Inquisición (25 page)

Read Inquisición Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
9.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

El interior de la manta estaba muy oscuro. Fuera de la cabina de observación, sin la luz gris proveniente de la superficie, avanzábamos de forma casi instintiva. Palatina iba delante, descendiendo con cuidado la escalerilla en dirección al compartimento principal. El Lodestar era lo bastante grande para que la cabina de observación estuviese en la tercera planta, la cubierta superior. En medio de la oscuridad que nos rodeaba no cesaban de oírse gemidos de dolor, pero me propuse ignorarlos. Bastante esfuerzo me costaba ya mantenernos de pie a mí mismo y a Ravenna sin derrumbarme escalera abajo.

— A esta nave no le queda mucho tiempo —advirtió Palatina cuando alcanzamos el pasillo de la cubierta superior— Ravenna, ¿puedes descender la siguiente escalerilla por tu cuenta? Al parecer está toda deformada.

— Lo intentaré —respondió Ravenna, y yo esperé un poco antes de librarme de su peso— Después de ti.

¿Lo intentaré? ¡Resultaba tan increíble oír esas palabras de boca de Ravenna! En ocasiones había sido recriminado por la mera sugerencia de que ella no fuese capaz de hacer algo.

— Esperad hasta que llegue al final de la escalera —nos pidió Palatina.

— ¿Quién está ahí? —preguntó entonces una voz desde abajo.

— Palatina Canteni —dijo ella— , ¿dónde está el capitán?

— No lo sé. Estamos todos heridos. Debemos salir de aquí. La manta está a punto de explotar.

El que hablaba sonaba mareado. Supuse que sería uno de los mecánicos.

— Tenemos que trasladar a todo el mundo a submarinos de emergencia, Cathan —indicó Palatina— Ya he llegado al pie de la escalera. Tened cuidado, falta el quinto escalón contando desde arriba.

Oí cómo se alejaba y le decía al mecánico otra cosa que el estrépito metálico producido por una armadura me impidió entender. Supuse que sería algún marino poniéndose en pie.

— ¿Estás bien? —le pregunté a Ravenna— ¿Puedo avanzar?

—Si, iré detrás de ti.

Con delicadeza quité el brazo que la sostenía y empecé a descender el resto de la escalera. La cabeza todavía me daba vueltas. Se produjo en aquel momento un nuevo y tenue resplandor. Alguien había abierto la puerta del puente de mando y entraba algo de luz desde los ventanales del frente.

— ¿Dónde está el capitán? —preguntó alguien más.

Me alejé de la escalera para dejarle sitio a Ravenna y por poco no tropecé con un marino, que emitió un sordo quejido.

— Fuera hace frío —exclamó alguien desde el interior del puente de mando— , y la pantalla de éter está...

Oí una débil maldición y luego otra voz. Entonces se produjo un estallido en algún lugar de la popa y le siguió una desesperada petición de ayuda.

— Es en la sala de motores —dijo la voz, que me pareció ser la del mecánico. Estaba de pie junto a Palatina, cuyo rostro apenas podía distinguir con la luz que llegaba del puente.

Ravenna llegó al escalón inferior de la escalerilla y se aproximó a mí con bastante dificultad. La mayoría de los tripulantes del puente de mando se hallaban inconscientes. Algunos permanecían inmóviles en las sillas, mientras que otros yacían en el suelo.

— Hemos perdido el reactor —informó el oficial segundo. Estaba sentado en la silla situada a la derecha de la del capitán y se cogía la cabeza con una mano— No puedo asegurarlo; quizá estalle, quizá no.

— En ese caso, dad la orden de abandonar la nave —dijo la primera voz que había oído desde el interior del puente, quizá el joven lugarteniente— No tiene sentido permanecer aquí.

— ¿Quieres ser tú quien coloque a todos los demás en los submarinos de emergencia? La mayoría no está en condiciones de hacerlo por su cuenta.

— ¡Mejor sería que protestases por eso ante el Dominio! —espetó el otro— Ignoro si el capitán recobrará o no la conciencia, pero entretanto tú estás al cargo.

El joven se volvió hacia nosotros dos.

— ¿Quiénes sois...? Si estáis bien, ¿podríais ayudarme a poner al comisionado principal y a su compañero en un submarino de emergencia...?

Su petición fue interrumpida por el oficial segundo:

¿Y luego qué?' El Dominio estará aquí en pocos minutos y le hará a vuestro submarino lo mismo que le ha hecho a esta manta.

— No creo que les queden energías suficientes —intervino Ravenna— Sea lo que sea lo que han hecho, debe de haberlos dejado exhaustos.

— Magia —confirmó con amargura el lugarteniente— Hicieron hervir el agua que rodeaba la otra manta y se creó una ola de energía que nos alcanzó también a nosotros, por eso nos sacudimos. Debemos tener en cuenta que su ataque no iba dirigido contra nosotros.

— Sea como sea que lo hayan hecho, no dudo que podrán repetirlo —advirtió el oficial segundo.

—¿Es que piensa abandonar la nave sin recibir orden de hacerlo y enfrentarse luego a una corte marcial?

