No había ningún motivo de peso para permanecer en Dilawa. Esta estrella, alrededor de la cual no orbitaba ningún mundo habitable, albergó en su día cierta presencia humana (tal vez algunos miles de personas, a juzgar por las instalaciones abandonadas por los síndicos). Aquellos humanos estarían aquí porque los antiguos sistemas de salto más rápidos que la luz solo podían llevar las naves desde una estrella a otra que se encontrase en sus cercanías, lo que exigía que tuvieran que atravesar todos los sistemas estelares que las separaban de su destino. La hipernet cambió todo esto al permitir que las naves partieran desde una puerta de la red y viajaran directas hacia cualquier otra. Así, la presencia humana de muchos de los sistemas estelares más frecuentados se fue reduciendo paulatinamente, cuando el tráfico interestelar empezó a saltárselos.
Sin embargo, aquellos antiguos sistemas de salto servirían para que su flota regresara a casa a través de los sucesivos sistemas estelares, y la hipernet se había convertido en una amenaza para la supervivencia de la humanidad. Además, el
Intrépido
transportaba una llave hipernética síndica que podría proporcionar a la Alianza una ventaja decisiva, si conseguían trasladarla hasta el espacio de la Alianza. Por el contrario, si Geary no lograba llevar a su flota a casa, la llave se perdería junto con los buques de guerra y la tripulación y no conseguiría avisar del peligro que suponía la hipernet. El coste del fracaso le parecía más elevado cada vez que consideraba esa posibilidad.
—Avíseme si se produce algún cambio —le pidió a Desjani.
—Sí, señor. —La imagen de Desjani desapareció, pero no antes de que su expresión y su tono revelaran que la situación estaba detenida cuando era preciso ponerse en marcha.
Geary permaneció sentado, y el visualizador estelar enfocado en Dilawa volvió a aparecer ante él, suspendido sobre la mesa. No obstante, por mucho que lo mirara, el dispositivo se negaba a comportarse como una bola de cristal que pudiera resolverle todas las dudas que lo atormentaban.
La primera de ellas era determinar adónde ir después de salir de Dilawa.
Tienes que decidirte,
pensó. Había tenido que tomar muchas decisiones durante la larga retirada de la flota a través del espacio enemigo, así que no debería costarle tanto aclararse. No quedaban muchos saltos para llegar a un sistema estelar fronterizo de los Mundos Síndicos desde el que saltar de regreso al espacio de la Alianza. No tenía por qué surgir ningún contratiempo ahora que les quedaba tan poco para ponerse a salvo. Sin embargo, cada vez que se enfrentaba a aquella decisión le parecía más difícil. Continuó dubitativo, pues todas las opciones posibles le recordaban lo que salió mal en Lakota y las bajas sufridas en Cavalos. Ahora, además, la caída de la
Merlón
se unía a la maraña de dudas que lo atormentaba.
Pensó en hablar con Victoria Rione, copresidenta de la República Callas y miembro del Senado de la Alianza, para pedirle su opinión. Pero Rione había decidido no dar más consejos de este tipo durante un tiempo, bajo el pretexto de que muchas veces no había sabido determinar qué era lo que más le convenía a la flota. Si había alguna otra razón, Geary no estaba seguro de cuál podría ser. Aunque durante un tiempo mantuvieron un idilio, limitado a una atracción carnal inconstante, Rione siempre le ocultó muchas cosas, hasta que un día decidieron romper su relación.
En cualquier caso, apenas la había visto en los dos últimos días.
—Necesito dedicarme al máximo a los informantes que tengo en esta flota —le dijo Rione—. Tenemos que averiguar qué oficiales de la Alianza se oponen a que usted capitanee la flota hasta el punto de introducir gusanos infecciosos en los sistemas operativos de los buques. —Geary no podía cuestionar sus prioridades; aquellos gusanos habían estado a punto de destruir varias naves de la flota.
Podía hablar con otras personas. Oficiales inteligentes, sensatos y dignos de confianza, como el capitán Duellos, de la
Osada;
el capitán Tulev, de la
Leviatán;
y la capitana Crésida, de la
Furiosa
.
Aun así, Geary permaneció sentado en soledad, con la mirada perdida en el visualizador estelar, poco dispuesto a solicitar consejo pese a que sabía que prolongar aquella situación podría acarrear consecuencias trágicas.
Sonó la alerta de su escotilla; anunciaba que la capitana Desjani solicitaba permiso para entrar. Geary accedió, preguntándose cuál sería el motivo de su visita. Dado que corrían algunos rumores que lo relacionaban con ella, la capitana apenas iba a verlo a su camarote.
Pero lo cierto es que sí mantenían una relación, si bien ninguno de los dos hablaba de aquellos sentimientos que no habían buscado y por los que no se dejaban llevar. Y no lo harían mientras él fuera el comandante de la flota y ella formara parte de la cadena de mando.
—¿Ocurre algo? —preguntó Geary.
Desjani señaló con la cabeza el visualizador estelar.
—Quería hablar con usted en privado acerca de sus próximos planes operacionales, señor.
