Ilión (89 page)

Read Ilión Online

Authors: Dan Simmons

BOOK: Ilión
5.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

Apartó la cuestión de su mente. Lo sabría cuando llegara.

Daeman casi había pasado la torre de cristal mientras se encaminaba al sur cuando alzó la cabeza y vio que estaba ya directamente bajo los cientos y cientos de pisos de aire que se alzaban en la oscuridad.

Aterrizó en el asteroide, agarró el tubo con ambas manos, girando, usando sólo las lentes de su termopiel para penetrar la oscuridad. Allí flotaban formas humanoides, algunas cercanas, pero sus giros sin sentido sugerían que probablemente eran cadáveres de posts, no Calibán.
Probablemente.

Daeman se colocó el tubo bajo el brazo, se agachó, recordó la pose encogida de Calibán, la imitó, y se impulsó con toda la energía que le quedaba en los brazos y piernas. Flotó hacia arriba, pero lentamente, demasiado lentamente. Sintió que apenas se movía cuando llegó a la primera terraza, situada a unos veinte o treinta metros, y advirtió lo débil que estaba mientras usaba la barandilla de la terraza para impulsarse de nuevo, contemplando las sombras mientras lo hacía.

Había demasiadas sombras.

Calibán podría saltar hacia él desde cualquiera de aquellas terrazas oscuras, pero Daeman no podía hacer nada al respecto: tenía que permanecer cerca de la pared y las terrazas para seguir impulsándose, moviéndose siempre, flotando hacia arriba, rápidamente al principio, luego con velocidad menguante hasta que escogía la siguiente terraza, sintiéndose como una rana que saltara de un lirio de metal y piedra al siguiente.

De repente Daeman soltó una carcajada. Su termopiel, bajo la suciedad y el lodo y la sangre y la mugre, era verde. Sí que parecía una rana torpe, famélica y achaparrada que se alzaba en vertical cada diez barandillas o cada diez terrazas. Su risa resonó hueca en sus comunicadores y le hizo guardar silencio, a excepción de su torturada respiración y sus gruñidos.

Con una punzada de temor, Daeman se detuvo y dio una voltereta mientras seguía flotando hacia arriba.
¿He sobrepasado el nivel donde está aparcado el sonie?
La distancia hasta el suelo de abajo parecía increíble: trescientos metros de vacío, al menos, y el sonie estaba solamente...
¿a cuántos pisos de altura?
Su corazón redobló de pánico. Daeman intentó recordar la imagen holográfica de la celda de control de Próspero. ¿A cincuenta metros o así? ¿A cien?

Enfermo de terror por haberse perdido, Daeman flotó hasta separarse de la pared y comprobó los paneles de cristal. La mayoría brillaban con aquel resplandor enfermizo anaranjado cada vez más tenue. Algunos eran claros allí arriba, plateados a la luz terráquea. Ninguno mostraba la marca blanca de las membranas semipermeables de la primera compuerta y la puerta de Próspero.
¿Vi esa marca de la ventana en el holograma, o supuse que habría una visible desde dentro?

Flotando ahora hasta casi detenerse en el apogeo de su último salto, Daeman se soltó la máscara de ósmosis. Iba a vomitar.

No tienes tiempo para eso, gilipollas
. Trató de respirar el aire de allí arriba, pero era demasiado escaso, demasiado frío, demasiado rancio. Apenas consciente, Daeman volvió a ponerse la máscara.
¿Por qué no he traído la linterna? Creía que Harman la necesitaría para atender a Hannah o dispararle a Calibán, pero ahora no puedo distinguir las puñeteras ventanas.

Daeman se obligó a controlar la respiración y a calmarse. Antes de que la gravedad empezara a tirar de nuevo de él hacia aquel oscuro suelo situado mucho más abajo, se impulsó y se apartó de la pared, girando sobre su espalda como un nadador que buscara las estrellas.

Allí
. Otros quince metros más arriba, en aquella pared. El cuadrado blanco en un panel opaco.