— Sólo deseo asegurarme de que el comisionado principal no sea capturado.

— Comprendo. Congraciarse con él es más importante que la nave. Muy bien, huya si así lo desea.

El lugarteniente le hablaba con desdén y noté que el otro oficial se enfurecía, pero sólo volvió sobre sus pasos, ignorando a su superior. Con todo, el oficial segundo no tuvo oportunidad de emitir más órdenes, pues de inmediato sentimos un estruendo potente y familiar: el de una nave anexionándose a otra.

— Demasiado tarde —dijo el joven lugarteniente— Parece que habrá que explicar por qué ayudábamos a esos herejes.

Ravenna y yo abandonamos el puente. Miré con dificultad hacia arriba, como si pudiese ver la nave del Dominio a través del techo. Estaban a punto de abordarnos y, a menos que me decidiese a emplear la magia, no había nada que pudiera hacer. Pero si lo intentaba y fallaba, nuestros disfraces ya no tendrían sentido.

Ravenna negó con la cabeza.

— No vale la pena —susurró leyéndome el pensamiento— Hemos fingido ser sirvientes tan bien como hemos podido. Intentemos mantener nuestros papeles.

— Buena idea —añadió Palatina detrás de ella, sobresaltándome— No se trata de Sarhaddon ni de Midian, ya que no puede estar en dos lugares a la vez, de modo que tenemos varias oportunidades. Mauriz es quien deberá responder sus preguntas por nosotros.

— Y el capitán.

— La ley está de su parte. Ahora colocaos en un rincón y simulad ser sirvientes aterrorizados.

Fue un verdadero suplicio esperar a que el buque del Dominio terminase su maniobra de enlace. Mientras Palatina conversaba con el oficial segundo e intentaba reanimar a Mauriz, sentimos una sucesión de ruidos provenientes del compartimento principal.

Entonces, por fin, oímos cómo se abría la escotilla y los sacri entraban marchando al Lodestar.

Sin duda habían hecho algo así con anterioridad, pensé uno o dos minutos más tarde cuando uno de los sacri le informaba a su comandante de que nuestra nave estaba bajo control. Era evidente que no esperaban encontrar ninguna resistencia de nuestra parte, y tenían toda la razón. Nadie estaba en condiciones de levantar un dedo.

Comencé a sentir un hondo pavor, imaginando que de un momento a otro los sacri nos señalarían. Pero no lo hicieron. Ravenna y yo estábamos sentados casi debajo de la destrozada escalera, observando todo con las rodillas pegadas a la barbilla. Nos comportábamos (o al menos eso intentábamos) como se esperaba que lo hiciesen personas de nuestra simulada condición. Un soldado sacri se erguía a muy poca distancia y su aspecto parecía mucho más amenazador a la luz de las antorchas. Apareció entonces el comandante, que nos miro detenidamente y nos dijo que permaneciéramos en nuestro sitio mientras iba a buscar a quien estuviese al cargo.

Palatina y los dos oficiales, uno de los cuales sostenía al otro con esfuerzo, habían sido conducidos al compartimento principal y esperaban a que el inquisidor llegase desde la nave del Dominio.

No tardó en presentarse, precedido por dos inquisidores de menor rango y un sacerdote que vestía una túnica roja y marrón. Con sensatez, Palatina y los demás hicieron la acostumbrada reverencia al oficial superior. No tenía sentido ponerlo de mal humor.

— ¿Quién esta al cargo aquí? —preguntó. No era el tipo de inquisidor ascético como el que había registrado nuestra manta en el puerto. Se trataba, en cambio, de un haletita de barba gris que, aunque no pudiera decirse que estuviera gordo, daba la impresión de disfrutar plenamente de la comida. No por eso resultaba menos intimidante, y, quizá, que fuese un hombre de mundo lo hacia más peligroso.

— Soy el oficial segundo Vatatzes Scartaris —dijo el más veterano de los oficiales del Lodestar que estaban conscientes. Había sangre en una de sus manos y en una parte de la cabeza, y su rostro parecía blanco incluso bajo la luz de las antorchas— Mi capitán está inconsciente.

Dio la impresión de que el oficial más joven iba a decir algo, pero se contuvo manteniendo la boca cautelosamente cerrada.

— Estabais prestando ayuda a herejes y renegados, lo que constituye una herejía según el edicto universal de Lachazzar.

— La ley naval imperial exige que todos los buques que naveguen en las cercanías de otra nave que esté en apuros la socorran, a menos que se trate de un enemigo —explicó el oficial segundo modulando con cuidado sus palabras, como si temiese no ser capaz de decirlas.

— La ley de Ranthas es superior a cualquier código terrenal —sostuvo con dureza el inquisidor— Exige que los herejes sean destruidos, no socorridos.

— No abandonaré... a personas que sufren —dijo el oficial segundo entre dientes, luego se tambaleó y sus piernas cedieron. Su subordinado intentó mantenerlo en pie, pero poco después lo acomodó en el suelo.

— Está muy malherido, necesita atención médica —clamó desafiante el otro oficial— No es un hereje, es un oficial herido de un clan thetiano que ha obedecido las órdenes de su capitán.

