Inquisición (51 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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»Convoco a todo Qalathar, a todo el Archipiélago, a pensar, reflexionar y escuchar lo que acabo de decir y lo que diré en el futuro. Tengo un salvoconducto firmado por el primado en persona según el cual, como habéis visto, todos podéis debatir conmigo y con mis hermanos de fe. Podréis escoger el momento y el lugar. Lo único que os pido es que todos los que deseéis venir solicitéis audiencia.

»Y digo también a los que han estado siguiendo el mal camino que os devolveremos al verdadero sendero con nuestra bendición y olvidaremos vuestro pasado. Miles y miles de personas nos han dado la espalda, pero nosotros no os traicionaremos. Los que acudan a nosotros serán absueltos y quienes confiesen su fe ante testigos, como indica la costumbre y como ningún hereje consentiría hacer, serán considerados verdaderos hijos de Ranthas. Todos los herejes que recibamos en el seno del Dominio estarán a salvo de cualquier persecución de por vida, del mismo modo que lo estarán

los que deseen reafirmar su fe, ya sea porque dudaron o porque alguien dudó de la sinceridad de sus creencias. »Os ofrezco perdón, paz y redención en el nombre de Ranthas, que brinda la luz y la vida al mundo ahora y siempre. Que Ranthas os acompañe.

CAPITULO XXV

Todos permanecimos en silencio mientras Sarhaddon hacía la señal de la llama y descendía de la plataforma junto a su compañero para unirse a sus hermanos venáticos. La multitud, absorta y en silencio, no se movió ni reagrupó de ningún modo mientras los monjes formaban una pequeña procesión, encabezada por el que llevaba el incensario, que se había enfriado hacía tiempo. Entonces, de pronto y como despertando de un hechizo, el gentío cobró vida, desplazándose en todas direcciones y sin dejar de hablar. Tanto ruido resultaba muy molesto tras horas de oír sólo a Sarhaddon.

Algunas personas de los extremos comenzaron a dispersarse, pero muchas se dirigieron al centro de la plaza, y se hicieron corros en torno a los venáticos. Por un tenso momento creí que iban a ser empujados y hostigados en dirección al templo, donde sin duda los esperarían los sacri listos para intervenir.

Pero el humor de la población era muy diferente, y las conversaciones que llegaban hasta el balcón se hacían en voz baja y con gran intensidad, pero sin un tono enfurecido ni acusador. Comenzaron a abrirse claros entre la multitud, y los venáticos no avanzaron hacia el templo, sino que permanecieron en la plaza, donde súbitamente se vieron rodeados de una enorme masa de gente. Tras unas palabras del compañero de Sarhaddon, la comitiva de venáticos se separó. Un momento después, había seis hombres blancos rodeados de personas que gesticulaban excitadas.

Un poco antes había empezado a despejarse el balcón. Entonces sentí que se liberaba la presión sobre mi pierna cuando alguien se levantó para entrar en el salón, dejando más espacio libre. Todos comenzaron a hablar a la vez, y en sus voces podía sentirse la misma excitación que se percibía en la calle. Durante un momento permanecí con la mirada fija en la plaza, observando el ir y venir de la multitud.

Entonces la oceanógrafa que estaba a mi lado se alejó de la baranda a medida que más gente se iba del balcón.

— Disculpa, no te he dejado mucho espacio, ¿verdad? —me dijo con expresión de incomodidad— ¿No estás de acuerdo con él?

— Son thetianos —afirmé por segunda vez aquel día, pues no deseaba complicar las cosas— Si observas a nuestro emperador, es difícil no creer a Sarhaddon.

— Pero... niega todo lo que me enseñaron. Ya no estoy segura de qué es lo que debo creer.

