Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
Mercy sorbió.
—Tú jura lo que quieras, Grace Ann, pero yo soy la que lo sabe.
—Retira eso ahora mismo —amenazó la tía Grace, apuntando a su hermana con un huesudo dedo.
—No quiero.
—Por favor, señora. Señoras. Necesitamos su ayuda. Estamos buscando a Abraham Ravenwood. Tiene algo que nos pertenece, algo muy importante. —Miré de una Hermana a otra.
—Lo queremos para… —Link cambió el tono—: Para atraer a Ethan de vuelta a casa como una centella. —Siempre que pasabas demasiado tiempo al lado de las Hermanas acababas hablando como ellas.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué estáis tramando? —La tía Grace ondeó su pañuelo.
Tía Mercy volvió a sorber.
—A mí me suena como a más tonterías Caster.
Amma alzó una ceja.
—En vista de lo mucho que nos gustan a todos las tonterías, ¿por qué no nos ponéis al día?
Link y yo nos miramos. Iba a ser una larga noche.
* * *
Tonterías Caster o no, una vez que Amma sacó los álbumes de recortes de las Hermanas, los engranajes empezaron a girar y las bocas empezaron a moverse. Al principio, Amma no podía soportar la sola mención de Abraham Ravenwood, pero Link continuó hablando.
Y hablando, y hablando.
Sin embargo, Amma no le detuvo, lo que interpretamos casi como media victoria. Ya que la otra media —tratar de sonsacar a las Hermanas— no parecía estar dando sus frutos.
En menos de una hora, Abraham Ravenwood fue calificado de demonio, tramposo, sinvergüenza, inútil y ladrón. Había conservado al papá del papá de su papá en un rincón al sudeste del viejo huerto de manzanos, que era suyo por derecho, y al papá de su papá en su sillón del Consejo local, que también era suyo por derecho.
Y por encima de todo, estaban casi seguras de que había bailado con el diablo allí en la plantación de Ravenwood en más de una ocasión, antes de que se quemara durante la Guerra Civil.
Cuando intenté poner un poco de cordura en su narración, no quisieron añadir nada más.
—Eso es exactamente lo que he dicho. Bailó y bailó con el diablo. Hizo un trato. No me gusta hablar de ello ni tampoco pensarlo. —La tía Mercy sacudió la cabeza con tanta violencia que pensé que su dentadura postiza iba a salir disparada.
—Pongamos sólo que, a pesar de todo, piensa un momento en él. ¿Dónde se lo imagina? —Link volvió a intentarlo, como llevábamos haciendo toda la noche.
Finalmente fue la tía Grace la que encontró la pieza que faltaba en el rompecabezas de lo que las Hermanas consideraban una conversación.
—¿Dónde? Pues en su territorio, por supuesto. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabría.
—¿Y dónde está ese sitio, tía Grace? ¿Señora? —Puse mi mano en el brazo de Link, esperanzada. Era la primera frase con sentido que habíamos escuchado en lo que parecían haber sido horas.
—En la cara oculta de la luna, supongo. Donde todos los diablos y demonios viven cuando no están ardiendo en las profundidades.
Mi corazón se desplomó. Jamás sacaríamos nada en claro de estas dos.
—Genial. En la cara oculta de la luna. Así que Abraham Ravenwood está vivito y coleando en un álbum de Pink Floyd. —Link empezaba a estar tan malhumorado como yo.
—Es tal y como dice Grace Ann. La cara oculta de la luna. —Tía Mercy parecía enfadada—. No entiendo por qué vosotros dos actuáis como si eso fuera un acertijo.
—¿Dónde, exactamente, está la cara oculta de la luna, tía Mercy? —Amma se sentó al lado de la tía abuela de Ethan, sujetando las manos de la anciana en su regazo—. Sabemos que lo sabe. Vamos.
Tía Mercy sonrió a Amma.
—¡Pues claro! —Lanzó una mirada a la tía Grace—. Porque papá me escogió a mí antes que a Grace. Sé todo tipo de cosas.
—Entonces, ¿dónde está? —preguntó paciente Amma.
Grace resopló, tirando del álbum de fotos que estaba en la mesa de café para acercárselo.
