Historia de un Pepe (43 page)

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Authors: José Milla y Vidaurre (Salomé Jil)

Tags: #Novela, Histórico

BOOK: Historia de un Pepe
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Verificada la separación del reino de Guatemala de su antigua metrópoli, Gabriel fue invitado a entrar de nuevo en el servicio militar, con su grado de capitán del Fijo. El ardor guerrero de aquel joven no estaba extinguido. Contra la opinión de Rosalía, aceptó la propuesta y volvió a vestir el uniforme. Presentía que la vida del oficial no sería ya tan quieta y pacífica como antes y que muy pronto tendría ocasión de dar riendas a su entusiasmo bélico.

Fue como lo había pensado. En mayo de 1822 recibió orden el batallón de salir a campaña. El capitán Bermúdez se distinguió en el ataque de San Salvador, que tuvo lugar el 10 de junio, y fue uno de los primeros que llegaron a la plaza aquel día. El triunfo terminó con una retirada desastrosa, en la cual tuvo Gabriel el acerbo dolor de ver morir a su hermano, a su amigo, a su compañero de armas el teniente coronel don Luis de Hervias, que expiró en sus brazos.

Profundamente afectado con aquella pérdida, volvió Gabriel a Guatemala; pero aunque Rosalía le hizo las más vivas instancias para que pidiera su retiro, no quiso hacerlo. Contestó que no era ocasión; que debería volver sobre San Salvador y que terminada la campaña, dejaría el servicio.

En efecto, habiendo venido el general mexicano Filísola al frente de una división y recibido órdenes de Iturbide para reducir la provincia de San Salvador, salió de la capital, llevando los dos cuerpos que había en ella: el Fijo y el batallón de milicias provinciales.

El 7 de enero de 1823 atacó Filísola una de las fortificaciones exteriores de San Salvador. Gabriel, con dos compañías de su cuerpo, dio unabrillantecarga, que decidió de la jornada. "Bravo, coronel, le gritó el general. Usted nos ha dado la victoria". Gabriel se volvió para saludar a su jefe, y en aquel momento, una bala disparada de las trincheras, atravesó la cabeza del heroico joven, que cayó con la muerte pintada en el semblante. Filísola se apeó del caballo, puso una rodilla en tierra y levantando el cuerpo de Gabriel, lo sostuvo hasta que expiró. Una humilde sepultura, señalada con una tosca cruz, guardó los restos mortales de Gabriel Bermúdez. En 1828, Antonio, hermano de Rosalía, fue a exhumar los restos de Gabriel, y pudo encontrarlos, merced a las indicaciones, muy precisas, que Filísola había dado a la viuda, cuando regresó de la campaña del año 23.

Andando el tiempo y comenzado a formar el cementerio de San Juan de Dios, Rosalía hizo construir un sepulcro para su familia, y sobre los nichos vacíos colocó las cenizas de Gabriel. Frecuentemente visitaba, acompañada de sus hijos, aquel sitio que encerraba los restos de su esposo, y le llamó la atención, en una de tantas visitas que hizo, el encontrar una corona de siemprevivas sobre el mausoleo. El hecho se repitió varias veces, sin que pudiese Rosalía imaginar qué mano piadosa y amiga colocaba aquellas flores sobre los restos de su marido. El día 7 de enero de 1840, aniversario de la muerte de Gabriel, Rosalía y sus hijos fueron más temprano que de costumbre, a cubrir de flores el mausoleo, y vieron una mujer anciana y pobremente vestida, que colocaba una corona de siemprevivas sobre la caja de calicanto que guardaba las cenizas de Gabriel.

—Mamá —dijo Catalina, la hija mayor de Rosalía—, allí está la que pone las flores en el sepulcro.

Rosalía apresuró el paso, y cuando la desconocida, advirtiendo la llegada de la familia, quiso retirarse, ya no era tiempo. Quedóse como una estatua, apoyada la mano sobre la corona de siemprevivas que acababa de colocar sobre los restos.

Rosalía se acercó y con acento conmovido dijo a la desconocida, que volvía la cara hacia el sepulcro:

—¿Podré saber, señora, quién es la persona piadosa y amiga que conserva un recuerdo del desdichado cuyos restos mortales guarda ese sepulcro?

