Infierno (27 page)

Read Infierno Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantastico

BOOK: Infierno
3.88Mb size Format: txt, pdf, ePub

Anduvieron durante un tiempo incalculable en una oscuridad casi total. En un principio, Jasker había sacado una vela de su saco y había intentado encenderla; pero por el túnel zumbaban y resonaban extrañas corrientes de aire caliente, y la vacilante llama se negó a permanecer encendida durante más de algunos minutos. Al cabo de un rato, el hechicero abandonó sus intentos de mantener la vela encendida. Por un instante consideró la posibilidad de llamar a una salamandra, una de sus pequeñas hermanas ígneas; pero hacer venir y dominar a aquella criatura precisaría de la utilización de poder, y no quería arriesgarse a reducir sus reservas aunque fuera en una mínima parte. Por el momento, tendrían que apañárselas sin luz.

Resultó un viaje alucinante. El aire olía a sulfuro y sabía a hierro; el bochorno aumentaba a medida que el túnel giraba y se retorcía siempre en sentido descendente. Había momentos en que el techo del pasadizo se elevaba tanto que sus pasos producían atemorizantes ecos; en otros, las paredes se juntaban tanto que se veían obligados a introducirse de lado por aberturas apenas practicables. De vez en cuando, un vago y distante centelleo de luz entre roja y naranja surgía de alguna rendija en la pared del túnel y reflejaba sus sombras por un breve instante sobre la roca, antes de desvanecerse. Asimismo, de algún lugar muy por debajo de ellos brotaba una vibración constante y apagada que ni siquiera el sensible oído de
Grimya
podía escuchar con claridad, pero que ambos sentían en su interior.

A la loba le era imposible ocultar su miedo. El más mínimo sonido, el menor soplo de aire era suficiente para hacerla saltar a un lado y pegarse al suelo, y cuanto más penetraban en la montaña, peor se sentía. Cruzaron una galería natural, avanzando con cuidado por una estrecha repisa que sobresalía por encima de un tremendo y negro precipio; luego se introdujeron en otro túnel, cuya tremenda acústica hacía que sus pisadas resonaran como el avance de un ejército, y siguieron por una cresta de basalto que cruzaba una enorme fumarola. Ésta arrojaba bocanadas de aire caliente y sulfuroso a sus rostros y brillaba con vida propia. Jasker se detuvo varias veces para consultar su mapa, pero se trataba de una mera precaución; la memoria y el instinto estaban demostrando ser buenos guías, y sabía que cada vez se encontraban más cerca de su destino.

El hechicero se daba perfecta cuenta del miedo que sentía
Grimya, y
lo cierto es que lo compartía; aquellos túneles subterráneos no eran lugar apropiado para ningún ser vivo, humano o animal. Lo único que esperaba era alcanzar su objetivo. Había visto el lugar en una ocasión, durante su primera exploración, pero desde aquella visita imprevista no había tenido motivo —no, se corrigió con severidad, no había tenido el
valor
— de regresar. No tenía ningún mérito que se engañase a sí mismo con aquello, pues el temor que sentía era plenamente justificado. Pero ahora que debía enfrentarse a ello otra vez, rezaba en silencio para que durante el tiempo transcurrido ningún suceso natural hubiera convertido el lugar en inaccesible, ya que si así era, sus planes tendrían la misma relevancia que un puñado de polvo volcánico.

Se preguntó lo cerca que estaría Índigo ahora del mortífero valle. Sabía que mucho dependería de si todavía tenía a Quinas con ella. Si el capataz seguía vivo, su presencia aminoraría su marcha y aquello aumentaba las posibilidades de Jasker de llegar a su destino antes de que ella llegara al suyo. Pero si Quinas había sucumbido al agotamiento, o Índigo había simplemente perdido la paciencia y lo había matado, podría ser ya demasiado tarde.

Sin darse cuenta, apresuró el paso, lo cual obligó a
Grimya
a trotar rápidamente para poder seguirlo. Por lo que sabía —y Jasker estaba dispuesto a admitir que tanto sus conocimientos como el mapa podían andar errados—, estaban ahora muy cerca de su meta. El aire del pasadizo por el que avanzaban a toda prisa estaba viciado por los vapores que emanaban del polvo volcánico, las piedras calientes y el metal semifundido: bajo sus pies, y no a demasiada profundidad, las leyes naturales de la geología estaban siendo trastornadas por el descomunal calor procedente del núcleo hirviente del volcán. Intentaba calcular cuánto más deberían seguir adelante cuando de repente las orejas de
Grimya
se irguieron.

—¡Luz! —exclamó con voz ronca—. ¡Ve... o luz!

En la oscuridad del túnel, el hechicero se había concentrado en no perder el equilibrio sobre el desigual suelo, y la loba había vislumbrado el primer resplandor revelador antes de que su mente lo registrara. Ahora, no obstante, sus ojos captaron el débil y vacilante reflejo en la pared de delante.

