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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (9 page)

BOOK: Hijos de la mente
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Jane usaba con frecuencia los diminutivos y términos peyorativos. Miro a menudo se preguntaba, pero nunca se había atrevido a plantearlo, si tenía algún peyorativo para los humanos. Pero le parecía saber cuál sería su respuesta de todas formas: «La palabra "humano" es un peyorativo.»

—¿Entonces qué estamos buscando? —preguntó Miro.

—Todos los mundos que seamos capaces de encontrar antes de que yo muera —respondió Jane.

Miro pensó en eso mientras yacía tendido en la cama. Pensó mientras se revolvía y se agitaba un par de veces. Luego se levantó, se vistió y salió a la calle para mezclarse con los otros madrugadores, que atendían sus propios asuntos, pocos de los cuales lo conocían o eran conscientes siquiera de su existencia. Por ser miembro de la extraña familia Ribeira no había tenido muchos amigos escolares; por ser a la vez inteligente y tímido había tenido aún menos amistades adolescentes.

Su única amiga había sido Ouanda, hasta que penetrar en el perímetro sellado de la colonia humana le dejó con lesiones cerebrales y se negó incluso a verla. Luego, su viaje en busca de Valentine había cortado los pocos y frágiles lazos que le unían con su mundo natal. Para él sólo pasaron unos cuantos meses en una astronave, pero cuando volvió habían transcurrido años, y ahora era el hijo más joven de su madre, el único cuya vida no había comenzado todavía. Los niños que antes había cuidado eran adultos que lo trataban como un tierno recuerdo de su juventud. Sólo Ender no había cambiado. No importaba cuántos años pasaran. No importaba lo que sucediera. Ender era el mismo.

¿Seguía siendo cierto? ¿Seguía siendo el mismo hombre incluso ahora, que se encerraba en un momento de crisis, oculto en un monasterio sólo porque Madre había renunciado por fin a la vida? Miro conocía muy por encima la vida de Ender. Lo apartaron de su familia a la corta edad de cinco años. Lo llevaron a la Escuela de Batalla en órbita, de donde salió siendo la última esperanza de la humanidad en su guerra contra la implacable invasión de los insectores. Luego lo llevaron al mando de la flota en Eros, donde le dijeron que sería sometido a entrenamiento avanzado, aunque sin que él lo supiera comandó las flotas de verdad, situadas a años-luz de distancia, pues sus órdenes eran transmitidas por ansible. Ganó brillantemente esa guerra y, al final, cometió el acto completamente inconsciente de destruir el mundo natal de los insectores. Pensaba que era un juego.

Pensaba que era un juego, pero al mismo tiempo sabía que el juego era una simulación de la realidad. En el juego había decidido hacer lo inimaginable; eso significó, al menos para Ender, que no estaba libre de culpa cuando el juego resultó ser real. Aunque la última Reina Colmena le había perdonado y se había puesto a su cuidado, dentro de su crisálida, no pudo librarse de ese sentimiento. Era sólo un niño, hacía lo que los adultos le impulsaban a hacer; pero en el fondo sabía que incluso un niño es una persona de verdad, que los actos de un niño son actos reales, que incluso un juego infantil no carece de contexto moral.

Así que, antes de que saliera el sol, Miro se encontró ante Ender, los dos sentados en un banco de piedra del jardín que pronto estaría soleado, pero que ahora estaba húmedo de rocío; y lo que Miro se encontró diciendo a este hombre inalterado, inalterable, fue:

—¿Qué es toda esta historia del monasterio, Ender, sino una forma cobarde y ciega de autocrucificarte?

—Yo también te he echado de menos, Miro —dijo Ender—. Pero pareces cansado. Necesitas dormir más.

Miro suspiró y sacudió la cabeza.

—No es eso lo que pretendía decirte. Intento comprenderte, de verdad. Valentine dice que soy como tú.

—¿Te refieres a la Valentine real?

—Las dos son reales.

—Bueno, si soy como tú, entonces estúdiate a ti mismo y dime lo que encuentras.

Miro se preguntó, al mirarlo, si Ender hablaba en serio. Ender palmeó la rodilla de Miro.

