Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
El Estado faraónico apareció originalmente como un sistema centralizado. Desde el primer momento sus instituciones clave —el rey y su corte— estuvieron firmemente asentadas en la capital. Allí se concentraba también la élite social, así como el control de las tradiciones de la alta cultura y los expertos de la administración. Además, las instalaciones de la religión estatal y el culto del rey y sus antepasados divinos estaban localizados en las inmediaciones de la capital. La administración del país estaba controlada por emisarios reales, a quienes se encomendaban amplias secciones del valle del Nilo. Si bien estos administradores se encargaban de las provincias, seguían manteniendo su relación con la residencia real y continuaban considerándose a sí mismos como miembros de la élite social de la capital. Hasta bien avanzada la V Dinastía no es posible ver fuera de la región menfita ninguno de los logros culturales que representan la grandeza de Egipto. Existía un gran abismo de desigualdad social y cultural entre el país y sus gobernantes.
No obstante, en la V Dinastía comenzó a producirse un profundo cambio en el sistema, que para finales de la VI Dinastía ya estaba completamente terminado. A partir de este período los administradores provinciales fueron nombrados para cada nomo concreto y pasaron a residir de forma permanente en sus distritos. Al igual que en otras ramas de la administración, con frecuencia los miembros de una misma familia se sucedían unos a otros en el cargo. Si bien este cambio político probablemente estuviera destinado a mejorar la eficacia de la administración provincial, terminó teniendo insospechadas consecuencias de gran alcance. En primer lugar, supuso un cambio en los patrones socioeconómicos presentes en el corazón del sistema. Al principio, los recursos económicos se concentraron en la residencia real y la administración central se encargaba de redistribuirlos a sus beneficiarios. A partir de ahora, sin embargo, los nobles que residían en las provincias consiguieron acceso directo a los productos del país. La oposición entre el centro y las provincias comenzó a actuar como factor diferenciador en lo que anteriormente había sido un homogéneo grupo de funcionarios pertenecientes a la élite.
La aristocracia provincial estaba ansiosa por asegurarse de que este modo de vida iba parejo al de la corte real. Esto resulta evidente en las tumbas monumentales decoradas que comenzaron a aparecer por todo el país en los cementerios de los centros regionales. Patrones iconográficos, modelos textuales y el conocimiento religioso y ritual fluyeron desde su reserva central de la cultura cortesana hacia la periferia. Por otra parte, como medio de mantener y fortalecer los lazos de lealtad entre los aristócratas provinciales y la corte, fue el propio rey quien, además de costosos bienes, les proporcionó artesanos especializados y expertos en los rituales formados en la Residencia. No obstante, estas tumbas no son sino la punta del iceberg; de hecho, las diferentes élites provinciales y su personal actuaban como centros autónomos dentro de la organización política, manteniendo profesionales especializados y destinando una parte cada vez mayor de la producción local para ser utilizada dentro de la propia provincia (en vez de permitir que fuera explotada por la corte real), generando así un cambio en los patrones sociales y económicos de las provincias. El Egipto rural se volvió más rico económicamente hablando y más complejo en el aspecto cultural.
La transformación de la cultura y la economía de las provincias afectó a toda la sociedad egipcia. El proceso puede seguirse a través de los profundos cambios que se observan en el registro arqueológico, que hunden sus raíces en la VI Dinastía y alcanzaron su clímax en la primera mitad del Primer Período Intermedio. De nuevo hemos de recurrir a los cementerios en busca de los datos esenciales; en parte por la desafortunada ausencia de asentamientos excavados de este período, pero sobre todo debido al inherente significado de los restos de la cultura funeraria.
Si comparamos la situación de principios del Reino Antiguo con la del final de esta misma época y la del comienzo del Primer Período Intermedio, de inmediato resulta evidente un cambio en la cantidad de tumbas. De este último período se conocen muchos más cementerios y, cuando una región concreta ha sido explorada de forma sistemática, se aprecia un marcado incremento en el número de tumbas. Para explicar este fenómeno hay que tener en cuenta dos factores. El primero es que el incremento de tumbas indica un claro aumento demográfico durante el Reino Antiguo; además, es probable que los factores más influyentes del cambio estén enraizados en las propias realidades locales, donde el crecimiento de población posiblemente viniera acompañado y se viera acentuado por el desarrollo de usos más intensivos y eficientes de los recursos agrarios disponibles. El segundo factor es que, durante el Reino Antiguo y el Primer Período Intermedio, las tumbas ordinarias se volvieron considerablemente más grandes y los enterramientos comenzaron a proveerse de un ajuar funerario mucho mejor. Debido a su mayor tamaño y contenido más variado, estas tumbas no sólo se han identificado y fechado con mayor facilidad, sino que también han atraído a más excavadores. De hecho, entre los primeros arqueólogos los cementerios provinciales de la primera parte del Reino Antiguo tenían la reputación de no merecer el esfuerzo de excavarlos.
