary asintió con la cabeza.
—Muy cierto —aprobó el capitán—. Damas y caballeros, voy a intentar entretener a los síndicos todo lo que pueda. Pero en cuanto empecemos a movernos…
—Capitán. —La mujer pequeña y de ojos intensos se inclinó hacia él—. Podemos hacer maniobras con la flota, hacer que parezca que estamos reagrupándonos para atacar de nuevo y, mientras tanto, hacer que las naves más lentas y dañadas se vayan acercando al punto de salto al amparo de esos movimientos.
Geary sonrió. Comandante Crésida, de la
Furiosa.
También tendría que acordarse de ella.
—¿Tiene usted más ideas que aportar? —preguntó Geary.
—Por supuesto —confirmó Crésida.
—Me gustaría echarles un vistazo en cuanto sea posible —solicitó Geary.
—Será un placer, capitán Geary. —Crésida se volvió a echar hacia atrás y dedicó una mirada de desdén hacia la zona en la que se encontraban sentados Numos y Faresa.
Geary volvió a mirar a todo el mundo. Aún estoy temblando. Al menos les estoy dando algo que hacer. Algo que podría funcionar, aunque parezca un plan tan a largo plazo que ellos ni siquiera se lo plantearían si no me tuvieran a mí presionándolos para que lo ejecuten. Asúmelo, Geary, sin ti ni siquiera habrían pensado en esta posibilidad porque estaban absolutamente obcecados con la puerta hipernética, le estaban haciendo el trabajo al enemigo limitándose sus propias opciones.
—En ese caso, pongámonos en marcha. —En lugar de responder directamente, el resto de capitanes se intercambiaron miradas de sorpresa—. ¿Qué ocurre? Que alguien me lo diga.
La capitana Desjani tomó la palabra con una renuencia palpable.
—Es costumbre que cuando se propone una medida, para que quede instaurada, primero se debata entre los oficiales de alto rango y los comandantes de las naves y posteriormente se realice una votación para confirmar el apoyo.
—¿Una votación? —gruñó Geary.
El capitán se quedó mirando a Desjani, y después paseó la vista alrededor de la mesa. Lo cierto es que ya antes le había dado la sensación de que el almirante Bloch en ocasiones se parecía más a un político que defendía su candidatura que al oficial al mando de una flota, una actitud que sin duda le chocaba. Ahora todo tenía mucho más sentido.
—¿Y cuándo cojones empezó a ponerse en práctica esta costumbre? —agregó Geary a continuación.
Desjani esgrimió una mueca de disgusto.
—No es que yo esté personalmente familiarizada con…
—Bueno, ahora mismo no tengo tiempo para que me den una clase de historia —la interrumpió Geary—. Y tampoco tenemos tiempo para ponernos a debatir sobre qué hacer. Puede que no sepa cómo se hacen todas las cosas hoy en día, pero si algo sé es que quedarse quieto esperando a que una serpiente decida atacar es la peor medida posible. La indecisión se lleva por delante naves y flotas. Tenemos que actuar, y actuar con decisión además, durante el tiempo que tengamos. Mientras esté al mando no voy a presidir ninguna votación. Eso sí, estoy abierto a sugerencias y propuestas. Quiero ideas por su parte. Pero soy yo el que está al mando. Eso es lo que quieren, ¿no? Quieren que
Black Jack
Geary se ponga al frente y los saque de todo este jaleo, ¿verdad? Bien, en ese caso, el cielo será testigo de que, desde este mismo momento, yo me voy a poner al frente de todos ustedes, ¡pero lo haré de la forma en la que yo sé hacer mejor las cosas!
Tras la arenga final, Geary se calmó, observó a los presentes, y se preguntó si tal vez había ido demasiado lejos. Después de un momento que se hizo eterno, la comandante Crésida volvió a acercarse hacia el capitán.
—Tengo órdenes que cumplir —espetó Crésida—. Órdenes del comandante de la flota. No tengo tiempo para tonterías cuando hay trabajo que hacer a bordo de la
Furiosa.
¿Capitán Geary?
—Faltaría más, comandante —respondió Geary con una sonrisa de oreja a oreja.
La conexión se cortó y Crésida desapareció de su puesto en la mesa. Entonces, como si sus palabras y sus actos hubiesen servido de efecto dominó, todos los demás oficiales se apresuraron a levantarse y a despedirse. Por irónico que pareciera, a Geary le dio la sensación de que a muchos de ellos les parecía que, llegados a ese punto, continuar debatiendo era una opción más engorrosa que limitarse a seguir sus órdenes.
Geary observó cómo una a una las pantallas se iban fundiendo en negro y no pudo evitar tener una extraña sensación de añoranza. En ese momento debería de haber apretones de manos y palabras. Aquel era el momento en el que todos salían en fila por la escotilla y se daba pie a unos breves momentos de interacción personal, aunque fuera algo forzado por la sencilla necesidad de hacer pasar por una pequeña puerta a un montón de gente apiñada en una gran habitación. Pero no, aquello era algo que no se podía dar en ese lugar ni en ese momento. Las figuras de sus subordinados simplemente se esfumaron y el tamaño aparentemente grande de la habitación y su enorme mesa de conferencias se fue reduciendo a medida que sus ocupantes virtuales se desvanecían. En cuestión de segundos, la sala de juntas se convirtió en un compartimento mediocre presidido por una mediocre mesa de conferencias.
Con todo, aparte de la presencia real de la capitana Desjani, que seguía de pie allí cerca, seguían quedando dos pequeños grupos de oficiales. Geary frunció el ceño al mirarlos y reparar, por primera vez, en que sus uniformes diferían en pequeños detalles de los de la flota de la Alianza. Así las cosas, Geary se centró en sus identificaciones. Uno de los grupos de oficiales pertenecía a la Federación Rift, mientras que el otro, ligeramente más grande, formaba parte de la República Callas. Ni la Federación Rift ni la República Callas tenían demasiados mundos habitados en su época y en ambos casos siempre se habían declarado neutrales. Con todo, estaba claro que los acontecimientos habían hecho que acabaran metiéndose en la guerra en el bando de la Alianza. Geary asintió mirando en su dirección, mientras se preguntaba hasta qué punto podría ejercer su autoridad sobre estos aliados.