Daeman hizo una pirueta, sostuvo el tubo entre la barbilla y el pecho y uso ambos brazos y sus manos enguantadas en una poderosa brazada. Si no podía llegar a esa terraza cercana, perdería treinta metros o más de altura, y no creía que le quedaran fuerzas para subir otra vez.

Llegó a la terraza, agarró el tubo con la mano izquierda y se impulsó con los pies en vertical, cronometrándolo tan a la perfección que se detuvo justo cuando llegaba al panel marcado de blanco. Jadeando, la visión oscurecida por el sudor, Daeman extendió el brazo derecho. Su mano y su antebrazo atravesaron la membrana como si fuera una gasa levemente pegajosa.

—Gracias a Dios —jadeó Daeman.

Calibán lo alcanzó entonces, surgido de los huecos en sombras de la parte inferior de la siguiente terraza, los largos brazos y las largas piernas abiertas, los dientes brillando a la luz de la Tierra.

—No —gruñó Daeman Justo cuando el monstruo lo golpeaba, envolviendo brazos y piernas y largos dedos alrededor del hombre, los dientes buscando su yugular. El humano consiguió alzar el brazo derecho para protegerse la garganta (los dientes de Calibán rasgaron la carne y encontraron el hueso), mientras las dos formas, entrelazadas y debatiéndose, la sangre fluyendo en baja-g alrededor, caían juntos por el fino aire hasta la terraza siguiente, chocando contra cristal y plástico, contra madera y carne congelada posthumana mientras se hundían en la oscuridad.

59
Las llanuras de Ilión

Mahnmut puede que fuera el primero en advertir lo que estaba pasando en el cielo, el mar y la tierra alrededor de Ilión, pero fue porque lo esperaba. No sabía
qué
esperaba... pero desde luego no era lo que veía ahora.

¿Qué ves?
, preguntó Orphu por tensorrayo.

Ah
..., jadeó Mahnmut.

Una esfera giratoria de varios centenares de metros de diámetro había aparecido en el aire a varios cientos de metros sobre Ilión. Luego una segunda apareció justo encima del campo de batalla, centrada entre la ciudad y la Colina de Espinos. Mahnmut se volvió rápidamente y vio materializarse una tercera esfera sobre los campamentos aqueos, una cuarta apareció de pronto mar adentro, inmediatamente delante de las docenas de barcos aqueos en fuga. Una quinta apareció al norte de la ciudad. Una sexta al sur.

¿Qué ves?
, exigió Orphu.

Uh
..., dijo Mahnmut.

Todas las esferas, de colores deslumbrantes, se llenaron de pronto de cegadores diseños fractales, y todas se convirtieron en múltiples imágenes del Monte Olympus, visto desde diferentes distancias, visto desde ángulos distintos, y con perspectivas distintas, pero todas mostraban ahora el volcán marciano y el cielo azul marciano. Una de las esferas se posó en las llanuras de Ilión, de modo que el suelo marciano, en el círculo de cien metros de diámetro, se extendió suavemente por el suelo troyano. La enorme esfera del oeste se convirtió en un círculo en el cielo y luego se hundió hasta que el océano marciano quedó a ras del mar Mediterráneo. El agua manaba de un mundo a otro. Los barcos aqueos intentaron arriar sus velas, los hombres dejaron de remar, pero las naves de alta proa no pudieron parar a tiempo y atravesaron el círculo de burbujeantes turbulencias hacia el océano marciano, con el nevado Monte Olympus alzándose al fondo. No importaba en qué dirección mirara Mahnmut, veía el volcán marciano, incluso a través de las esferas que ahora se convertían en portales circulares en el cielo de Ilión.

¿Qué está pasando?
, gritó Orphu por tensorrayo.

Ah
..., repitió Mahnmut.