—La verdad es que ahora mismo no soy necesario ahí fuera.

—No crees eso ni por un segundo —dijo Miro.

—Pero creo que lo creo —dijo Ender—, y para mí eso es suficiente. Por favor, no me desilusiones. No he desayunado todavía.

—No, te aprovechas de que estás dividido en tres. Esta parte de ti, el hombre de mediana edad, puede permitirse el lujo de dedicarse por completo a su esposa… pero sólo porque tiene dos jóvenes marionetas que salen y hacen el trabajo que realmente le interesa.

—Pero no me interesa —dijo Ender—. No me importa.

—No te importa como Ender porque como Peter y Valentine ya te encargas de todo. Sólo que Valentine no está bien. No te preocupas lo suficiente por lo que ella hace. Lo que le sucedió a mi antiguo cuerpo lisiado le está sucediendo a ella. Más despacio, pero es lo mismo. Ella lo cree así, piensa que es posible. Y yo también. Y Jane.

—Dale a Jane mi amor. La echo de menos.

—Le doy a Jane mi amor, Ender.

Ender sonrió al notar su resistencia.

—Si estuvieran a punto de fusilarnos, Miro, insistirías en beber un montón de agua para que tuvieran que manejar un cadáver cubierto de orina una vez muerto.

—Valentine no es un sueño ni una ilusión, Ender —dijo Miro, negándose a ser conducido a una discusión sobre su propia terquedad—. Es real, y la estás matando.

—Una forma terriblemente dramática de expresarlo.

—Si la hubieras visto arrancarse mechones de pelo esta mañana…

—¿Entonces es bastante histriónica? Bueno, a ti siempre te han gustado los gestos teatrales. No me sorprende que os llevéis bien.

—Andrew, te estoy diciendo que tienes que…

De repente Ender se puso serio y su voz se impuso a la de Miro aunque no hablaba alto.

—Usa la cabeza, Miro. ¿Fue una decisión consciente saltar de tu antiguo cuerpo a este modelo más nuevo? ¿Lo pensaste y dijiste: «Bueno, dejaré que este cuerpo viejo se desmorone en moléculas porque este cuerpo nuevo es un lugar mejor que habitar»?

Miro comprendió de inmediato. Ender no podía controlar conscientemente dónde centraba su atención. Su aiúa, aunque era su yo más profundo, no se dejaba mandar.

—Descubrí lo que realmente quiero viendo lo que hago —dijo Ender—. Eso es lo que todos hacemos, si somos sinceros. Tenemos nuestros sentimientos, tomamos nuestras decisiones, pero al final examinamos nuestras vidas y vemos cómo a veces ignoramos nuestros sentimientos, mientras que la mayoría de nuestras decisiones fueron realmente racionalizaciones porque ya habíamos decidido en el fondo de nuestro de corazón antes de reconocerlo conscientemente. No puedo evitarlo si la parte de mí que controla a esa muchacha cuya compañía compartes no es tan importante para mi voluntad subconsciente como te gustaría. Como ella necesita. No puedo hacer nada.

Miro inclinó la cabeza.

El sol se alzó sobre los árboles. De repente el banco se iluminó, y Miro alzó la cabeza para ver cómo la luz creaba un halo alrededor del cabello despeinado de Ender.

—¿Acicalarse va en contra de la regla monástica? —preguntó.

—Te sientes atraído por ella, ¿verdad? —dijo Ender, sin plantear realmente una pregunta—. Y te sientes un poco incómodo porque ella es realmente yo.

Miro se encogió de hombros.

—Es una raíz en el camino. Pero creo que puedo pasar por encima.

—¿Pero qué hay si yo no me siento atraído hacia ti? —preguntó Ender alegremente.

Miro extendió los brazos y se puso de perfil.

—Impensable.

—Eres guapo como un cachorrito —dijo Ender—. Estoy seguro de que la joven Valentine sueña contigo. No sé. Yo sólo sueño en planetas que estallan y en la muerte de todos los que amo.

—Sé que no has olvidado este mundo, Andrew —lo dijo a modo de disculpa, pero Ender la rechazó.