— ¿Estabas tú en...? —pregunté, dejando la frase inconclusa al ver que me había entendido.— Sí, estaba en la fortaleza del Agua hace tres años. No sé si la has visto, pero tiene un aspecto muy thetiano. Pienso en las últimas palabras que ha dicho Sarhaddon y en cómo les ha dado la vuelta a las cosas. —Alzó las manos en un gesto de frustración típico del Archipiélago— Siempre había pensado que me hubiese gustado conocer a Carausius, pero las cosas que dice el Dominio de él son tan horribles... Y la sola idea de que Aetius destruyese su propia capital de ese modo, con toda la gente dentro... ¿Puede alguien ser tan monstruoso?

«Cada año, en el aniversario de la caída de Aran Cthun, la Marina y las legiones celebran un homenaje en honor de los caídos para recordar aquella gesta y la muerte de Aetius.» Las palabras de Telesta resonaban en mi cabeza. Debían de ser verdad, pues Telesta quería que confiase en ella. ¿Harían algo semejante por un hombre que había condenado a muerte a muchas de sus propias familias como parte de una estrategia?

Pero Aetius era un Tar' Conantur. ¿Por que no iba a ser como el resto de sus retorcidos parientes? ¿Por qué iba a haber esas tres únicas excepciones en la letanía de muerte y sangre que nos había acompañado a lo largo de los siglos? Una parte de mí sabía que Sarhaddon sólo estaba haciendo eso para conseguir algo, y que dos meses atrás yo no hubiese creído seguramente ni una de sus palabras. Pero ahora eso me resultaba imposible tras haber conocido a Orosius.

— Así que ahí estás —dijo Palatina volviendo a mi lado. En su expresión había más preocupación que duda. Menos torpe que yo, se presentó a sí misma ante la oceanógrafa, que se llamaba Alciana.

— ¿Sois primos? —preguntó Alciana después de decirle también mi nombre. Palatina asintió— No pareces tan preocupada.

— No confio en Sarhaddon —explicó Palatina— Al menos no en como ve las cosas. Es probable que las ciudadelas se creasen de ese modo, pero eso no implica por necesidad que sus fundadores fuesen esos asesinos de los que ha hablado. Los militares consideran todavía un héroe a Aetius, y no sería así de haber sido responsable del sacrificio de tantas vidas.

— Aetius era un Tar' Conantur —afirmé— ¿Por qué habría de ser un dechado de virtudes cuando el resto de sus parientes han demostrado ser tan perversos?

— Sólo has oído hablar de los que lo fueron —respondió Palatina con vehemencia— Los que han tenido vidas normales no resultan interesantes y es imposible utilizarlos como propaganda.

— ¿Por qué entonces ninguno de ellos fue emperador? —objeté— ¿O acaso te refieres sólo a los que nunca han tenido poder y por lo tanto han sido incapaces de forjarse un nombre por sí mismos?

— La princesa Neptunia puede no ser muy cariñosa, ni una madre excelente, pero tampoco es un monstruo. En absoluto. Tampoco lo era el viejo emperador.

— El viejo emperador nos abandonó a nuestro propio destino —repuso Alciana tranquilamente, paseando la mirada del uno al otro— El actual puede ser mucho peor. Creo que Cathan tiene razón.

— Entonces ¿crees lo que ha dicho Sarhaddon?

— Lo repito, ya no sé qué creer. El Dominio quema a la gente por estar en desacuerdo con su religión. ¿Acaso Carausius o Aetius hicieron eso alguna vez?

— No, no lo hicieron. Me parece que Sarhaddon está intentando convencer a la gente común, a los que nunca fueron a las ciudadelas. Su adoctrinamiento fue mucho más severo que el nuestro, si es que lo que recibimos nosotros puede llamarse así. ¿Sabes de alguien por aquí que pueda debatir con él a su nivel y que no tenga miedo?

— Todos tienen miedo —se lamentó Alciana— Quizá Diodemes, el oceanógrafo de cabellos grises que habéis visto por aquí, podría animarse a hacerlo. Pero ¿qué le sucederá si lo hace? Todo Qalathar sabrá que es un hereje, y en el momento en que acabe la amnistía de los venáticos lo arrestarán. Quien participe en el debate, deberá perder la discusión y acabar convirtiéndose para salvarse.