Habían llegado. Viejos recuerdos volvieron a la vida en la mente de Jasker, y sintió una profunda sensación de ahogo en la garganta que no era provocada por la apestosa atmósfera. Intentó tragar, pero no pudo generar saliva, y se detuvo, con los ojos clavados en el inflamado resplandor mientras apoyaba una mano en la roca que tenía a su lado.

La superficie de la pared estaba caliente, y notó cómo a través de ella vibraba un lento pero insistente latido. La luz que tenían delante iluminaba una curva cerrada del túnel, y justo después de la curva, recordó, el techo se había hundido para crear una pared inclinada de cascotes cuya única salida era una estrecha abertura en la parte superior. Detrás de aquella barrera estaba el final del túnel y su punto de destino.

El hechicero aspiró con fuerza y energía por cuatro veces, en un intento de calmar los inquietos latidos de su corazón. Luego, tras echar una rápida ojeada a su alrededor para asegurarse de que
Grimya
lo seguía, se encaminó hacia la curva del túnel.

Nada había alterado las rocas caídas. La ardiente luz brillaba con fuerza a través de la abertura de la cima, dejando la ladera sumida en profundas sombras y provocando que resultara difícil juzgar las distancias y los ángulos para una ascensión.
Grimya
contempló los escombros indecisa.

—¿Puedes subirla? —preguntó Jasker.

La loba inclinó la cabeza.

—Sssí. Pero... ¿qué es esa luz? ¿Y los ru... ruidos? No son nada... tranquilizadores.

El hombre había estado intentando ignorar los inquietantes ruidos que se incrustaban en su mente desde el otro lado de la barrera, pero la pregunta del animal lo obligó a tomar conciencia de ellos. Si cerraba los ojos y daba rienda suelta a su imaginación —algo que no estaba excesivamente ansioso por hacer— podría fácilmente creer que los discordantes sonidos eran una especie de música sobrenatural, el canto de extraños espíritus en una escala tonal y en una lengua que ninguna mente humana podía interpretar. Peculiares armonías que desafiaban la comprensión, susurros imposibles, estremecedoras cadencias sin tono ni ritmo, que, sin embargo, poseían su propia y espectral integridad. Como era lógico, Jasker sabía que aquellos ruidos eran debidos al desplazamiento de corrientes de aire fortuitas por la enorme red de túneles de la roca; pero la lógica no podía competir contra el efecto de aquellos ecos espeluznantes, ni podía hacer desaparecer la convicción que se había apoderado de él la primera vez que llegara a aquel imponente lugar: creía escuchar la inmensa e inhumana voz de la mismísima Vieja Maia.
Grimya,
que carecía de las deficiencias auditivas del oído humano, debía de estar sintiendo aquella voz en su mismo tuétano...

Le respondió con suavidad.

—No son más que movimientos del aire,
Grimya,
No hay por qué asustarse.

Hubiera deseado poder confiar en sus propias palabras tranquilizadoras cuando inició el ascenso por la pared de cascotes. Las piedras caídas estaban más calientes que la pared del túnel, tanto que no podía sujetarse a ellas durante más de algunos segundos cada vez. Y la ascensión era más complicada de lo que recordaba; los pedruscos sueltos convertían la marcha en algo muy peligroso, y el avance resultaba frustrantemente lento. Pero ya casi estaba a medio camino de la parte superior cuando, percibiendo que algo no iba bien, volvió la cabeza para mirar sobre su hombro y descubrió que
Grimya
no lo seguía. En vez de ello se había dado la vuelta y miraba al lugar por donde habían venido. Sus orejas estaban totalmente echadas hacia adelante
y
alerta, y su postura era tensa.

—¿Grimya?—Una
nerviosa impaciencia dio a la voz de Jasker una nota de irritación; si tenían que enfrentarse a la ascensión y a lo que había detrás de ella, no deseaba prolongar la prueba durante más tiempo del estrictamente necesario.

Grimya
gruñó, con un temblor inquieto, pero no lo miró.

—¡Grimya!
¿Qué sucede?

La loba volvió por fin la cabeza. Sus ojos, brillantes por el reflejo de la luz, mostraban una expresión fiera y repentinamente ajena a todo aquello, y echó hacia atrás los labios mostrando los colmillos.

—¡Algo vaaa mal!

Una fría mano espectral se cerró en torno al estómago de Jasker.

—¿Mal?

—En mi mente. Una alte... alteración. ¡La... essscuché! Pero ahora se ha ido.

Su primer temor irracional de que alguien o algo los había estado siguiendo por el laberinto de túneles desapareció, pero fue reemplazado al instante por otro presentimiento.
En mi mente,
había dicho
Grimya.
¿Era posible que la loba hubiera captado algún olor psíquico a algún peligro?

Aferrándose a su precario asidero, y sin prestar atención a sus manos que empezaban a chamuscarse, Jasker la instó apremiante:

—Intenta escucharlo de nuevo,
Grimya.
¡Inténtalo!

—No... puedo... —Sacudió la cabeza con fuerza, como si intentara deshacerse de algún asaltante invisible, y dio un paso atrás, con todo el cuerpo temblando—. No quiere... venir... no. Espera. Es... —De repente levantó los ojos hacia él y esta vez su mirada estaba llena de temor—. ¡Es Índigo! ¡Jasker, es su voz! ¡In... tenta llamar... me!

