Read Hijos de la mente Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (22 page)

BOOK: Hijos de la mente
7.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Peter, aliviado al ver la falta de preocupación de Grace por su milagrosa astronave, trató de volver al tema.

—¿Entonces nos dejará ver a Malu?

—Malu decide quién lo ve, y dice que sois vosotros quienes decidiréis; pero es que le gusta hacerse el enigmático.

—Gnómico —dijo Wang-mu. Peter dio un respingo.

—No, no en el sentido de ser oscuro. Malu pretende ser perfectamente claro y para él las cosas espirituales no son místicas, sólo son una parte más de la vida. Yo nunca he caminado con los muertos ni oído a los héroes cantar sus propias canciones ni he tenido una visión de la creación, pero sin duda Malu sí.

—Creía que era usted una erudita —dijo Peter.

—Si quieres hablar con la erudita Grace Drinker, lee mis estudios y sigue un curso. Creía que queríais hablar conmigo.

—Y queremos —dijo Wang-mu rápidamente—. Peter tiene prisa. Nos atosigan varios plazos a punto de vencer.

—La Flota Lusitania, imagino, es uno de ellos Pero hay algo más urgente. La desconexión informática que se ha ordenado. Peter se agitó.

—¿Han dado ya la orden?

—Oh, la dieron hace semanas —dijo Grace, desconcertada. luego lo comprendió—: Oh, pobrecito, no me refiero a la orden de actuación inmediata. Me refiero a la orden para que nos preparemos. Sin duda la conocéis.

Peter asintió y se relajó, sombrío otra vez.

—Pensaba que queríais hablar con Malu antes de que se interumpan las conexiones ansibles. ¿Pero qué os importa eso? —dijo ella, pensando en voz alta—. Después de todo, si sois capaces de viajar más rápido que la luz, podéis simplemente ir y entregar vuestro mensaje personalmente. A menos que…

Su hijo formuló una sugerencia:

—Tienen que entregar su mensaje a un montón de mundos distintos.

—¡O a un montón de dioses distintos! —exclamó el padre, y luego se echó a reír estentóreamente por algo que a Wang-mu le parecía un chiste muy endeble.

—O… —dijo la hija, que ahora estaba tumbada junto a la mesa, y eructaba de vez en cuando mientras hacía la digestión de la opípara cena—, o necesitan las conexiones ansible para hacer su truquito de viajar rápido.

—O… —dijo Grace, mirando a Peter, el cual instintivamente se había llevado la mano a la joya de la oreja—, estás conectado al mismo virus que hemos de eliminar al desconectar todos los ordenadores, y eso tiene que ver con vuestro viaje más rápido que la luz.

—No es un virus —respondió Wang-mu—. Es una persona. Una entidad viva. Y van ustedes a ayudar al Congreso a matarla, aunque es la única de su especie y nunca ha hecho daño a nadie.

—Les pone nerviosos que algo… o, si lo prefieres, alguien, haga desaparecer su flota.

—Todavía sigue allí —dijo Wang-mu.

—No discutamos. Digamos que ahora que os veo dispuestos a decir la verdad, quizá merezca la pena que Malu se tome la molestia de permitir que la oigáis.

—¿Él está en posesión de la verdad? —preguntó Peter,

—No, pero sabe dónde se guarda y puede atisbarla de vez en cuando y decirnos lo que ve. Pienso que ya es bastante bueno.

—¿Y podremos verlo?

—Tendríais que pasar una semana purificándoos antes de poner el pie en Atatua…

—¡Los pies impuros hacen cosquillas a los dioses! —exclamó el marido con una carcajada estentórea—. ¡Por eso la llaman la Isla del Dios Risueño!

Peter se agitó, incómodo.

—¿No te gustan los chistes de mi marido? —preguntó Grace.

—No, creo… quiero decir que no… no los entiendo, eso es todo.

—Bueno, eso es porque no son muy graciosos —dijo Grace—. Pero mi marido está firmemente decidido a seguir riéndose de todo esto para no téner que enfadarse con vosotros y mataros con las manos desnudas.