Geary debería haberle agradecido el interés, pues sabía que Desjani se manejaba muy bien en las situaciones tácticas; sin embargo, se trataba de tomar una decisión operacional. O eso creía Geary, que se preguntaba por qué no le apetecía escuchar lo que la capitana había venido a decirle. Por otro lado, ¿cómo podía ordenarle que se marchara? Admitir que tenía dudas solo le serviría para darle un motivo más a Desjani para discutir aquel asunto.
—De acuerdo.
Desjani entró, con aire ausente, y se detuvo ante el visualizador estelar sin mirar a Geary a la cara.
—Antes parecía estar un tanto distraído, señor.
—No he dormido bien. —Desjani lo miró con gesto interrogativo y Geary se encogió de hombros—. Tuve una pesadilla en la que reviví la destrucción de mi antigua nave, cuando desperté. Todo aquello.
—Vaya. —Desjani volvió a desviar la mirada hacia el visualizador estelar—. Su aparición nos alegró tanto que no pensamos en lo conmocionado que podría estar. Siempre he creído que deberíamos haber actuado de otra manera cuando le dijimos el tiempo que había transcurrido y la suerte que corrió su tripulación. Debí de parecerle muy insensible.
—No creo que haya una forma más aconsejable que otra para informar de algo así. Y no, no me pareció insensible. Era evidente que usted sabía que debían decírmelo y nadie más estaba dispuesto a hacerlo.
—Sobre todo el almirante Bloch —admitió Desjani—. Siempre me he preguntado cuál fue la primera impresión que le causé.
Geary torció el gesto, esforzándose por recordar.
—No podía pensar con claridad. Estaba muy confundido. Recuerdo que me pregunté cómo era posible que usted hubiera acumulado tantos galones de combate. Y la Cruz de la Flota. ¿Qué hizo para conseguirla?
Desjani suspiró.
—En Fingal. Era una simple teniente de la antigua Broquel. Combatimos hasta que la nave quedó inservible y los síndicos nos abordaron.
—¿Y qué hizo?
—Ayudé a repeler el ataque. —Levantó la vista y miró en otra dirección.
—Si le concedieron la Cruz de la Flota, seguro que no fue solo por «ayudar a repeler el ataque» —comentó Geary.
—Cumplí con mi deber. —Desjani permaneció un momento en silencio.
Geary respetó el derecho de Desjani de contar la historia donde y cuando ella lo deseara. Tal vez las acciones que le valieron la condecoración le habían dejado algún tipo de trauma. La miró, sorprendido por la pericia con la que la capitana se desviaba del tema.
—¿Ha venido hasta aquí solo para hablarme de esto?
—No, no solo para esto. —Desjani respiró hondo—. Soy consciente de que no acostumbra a hablar sobre sus planes con antelación —prosiguió la capitana con un tono mucho más formal.
—En ocasiones sí lo hago —apuntó Geary.
Desjani aguardó, pero al ver que el capitán no decía nada más y no pretendía compartir su estrategia con ella, frunció levemente el ceño. Aun así, su voz no reveló ninguna emoción.
—He estado revisando toda la información de la que disponemos sobre los sistemas estelares síndicos a los que podemos llegar desde Dilawa. Entiendo que su intención es dirigirse al sistema estelar Heradao, pero no le ha comunicado a nadie su decisión pese a que es imperativo que la flota abandone este sistema estelar.
Geary tuvo la impresión de que aquello era lo más parecido a una reprimenda que había escuchado de boca de Desjani. Arrugó un poco la frente.
—Aún no he decidido cuál será nuestro destino. —Bien, ya lo había dicho.
Desjani esperó de nuevo a que le diera más detalles y, después, le habló con firmeza.
—Para viajar a los sistemas estelares accesibles desde aquí tendríamos que retroceder hasta Cavalos, lo que supondría alejarnos todavía más de casa, Topira, lo que nos conduciría de nuevo al espacio síndico, Jundeen, que está aislado y no nos ofrece ningún destino al que se pueda saltar, excepto este mismo, y Kalixa, donde hay una puerta hipernética síndica. Heradao es el único destino razonable, dado el peligro que entraña la puerta hipernética de Kalixa y el hecho de que ir a Cavalos, Topira o Jundeen no nos supondría ventaja alguna.
—Estoy al tanto de la situación de todos los sistemas estelares a los que podemos llegar desde aquí —replicó Geary—. ¿Algo más?
Desjani lo miró fijamente, como si ignorase la orden implícita de marcharse que el capitán acababa de darle.
—Algunos de los informes síndicos que conseguimos en Sancere indican que hay prisioneros de guerra de la Alianza en un campo de trabajo de Heradao.
—También me consta.
—Capitán Geary —dijo Desjani en voz baja—, soy oficial de la flota y oficial al mando de su buque insignia. Es mí deber comunicarle mis opiniones y ofrecerle mi consejo siempre que lo considere necesario.
Geary asintió.
—No lo discuto. Ya me ha dado su opinión. Gracias. Existen otros muchos factores que debo considerar.
—¿Como cuáles?
Geary la miró, sorprendido por la brusquedad de la pregunta.
—Aún… no he terminado de reflexionar sobre ellos.
