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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Final (39 page)

BOOK: Hermoso Final
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Ni siquiera para Angelus.

O tal vez sólo para él.

En apenas un instante, la piscina se volvió de nuevo de un blanco lechoso, aunque ahora sabía lo que se escondía por debajo.

Me encogí de hombros.

—A fin de cuentas, el desafío no ha sido para tanto.

Tenía que encontrar el puente, o algo que pudiera utilizar para cruzar.

El astillado tablón no estaba demasiado escondido. Lo localicé en una alcoba a unos pocos metros de donde Angelus había estado de pie unos momentos antes. La madera estaba seca y crujía, lo que no era muy tranquilizador, considerando lo que acababa de presenciar.

Pero el libro estaba tan cerca.

Mientras deslizaba la tabla sobre la superficie del agua, casi podía sentir a Lena en mis brazos y escuchar a Amma gritándome. No podía pensar con claridad. Lo único que sabía es que tenía que atravesar el agua y volver con ellos.

Por favor. Dejadme cruzar. Lo único que quiero es volver a casa.

Tras ese pensamiento, inhalé hondo.

Entonces di un paso.

Y luego otro. Ahora estaba a metro y medio, tal vez un poco más.

A mitad de camino. Ya no había vuelta atrás.

El puente era sorprendentemente ligero, aunque crujía y se combaba con cada uno de mis pasos. Aun así, me había sostenido hasta entonces.

Respiré hondo.

Apenas un metro y medio más.

Un metro y veinte…

Escuché un estrépito como una ola por detrás de mí. El agua empezó a agitarse. Sentí un punzante dolor en mi pierna cuando ésta cedió bajo mi peso. El viejo tablón chasqueó como un mondadientes roto.

Antes de que pudiera gritar, perdí el equilibrio, cayendo en el agua letal. Sólo que allí ya no había agua, o si la había yo no estaba en ella.

Estaba en los brazos de los muertos emergentes.

O aún peor.

Estaba cara a cara con el otro Ethan Wate. Tenía tanta parte de esqueleto como de hombre, pero ahora lo reconocí. Traté de apartarme, pero me agarró por el cuello con su huesuda mano. El agua chorreaba de su boca, donde debían haber estado sus dientes. Había tenido pesadillas menos terroríficas.

Volví la cabeza para evitar que el cadáver babeara en mi cara.

—¿Podría un Mortal formular un hechizo
Ambulans Mortus
? —Angelus se abrió paso a través de los muertos que se arremolinaban a mi alrededor, tirando de mis brazos y piernas en todas direcciones, con tal fuerza que pensé que iban a descoyuntar todos mis miembros—. ¿Desde debajo del agua? ¿Despertar a los muertos? —Se alzó triunfante en el suelo firme, delante del libro. Con más aspecto de loco del que nunca pensé que podría tener un Guardián chiflado—. El desafío se ha acabado. Tu alma es mía.

No contesté. No podía hablar. En su lugar, me encontré mirando los ojos vacíos de Ethan Wate.

—Ahora, traédmelo.

A la orden de Angelus, los cadáveres se irguieron de la apestosa agua, alzándome hasta la orilla. El otro Ethan me arrojó a tierra como si no pesara nada.

Al hacerlo, una pequeña piedra negra se escapó de mi bolsillo.

Angelus no lo advirtió. Estaba demasiado ocupado mirando al libro. Pero yo la vi claramente.

El ojo del río.

Había olvidado pagar al Maestro del Río.

Por supuesto. No podrías esperar cruzar el agua siempre que quisieras. No por estos lares. No sin pagar un precio.

Cogí la piedra.

Ethan Wate, el muerto, giró su cabeza hacia mí. La mirada que me lanzó —si es que podía llamarse así, considerando que apenas tenía ojos— me provocó un escalofrío a lo largo de la espalda. Sentí pena por él. Pero por nada en el mundo hubiera querido estar en su lugar.

Entre nosotros dos nos debíamos eso.

—Hasta pronto, Ethan —declaré.

Con el último resto de mis fuerzas, lancé la piedra al agua. Escuché cómo golpeaba, emitiendo únicamente un leve sonido.

Resultaba inapreciable, salvo que fueras yo.

O uno de los muertos.

Porque desaparecieron en breves segundos después de que la piedra golpeara en el agua. Casi tan rápido como lo que tardaría una piedra en hundirse hasta el fondo de una piscina de cuerpos.

Caí de espaldas en el minúsculo trecho de tierra seca, agotado, y durante un segundo, me sentí demasiado asustado para moverme.

Entonces vi a Angelus allí de pie, pegado al libro, leyendo a la luz de las parpadeantes llamas verdes y doradas.

Sabía lo que tenía que hacer. Y que no me quedaba mucho tiempo para hacerlo.

Me puse de pie.

Ahí estaba. Abierto sobre el pedestal, justo delante de mí.