El hombre se sintió como si la sangre de sus venas hubiera sido reemplazada por agua helada. No era posible; no, a menos que...

—¡Escucha de nuevo! —Su voz se quebró en la última sílaba, y le costó un gran esfuerzo conseguir recuperar algo de coherencia—. ¿Qué es lo que dice? ¿Qué?

—¡No lo sé! No pu-puedo oírla con clari... dad; es como si...
—Grimya
no encontraba las palabras; lanzó un gañido de angustia, luego recurrió desesperada a su primera advertencia—. ¡Algo vaaa maaal!

El hechizo que había encadenado a Índigo a su obsesión y a su manía debía de haberse roto. Por lo tanto, las barreras que la muchacha había alzado entre ella y
Grimya
se habían derrumbado y ahora éstas podían restablecer su contacto telepático. Pero el contacto tenía un defecto, y la loba no había podido interpretarlo con coherencia.

La comprensión penetró en su mente, tan aguda como una cuchillada en el estómago. Sólo una cosa podía haber liberado a Índigo del control de Némesis; y el hedor del aire, la cambiante luz y los lejanos susurros de la Vieja Maia se convirtieron de repente en tan sólo un remoto telón de fondo para el terrible temor que bloqueaba la mente de Jasker.


Grimya,
escúchame. —Intentó mantener la voz tranquila, consciente de la facilidad con que la angustia del animal —y la suya propia— podían transformarse en pánico—. Tenemos muy poco tiempo. Debemos seguir adelante y deprisa. Sígueme... ¡Y si quieres a Índigo, no tengas miedo de lo que estás a punto de ver!

El animal le dirigió una mirada desesperada que obviaba la necesidad de más palabras; luego sus garras arañaron la piedra al saltar en dirección a la cuesta.

Completaron la ascensión jadeantes y casi gateando. Jasker se obligó a sí mismo a no pensar más que en el siguiente y precario punto de apoyo, pero, como una lúgubre letanía, se dedicó constantemente a maldecir en silencio su propia autocomplacencia. Sabía que el tiempo iba en su contra; sin embargo, no había hecho más que hablar sobre la urgencia de su causa en lugar de actuar. Ahora, la constatación de cada minuto perdido, de cada segundo desperdiciado, lo impulsó como a un depredador en pos de su víctima, hasta que, con una boqueada que casi le vació los pulmones, consiguió franquear, arrastrándose, los últimos metros que le faltaban para llegar arriba.

Cuando su cabeza alcanzó la abertura, una luz poderosísima le azotó el rostro y un fuerte hedor a sulfuro ardiente atravesó el agujero. Jasker no se detuvo, sino que introdujo el cuerpo por la estrecha salida y pasó al otro lado con un gran esfuerzo.

Sus sentidos se vieron asaltados repentina y violentamente desde todas las direcciones, cuando los sonidos, el calor, los olores y el sabor de antiguos minerales fundidos en su lengua se combinaron todos en un único ataque. Inconscientemente, el hechicero había cerrado con fuerza los ojos al introducirse en la abertura; no quería mirar, necesitaba conservar su última defensa. Pero entonces sintió a su lado la delgada forma de
Grimya
—que también se había abierto paso por el agujero— y escuchó su asustado gemido cuando, sin estar preparada, se encontró con lo que él aún no se había atrevido a mirar.

Titubear ahora sería un acto de cobardía. Y con una brusca oleada de amargura, Jasker comprendió que era la falta de valor lo que se había interpuesto durante tanto tiempo entre él y su deber.

¡Ranaya, Madre del Magma, Señora de las Llamas, perdonad mi flaqueza y concededme vuestra bendición!

Pronunció esta letanía con silenciosa desesperación, como un condenado gritaría a las alturas cuando toda esperanza terrena se ha agotado.

Entonces abrió los ojos.

14

E
n su mapa lo había apodado sencillamente «el corazón», ya que desafiaba todo intento racional de definirlo de forma más grandilocuente. Cuando Ranaya había dado a luz a la mayor de sus tres hijas, en una titánica explosión de fuego, humo y magma que sacudió hasta las raíces todos los terrenos circundantes, el poder de esta primera erupción se había abierto paso como un puño gigantesco por entre millones de toneladas de roca, mientras las fuerzas contenidas bajo la corteza terrestre buscaban una salida. El núcleo de la montaña se había derretido durante la violenta embestida, y cuando el demoledor rayo de energía salió disparado hacia arriba en busca de una espectacular libertad, abrió un tremendo pozo vertical a través de la montaña, una vena aorta desde el corazón fundido de la Vieja Maia.

Other books

Xenia’s Renegade by Agnes Alexander
When Time Fails (Silverman Saga Book 2) by Marilyn Cohen de Villiers
Thieves In Paradise by Bernadette Gardner
Marie Antoinette by Kathryn Lasky
Racing Home by Adele Dueck
And West Is West by Ron Childress
Heir of the Elements by Cesar Gonzalez
Bone and Bread by Saleema Nawaz