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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Humano demasiado humano (35 page)

BOOK: Humano demasiado humano
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474. El desarrollo del espíritu motivo de temor para el Estado.

La polis
griega, como todo poder político organizador, era exclusivista y estaba llena de desconfianza hacia el nacimiento de la cultura: su arraigado instinto de violencia no ejercía en dicha cultura, sino efectos paralizantes e inhibidores. Efectivamente, la educación decretada en la constitución estaba pensada para ser impartida a todas las generaciones y mantenerlas en un mismo y único nivel. Exactamente lo mismo que más tarde quería Platón para su Estado ideal. Así, entonces, la cultura se desarrolló
a despecho
de la
polis
, aunque le proporcionara a su pesar una ayuda indirecta al estimular la ambición del individuo hasta su, más alto grado, porque una vez internado éste en la vía del perfeccionamiento intelectual, avanzaba también por ella hasta su último extremo. Y no objetemos estas afirmaciones recurriendo al panegírico de Pericles, ya que su supuesta vinculación necesaria entre
la polis y
la cultura ateniense no era sino una ficción, un gran sueño optimista. Inmediatamente antes de que cayera la noche (la peste y la ruptura con la tradición) sobre Atenas, Tucídides volvió a hacer brillar ese sueño, como un crepúsculo transfigurador, destinado a hacernos olvidar el mal día que lo precedió.

475. El hombre europeo y la destrucción de las naciones.

El comercio y la industria, la circulación de cartas y de libros, el poner al alcance de cualquiera toda la cultura superior, el cambio rápido de lugar de residencia y de país, la vida nómada que actualmente llevan quienes no poseen tierras, todas esas circunstancias acarrean un fatal debilitamiento de las naciones, que acaba en la destrucción, al menos en el caso de las naciones europeas; hasta el punto de que hará surgir, por necesidad, como consecuencia de los continuos cruzamientos, esa raza mezclada que será la del hombre europeo. El cierre de las naciones en sí mismas, resultante del surgimiento de odios
nacionales
actúa, conscientemente o no, en contra de esta meta, pero no por ello es menor el avance de este cruzamiento de razas diferentes, pese a estas corrientes del momento. Este nacionalismo artificial es, además, tan peligroso como lo fue el catolicismo artificial, porque es en esencia un forzado estado de sitio y de emergencia, decretado por una minoría, sufrido por la mayoría, y necesita recurrir a la astucia, la mentira y la violencia para conservar su crédito. Lo que impulsa a este nacionalismo no es el interés de la mayoría (de los pueblos), como gustan tanto decir, sino, primero, el interés de ciertas dinastías reales y, segundo, el de determinadas clases mercantiles y sociales. Reconocido esto, no queda sino proclamarse sin miedo
buen europeo
y colaborar con nuestros actos a la fusión de las naciones, obra en la cual pueden cooperar los alemanes mediante su antigua y probada cualidad de
intérpretes e intermediarios de pueblos
. Diremos de pasada que el problema
de los judíos
no existe, a fin de cuentas, más que dentro de los límites de los Estados nacionales, porque en ellos es donde su energía e inteligencia superiores, ese capital de ingenio y de esfuerzo que amasaron durante largo tiempo, de generación en generación, en la escuela del infortunio, llega necesariamente a predominar en un grado que despierta envidia y odio, de forma que en casi todas las naciones actuales, tanto más en las que adoptan también una actitud marcadamente nacionalista se propaga esa literatura aborrecible consistente en llevar a los judíos al matadero como chivos expiatorios de todos los males que se produzcan en los asuntos públicos e internos. Ahora bien, habida cuenta que ya no se trata de conservar naciones, sino de producir una raza europea mezclada y lo más fuerte posible, el judío es un ingrediente tan útil y deseable como cualquier otro residuo nacional. Toda nación, todo un hombre tiene rasgos desagradables e incluso peligrosos; es una barbarie pretender que el judío constituya una excepción. Incluso puede que estos rasgos sean en su caso particularmente peligrosos y repugnantes, y que el joven corredor de bolsa judío represente quizás, en suma, la invención más repugnante del género humano. No obstante, me gustaría saber si en un cómputo general no habría que ser indulgente con un pueblo que ha tenido una historia más llena de desgracias que ningún otro pueblo, no sin la contribución de todos, y a quien debemos el hombre más noble (Cristo) y el sabio más puro (Spinoza), el libro más imponente y la ley moral que más ha influido en el mundo. Además, en los tiempos más sombríos de la edad media, cuando las nubes asiáticas habían extendido su espesor plomizo sobre Europa, fueron los librepensadores, los sabios y los médicos judíos quienes, pese a las enormes violencias a las que se vieron sometidos, siguieron manteniendo la antorcha del espíritu ilustrado e independiente y defendieron a Europa contra Asia; gracias, en buena, medida, a sus esfuerzos, debemos la victoria final que se tradujo en una explicación del mundo más natural, más acorde con la razón y, en cualquier caso, libre de mitos. En virtud de ellos, no se produjo una ruptura en la cadena de la cultura que ahora nos enlaza con la antigüedad ilustrada grecorromana. Si el Cristianismo ha hecho todo lo posible por orientalizar occidente, el judaísmo ha contribuido constantemente a occidentalizarlo de nuevo; lo que, en cierto sentido, equivale a hacer que la misión y la historia de Europa sean
la continuación de las de Grecia
.

