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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (10 page)

BOOK: Hijos de la mente
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—Yo nunca voy más allá del Edificio Oe. Los lingüistas no se hablan con los físicos. Piensan que sólo sabemos de matemáticas. Según Wang-mu, el único idioma que hablamos los físicos es la gramática de los sueños.

Wang-mu no tenía una apuntadora tan amistosa en el oído, pero se suponía que una filósofa itinerante era gnómica en su discurso y mántica de pensamiento. Así que pudo contestar al comentario de Peter diciendo:

—Digo que es la única gramática que hablas. No hay ninguna que puedas comprender.

Esto empujó a Peter a hacerle cosquillas; Wang-mu se rió y le retorció la muñeca hasta que paró. Así demostraron a los leñadores que eran exactamente lo que sus documentos decían: jóvenes brillantes atontados por el amor… o por la juventud, como si hubiera alguna diferencia.

Los llevaron en un flotador del Gobierno de vuelta a terreno civilizado, donde (gracias a la manipulación que hizo Jane de las redes informáticas), encontraron un apartamento que hasta el día anterior había estado vacío y sin amueblar, pero que ahora estaba lleno de una ecléctica mezcla de muebles y arte que reflejaba una encantadora combinación de pobreza y gusto exquisito.

—Muy bonito —dijo Peter.

Wang-mu, familiarizada sólo con el gusto de un mundo, y en realidad con el de un único hombre de ese mundo, apenas podía evaluar las decisiones de Jane. Había lugares donde sentarse, tanto sillas occidentales, que doblaban a la gente en ángulos rectos y nunca le resultaban cómodas a Wang-mu, como esteras orientales, que animaban a la gente a retorcerse en círculos con la armonía de la tierra. El dormitorio, con su colchón occidental levantado del suelo (aunque no había ratas ni cucarachas), era obviamente para Peter; Wang-mu sabía que la misma esterilla que la invitaba a sentarse en la habitación principal del apartamento sería también el lugar donde dormiría de noche.

Ofreció a Peter el primer baño; sin embargo, él no parecía tener prisa por lavarse, aunque olía a sudor después del paseo y las horas transcurridas en el flotador. Así que Wang-mu acabó disfrutando del baño, con los ojos cerrados, y meditó hasta que se sintió restaurada. Cuando abrió los ojos ya no se encontró extraña. Era ella misma, y los objetos y espacios que la rodeaban podían relacionarse con ella sin dañar su sentido del yo. Era una capacidad que había adquirido de pequeña, cuando no tenía poder ni siquiera sobre su propio cuerpo y debía obedecer en todo. Era lo que la preservaba. Su vida tenía muchas cosas desagradables prendidas como rémoras en un tiburón, pero ninguna cambiaba quién era bajo la piel, en la fría oscuridad de su soledad con los ojos cerrados y la mente en paz.

Cuando salió del baño, encontró a Peter comiendo ausente un plato de uvas mientras contemplaba una holobra en la que actores japoneses enmascarados se gritaban y daban grandes y torpes zancadas ruidosas como si interpretaran a personajes dos veces más grandes que ellos.

—¿Has aprendido japonés? —preguntó Wang-mu.

—Jane me lo traduce. Es una gente muy rara.

—Es una antigua forma de representación teatral.

—Pero muy aburrida. ¿Hubo alguna vez alguien cuyo corazón se conmoviera con todos esos gritos?

—Si estás metido en la historia, entonces gritan las palabras de tu propio corazón.

—¿El corazón de alguien dice: «Soy el viento de la fría nieve de la montaña, y tú eres el tigre cuyo rugido se congelará en tus oídos antes de que tiembles y mueras con el cuchillo de hierro de mis ojos invernales»?

—Una frase digna de ti —dijo Wang-mu—, Lo tuyo son las fanfarronadas y las baladronadas.

—Yo soy el hombre de ojos redondos que maldice y apesta como el cadáver de una mofeta podrida, y tú eres la flor que se marchitará a menos que me dé inmediatamente una ducha con lejía y amoníaco.

—Cierra los ojos cuando lo hagas. Son productos abrasivos.

No había ordenador en el apartamento. Tal vez la holovisión podía utilizarse como tal pero, si era así, Wang-mu no sabía cómo. Los controles no se parecían a nada que hubiera visto en casa de Han Fei-tzu, pero eso no era sorprendente. Los habitantes de Sendero no copiaban sus diseños de otros mundos, si era posible. Wang-mu ni siquiera sabía cómo apagar el sonido. No importaba. Se sentó en la estera y trató de recordar todo lo que sabía de los japoneses por sus estudios de la historia terrestre con Han Qing-jao y su padre, Han Fei-tzu. Era consciente de que su educación era deficiente, porque al ser una niña de clase baja nadie se había molestado en enseñarle mucho hasta que entró al servicio de Qing-jao. Han Fei-tzu le había dicho que se olvidara de los estudios académicos y que buscara simplemente la información de acuerdo con sus intereses.

—Tu mente no está estropeada por la educación tradicional, por tanto debes seguir tu propio camino en cada materia.

