Esta vez no había nada más que tuviese que estar vigilando, así que Geary observó, fascinado, como los infantes de Marina penetraban en los buques mercantes, llevaban a cabo exploraciones y situaban guardias en zonas estratégicas como el área de ingeniería y el puente de mando. Todo sucedió sin problemas, sin resistencia alguna por parte de los síndicos, que se comportaron de una manera rígida y formal pero sin mostrar abiertamente hostilidad alguna. Al contrario de lo que ocurría con las enormes tripulaciones de los buques de guerra, que debían ser lo suficientemente grandes como para cubrir las necesidades de combate y de daño en combate, los buques mercantes no tenían más que una docena de tripulantes por navío, lo que facilitaba que los infantes de Marina pudiesen vigilarlos de cerca a todos y cada uno de ellos.
Geary había visto el interior de los buques mercantes síndicos en el pasado, antes de que estallase la guerra, cuando se ordenó a su nave que llevase a cabo inspecciones de navíos que penetraban en el espacio de la Alianza. Todavía podía reconocer alguna de las características de los mercantes síndicos en lo que veía ahora mismo, lo cual le hizo preguntarse si los navíos serían muy viejos o si el diseño había perdurado todo ese tiempo. El capitán llegó a la conclusión de que ambas opciones podían ser ciertas dado que aquel era un sistema al que la hipernet había pasado por alto.
Uno a uno, los líderes de los escuadrones de infantes de Marina fueron emitiendo sus partes y declararon que los buques mercantes estaban, hasta donde habían podido comprobar, desarmados y listos para proceder pacíficamente al encuentro. Pese a todo, Geary se percató de que los infantes de Marina que vigilaban a los tripulantes síndicos no mostraban síntomas de relajación y se mantenían en posición de combate de forma permanente. Una vez más, experimentó un momento de empatia con aquellos hombres y se preguntó cómo se sentirían los tripulantes del mercante teniendo allí cerca a infantes de Marina armados hasta los dientes y dispuestos de manera imponente junto a ellos; visitantes extraños, en suma, dentro de los compartimentos habituales de sus naves.
Mientras no intenten nada
,
estarán a salvo. Deben ser conscientes de ello
,
después del modo en el que hemos procedido a escoltar a los prisioneros hasta la base. Eso debería bastar para evitar que nadie haga ninguna tontería.
Los buques mercantes se aproximaron a la flota de la Alianza mientras Geary observaba las imágenes de las tripulaciones síndicas desde el punto de vista de los infantes de Marina. Al mismo tiempo, su visualizador mostraba a los veinte buques mercantes síndicos encaminándose a una velocidad que parecía relajada hacia su encuentro con las naves auxiliares de la Alianza.
Parecía que no había nada que no estuviese en su sitio. Nada en absoluto.
¿Qué se me puede estar pasando?
Geary se devanó los sesos en busca de una respuesta, pero no se le ocurría nada.
Quizá por una vez tengamos todo bajo control.
—Capitán Geary, aquí la coronel Carabali.
Delante del capitán apareció una nueva ventana que mostraba el rostro de Carabali. No parecía muy contenta.
—Señor —prosiguió Carabali—. Aquí hay algo que me huele mal.
O quizá no.
Geary levantó la vista hacia la capitana Desjani e hizo un gesto para captar su atención.
—La coronel dice que hay algo que no le gusta —parafraseó Geary. Desjani frunció el ceño y tecleó el comando necesario para meterse en la conversación.
—Continúe, coronel —ordenó Geary.
Carabali señaló en dirección a algo que Geary no podía ver.
—¿Está usted viendo la señal de vídeo procedente de las naves síndicas, señor? —inquirió Carabali.
—Sí —respondió Geary.
—¿No hay nada en sus tripulantes que le resulte raro, señor? ¿Como oficial de flota, señor? —insistió la coronel.
Geary frunció el ceño también, y se dispuso a estudiar las imágenes con más detenimiento. Había algo extraño en ellas, ahora que Carabali llamaba la atención sobre ello.
—¿Se supone que todos los oficiales mercantes de primer rango están en sus puentes de mando? —interrogó Geary.
—Sí, señor, así es —respondió Carabali.
Desjani hizo un ruidito.
—Parece que los síndicos ascienden a sus oficiales mercantes a una edad muy temprana, ¿no? —intervino la capitana.
Carabali asintió con la cabeza.
—Sí. Exacto. Supongo que los síndicos pidieron voluntarios para formar parte de la tripulación de esas naves, pero hasta donde puedo saber después de realizar una inspección visual, no hay ni un hombre ni una mujer a bordo de esas naves que supere los veinte años —apuntó Carabali.
—Interesante panda de voluntarios —musitó lentamente Geary—. La mayor parte de los capitanes de mercantes que conocí en mis tiempos no habrían dejado sus buques en manos de nadie, ni siquiera en un caso como este.