Wang-mu se quedó boquiabierta, pues supo de inmediato que aquello era cierto. Inconscientemente, había captado desde el principio la furia que ocultaba la risa del hombretón; y cuando miró sus enormes manos callosas, se dio cuenta de que era indudablemente capaz de hacerla pedazos sin sudar siquiera.

—¿Por qué nos amenaza con la muerte? —preguntó Peter, más beligerante de lo que Wang-mu deseaba.

—¡Todo lo contrario! —respondió Grace—. Os digo que mi marido está decidido a no dejar que su furia por vuestra audacia y vuestra conducta blasfema lo domine. Pretender visitar Atatua sin antes tomarse siquiera la molestia de saber lo que para nosotros supondría dejaros poner el pie allí, sucios y sin ser invitados… Eso nos avergonzaría y nos ensuciaría como pueblo durante un centenar de generaciones. Creo que ya es bastante que no haya lanzado un juramento de sangre contra vosotros.

—No lo sabíamos —dijo Wang-mu.

—Él lo sabía —respondió Grace—. Porque tiene el oído que todo lo oye.

Peter se ruborizó.

—Oigo lo que ella me dice, pero no puedo elegir lo que decide no decirme.

—Así que… os manipulan. Y Aimaina tiene razón: servís en efecto a un ser superior. ¿Voluntariamente? ¿O alguien os coacciona?

—Ésa es una pregunta estúpida, mamá —dijo la hija; eructó otra vez—. Si los están coaccionando, ¿cómo van a decírtelo?

—La gente puede decir cosas con lo que no dice —respondió Grace—, y lo sabrías si te pusieras derecha y miraras los elocuentes rostros de estos visitantes mentirosos de otros planetas.

—Ella no es un ser superior —dijo Wang-mu—. No como tú lo entiendes. No es un dios. Aunque tiene mucho control y sabe un montón de cosas. Pero no es omnipotente ni nada de eso, y no lo sabe todo, y a veces incluso se equivoca, y no estoy tampoco segura de que sea siempre buena; así que no podemos considerarla una deidad, porque no es perfecta.

Grace sacudió la cabeza.

—No hablaba de un dios platónico, de alguna etérea perfección que no puede ser comprendida sino sólo imaginada. Ni de un dios paradójico niceno cuya inexistencia contradice perpetuamente su existencia. Vuestro ser superior, esta joya-amiga que tu compañero lleva como un parásito (aunque ¿quién chupa vida de quién, eh?) podría ser una deidad en el sentido en que los samoanos usamos la palabra. Podríais ser sus héroes servidores. Podríais ser su encarnación, por lo que yo sé.

—Pero eres una erudita —dijo Wang-mu—. Como mi maestro Han Fei-tzu, que descubrió que lo que solíamos llamar dioses eran en realidad obsesiones inducidas genéticamente que interpretábamos de tal forma para mantener nuestra obediencia a…

—El que tus dioses no existan no significa que no lo hagan los míos —dijo Grace.

—¡Debe de haberse abierto camino a través de acres de dioses muertos sólo para llegar aquí! —exclamó el marido de Grace, riendo estentóreamente; pero ahora que Wang-mu sabía lo que significaba su risa, la carcajada la atemorizó.

Grace colocó un brazo pesado y grueso sobre su liviano hombro.

—No te preocupes —dijo—. Mi marido es un hombre civilizado y nunca ha matado a nadie.

—¡No por no haberlo intentado! —rió él—. ¡No, era un chiste!

Casi lloró de la risa.