A pesar de esta aparente libertad, Fei-tzu pronto le mostró que era un maestro severo aunque las materias fueran de libre elección. La desafiaba, la interrogaba en todo lo que aprendía sobre historia o biografía; le exigía que generalizara, luego refutaba sus generalizaciones; y si ella cambiaba de opinión, entonces exigía con la misma fuerza que defendiera su nueva postura, aunque un momento antes hubiera sido la suya propia. El resultado fue que, incluso con una información limitada, estaba preparada para repasarla, descartar conclusiones anteriores y formular nuevas hipótesis. Así que podía cerrar los ojos y continuar su educación sin que ninguna joya le susurrara al oído, pues seguía oyendo las cáusticas preguntas de Han Fei-tzu aunque se encontrara a años-luz de distancia.

Los actores dejaron de gritar antes de que Peter terminara de ducharse. Wang-mu no se dio cuenta de eso, pero sí de que una voz procedente del holovisor decía:

—¿Te gustaría otra selección grabada, o prefieres conectar con una emisión actual?

Por un momento, Wang-mu pensó que la voz debía de ser de Jane; luego se dio cuenta de que era simplemente el menú de la máquina.

—¿Tienes noticias? —preguntó.

—¿Locales, regionales, planetarias o interplanetarias?

—Empieza con las locales —dijo Wang-mu. Era forastera aquí. Bien podía familiarizarse con las cosas.

Cuando Peter salió del cuarto de baño, limpio y vestido con uno de los estilizados atuendos locales que Jane había encargado para él, Wang-mu estaba enfrascada en la noticia de un juicio; alguien había sido acusado de agotar la pesca en una región situada a pocos cientos de kilómetros de la ciudad donde estaban. ¿Cómo se llamaba el lugar?

Oh, sí. Nagoya. Como Jane había declarado en todos sus falsos registros que ésta era su ciudad natal, fue aquí donde los trajo el flotador.

—Todos los mundos son iguales —dio Wang-mu—. La gente quiere comer pescado, y algunos quieren pescar más de lo que el mar puede reponer.

—¿Qué daño hace si pesco un día de más o me llevo una tonelada de más? —preguntó Peter.

—Si todo el mundo lo hiciera, entonces… —se detuvo—. Ya veo. Estabas expresando de forma irónica el modo de pensar de los malhechores.

—¿Ya voy limpio y guapo? —preguntó Peter, dándose la vuelta para mostrar su ropa, amplia peró que de algún modo realzaba su silueta.

—Los colores son chillones. Te queda gritón.

—No, no —dijo Peter—. La idea es que la gente que me vea grite.

—Aaaah —gritó Wang-mu en voz baja.

—Jane dice que en realidad es un traje conservador… para un hombre de mi edad y supuesta profesión. Los hombres de Nagoya tienen fama de ser pavos reales.

—¿Y las mujeres?

—Con los pechos al aire todo el tiempo. Una visión sorprendente.

—Eso es mentira. No he visto a una sola mujer con los pechos desnudos cuando veníamos y… —Se detuvo, y le miró con el ceño fruncido—. ¿De verdad quieres que asuma que todo lo que dices es mentira?

—Pensé que merecía la pena intentarlo.

—No seas tonto. No tengo pechos.

—Los tienes pequeños. Sin duda eres consciente de la diferencia. —No quiero discutir sobre mi cuerpo con un hombre vestido con un jardín mal diseñado.

—Aquí las mujeres son todas un cero a la izquierda —dijo Peter—. Trágico pero cierto. La dignidad y todo eso. Sólo a los jóvenes y los muchachos en edad de merecer se les permite este tipo de plumaje. Creo que los colores vivos son para espantar a las mujeres. ¡No esperes nada serio por parte de este chico! Quédate a jugar, o márchate, Algo así. Creo que Jane eligió esta ciudad para nosotros con el único propósito de hacerme llevar esta ropa.

—Tengo hambre. Estoy cansada.

—¿Qué es más urgente?

—El hambre.

—Ahí tienes uvas —ofreció él.

—Que no has lavado. Supongo que es parte de tu deseo de muerte.

—En Viento Divino, los insectos saben cuál es su sitio y se quedan allí. No hay pesticidas. Jane me lo aseguró.

—Tampoco hay pesticidas en Sendero —dijo Wang-mu—. Pero lavamos la fruta para eliminar las bacterias y otras criaturas unicelulares. La disentería amébica nos retrasaría.

—Oh, pero el cuarto de baño está muy bien, sería una lástima no utilizarlo —contestó Peter. A pesar de su actitud, Wang-mu vio que su comentario sobre la disentería lo molestaba.

—Vamos a comer fuera —dijo Wang-mu—. Jane tiene dinero para nosotros, ¿no?

Peter escuchó un momento algo que surgía de la joya que llevaba en la oreja.

—Sí, y lo único que tenemos que hacer es decirle al encargado del restaurante que hemos perdido el carné de identidad y nos tomará las huellas para cargarlo en nuestra cuenta. Jane dice que somos muy ricos si es necesario, pero que deberíamos intentar actuar como si tuviéramos medios limitados y saliéramos ocasionalmente a celebrar algo. ¿Qué tenemos que celebrar?