476. La aparente superioridad de la edad media.

La edad media nos muestra en la Iglesia una institución que persigue una meta universal que engloba a la humanidad entera y que, además, pretende responder a los ideales más elevados de ésta; los objetivos que en la edad moderna preocupan a los Estados y a las naciones ofrecen una abrumadora impresión de estrechez y presentan una apariencia mezquina, baja, material y de extensión limitada, en comparación con esa meta medieval. Ahora bien, esta impresión diferente sobre nuestra imaginación no debe determinar nuestro juicio; porque esta institución universal respondía a necesidades artificiales y se basaba en ficciones que se veía obligada a crear donde no existían aún (la necesidad de redención). Las nuevas instituciones remedian problemas concretos y reales; y llegará un día en que surgirán instituciones destinadas a servir a las necesidades verdaderas y comunes de todos los hombres y a reducir a la sombra y al olvido ese modelo quimérico suyo que habría sido la Iglesia católica.

477. La guerra, indispensable.

Es un sueño quimérico propio de hermosas almas utopistas esperar mucho (e incluso esperarlo todo) de la humanidad cuando haya dejado de hacer la guerra. Por el momento, no conocemos otro medio que pueda transmitir a los pueblos progresivamente extenuados esa ruda energía del campo de batalla, ese odio profundo e impersonal, esa sangre fría de asesino con la conciencia tranquila, ese común ardor en la destrucción del enemigo, esa orgullosa indiferencia ante las grandes pérdidas, de la propia vida y de las vidas de los amigos, ese quebrantamiento sordo, ese terremoto anímico, que les infunde con tanta fuerza y seguridad cualquier guerra. Los torrentes y los ríos que fluyen entonces, pese a las piedras y a las inmundicias de toda índole que llevan en su corriente y a los prados y delicados cultivos que arrasan a su paso, harán luego que giren con nuevas fuerzas, en circunstancias favorables, las ruedas de los telares del espíritu. La cultura no puede prescindir totalmente de pasiones, vicios y crueldades. El día que los romanos, establecido el imperio, empezaron a cansarse un tanto de guerrear, intentaron sacar nuevas fuerzas de la caza de animales salvajes, de los combates de gladiadores y de las persecuciones contra los cristianos. Los ingleses de hoy, que parecen haber renunciado a la guerra, recurren a otros medios para reanimar sus energías en declive: peligrosos viajes de descubrimientos, navegaciones, ascensiones; aunque consideren que todo ello son empresas con fines científicos, en realidad constituyen un medio de regresar a su patria con el aumento de fuerzas obtenido mediante aventuras y peligros de toda índole. Todavía han de inventarse muchos más sustitutivos de la guerra, pero puede que gracias a ellos se caiga progresivamente en la cuenta de que una humanidad tan sumamente civilizada y, por consiguiente, tan fatalmente agotada como la de los europeos de hoy, no sólo necesite guerrear, sino que las guerras sean enormes y terribles (que necesite, entonces, recaer momentáneamente en la barbarie) para evitar que los medios que procura la cultura atenten contra su propia cultura y contra su existencia.

478. La actividad en el sur y en el norte.

La actividad se debe a dos causas diferentes. Los artesanos del sur no son activos por un ansia de lucro, sino porque tienen que responder a las constantes necesidades de los demás. Como siempre hay alguien que necesita que le pongan herraduras a su caballo o que le reparen el carruaje, el herrero se encuentra en constante actividad. Si no fuera nadie a solicitar sus servicios, se iría a pasear por la plaza. No es difícil alimentarse en un país fértil, porque para ello basta con trabajar mínimamente y sin ningún apremio; en el peor de los casos, el individuo se contenta con mendigar. La actividad del obrero inglés se debe, en cambio, a su afán de lucro; se forma una idea elevada de sí mismo y de sus aspiraciones, busca el poder que proporciona la propiedad y trata de alcanzar esa mayor libertad y distinción individuales que permite el poder.