Docenas de negros objetos voladores atravesaron los portales circulares del cielo, el círculo que cortaba el mar detrás de Mahnmut, incluso el portal a nivel del suelo (más arco que círculo, ya que su base estaba bajo el suelo troyano), que se abría a menos de cien metros delante de Aquiles y Héctor y sus hombres. Los objetos voladores se abalanzaban en el cielo como avispas gigantescas y Mahnmut advirtió que eran negros, picudos, afilados, no mucho más grandes que Orphu, y que estaban impulsados por motores de pulsión visibles en sus vientres, costados y popas. Las máquinas tenían cabinas bulbosas y de cristal negro, y estaban festoneadas con antenas de comunicación y lo que parecían ser armas: misiles, ametralladoras, bombas, proyectores de rayos. Sí eran carros de nueva generación de los dioses, habían pasado a la alta tecnología industrial a toda prisa.

¡Mahnmut!
, gritó Orphu.

Lo siento
, dijo el pequeño moravec. Casi tartamudeando, se apresuró a describir el caos en los cielos, mares y campos de alrededor. Tuvo problemas para hacerlo en tiempo real.

¿Qué están haciendo Aquiles y Héctor y todos los otros griegos y troyanos?
, preguntó Orphu.
¿Huyen?

Algunos si
, dijo Mahnmut.
Pero la mayoría de los aqueos que me rodean y de los
troyanos que hay cerca de tu colina corren hacia el portal-circulo más cercano.

¿Corren hacia ellos?
, repitió Orphu de Io. Mahnmut nunca había oído a su gigantesco amigo tan desconcertado.

Sí. Aquiles y Héctor empezaron: gritaron, ordenaron algo, alzaron sus lanzas y escudos y... bueno... se abalanzaron hacia allí. Supongo que vieron el Monte Olympus y supieron lo que era y entonces... atacaron.

¿Atacaron un volcán marciano?
, repitió Orphu. Parecía cada vez más desconcertado.

Atacaron el Olimpo, el hogar de los dioses
, dijo Mahnmut, bastante asombrado él también.
¡Oh, cielos!

«¡Oh, cielos!» ¿Por qué oh, cielos?
, exigió saber Orphu.

Esa cosa, ese portal circulo que tenemos detrás
, tartamudeó Mahnmut.
Docenas de barcos griegos lo han atravesado...

Sí, eso ya lo has dicho.

Pero se ven cientos de navíos más allá del portal.

¿Navíos griegos?
, preguntó el ioniano.

No. La mayoría son barcos de los HV.

¿Los hombrecillos verdes?
, Orphu hablaba como un pobre aparato de síntesis de voz, pronunciando cada palabra como si nunca la hubiera oído antes.

Miles de HV. En cientos de barcos.

¿Faluchos?,
dijo Orphu.

Faluchos, esas grandes barcazas que usaban para transportar las piedras para las cabezas, barcos de vela más grandes, barcos más pequeños... todos navegan hacia el Monte Olympus, mezclados ahora con los barcos griegos.

¿Por qué?
, preguntó Orphu.
¿Por qué navegan los zeks hacia el Olimpo?

¡A mi no me preguntes!
, gritó Mahnmut.
Yo sólo trabajo aquí... oh-oh.

¿Oh-oh?

El cielo está lleno de surcos ahora, como meteoros en llamas que caen del espacio.

¿Reemprenden los dioses el bombardeo?
, preguntó Orphu.

No lo sé.

¿En qué dirección?

¿Qué?
, dijo Mahnmut. Si lo hubieran diseñado con boca, habría estado boquiabierto. El cielo era un entramado de tremendos surcos, los portales circulares mostraban ahora el Monte Olympus en una docena de lugares alrededor de Ilión y el cielo lleno de negras máquinas picudas que se entrecruzaban a altitudes cada vez más bajas. Miles más de aqueos y troyanos se habían abalanzado tras Aquiles y Héctor, mientras que docenas de miles de otros troyanos y sus aliados ocupaban posiciones defensivas en las murallas de Ilión y la llanura situada ante las Puertas Esceas. Los gongs resonaban. Los tambores redoblaban. El aire chisporroteaba de energía y los rugidos se repetían en eco. Los aqueos corrieron a sus puestos defensivos en el foso; el sol se reflejaba en sus armaduras pulidas. Un millar de arqueros troyanos en las almenas de Ilión tensaron sus arcos y apuntaron al cielo. Una docena más de negras naves zarpó en el campamento aqueo. Mahnmut no podía girar lo bastante rápido para abarcarlo todo.