Al igual que la aparición de tumbas monumentales decoradas en el Alto Egipto, el creciente número de tumbas en los cementerios provinciales refleja, por lo tanto, un importante cambio en los patrones sociales de consumo. Este fenómeno parece ser especialmente evidente en el registro funerario, pero no se limitó a esta esfera. De hecho, los objetos más valiosos que se volvieron más abundantes y ampliamente representados en las tumbas de comienzos del Primer Período Intermedio —recipientes de piedra para cosméticos, adornos y amuletos de piedras semipreciosas e incluso oro— eran objetos cotidianos, más que fabricados especialmente para su uso funerario. Por lo tanto, parece evidente que a finales del Reino Antiguo y el Primer Período Intermedio las provincias disfrutaron de unas favorables condiciones económicas.
La distribución de los cementerios también nos puede proporcionar algunos indicios sobre los patrones de asentamiento. El paisaje estaba salpicado de poblados, mientras que los emplazamientos de las capitales de nomo no sólo queda señalado por los grupos de hipogeos y mastabas pertenecientes a la aristocracia provincial, sino también por los muy extensos cementerios de los vecinos de la ciudad. Las tambas de la población urbana no difieren, en principio, de las de los aldeanos; no obstante, a menudo son más grandes y están mejor equipadas. Por lo tanto, el patrón de asentamiento provincial estaba dominado por una estructura urbanizada, no sólo política y socialmente, sino también por cuanto respecta a la demografía y la economía.
El período que siguió al Reino Antiguo trajo consigo cambios fundamentales en la cultura material. De hecho, durante el Primer Período Intermedio casi todos los objetos adquirieron una forma diferente a la que hasta entonces habían tenido. Ahora veremos algunos los aspectos más significativos del proceso.
Desde un punto de vista arqueológico, la cerámica es con mucho el objeto más importante. Desde el Dinástico Temprano y durante todo el Reino Antiguo, el repertorio de recipientes estuvo dominado, morfológicamente, por las formas ovoides, en las cuales el punto de máxima extensión se encuentra siempre ligeramente por encima del punto medio del recipiente. Durante el Primer Período Intermedio, este estilo fue rápidamente abandonado y comenzaron a fabricarse formas redondeadas en forma de bolsa o gota. No es complicado identificar la fuerza impulsora del proceso. Es evidente que el objetivo era adaptar las formas de los recipientes de tal modo que se sacara el máximo provecho del torno de alfarero. En el caso de los contenedores ovoides, una gran parte de su superficie tenía que ser raspada a mano después de ser torneada. En el caso de los recipientes con forma de bolsa, la cantidad de trabajo necesario se reducía de forma considerable. No obstante, es significativo que este proceso sólo tuviera lugar unos doscientos años después de la introducción del torno de alfarero en los talleres egipcios, ocurrida durante la V Dinastía. Aparentemente, sólo con la llegada del Primer Período Intermedio estuvo la gente dispuesta a deshacerse de los modelos tradicionales y dar preferencia a modos de producción más eficientes.
En el Primer Período Intermedio, todo un nuevo catálogo de tipos de objetos se volvió popular en los enterramientos provinciales. Durante el Reino Antiguo, el ajuar funerario de los enterramientos más pobres se elegía por completo de entre los objetos utilizados en la vida diaria; pero en el Primer Período Intermedio los objetos comenzaron a ser fabricados exclusivamente para uso funerario. Un claro ejemplo de esta tendencia son las burdas figurillas de madera que representaban portadores de ofrendas, barcos e incluso escenas completas de talleres. Otro ejemplo es la aparición y el uso cada vez más difundido de máscaras coloreadas fabricadas con yeso y lino (cartonaje) para cubrir la cabeza de los cuerpos momificados. También se fue haciendo cada vez más habitual el uso de estelas sencillas como medio para señalar el lugar de las ofrendas en la superestructura de las mastabas o en las capillas de los hipogeos sencillos.