Y también delante de Angelus.

LAS CRÓNICAS CASTER

Estiré la mano para tocar el libro, y los dedos me ardieron.

—¡No! —bramó Angelus, agarrando mi muñeca. Tenía los ojos brillantes, como si el libro tuviera algún poder extraño sobre él. Ni siquiera apartó la vista de la página. No estoy seguro de que pudiera.

Porque era su página.

Casi podía leerla desde donde estaba, unas mil palabras reescritas, una tachada por encima de la siguiente. Podía distinguir la pluma, manchada de tinta en la punta, casi temblando entre sus dedos junto al libro.

De modo que así es cómo lo hacía. Cómo forzaba al mundo sobrenatural a plegarse a su voluntad. Cómo controlaba la historia. No sólo la suya, sino la de todos nosotros.

Angelus lo había cambiado todo.

Una persona podía hacerlo.

Y una persona podía cambiarlo.

—¿Angelus?

No respondió. Tal y como tenía los ojos clavados en el libro, recordaba más a un zombi que los propios cadáveres.

De modo que no quise mirar. En su lugar, cerré los ojos y tiré de la página, con toda la fuerza y rapidez que pude.

—¿Qué estás haciendo? —Angelus parecía frenético, pero no abrí los ojos—. ¿Qué has hecho?

Sentí mis manos ardiendo. La página quería soltarse de mí, pero no lo iba a permitir. De modo que la que sostuve con fuerza. Ahora nada podría detenerme.

Y la arranqué con mis manos.

El sonido del desgarro me recordó al de un Íncubo, y casi esperé encontrarme con John Breed o Link apareciendo junto a mí. Abrí los ojos.

No tuve tanta suerte. Angelus estiró la mano para coger la página, empujándome en una dirección mientras tiraba de mi brazo en otra.

Agarré una chorreante vela del pedestal y prendí fuego al borde de la página. Esta empezó a echar humo y llamas, y Angelus aulló de rabia.

—¡Déjala! ¡No sabes lo que haces! Puedes destruirlo todo… —Se lanzó contra mí, soltándome puñetazos y patadas, y casi arrancándome la camisa. Sus uñas arañaron mi piel, una y otra vez, pero no la solté.

No la solté ni siquiera cuando sentí las llamas llegando hasta mis dedos.

No la solté cuando la página manchada de tinta se convirtió en cenizas.

No la solté hasta que el propio Angelus se deshizo en la nada, como si estuviera hecho de pergamino.

Finalmente, cuando el viento se hubo llevado al olvido hasta el último rastro del Guardián y su página, me encontré mirando a mis quemadas y ennegrecidas manos.

—Mi turno.

Incliné la cabeza y empecé a pasar las delicadas páginas de pergamino. Podía distinguir fechas y nombres en la parte superior, escritos por diferentes manos. Me pregunté cuáles habría escrito Xavier. Y si Obidias habría cambiado la página de alguien más. Confié en que no fuera él quien cambió la de Ethan Carter Wate.

Pensé en mi tocayo y me estremecí, luchando para contener las náuseas.

Ése podía haber sido yo.

Hacia la mitad del libro, encontré nuestras páginas.

Ethan Carter estaba justo delante de mí, las dos páginas escritas claramente por diferentes manos.

Hojeé la página de Ethan Carter hasta que llegué a la parte de la historia que ya conocía. Era como leer el guión de la visión que había presenciado con Lena, la historia de la noche en que murió y Genevieve utilizó el
Libro de las Lunas
para traerlo de vuelta. La noche en que todo comenzó.

Miré el borde de la página donde ésta se unía con la encuadernación. Estuve a punto de arrancarla, pero sabía que no habría ninguna diferencia. Era demasiado tarde para el otro Ethan.

Yo era el único que todavía tenía una posibilidad de cambiar su destino.

Finalmente, pasé la página para encontrarme con la escritura de Obidias.

Ethan Lawson Wate

No leí mi página. No quería arriesgarme. Podía sentir cómo atraía mi vista, con el suficiente poder como para Vincularme a ella para siempre.

Así que miré hacia otro lado. Ya sabía lo que sucedía al final de esa versión.

Ahora estaba cambiándola.

Arranqué la página, los bordes se separaron de la encuadernación con una descarga de electricidad más fuerte y brillante que un relámpago. Escuché lo que parecía ser un trueno en el cielo sobre mí, pero seguí arrancándola.

Esta vez, mantuve las velas lo más alejadas del pergamino que pude.

Tiré de la hoja hasta que las palabras se soltaron, desapareciendo como si hubieran estado escritas con tinta invisible.

Bajé la vista a la página y vi que estaba en blanco.

La dejé caer en el agua que me rodeaba, viendo cómo se hundía en las lechosas profundidades, desvaneciéndose en las interminables sombras del abismo.

Mi página había desaparecido.

Y, en ese preciso instante, supe que yo también.