—He preguntado a mis infantes de Marina —señaló Carabali—. Me indican que es evidente que muchos de estos que afirman ser parte de la tripulación no están familiarizados con las naves. Mis hombres creyeron que se debía a la asignación de voluntarios procedentes de la cantera de marinos mercantes a estas naves, pero no estoy segura de que esta sea la razón.
Geary se quedó pensando, pero aquello no le gustaba un pelo. Los buques mercantes tendían a tener oficiales de más edad, gente que había aprendido el oficio y se habían abierto camino a través de largos años de experiencia. Era una clase de profesionalismo muy diferente al de los oficiales de flota; pero, a su modo, demostraba suficiente fortaleza. Geary volvió a echar un vistazo a los supuestos mercantes.
—Jóvenes y también en buena forma física, ¿no? —preguntó Geary.
—Mírelos a los ojos, señor. Observe el modo en el que se comportan —urgió Carabali.
—Mierda. —Geary intercambió una mirada con Desjani—. Esos tipos no son mercantes. Parecen soldados.
—Me apostaría mi carrera a que son militares —corroboró Carabali—. Y no militares cualquiera, no. Tratan de no ponerse firmes y actuar como civiles, pero ya no saben comportarse así. Se les ha preparado a conciencia. Me parece el tipo de gente que uno se podría encontrar en la guardia de asalto.
—Guardias de asalto. —Geary inspiró lentamente—. El tipo de soldados que uno manda cuando se encuentra en una misión desesperada.
—O misiones sin billete de vuelta. Sí, señor —ratificó Desjani.
Desjani parecía dispuesta a ordenar una matanza y, por una vez, Geary no la culpó por ello.
—Muy bien, coronel. ¿Qué cree que están planeando? ¿Algún tipo de ataque? —inquirió Geary.
Carabali se mordió el labio inferior.
—No se trata de un asalto convencional. Son demasiado pocos, no tienen armadura y no tendrán fácil acceso a las armas porque las tenemos localizadas. Si hubiera tripulantes protegiéndolas, podrían superar su barrera, pero no es lo mismo siendo mis infantes de Marina los que custodian con su equipamiento de combate al completo —arguyó Carabali.
—Eso mismo pensaba yo. ¿Entonces, qué? Hemos confirmado que no hay armas a bordo de esos buques mercantes.
Desjani se estremeció como si se le hubiera encendido una bombilla y enseguida se acercó hacia Geary y le dijo algo en voz baja pero a toda prisa.
—Sí que tienen un arma, señor —murmuró la capitana—. Sus núcleos de energía.
Geary pestañeó, tratando de digerir la información y comprobando que Carabali se había quedado ligeramente blanca al escuchar la afirmación de Desjani.
—Sus núcleos de energía. ¿Cree que tienen intención de hacer explotar sus núcleos de energía cuando se acerquen a nuestras naves? —sondeó Geary.
Carabali asintió enérgicamente.
—La capitana Desjani está en lo cierto, señor. Estoy segura. Mire a esos síndicos a los ojos, señor. Se han embarcado en una misión suicida —vaticinó Carabali.
—Estoy de acuerdo —afirmo Desjani—. Todos coincidimos en que no son miembros de una tripulación de mercantes. Son tropas de combate y solo tienen un arma disponible en estas naves.
Joder, esta sí que es buena.
Geary se contuvo la urgente necesidad de empezar a blasfemar un buen rato y en voz alta.
—Estamos de acuerdo —aprobó Geary—. ¿Cómo pueden descargar sus núcleos de energía mientras los infantes de Marina los observan?
Desjani volvió a tomar la palabra.
—Tienen que tener adosado algún tipo de detonador por control remoto. —Carabali asintió con la cabeza—. Podría estar en cualquier parte y tener cualquier aspecto. —Nuevo asentimiento por parte de la coronel.
—¿Entonces deberíamos retirar las tripulaciones? Sacarlas de las naves, digo —se explicó Geary.
Esta vez Carabali meneó la cabeza rotundamente.
—Si empezamos a intentar sacarlos de las naves, probablemente los síndicos activarán el detonador sin más. Es posible que usted conserve entonces sus grandes naves intactas, pero perderíamos a todos los infantes de Marina y todos los transbordadores —recordó Carabali.
—¿Y si los matamos? —preguntó Desjani calmadamente.
Geary se planteó esa posibilidad y se preguntó también qué estarían pensando hacer aquellos síndicos.
—Sí. ¿Es esa una buena opción? —inquirió el capitán.
Carabali hizo una mueca de disgusto.
—Arriesgada, señor. Tal vez podamos abatirlos lo suficientemente rápido, pero como tengan detonadores conectados a dispositivos de hombre muerto mis infantes de Marina quedarán condenados de todas formas —apuntó la coronel.
—¿Dispositivos de hombre muerto? ¿No podríamos ver si…?
Geary dejó de hablar al ver que Carabali volvía a menear la cabeza.