La aparición de estos objetos indica que tanto la demanda como los medios disponibles en las ciudades provinciales eran suficientes como para sostener un artesanado destinado a la manufactura de productos «no funcionales». Más importante aún es el hecho de que los prototipos de estos objetos tengan su origen en la cultura de élite del Reino Antiguo. Las figuras funerarias de personas realizando tareas básicas se pueden remontar directamente hasta el repertorio de escenas de la vida diaria presentes en la decoración de las mastabas del Reino Antiguo. Parece que, durante el Primer Período Intermedio, los factores que con anterioridad habían inhibido la comunicación cultural entre los distintos estratos sociales había dejado de funcionar.
El acceso de un grupo más amplio de usuarios a la tradición de la cultura de élite vino acompañado de una marcada pérdida de calidad artística. Con frecuencia, incluso los patrones iconográficos se malinterpretaban y las inscripciones de las fórmulas de ofrendas se construían equivocadamente. Si bien el arte provincial del Primer Período Intermedio muestra a menudo un sorprendente grado de originalidad y creatividad (como se verá claramente avanzado el capítulo), es imposible negar que muchas piezas de la época son feas y están hechas de forma incompetente. Este aspecto concreto es el que más ha llamado la atención de los historiadores, siendo considerado como una prueba del generalizado declive cultural del Primer Período Intermedio. No obstante, por evidente que pueda parecer esta interpretación, asumir que aquél no fue sino un período de decadencia cultural significaría pasar por alto dos procesos importantes: primero, la asimilación a nivel nacional de los modelos culturales desarrollados en la cultura cortesana del Reino Antiguo y, segundo, la aparición del consumo de masas.
Algunos de los cambios en la cultura material son indicativos de modificaciones en las creencias religiosas y las prácticas rituales, como es el caso de la introducción de las máscaras de momia. No obstante, el grupo de pruebas más importante sobre las creencias funerarias en la sociedad provincial del Primer Período Intermedio y el Reino Medio es el vasto corpus de los
Textos de los sarcófagos
, que son fórmulas mágicas y litúrgicas inscritas sobre todo en los laterales de los ataúdes de madera
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. Si bien es evidente que la mayor parte de estos textos data del Reino Medio, en algunos casos se puede ver que ya estaban presentes durante el Primer Período Intermedio. Los orígenes textuales de los
Textos de los sarcófagos
todavía son objeto de muchos debates, tanto en lo relativo a su fecha como a su origen geográfico. Es indudable que el corpus de los
Textos de las pirámides
del Reino Antiguo, que en ocasiones aparece escrito junto a los
Textos de los sarcófagos
en los ataúdes, fue un modelo importante, pero estos últimos albergan material y conceptos nuevos de importancia crucial.
Sólo se han conservado algunos
Textos de los sarcófagos
del Primer Período Intermedio y la posesión de los ataúdes inscritos quedó limitada al nivel superior de la sociedad provincial. No obstante, en ocasiones parece posible relacionar ideas mencionadas expresamente en los
Textos de los sarcófagos
con aspectos del registro arqueológico. Sólo entonces se hace aparente la gran antigüedad y popularidad de algunos de estos conceptos. Esta observación apoya la noción de que fue el escenario provincial del Primer Período Intermedio el que tuvo un papel significativo en el origen de los
Textos de los sarcófagos
y contribuyó a su contenido conceptual.
Una serie de fórmulas de los
Textos de los sarcófagos
se concibieron para «reunir a la familia de un hombre en el reino de los muertos». El grupo de gentes incluidas es amplio; los textos mencionan no sólo a la familia inmediata, sino también a los sirvientes, seguidores y amigos. Este mismo deseo se deja sentir en el desarrollo de los distintos tipos de tumbas en fechas tan tempranas como la VI Dinastía. Originalmente, las tumbas egipcias fueron construidas para contener un único enterramiento, pero a finales del Reino Antiguo ya se construían mastabas con múltiples habitaciones, con espacio para una familia entera o incluso una familia extensa en el sentido ya definido. La arquitectura de las tumbas nos proporciona pruebas de las distintas categorías existentes dentro de estos grupos, pues algunos pozos son más profundos y algunas habitaciones de mayor tamaño que otras, destinados por lo tanto a enterramientos más suntuosos. De hecho, allí donde los enterramientos se han conservado, ambos aspectos de esta nueva situación —el tamaño de los grupos familiares implicados y las desigualdades existentes en su interior— son especialmente visibles, puesto que a menudo las habitaciones se utilizan de forma repetida y habitual para sucesivos enterramientos múltiples.