—No puedo olvidarlo, pero puedo ignorarlo. Estoy ignorando el mundo, Miro. Te estoy ignorando a ti, a esas dos psiques ambulantes mías. En este momento, estoy intentando ignorar a todo el mundo menos a tu madre.

—Y a Dios. No debes olvidar a 'Dios.

—Ni por un solo instante. De hecho, no puedo olvidar nada ni a nadie. Pero sí, estoy ignorando a Dios, excepto en lo en que Novinha me necesita para reparar en Él. Estoy tomando la forma del marido que necesita.

—¿Por qué, Andrew? Sabes que Madre está más loca que una cabra.

—Nada de eso —reprochó Ender—. Pero aunque fuera cierto… bueno, razón de más.

—Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Lo apruebo, filosóficamente, pero no sabes cómo…

El cansancio barrió entonces a Miro. No encontraba las palabras necesarias para decir lo que quería. Sabía que se debía a que trataba de decirle a Ender cómo era, en este momento, ser Miro Ribeira; y Miro no era capaz siquiera de identificar sus propios sentimientos, mucho menos de expresarlos en voz alta.


Desculpa
—murmuró, pasando al portugués porque era el idioma de su infancia, el idioma de sus emociones. Tuvo que secarse las lágrimas de las mejillas—.
Se não mudar nem você, não há nada que possa nada
.

Si ni siquiera puedo hacer que actúes, que cambies, entonces no hay nada que pueda hacer.


Nem eu
? —repitió Ender—. En todo el universo, Miro, no hay nadie más difícil de cambiar que yo.

—Madre lo hizo. Te cambió.

—No, no lo hizo. Sólo me permitió ser lo que necesitaba y quería ser. Como ahora, Miro. No puedo hacer feliz a todo el mundo. No puedo hacerme feliz a mí mismo, no hago gran cosa por ti, y en cuanto a los grandes problemas, tampoco valgo para eso. Pero tal vez pueda hacer feliz a tu madre, o al menos algo más feliz, por algún tiempo, o puedo intentarlo.

Tomó las manos de Miro en las suyas, las acercó a su propio rostro, y cuando las retiró no estaban secas.

Miro vio cómo Ender se levantaba del banco e iba hacia el huerto soleado. Sin duda este aspecto habría tenido Adán, pensó, si nunca hubiera comido el fruto prohibido; si se hubiera quedado eternamente en el jardín. Durante tres mil años Ender había rozado la superficie de la vida. Finalmente se aferró a mi madre. Me pasé toda la infancia tratando de librarme de ella, y él viene y decide unirse a ella y…

¿Y a qué estoy unido yo sino a él? A él en forma de mujer. A él con un mechón de pelo sobre la mesa de la cocina.

Se levantaba ya del banco cuando Ender se volvió de pronto a mirarlo y agitó la mano para atraer su atención. Miro empezó a avanzar hacia él, pero Ender no esperó. Se llevó las manos a la boca y gritó:

—¡Díselo a Jane! ¡A ver si se le ocurre cómo hacerlo! ¡Puede tener ese cuerpo!

Miro tardó un momento en comprender que hablaba de la joven Val.

No es sólo un cuerpo, viejo destructor de planetas egocéntrico. No es sólo un traje viejo que regalar porque ya no te sienta bien o porque la moda ha cambiado.

Pero entonces su furia desapareció, pues se dio cuenta de que él mismo había hecho exactamente eso con su antiguo cuerpo.

Lo había tirado sin mirar atrás.

Y la idea le intrigó. Jane. ¿Era posible? Si su aiúa pudiera residir en la joven Val, ¿podría un cuerpo humano sostener lo suficiente de la mente de Jane para permitirla sobrevivir cuando el Congreso Estelar trataba de desconectarla?

—Sois demasiado lentos —murmuró Jane en su oído—. He estado hablando con la Reina Colmena y Humano y tratando de averiguar cómo se hace… asignar un aiúa a un cuerpo. La Reina Colmena lo hizo una vez, al crearme. Pero no escogieron exactamente un aiúa concreto. Tomaron lo que había. Lo que apareció. Soy un poco más difícil.