—No, señor —zanjó la coronel—. Los dispositivos pueden ser implantes y estar unidos a su sistema nervioso o a su corazón. Si los síndicos mueren y se les para el corazón o el sistema nervioso deja de funcionar, es muy probable que eso sea suficiente para activar la detonación.
—Ya veo. —
Eso sí que es un avance con respecto a lo que teníamos en mis tiempos, aunque yo no lo llamaría una mejora precisamente.
Entonces el rostro de Carabali se iluminó.
—Pero hay otra opción —apuntó la coronel—. Mis infantes de Marina tienen un dispositivo antidisturbios porque esperábamos tener que tratar con civiles.
—Y eso quiere decir que… —incidió Geary.
—Entre otras cosas, que tienen dispensadores de gas
CRX.
Se trata de un gas que sirve para suprimir disturbios, no para dispersarlos, así que es inodoro e incoloro, e inhalar una minúscula cantidad basta para dejar a alguien fuera de combate durante un rato —explicó Carabali.
—Está sugiriendo que los dejemos fuera de combate —dijo Geary.
—Sí, señor. Estarán inconscientes antes de saber lo que tramamos —aseveró Carabali.
—¿
Y está usted segura de que el tal
CRX
no va a provocar una reacción física que pueda activar el dispositivo de hombre muerto? —insistió el capitán.
—Bastante segura. Pero puedo contrastarlo con mi personal médico —ofreció la coronel.
—Hágalo, por favor. —Geary se quedó a la espera, tratando de no mostrarse impaciente mientras pasaban los segundos hasta que la imagen de Carabali volvió a aparecer enfocada delante de él.
—El personal médico asegura que el
CRX
es seguro —informó Carabali.
—¿Es seguro o puede que sea seguro? —presionó Geary.
Carabali sonrió abiertamente.
—Les he preguntado si arriesgarían su vida en tal predicción y ninguno de ellos ha mostrado el menor resquicio de duda —aseguró Carabali.
—Son infantes de Marina —apuntó Desjani con sequedad.
—El personal médico no —le recordó Carabali—. Ha sido la flota la que los ha asignado a todos ellos a la Marina, así que aunque el contacto tan cercano con los infantes de Marina puede producir cierta empatía, siguen sin compartir la misma mentalidad.
Aquel breve intercambio dibujó una sonrisa en el rostro de Geary.
—Estupendo entonces. Acabamos de concluir que el personal médico no está tan dispuesto a morir en el cumplimiento de su deber como el común de los infantes de Marina —ironizó Geary—, así que podemos dar por supuesto que está en nuestra mano noquear a esos supuestos mercantes sin mayor problema.
—Pero no quiere decir que no sigan suponiendo una amenaza —recordó Desjani—. Las naves pueden estar provistas de dieciocho formas distintas de descargar su energía cuando pasen cerca de nuestros grandes navíos. Unos cuantos fusibles de proximidad escondidos tras los cascos de las naves serían suficientes para lograrlo y no hay forma de garantizar que podamos encontrarlos en el tiempo que tenemos. —La capitana hizo una pausa—. Los buques mercantes no tienen todo el equipamiento del que disponen los acorazados, pero así y todo siguen teniendo una gran variedad de sistemas. Ni que decir tiene que pueden haber instalado un montón de dispositivos más para activar los núcleos de energía.
Como por ejemplo si cambiamos la trayectoria o velocidad de esas naves sin que la tripulación síndica introduzca algún tipo de código
. Tengo veinte bombas voladoras yendo directas hacia las naves más vulnerables y valiosas de esta flota. Geary se quedó pensando en la situación que se planteaba.
—De acuerdo. Pongamos que usamos el
CRX.
Eso nos dejaría con veinte naves que no podríamos dejar acercarse a nuestras unidades de mayor tamaño y veinte tripulantes síndicos inconscientes. —Geary sabía que Desjani lo estaba observando, a la espera de su decisión y preguntándose cómo iba a conciliar tal decisión con su preocupación manifiesta por los prisioneros. Después de todo, tendría una justificación clara si emprendiese una acción contra un grupo de gente cuyo plan consistía en lanzar un ataque suicida por la espalda.
Pero eso no significa que tenga que hacer nada que no quiera hacer. Y lo que si que quiero hacer es complicarle la vida a la gente que ha planeado esto, a los que han enviado guardias de asalto a una misión suicida mientras ellos esperaban sentados sanos y salvos cerca del mundo poblado
—. ¿Con cuánto tiempo contamos?
Carabali miró hacia Desjani, que tecleó algo rápidamente sobre su panel de mandos. En el visualizador de Geary aparecieron unas esferas grandes que rodeaban a cada buque mercante síndico.
—Aquí se puede ver la estimación del radio de daños para cada buque mercante. Sobresale un poco de un lado por el vector de movimiento de la nave en cuestión. Si nuestras naves consiguen situarse más lejos de ahí, sus escudos deberían ser capaces de deshacerse de cualquier destrozo que llegue hasta su posición —apuntó la capitana.