— ¿Y alguien de las ciudadelas? —sugerí— Alguien que no tema las consecuencias porque luego pueda desaparecer. —Pero tardaría varias semanas en llegar, y puede que luego lo siguieran al regresar.

— Da la sensación de que la gente responde favorablemente a Sarhaddon —dijo Palatina señalando a la plaza, que se vaciaba con rapidez. Nosotros éramos los únicos que continuábamos en el balcón. Los venáticos seguían abajo, cerca de la tarima, cada monje codeado de bastantes personas— Diría que eso es lo que busca.— Me parece que estoy de acuerdo con ellos —advirtió Alciana— Llevamos meses hablando de la cruzada, y más aún desde la llegada de los inquisidores. Veo a los sacri todos los días cuando camino desde mi casa hasta la estación del Instituto Oceanográfico, y mis padres me han contado lo que ocurrió la última vez. Todos mis familiares son herejes, pero no quieren morir. Yo tampoco. Pero eso es lo que sucederá si empieza otra cruzada. No tengo madera de mártir.

Al final siempre se llega a eso, pensé, a preguntarnos si la fe es más importante que vivir una vida normal o que el mismo hecho de vivir. La historia es importante, es verdad, pero las mayores equivocaciones del Dominio pertenecían al pasado. ¿Valía la pena morir para recordarlas?, ¿sacrificarse por un pasado que quizá no hubiese sido siquiera como nos habían enseñado?

— Creo que todo está más claro ahora —comentó Palatina, pensativa— Nos preguntábamos qué era lo que quería Sarhaddon y creo que ahora lo sabemos. Él separará a los mártires del resto, porque ahora existe la oportunidad de ceder sin pagar un precio y de salvarse ante el peligro de nuevos inquisidores y de otra cruzada. Sólo perseguirán y capturarán a los que quedemos fuera. —Sarhaddon aclaró que sólo intentaba salvar a los que querían ser salvados— añadí.

— Pensé que no podría salir victorioso ante tanta gente, que era sólo un sueño. Ahora veo que incluso tú dudas, Cathan, y todo se vuelve muy real.

— Vosotros sois amigos de Persea, de modo que probablemente tenéis que ver con los disidentes —dijo Alciana e hizo una pausa— Y no sois de Qalathar. Es probable que ya os lo hayan dicho, pero debéis daros cuenta de que si se desata una nueva cruzada será el fin del Archipiélago. Perderemos la libertad que nos queda y esta ciudad será conquistada. Todos lo sabemos. No podemos oponernos a ellos; no somos lo bastante fuertes. Cualquier acción que emprendamos será tan efectiva como la picadura de un mosquito. Incluso si luchásemos y consiguiésemos vencer, cuentan con todo un mundo dispuesto a proporcionarles tropas con las que volver a intentarlo, incluyendo las del emperador. —Mientras hablaba, Alciana jugueteaba con el dobladillo de la manga, un gesto que no concordaba con su aspecto culto y mundano, y me recordaba a Palatina— Apenas os conozco y no sé por qué os estoy diciendo esto —prosiguió— , pero son personas como Persea y Alidrisi las que darán problemas. Intento no pensar en lo que sucedería si vinieran los cruzados, pero, en ocasiones, cuando estoy triste, no puedo evitarlo. Convertirían esta tierra en un desierto e instalarían sus tiendas de campaña sobre sus ruinas. Y matarían o esclavizarían a todos los que conocemos, incluyendo a mi propia familia, si es que sobrevivo a la destrucción de la ciudad. Yo, como soy joven y bonita, sería vendida como concubina en Haleth en lugar de ser asesinada. Vosotros no tenéis idea de lo que eso significa, ser consciente de que eso puede sucederos y de que no hay manera de impedirlo. No sé qué debe hacerse respecto a Sarhaddon y su mensaje, así que oiré más discursos, pero no creo tanto en Thetis para morir por ella. De modo que si no confiáis en Sarhaddon, no vayáis por allí diciéndoselo a todo el mundo o intentando rebatir su mensaje. Os lo ruego. Permitid que, por una vez, decidamos nosotros.