Miro no dijo nada mientras se dirigía hacia la puerta del monasterio.

—Oh, sí, y luego está el pequeño asunto de tus sentimientos hacia la Joven Val. Odias el hecho de que amarla sea, en cierto modo, amar a Ender. Pero si yo me hiciera cargo, si yo fuera la voluntad dentro de la vida de la Joven Val, ¿seguiría siendo la mujer que amas? ¿Sobreviviría algo de ella? ¿Sería un asesinato?

—Oh, calla —dijo Miro en voz alta.

La portera del monasterio le miró sorprendida.

—Usted no —dijo Miro—. Pero eso no significa que no sea una buena idea.

Miro notó los ojos de la mujer sobre la espalda hasta que salió del monasterio y se encontró en el camino que bajaba hacia Milagro. Hora de volver a la nave. Val me estará esperando. Sea quien sea.

Ender es con Madre tan leal, tan paciente… ¿es así lo que siento por Val? O no, no se trata de sentir, ¿verdad? Es un acto de voluntad. Es una decisión irrevocable. ¿Sería capaz de tomarla por alguna mujer, por cualquier persona? ¿Podría entregarme para siempre?

Recordó entonces a Ouanda, y caminó hasta la nave con el recuerdo de la amarga pérdida.

4. ¡SOY UN HOMBRE DE PERFECTA SENCILLEZ!

«Cuando era niña, pensaba

que un dios se decepcionaba

cada vez que alguna distracción

interrumpía mi seguimiento de las líneas

marcadas en las vetas de la madera.

Ahora sé que los dioses esperan esas interrupciones,

pues conocen nuestra fragilidad.

Lo que les sorprende es que concluyamos nuestros

actos.»

de Los susurros divinos de Han Qing-jao

Al segundo día, Peter y Wang-mu se aventuraron en el mundo de Viento Divino. No tuvieron que preocuparse por aprender un idioma. Viento Divino era un mundo antiguo, de la primera oleada de los colonizados tras la emigración inicial de la Tierra. Era originalmente tan reaccionario como Sendero, aferrado a viejas costumbres. Pero las costumbres de Viento Divino eran japonesas, y por eso cabía la posibilidad de un cambio radical. Con apenas trescientos años de historia propia, el mundo se transformó y dejó de ser el aislado feudo de un shogunato ritualizado para convertirse en un centro cosmopolita de comercio, industria y filosofía. Los japoneses de Viento Divino se enorgullecían de ser anfitriones de visitantes de todos los mundos, y había aún muchos lugares donde los niños crecían hablando sólo japonés hasta el momento de ingresar en el colegio. Pero, llegados a la edad adulta, todos los habitantes de Viento Divino hablaban stark con fluidez, y los mejores con elegancia, con gracia, con sorprendente economía; Mil Fiorelli decía, en su libro más famoso,
Observaciones a simple vista de mundos distantes
, que el stark era un idioma que no tenía hablantes nativos hasta que se susurraba en Viento Divino.

Y así, cuando Peter y Wang-mu atravesaron los bosques de la gran reserva natural donde había aterrizado su nave para llegar a una aldea de leñadores, riéndose del tiempo que habían estado «perdidos» en el bosque, nadie se fijó dos veces en los rasgos chinos y el acento de Wang-mu, ni en la piel blanca de Peter y en su falta de pliegue epicántico. Dijeron que habían perdido sus documentos, pero una consulta al ordenador reveló que tenían permiso de conducir automóviles en la ciudad de Nagoya, y aunque al parecer Peter tenía un par de multas de tráfico allí, por lo demás no había cometido ningún acto ilegal. Como profesión de Peter constaba «maestro independiente de física»; Wang-mu constaba como «filósofa itinerante». Ambas posiciones eran bastante respetables, dada su juventud y su carencia de lazos familiares. Cuando les hicieron preguntas informales («Tengo un primo que enseña gramática progenerativa en la Universidad Komatsu de Nagoya»), Jane apuntó a Peter los comentarios adecuados:

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