—Tu baño.

—Celebra tú eso. Yo celebraré nuestro regreso sanos y salvos del bosque.

Pronto se encontraron en la calle, un lugar bullicioso con pocos coches, cientos de bicicletas, y miles de personas en las calzadas y aceras deslizantes.

A Wang-mu no les gustaban esas extrañas máquinas e insistió en caminar sobre suelo sólido, lo que implicaba elegir un restaurante cercano. Los edificios del vecindario eran viejos, pero no decrépitos; un barrio con solera, pero también con orgullo. El estilo era radicalmente abierto, con arcos y patios, columnas y tejados, pero pocos muros y nada de cristal.

—El tiempo aquí debe de ser ideal —comentó Wang-mu.

—Tropical, pero en la costa tienen vientos fríos. Llueve cada tarde durante una hora o así, al menos la mayor parte del año, pero nunca hace mucho calor y jamás hiela.

—Parece como si todo estuviera al aire libre siempre.

—Eso es falso —dijo Peter—. Nuestro apartamento tenía ventanas y control de clima, ya te diste cuenta. Pero da al jardín y además las ventanas están empotradas, para que desde abajo no se vean los cristales. Muy artístico. Aspecto natural, pero artificial. Hipocresía y engaño… un rasgo humano universal.

—Es una hermosa forma de vivir —dijo Wang-mu—. Me gusta Nagoya.

—Lástima que no vayamos a pasar aquí mucho tiempo.

Antes de que ella pudiera preguntar adónde iban y por qué,

Peter la hizo entrar en el patio de un concurrido restaurante.

—En éste cocinan el pescado —dijo—. Espero que no te importe.

—¿Qué? ¿Los otros lo sirven crudo? —le preguntó Wang-mu, riendo. Entonces advirtió que Peter hablaba en serio. ¡Pescado crudo!

—Los japoneses son famosos por eso, y en Nagoya es casi una religión. Fíjate… no hay ni una cara japonesa en el restaurante. No se dignarían a comer pescado que haya sido destruido por el calor. Es una de las cosas a las que se aferran… Ahora hay tan pocas cosas genuinamente japonesas en su cultura, que se vuelcan en las pocas costumbres niponas que sobreviven.

Wang-mu asintió, comprendiendo perfectamente que una cultura pudiera aferrarse a tradiciones muertas sólo por el bien de la identidad nacional, y también agradecida por estar en un lugar donde esas costumbres eran todas superficiales y no distorsionaban y destruían las vidas de las personas como ocurría en Sendero.

La comida llegó rápidamente (casi no se tarda nada en cocinar el pescado), y mientras comían, Peter cambió de postura varias veces sobre la estera.

—Lástima que este sitio no sea lo bastante poco tradicional como para tener sillas.

—¿Por qué odiáis tanto la tierra los europeos que siempre vivís por encima de ella? —preguntó Wang-mu.

—Ya has respondido a tu pregunta —dijo Peter fríamente—. Empiezas con la suposición de que odiamos la tierra. Hace que parezcas una primitiva que utiliza la magia.

Wang-mu se ruborizó y guardó silencio.

—Oh, ahórrame el rollo de la mujer oriental pasiva. O el de la manipulación pasiva a través de la culpa de me-entrenaron-para-ser-criada-y—tú-pareces-un-cruel-amo-sin-corazón. Sé que soy un auténtico mierda y no voy a cambiar sólo porque tú parezcas tan abatida.

—Entonces podrías cambiar porque deseas no seguir siendo un mierda.

—Es mi carácter. Ender me creó odioso para poder odiarme. El beneficio añadido es que tú puedes odiarme también.

—Oh, cállate y cómete el pescado. No sabes de lo que estás hablando. Se supone que tienes que analizar a los seres humanos y no puedes comprender a la persona que está más cerca de ti de todo el mundo.

—No quiero comprenderte —dijo Peter—. Quiero cumplir mi misión explotando esa brillante inteligencia que al parecer tienes… aunque creas que la gente que se agacha está de algún modo «más cerca de la tierra» que los que permanecen erguidos.

—No hablaba de mí. Me refería a la persona más cercana a ti: Ender.

—Está lejísimos ahora mismo, menos mal.

—No te creó para poder odiarte. Dejó de hacerlo hace mucho tiempo.

—Sí, sí, escribió El Hegemón, etcétera, etcétera.

—Eso es. Te creó porque necesitaba desesperadamente alguien que le odiara a él.

Peter puso los ojos en blanco y tomó un sorbo de piña colada. —La cantidad justa de coco. Creo que me retiraré aquí, si Ender no se muere y me hace desaparecer primero.

—¿Digo algo que es verdad y me respondes hablando del coco en el zumo de piña?

—Novinha le odia. No me necesita.

—Novinha está enfadada con él, pero se equivoca al estarlo y él lo sabe. Lo que necesita de ti es… una furia justa. Que le odies por el mal que hay realmente en él, y que nadie más que él mismo ve o cree que exista.

—Soy sólo una pesadilla de su infancia. Has leído demasiado sobre el tema.

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