— Cathan ya ha hecho todo eso, sinceramente —repuso Palatina mientras Alciana volvía a fijar su seria mirada en ambos, pero yo no quise pronunciar palabra— Sarhaddon conoce a Cathan, acudió directamente a él cuando llegó aquí. Cathan ayudó a convencer al virrey de que le permitiese llevar adelante su plan.

— ¿Así que has sido tú? —preguntó Alciana dirigiéndose a mí— Había oído algo, pero sabía que no había sido Persea ni ninguno de sus compañeros. ¿Por qué? ¿Por qué si ni siquiera eres uno de los nuestros?

— Pregúntale a Persea —respondió Palatina antes de que yo pudiese hablar— Ella te lo dirá.

¿Lo sabía Persea?, me pregunté. ¿Lo sabía alguien? Lo había hecho por el motivo que había dicho Alciana, exceptuando que no soportaba sufrir. /

— Lo haré —aseguró Alciana— , y gracias.

Se volvió y avanzó hacia el salón sin decir nada más. Por un momento distinguí a Alidrisi a un lado, observándonos. Entonces también él cambió de lugar. Todo parecía exactamente igual que antes del discurso: la luz, el salón y la misma incertidumbre en la gente. Pero el clima era cada vez más grave.

— ¿Por qué has sacado eso a relucir? —le pregunté a Palatina— No había necesidad de decírselo. —No conviene que piensen en nosotros como interferencias extranjeras.

— ¿Y crees que dejarán de hacerlo? —Quizá sigan haciéndolo, pero sabrán también que les hiciste un favor y si en algún momento nos vemos en graves problemas, eso podría ayudarnos.

— ¿Sigues pensando en ventajas políticas, incluso tras el discurso? Eso sólo puede resultar eficaz si no es una estratagema. —¿Qué te sucede, Cathan? Apenas has dicho nada desde que te viste con Sarhaddon hace dos días. Supongo que no te habrá convencido con sus ideas sobre Aetius y los demás. ¿O me equivoco? ¿Podría haber escrito la Historia el monstruo al que se refirió? Nadie puede componer una obra tan extensa sobre sus propias experiencias sin que se haga evidente su carácter. Carausius no fue un asesino demente, así que ¿por qué insistes en tener una visión tan negativa de tu propia familia? Incluso mi madre, como te he dicho, pese a no ser una madre ideal nunca se ha comportado de forma cruel. ¿Es que te ves a ti mismo de ese modo? ¿Así me ves a mí?— No. Yo soy hijo de Perseus, ¿verdad? —repliqué mirándola con atención— Él estaba más preocupado por su arte y su poesía que por gobernar un imperio. Mi otro padre, hablo del conde Elníbal, üiijo que casarse con mi madre fue la única decisión que el emperador tomó por sí mismo. ¡Menos mal que así fue! ¿También la desprecias a ella? —preguntó Palatina en voz baja y con mucha calma— Tu madre no es una Tar' Conantur, no existe en ella ni una gota de su sangre. Ama el mar tanto como tú y es mucho más valiente de lo que jamás lo fue tu padre. Puedes pensar que la parte de ti que responde a los Tar' Conantur es la única que cuenta, pero tanto tú como yo tenemos un padre y una madre, y tú nunca has preguntado por tu madre. El resto del salón dejó de existir para mí, y sentí una combinación de culpa y vergüenza al percatarme de la gran verdad que me decía Palatina. La gente hablaba sobre mi hermano y sobre mi padre, pero sólo mi padre adoptivo, el conde, había mencionado alguna vez a la emperatriz. Para mí, mi madre era la condesa de Lepidor y siempre lo sería. Nunca podría considerar a Perseus como un padre; era más bien como un abuelo muerto antes de mi nacimiento.

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