La mujer volvió la cara, y cuando Rosalía la hubo examinado durante un breve rato, exclamó:

—¡Matilde! ¡Es posible!

—Perdona, Rosalía —contestó Matilde de los Monteros—, si me he tomado la libertad de depositar este triste recuerdo sobre la tumba de tu marido. No creí que pudiéramos encontrarnos aquí juntas.

Rosalía abrió los brazos y estrechó con efusión a su antigua amiga, a quien no había visto desde que ésta iba a casarse con Gabriel. Habiendo vivido fuera de la ciudad desde su matrimonio, ignoraba las desdichas de Matilde. El oidor González, no quiso jurar la independencia en 1821. Regresó a España con su familia, quedando únicamente Guatberto, que dejó la carrera militar y se puso al frente de los negocios de la casa de Espinosa de los Monteros, habiendo muerto don Pedro y doña Engracia.

El matrimonio de Gualberto y Matilde estuvo muy lejos de ser feliz. El joven inexperto en el manejo de una casa de comercio, vio deshacerse en sus manos la considerable fortuna que la familia de Espinosa había acumulado durante cuatro generaciones. Con la ruina vinieron los disgustos y las recriminaciones mutuas. Gualberto culpaba a Matilde, a su orgullo y a su vanidad de los desastres que sufrían. Ella le devolvía el cargo con acrimonia atribuyendo a su ineptitud y a sus dilapidaciones la catástrofe que los abrumaba. Un día exasperado Gualberto, levantó la mano y dio una bofetada a Matilde, que, llena de indignación, se marchó de la casa, asilándose en la de uno de sus parientes, donde fue recibida como por caridad. Gualberto reunió los últimos objetos de valor que quedaban en la casa, los vendió a vil precio y se fue furtivamente, embarcándose para España. Jamás volvió a saberse qué había sido de él.

Esta fue la relación que hizo Matilde a Rosalía junto al sepulcro de Gabriel, interrumpiéndola frecuentemente con sus sollozos y con sus lágrimas. Cuando Matilde hubo concluido su triste historia, le dijo Rosalía:

—¿Quieres hacerme un servicio importante?

—¿Qué puedo hacer yo por ti? —preguntó Matilde con la expresión del más profundo abatimiento. .

—Venirte a vivir conmigo —replicó Rosalía—. Me ayudarás en el manejo de mi casa y en la educación de mis hijas. Serás mi hermana y partiré contigo la fortuna que me dejó Gabriel.

Matilde, deshecha en lágrimas, quiso besar las manos de su amiga. Esta no lo consintió, la abrazó cariñosamente y le dijo:

—Vamonos a casa.

Rosalía dirigió una mirada al sepulcro que encerraba los restos de Gabriel, y murmuró en voz baja:

—Confío en que me lo agradecerás desde el cielo.

Del Autor

JOSÉ MILLA (1822-1882).
Escritor guatemalteco nacido en la ciudad de Guatemala. Estudió Derecho en la Universidad de San Carlos Borromeo, aunque dejó la carrera para dedicarse a la literatura. Fue secretario de la Hermandad de Caridad del Hospital General de Guatemala, Oficial de la Secretaría de Relaciones Exteriores y subsecretario general del Gobierno conservador. Redactor del periódico La Gaceta Oficial y director más tarde del periódico La Semana, en donde aparecieron por primera vez sus Cuadros de Costumbres, así como sus novelas La Hija del Adelantado, Los Nazarenos, El Visitador y El Libro sin Nombre. Al caer el gobierno conservador en 1871, abandonó Guatemala para dirigirse a Estados Unidos y varios países europeos. Fue redactor en París de El Correo de Ultramar y miembro honorario de la Sociedad Literaria de ésta ciudad; allí escribió Un Viaje al Otro Mundo Pasando por Otras Partes, creando el personaje de Juan Chapín. Asimismo fue miembro de la Real Academia Española. José Milla y Vidaurre es uno de los principales escritores guatemaltecos, y su obra está considerada como patrimonio nacional. Firmó sus libros con el seudónimo de Salomé Jil.

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