—No podéis ir a ver a Malu porque tendríamos que purificaros y no creo que estéis dispuestos a hacer las promesas que tendríais que hacer… y sobre todo no creo que estéis dispuestos a hacerlas en serio. Y esas promesas deben ser cumplidas. Así que Malu va a venir aquí, en una barca de remos… sin motor, así que quiero que sepáis exactamente cuántas personas llevan sudando horas y horas sólo para que podáis charlar con él. Sólo quiero deciros una cosa: se os está concediendo un honor extraordinario; os insto a no mirarle con desprecio y a escucharle con atención académica o científica. He conocido a un montón de famosos, algunos incluso bastante listos, pero éste es el hombre más sabio que conoceréis jamás, y si os aburrís recordad esto: Malu no es tan estúpido como para pensar que se pueden sacar los hechos de contexto sin que pierdan su validez. Así que siempre dice las cosas en su contexto. Si eso significa que tenéis que escucharle contar la historia de la raza humana desde sus orígenes hasta la actualidad antes de que diga algo que os parezca significativo, bueno, os sugiero que cerréis la boca y escuchéis, porque la mayor parte de lo que dice es accidental e irrelevante y tendréis muchísima suerte si tenéis el suficiente cerebro para captarlo. ¿Lo he dejado claro?

Wang-mu deseó con todo su corazón no haber comido tanto. Se sentía mareada de temor, y si vomitaba, estaba segura de que tardaría media hora en vaciar por completo el estómago.

Peter simplemente asintió, tan tranquilo.

—No lo comprendíamos, Grace, aunque mi compañera leyó algunos de tus escritos. Pensábamos que veníamos a hablar con un filósofo, como Aimaina, o un erudito, como tú. Pero ahora veo que venimos a escuchar a un hombre de sabiduría cuya experiencia alcanza reinos que nunca hemos visto o soñado ver, y le escucharemos en silencio hasta que nos pida que le hagamos preguntas, y confiaremos que él sepa mejor que nosotros mismos lo que necesitamos oír.

Wang-mu reconocía una rendición completa cuando la veía, y le agradó ver que todos los sentados a la mesa asentían felizmente y que nadie se sentía obligado a hacer un chiste.

—También nos sentimos agradecidos de que el honorable haya sacrificado tanto, como han hecho muchos otros, para venir personalmente a vernos y bendecirnos con una sabiduría que no merecemos recibir.

Para horror de Wang-mu, Grace se rió en voz alta de ella, en vez de asentir respetuosamente.

—Te has pasado —murmuró Peter.

—Oh, no la critiques —dijo Grace—. Es china. De Sendero, ¿verdad? Y apuesto a que eras una criada. ¿Cómo ibas a aprender la diferencia entre respeto y servilismo? Los amos nunca se contentan con el mero respeto de sus siervos.

—Mi maestro sí —dijo Wang-mu, defendiendo a Han Fei-tzu.

—Igual que mi maestro —respondió Grace—. Como veréis cuando le conozcáis.

—El tiempo se acaba —dijo Jane.

Miro y Val, agotados, levantaron la vista de los documentos que examinaban en el ordenador, para ver en el aire el rostro virtual de Jane que los obsevaba.

—Hemos sido observadores pasivos mientras nos han dejado —dijo Jane—. Pero ahora hay tres naves en la atmósfera superior, dirigiéndose hacia nosotros. No creo que ninguna de ellas sea solamente un arma movida por control remoto, pero no estoy segura. Y al parecer nos trasmiten algo: el mismo mensaje una y otra vez.

—¿Qué mensaje?

—Es el material de la molécula genética. Puedo deciros la composición de las moléculas, pero no tengo ni idea de lo que significan.

—¿Cuándo nos alcanzarán sus interceptores?

—Dentro de tres minutos, más o menos. Trazan zigzags evasivos, ahora que han escapado del pozo de gravedad. Miro asintió.

—Mi hermana Quara estaba convencida de que gran parte del virus de la descolada consistía en un lenguaje. Creo que ahora podemos decir de modo concluyente que tenía razón. Lleva un mensaje. Pero creo que se equivocaba en lo referido a la inteligencia del virus. Ahora creo que la descolada continúa recomponiendo aquellas secciones de sí misma que constituían un informe.

—Un informe —repitió Val—. Eso tiene sentido. Para decirle a sus hacedores lo que ha hecho del mundo que… sondeaba.

—Así que la cuestión es: ¿nos largamos sin más y les dejarnos preguntarse por el milagro de nuestra súbita llegada y desaparición, o dejamos que Jane les transmita primero todo el texto del virus de la descolada?