479. La riqueza, origen de una raza noble.

La riqueza genera por necesidad una raza aristocrática, porque permite escoger las mujeres más hermosas y pagar los mejores maestros, proporciona limpieza y tiempo para ejercitar el cuerpo, y sobre todo logra evitar el embrutecimiento del trabajo físico. De este modo, suministra todas las condiciones que garantizan, al cabo de algunas generaciones, que los individuos presenten un aspecto, o mejor aún, que se comporten de una forma distinguida y hermosa; mayor libertad de conciencia y ausencia de esas miserables mezquindades que suponen el servilismo ante un patrón y el tener que mirar hasta el último céntimo. Estas cualidades negativas constituyen precisamente el legado más rico y afortunado que puede recibir un joven. En el caso de un individuo realmente pobre, la nobleza de sentimientos lo lleva de ordinario a la perdición, no logra ni progresa lo más mínimo y su raza no es viable. Pero además hay que tener en cuenta que la riqueza produce los mismos efectos aproximadamente; cuando se dispone de trescientos o de treinta mil táleros* para gastos anuales, ya no se produce ningún progreso real de las circunstancias favorables. Sin embargo, es terrible poseer menos y tener que mendigar y que humillarse durante la infancia; aunque éste puede ser un buen punto de partida para quienes cifran su felicidad en el esplendor de las cortes, en subordinarse a los hombres poderosos e influyentes, o para quienes quieren ser príncipes de la Iglesia. De este modo aprenden a doblegarse y a penetrar así en los vericuetos subterráneos del poder.

*Moneda antigua alemana de plata, equivalente a cinco pesetas de la época. (N. de T.)

480. La envidia y la pereza, diferentemente orientadas.

Los dos partidos opuestos, el socialista y el nacionalista (cualesquiera que sean los nombres que reciban en los distintos países europeos), son dignos el uno del otro, porque la envidia y la pereza constituyen las fuerzas motrices de ambos. En uno de los campos, pretenden trabajar lo menos posible con las manos; y en otro les pasa lo mismo, pero con la cabeza. En el partido nacionalista odian y envidian a los individuos eminentes que sólo deben su grandeza a sí mismos y que no se dejan encuadrar de buen grado en acciones de masas; en el partido socialista sienten lo mismo hacia la casta mejor de la sociedad, que externamente disfruta una posición privilegiada, pero cuya tarea característica, la producción de los bienes culturales más elevados, hace que su vida interior sea tanto más esforzado y dolorosa. Ciertamente, si se logra que este espíritu de acción en masa se convierta en el espíritu de las clases superiores de la sociedad, las tropas socialistas tendrán perfecto derecho a tratar de ponerse al mismo nivel extremo que esas clases, puesto que internamente, en la cabeza y en el corazón, se encontrarían ya en idéntico plano. ¡Vivan como hombres superiores y no dejen de contribuir a la obra de la cultura superior, porque entonces todo ser vivo reconocerá sus derechos, y el orden de la sociedad cuya cima representan no se verá afectado por ningún mal de ojo ni ningún maleficio!

481. La gran política y sus inconvenientes.

Del mismo modo que un pueblo no sufre las enormes pérdidas que implican la guerra y su preparación por el hecho de los descomunales gastos que exigen, de las paralizaciones del comercio y de las comunicaciones, ni tampoco por el mantenimiento de ejércitos permanentes, por grandes que puedan ser estos gastos en nuestros días, cuando ocho Estados europeos pierden en ello anualmente la suma de dos o tres mil millones, sino más bien por el hecho de que, año tras año, los hombres más capaces, robustos y trabajadores son arrancados en gran número de sus ocupaciones y profesiones para convertirlos en soldados; del mismo modo, un pueblo que se dispone a emprender una gran política y asegurarse una voz preponderante entre los Estados más poderosos, los mayores perjuicios que sufre no son los que suelen atribuírsela de ordinario. Es cierto que a partir de ese momento no deja de sacrificar a una multitud de talentos superiores en «el altar de la patria» o de la ambición nacional, mientras que antes otros campos absorbían la actividad de esos talentos, devorados ahora por la política. Pero junto a estas hecatombes públicas, se desarrolla un dramático espectáculo, mucho más atroz en el fondo, con cien mil actos simultáneos que se representan sin interrupción: todo individuo capaz, trabajador, inteligente y activo que pertenece a uno de esos pueblos ávidos de laureles políticos, es presa también de esa misma avidez y deja de dedicarse tan por entero a sus asuntos como antes; las cuestiones y las preocupaciones del interés público, renovadas diariamente, devoran cada día un impuesto deducido del capital que suponen la inteligencia y el corazón de cada ciudadano; la suma de todos esos sacrificios, de todas esas pérdidas de energía y de trabajo individuales es tan enorme, que el florecimiento político de un pueblo acarrea casi por necesidad un empobrecimiento y un agotamiento intelectuales, una disminución de la fuerza creadora destinada a obras que exijan una atención abundante y excluyente. Finalmente, cabe preguntar:
¿vale la pena
esta espléndida floración del conjunto (que, a decir verdad, sólo se manifiesta en el miedo que inspira el nuevo coloso a los otros Estados y en una cláusula arrancada a los países extranjeros para favorecer la prosperidad del comercio y de los intercambios nacionales), si hay que sacrificar a esa flor vulgar y abigarrada es que la nación, todas las plantas y todos los retoños más nobles, tiernos y espirituales, que hasta entonces tanto abundaban en su suelo?

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