El inquisidor lo miró con ojos asesinos, pero el sacerdote de rojo y marrón que lo acompañaba le dijo algo al oído.

— Este hombre es un monje de la orden de Jelath. Él atenderá a vuestros heridos —anunció el inquisidor un momento después, y el monje señaló a dos sacri para que lo ayudasen a trasladar al oficial segundo a otro sitio. Imploré en silencio a Thetis que recobrase la salud. Los monjes de Jelath pertenecían a una orden médica.

Entonces el inquisidor se dirigió a Palatina, ignorando al oficial más joven.

— ¿Quién eres tú? ¿Posees alguna autoridad?

— Soy Palatina Canteni, su gracia, una pasajera y huésped del comisionado principal Mauriz, que se encuentra herido.

— ¿Una Canteni viajando con un Scartari?

Esa pregunta confirmó mi primera impresión sobre el inquisidor. Un haletita que supiese sobre Thetia algo más que el nombre del emperador podía resultar muy peligroso. Por lo general, no prestaban atención al lugar ni a sus asuntos internos, en los cuales tenían prohibido intervenir según el acuerdo original firmado por Valdur y el primado primigenio.

— Actualmente no estamos en guerra.

El inquisidor pareció de repente perder todo interés en ella y le ordenó a otro monje de Jelath que mirase si Mauriz estaba bien. Poco después el monje informó que también él precisaría atención médica.

— No hay tiempo que perder —anunció por fin el inquisidor— Esta nave está ahora bajo control del Dominio. Preceptor Asurnas, trae a varios de tus hombres y a algunos marinos para que gobiernen el buque. Nos dirigiremos a Ilthys.

— ¿Qué haremos con la tripulación? —pregunto quien, supuse que era Asurnas. Elevaba un ribete dorado alrededor del emblema de la llama de su sobretodo, por lo que debía de ser un oficial.

— Todos los oficiales y pasajeros serán trasladados a nuestra manta. Llevadlos a las celdas destinadas a los herejes, que por el momento están vacías.

El oficial más joven intentó protestar, pero fue silenciado con un golpe en la cabeza que lo dejó tambaleante.

— ¿Quiénes sois vosotros? —preguntó el inquisidor fijándose por primera vez en Ravenna y en mí.

Sentí cómo me recorría con la mirada.

— Somos sirvientes del comisionado principal, su gracia —alcancé a explicar.

Mi temor era bastante genuino, y no dudaba que me veía tan aterrorizado como lo estaría cualquier sirviente del remoto Archipiélago si era capturado de semejante modo.

— Nos faltan sirvientes. Ahora nos serviréis a mí y a mis hermanos. Los monaguillos serán relevados durante un día de ese privilegio para celebrar la destrucción de la nave renegada.

De manera que, como me temía, el Avanhatai había sido destruido y su explosión había producido la segunda ola de energía que azotó al Lodestar. La ayuda brindada por nuestro capitán no había servido para nada. Estábamos prisioneros del Dominio y el principal Vasudh nunca llegaría a Beraetha. Mientras nos conducían a la manta del Dominio me pregunté si el inquisidor sabría lo suficiente sobre Thetia para haber oído hablar de Palatina Canteni.

Tras un día y una noche en la atmósfera viciada de la manta del Dominio no pude sino sentir alegría al emerger en el cálido y húmedo aire de Ilthys. Las nubes dejaban pasar los rayos del sol en algunas partes del cielo, y las aguas de la costa adquirían así un tinte verdoso. Era la primera vez que veía algo semejante desde que había partido de Lepidor. El calor permanente del Archipiélago no dejaba de tener su encanto, igual que la sequedad que lo invadía todo. Salvo por la presencia del Dominio, era un sitio mucho mejor para pasar el invierno que mi propio hogar. En especial, considerando que la manta estaba llena de sacerdotes, inquisidores y sacri, hasta el extremo de que su interior había sido reformado para permitir la instalación de celdas monásticas y de un refectorio. Era uno de los pocos buques pertenecientes en verdad al Dominio. Según pude deducir, la mayor parte de las naves que se empleaban en esta purga habían sido alquiladas a las grandes familias tanethanas.

La manta que habíamos abordado tema incluso una hilera de celdas para confinar a los herejes capturados, aunque me pregunté en vano qué necesidad tendrían de transportarlos. El Dominio precisaba de ejemplos, interrogatorios y hogueras para someter a las poblaciones locales. ¿Cuál era entonces el motivo para trasladar herejes de aquí para allá?

Cuando llegamos a tierra, los pasajeros y tripulantes del Lodestar que estaban en condiciones de caminar fueron escoltados por sacri, que parecían haber concluido que todos éramos herejes Mauriz, con un fuerte golpe en la cabeza, no había podido hablar hasta una o dos horas antes, de manera que el inquisidor decidió interrogarlo más tarde en el templo de Ilthys

Other books

Blood Sins by Kay Hooper
El caballero del jubón amarillo by Arturo Pérez-Reverte
Heirs of Cain by Tom Wallace
Nightfall by Laura Griffin
Los mundos perdidos by Clark Ashton Smith