—Peligroso —dijo Val—. El mensaje que contiene podría también decirle a esa gente todo lo que quieren saber sobre los genes humanos. Después de todo, somos una de las criaturas en las que trabajó la descolada, y su mensaje va a revelar todas nuestras estrategias para controlarla.

—Excepto la última —dijo Miro—. Porque Jane no enviará la descolada tal como existe ahora, completamente domada y controlada… eso sería invitarlos a revisarla para superar nuestras alteraciones.

—No les enviaremos ningún mensaje y no volveremos a Lusitania tampoco —dijo Jane—. No tenemos tiempo.

—No tenemos tiempo para no hacerlo —respondió Miro—. Por muy urgente que pienses que es esto, Jane, para Val y para mí no es nada agradable estar aquí para hacer esto sin ayuda. Mi hermana Ela, por ejemplo, que comprende todo lo del virus. Y Quara, que a pesar de ser el segundo ser más testarudo del universo… No pretendas que te halage, Val, preguntando quién es el primero… Podríamos utilizar a Quara.

—Y seamos justos —dijo Val—. Vamos a conocer a otra especie inteligente. ¿Por qué deberían ser los humanos los únicos representantes? ¿Por qué no un pequenino? ¿Por qué no una reina colmena… o al menos una obrera?

—Sobre todo una obrera. Si nos quedamos atascados aquí, tener una obrera con nosotros nos permitiría comunicarnos con Lusitania… con ansible o sin él, con Jane o sin ella, los mensajes podrían…

—Muy bien —dijo Jane—. Me habéis convencido. Aunque los últimos clamores en el Congreso Estelar me dicen que están a punto de desconectar la red ansible de un momento a otro.

—Nos daremos prisa —dijo Miro—. Les haremos apresurarse para que suban a toda la gente a bordo.

—Y los suministros adecuados —dijo Val—. Y…

—Empezad a hacerlo —dijo Jane—. Acabáis de desaparecer de vuestra órbita alrededor del planeta de la descolada. Y he emitido un pequeño fragmento del virus. Una de las secciones que Quara consideró un lenguaje, pero la que fue menos alterada durante las mutaciones mientras la descolada trataba de luchar con los humanos. Debería ser suficiente para hacerles saber cuál de sus sondas nos alcanzó.

—Oh, bien, así podrán lanzar una flota —dijo Miro.

—Tal como están las cosas —respondió Jane secamente—, para cuando llegue la flota que pudieran enviar, Lusitania será el lugar más seguro que podrían tener. Porque ya no existirá.

—Eres tan alegre… —dijo Miro—. Volveré dentro de una hora con la gente. Val, trae los suministros que necesitemos.

—¿Para cuánto tiempo?

—Trae tanto como quepa. Como dijo una vez alguien, la vida es una misión suicida. No tenemos ni idea de cuánto tiempo estaremos atrapados allí, así que no tenemos forma de saber cuánto será suficiente.

Abrió la puerta de la nave y salió al campo de aterrizaje situado cerca de Milagro.

7. LE OFREZCO ESTA POBRE Y VIEJA CARCASA

«¿Cómo recordamos?

¿Es el cerebro una vasija que contiene nuestra memoria?

Entonces, cuando morimos, ¿se rompe la vasija?

¿Se esparcen nuestros recuerdos por el suelo

y se pierden?

¿O es el cerebro un mapa

que conduce por senderos serpenteantes

y se pierde en ocultos rincones?

Entonces, cuando morimos, el mapa se pierde;

pero quizás algún explorador

pueda deambular a través de ese extraño paisaje

y encontrar los lugares ocultos

de nuestros recuerdos perdidos.»

de Los susurros divinos de Han Qing jao

BOOK: Hijos de la mente
7.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Medieval Hunting by Richard Almond
The Placebo Effect by David Rotenberg
Carl Weber's Kingpins by Smooth Silk
The Expats by Chris Pavone
Mulberry Park by Judy Duarte
The Watchtower by Lee Carroll
The Highlander's Time by Belladonna Bordeaux