Miré la punta de mis Converse

Hasta que desaparecieron

Y desaparecí

Y ya nada importaba…

porque

no

había

nada

debajo

de


ahora

y

luego

tampoco

yo

35
Una grieta en el Universo

L
as puntas de mis Converse asomaban por el blanco borde metálico, la ciudad dormía a cientos de metros por debajo de mí. Las diminutas casas y diminutos coches parecían de juguete, y era fácil imaginarlos llenos de polvo purpurina bajo el abeto junto a lo que quedaba de la ciudad navideña de mi madre.

Pero no eran juguetes.

Conocía esa vista.

Uno no olvida la última cosa que ve antes de morir. Creedme.

Estaba de pie en el borde del depósito de agua de Summerville, las pequeñas fisuras abiertas en la pintura blanca se extendían justo desde debajo de mis zapatillas. La curva de un corazón negro dibujado en tinta Sharpie captó mi atención.

¿Sería posible? ¿Realmente podía estar en casa?

No lo supe hasta que la vi.

Las puntas de sus zapatos ortopédicos negros alineadas perfectamente con mis Converse.

Amma llevaba el vestido negro de domingo con las pequeñas violetas estampadas, y un sombrero de ala ancha negro. Sus guantes blancos sujetaban con firmeza las asas de su bolso de cuero.

Nuestros ojos se encontraron durante una fracción de segundo, y me sonrió; el alivio se expandió por sus facciones de tal forma que resultaba imposible describirlo. Era casi beatífica, una palabra que nunca hubiera utilizado para describir a Amma.

Fue entonces cuando comprendí que algo iba mal. Esa clase de mal que no puedes detener ni cambiar o arreglar.

Extendí mi mano justo en el momento en que ella saltaba del borde al cielo azul oscuro.

—¡Amma! —Traté de atraparla, igual que había intentado atrapar a Lena en mis sueños cuando era ella la que se estaba cayendo. Sin embargo, no pude cogerla.

Pero ella no cayó.

El cielo se abrió en dos como si el universo estuviera desgarrándose, o como si alguien finalmente hubiera abierto un agujero en él. Amma volvió su cara hacia él, las lágrimas rodaban por sus mejillas incluso mientras me sonreía.

El cielo la sostuvo, como si Amma se mereciera estar allí, hasta que una mano apareció en el centro de la brecha y las brillantes estrellas. Era una mano que reconocí, la misma que me había ofrecido su cuervo para que pudiera cruzar de un mundo a otro.

Ahora el tío Abner estaba ofreciendo esa mano a Amma.

Su rostro difuminado en la oscuridad junto a Sulla, Ivy y Delilah. La otra familia de Amma. El rostro de Twyla me sonrió, con sus amuletos anudados a sus largas trenzas. La familia Caster de Amma estaba esperándola.

Pero me dio igual.

No podía perderla.

—¡Amma! ¡No me dejes! —grité.

Sus labios no se movieron, pero pude escuchar su voz tan clara como si estuviera de pie a mi lado.

—Nunca podría dejarte, Ethan Wate. Siempre estaré observándote. Haz que me sienta orgullosa.

Sentí que mi corazón se paraba, estallando en mil pedazos tan pequeños que nunca podría encontrarlos. Caí de rodillas y levanté la vista a los cielos, gritando con más fuerza de la que creí posible.

—¿Por qué?

Fue Amma quien contestó. Ahora se encontraba a bastante distancia, adentrándose en la franja de cielo que se había abierto únicamente para ella.

—Una mujer sólo es lo que vale su palabra.
—Otro de los acertijos de Amma.

El último.

Se llevó los dedos a los labios y los extendió hacia mí mientras el universo la tragaba. Sus palabras resonaron a través del cielo, como si las hubiera pronunciado en voz alta.

—Y todo el mundo decía que no podía cambiar las cartas…

Las cartas.

Estaba hablando del despliegue que predijo mi muerte muchos meses atrás. El despliegue que había negociado poder cambiar con el bokor. Aquel a quien juró que haría cualquier cosa para cambiarlo.

Lo había hecho.

Desafiando al universo y al destino y a todo en lo que creía. Por mí.

Amma estaba cambiando su vida por la mía, protegiendo el Orden al ofrecer una vida por otra. Ése era el trato que había hecho con el bokor. Ahora lo entendía.

Observé cómo el cielo volvía a coserse puntada a puntada.

Pero ya no parecía el mismo. Aún podía ver las costuras invisibles por las que el mundo se había desgarrado en dos para llevársela. Ya siempre sabría que estaban allí, aunque nadie más pudiera verlas.

Como los rasgados bordes de mi corazón.

36
Traslación

A
llí sentado, en la oscuridad, sobre el frío metal, una parte de mí se preguntaba si no lo habría imaginado todo. Sabía que no era así. Todavía podía sentir las puntadas en el cielo, por muy oscuro que estuviera.

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