—Quizá yo pueda ayudarlo.
Geary se empeñaba en oponerse, aunque no sabía muy bien por qué.
—Se lo agradezco, pero todavía no estoy listo para debatir sobre las distintas opciones. Cada uno de los sistemas estelares a los que podemos llegar desde aquí tiene sus ventajas y sus desventajas.
—Capitán Geary, evitar tomar una decisión no es propio de usted.
Geary frunció el ceño un poco más.
—No estoy evitando tomar una decisión, y esta conversación no nos ayudará a resolver los problemas. ¿Algo más? —repitió.
—¿Y los prisioneros de guerra de la Alianza retenidos en Heradao? —preguntó Desjani con un tono más cortante.
—Para empezar —contestó Geary, cada vez más irritado—, no sabemos si todavía siguen en Heradao. Todos los informes síndicos que conseguimos son antiguos. Es posible que trasladaran el campo de prisioneros hace tiempo. Además, los síndicos saben que la presencia de los prisioneros de guerra de la Alianza en el sistema aumentará las posibilidades de que esta flota acuda a rescatarlos, con lo cual es muy probable que pretendan tendernos una trampa en Heradao.
Desjani guardó silencio, esforzándose por controlar la respiración, y después dijo:
—¿Cómo podrían saber los síndicos que estamos al tanto de que había un campo de prisioneros de guerra en Heradao? Ignoran qué informes síndicos nos llevamos.
La pregunta tenía sentido, pero por alguna razón enfadó aún más a Geary.
—Sabe muy bien que estoy dispuesto a asumir riesgos que sean razonables para rescatar a los prisioneros de guerra de la Alianza.
—Sí, señor.
A pesar de la afirmación de la capitana, Geary ya había aprendido que un simple «sí, señor» de Desjani significaba que no estaba conforme, que había algo que no le parecía bien.
—Dudo que las ventajas de viajar a Heradao pesen más que los riesgos —añadió Geary, cuya irritación incrementaba la firmeza de sus palabras.
—Señor, con el debido respeto, debo señalar que correremos riesgos allí a donde vayamos, y que cuanto más tiempo permanezcamos aquí, mayor será el peligro.
Geary percibió el tono de la capitana y apretó la mandíbula.
—Y yo debo recordarle, con el debido respeto, que soy yo, y no usted, el responsable de la supervivencia de esta flota.
—Procuraré tenerlo en cuenta, señor —dijo Desjani con sequedad.
Geary la miró con desaprobación.
—¿Sabe? Con su actitud y sus comentarios no me pone las cosas muy fáciles.
La capitana se giró levemente para mirarlo y le devolvió el gesto de reproche.
—No quisiera importunarlo, pero en estos momentos la cuestión de lo fáciles que sean las cosas para usted es la última de la lista de prioridades. Esto es así para el oficial al mando de una nave y, aún más, para el comandante de la flota. Insisto en que mi deber es aconsejar en la medida en que me sea posible al comandante de esta flota; por tanto, eso es lo que haré, aunque el comandante decida ignorar mis recomendaciones.
—Muy bien. —Geary hizo un gesto brusco con la mano ante el visualizador estelar—. ¿Qué me aconseja?
—Ya se lo he dicho: viajar a Heradao.
—Y yo ya le he dicho que ya he contemplado esa opción.
Desjani esperó a que el capitán continuase y, después, sacudió la cabeza.
—Tiene miedo. He observado que, desde lo de Lakota y Cavalos, su temor es cada vez mayor.
Geary miró fijamente a Desjani, atónito por oír aquellas palabras.
—¿Y se supone que eso es un consejo para ayudarme? ¿Por qué habla como Numos o Faresa?
Desjani se sonrojó.
—¡No se atreva a compararme con esos individuos, señor!
Geary se obligó a calmarse y se abstuvo de contestarle con mordacidad. Desjani tenía derecho a indignarse. No debía haber insinuado que la capitana era como aquellos dos oficiales. Ella no ocupaba un cargo político; nunca cuestionó su nombramiento como comandante de la flota y, además, era una oficial al mando muy capaz. Todo ello la situaba en un nivel muy distinto al del capitán Numos, quien se hallaba bajo arresto, y al de la fallecida capitana Faresa.
—Disculpe —dijo Geary con frialdad—. ¿Por qué me acusa de tener miedo?
—No lo he acusado. —Desjani hizo un esfuerzo evidente por controlar su rabia—. No pretendo demostrar cuál de nosotros nació con las gónadas más voluminosas, pero después de hablar con usted y de observarlo, he percibido algunos cambios sutiles, sobre todo a partir de lo de Cavalos. —Hizo un gesto brusco con la cabeza para señalar el visualizador estelar—. Desde que asumió el mando de esta flota, ha venido empleando una serie de tácticas prudentes y arriesgadas con las que desestabilizar al enemigo y ganar combates. Creo que confía en su instinto para decidir cuándo actuar con arrojo y cuándo con cautela, porque nadie ha conseguido establecer patrón alguno. Pero ahora yo sí sé qué patrón lo mueve, y puedo deducir que tiene miedo.