¿En qué dirección van los meteoritos?
, preguntó Orphu
. ¡De oeste a este, de este a oeste, de norte a sur?

¿Qué demonios importa la dirección?
, replicó Mahnmut.
No, espera, lo siento. Vienen de todas partes del cielo. Se entrecruzan en el azul.

¿Alguno se dirige a Ilión?
, preguntó Orphu.

No
lo creo. No directamente. Espera, veo algo en el extremo de uno de esos círculos... Voy a hacer un zoom... santo cielo, es una...

¿Nave espacial?
, dijo Orphu.

¡Sí!
, jadeó Mahnmut.
Alerones, casco, motor rugiendo... parece una nave de dibujo animado, Orphu. Flota sobre una columna de energía amarilla. Los otros meteoritos son también naves... algunas flotan... otras descienden. Oh, Oh, oh.

¿Otra vez oh-oh?

Por lo visto, la nave espacial está aterrizando
, dijo Mahnmut.
Igual que otras cuatro o cinco de las máquinas voladoras negras más pequeñas.

¿Sí?
, dijo Orphu. El ioniano parecía tranquilo, quizás incluso divertido.

¡Están aterrizando en la colina, cerca de ti! ¡Los tienes casi encima, Orphu! ¡Espera, ya voy!

Mahnmut empezó a correr a cuatro patas a toda velocidad hacia la colina donde las toberas de la nave espacial amarilla levantaban polvo y piedrecillas a varios metros de altura. No distinguía a Orphu a través del polvo. Las diversas máquinas seguían, posándose junto al túmulo de la amazona. Las picudas máquinas voladoras extendían un complicado tren de aterrizaje en forma de trípode. Las armas de las naves parecidas a avispas giraron, concentrándose en Orphu, según vio Mahnmut antes de perderlo todo de vista en medio de la tormenta de polvo.

No voy a ir a ninguna parte
, murmuró Orphu.
Pero no te vayas a lastimar un servomecanismo con la prisa, viejo amigo. Creo que sé quiénes son estos tipos.

60
El Anillo Ecuatorial

Mientras rodaba en la oscuridad de la terraza con Calibán, a Daeman le pareció que el monstruo intentaba arrancarle el brazo. De hecho, eso era lo que intentaba hacer. Sólo las fibras metálicas de la termopiel y la respuesta automática del traje para cerrar todas las aberturas impedía que los dientes de Calibán rasgaran la carne del brazo de Daeman y luego le rompieran los huesos. Pero el traje no salvaría a Daeman mucho tiempo.

El hombre y la bestia-hombre chocaron contra mesas, rodaron entre cadáveres de posthumanos, rebotaron en una viga y volvieron a caer en la microgravedad de una pared de cristal. Calibán no soltaba su presa y agarraba a Daeman de manera férrea con sus dedos largos y prensiles y sus pies palmípedos. De repente la criatura relajó su mordedura, echó atrás la cabeza babosa y se lanzó de nuevo contra el cuello de Daeman. El hombre bloqueó otra vez el ataque con el brazo derecho, fue mordido otra vez hasta el hueso y gimió en voz alta cuando volvieron a rebotar en la barandilla de la terraza. A pesar del cierre automático del traje, la sangre chorreaba en esferas discretas, chocando con el traje de Daeman o la piel escamosa de Calibán.

Other books

Rebel Betty by Michaels, Carla
My Everything by Julia Barrett
Find A Way Or Make One by Kelley, E. C.
Anne Barbour by Escapades Four Regency Novellas
Título by Autor
Running Away From Love by Jessica Tamara
A Self Made Monster by Steven Vivian
Dark Daze by Ava Delany