—Vosotros, la gente joven, actuáis como si lo supierais todo. Actuáis como si estuviéramos un paso más atrás sólo porque tenemos uno o dos años más que vosotros. —Empezó a pasar las páginas como una posesa, como si estuviera buscando algo en particular…
Lo que aparentemente estaba haciendo.
Porque allí, en la última página, bajo una desvaída camelia aplastada y un trozo de pálida cinta rosa, estaba la tapa recortada de una caja de cerillas. Perteneciente a algún tipo de bar o club.
—¡Que me aspen! —exclamó Link maravillado, ganándose un buen capón de la tía Mercy.
Allí estaba, enmarcado en una luna plateada.
LA CARA OCULTA DE LA LUNA
EL MEJOR LOCAL DE N’OWLINS
DESDE 1911.
La Cara Oculta de la Luna era un lugar.
Un lugar donde tal vez pudiera encontrar a Abraham Ravenwood y, así lo esperaba, también el
Libro de las Lunas
. Si es que las Hermanas no estaban completamente fuera de sus cabales, lo que era una posibilidad nada desdeñable.
Amma echó un vistazo a las cerillas y se marchó de la habitación. Recordé la historia de Amma visitando al bokor y supe que era mejor no presionarla.
En su lugar, miré a la tía Grace.
—¿Le importa?
Tía Grace asintió y tiré de la vieja etiqueta de las cerillas para arrancarla del álbum. La mayor parte de la pintura se había desprendido del relieve de la luna, pero aún se podían distinguir las letras. Nos íbamos a Nueva Orleans.
* * *
Parecía como si Link hubiera resuelto por sí solo el Cubo de Rubik porque, en cuanto pusimos un pie en el Cacharro, empezó a tararear una canción de Pink Floyd del álbum
Dark side of the moon
, cantando a voz en grito por encima de la música.
Cuando redujo la velocidad al tomar la curva, bajé el volumen y le interrumpí bruscamente.
—Déjame en Ravenwood, ¿quieres? Necesito coger algo antes de marcharme a Nueva Orleans.
—Alto ahí. Yo voy contigo. Prometí a Ethan que cuidaría de ti, y siempre cumplo mis promesas.
—No voy a llevarte. Voy a llevar a John.
—¿John? ¿Es eso lo que vas a coger de tu casa? —Sus ojos se estrecharon—. De ninguna manera.
—No te estaba pidiendo permiso. Te lo digo para que lo sepas.
—¿Por qué? ¿Qué tiene él que no tenga yo?
—Experiencia. Él conoce a Abraham y, hasta donde sabemos, es el híbrido de Íncubo más fuerte del condado de Gatlin.
—Somos lo mismo, Lena. —Las plumas de Link empezaban a ahuecarse.
—Tú eres más mortal que John. Eso es lo que me gusta de ti. Pero eso también te hace más débil.
—¿A quién estás llamando débil? —Link tensó sus músculos. Para ser justos, casi estuvo a punto de hacer estallar su camiseta. Era como el Increíble Hulk del instituto Jackson High.
—Lo siento. No eres débil. Sólo eres tres cuartos de humano. Y eso es demasiado humano para este viaje.
—Como quieras. Tú misma. Verás cómo no podrás avanzar ni diez pasos a través de los Túneles sin mí. Volverás corriendo a suplicar mi ayuda, antes de que pueda decir… —Se quedó en blanco. Un típico momento de Link. A veces las palabras parecían rehuirle antes de que pudiera procesarlas de su cerebro a la boca. Finalmente se rindió encogiéndose de hombros—. Lo que sea. Lo que sea realmente peligroso.
Le palmeé en el hombro.
—Adiós, Link.
Link frunció el ceño y pisó a fondo el acelerador, haciendo que saliéramos disparados por la calle. No era el típico desgarro de un Íncubo, pero una vez más, él era tres cuartas partes roquero. Justo lo que me gustaba de mi Línkcubo favorito.
No se lo dije, pero estaba casi segura de que lo sabía.
Hice que todos los semáforos a lo largo de la carretera 9 se pusieran verdes para él. El Cacharro nunca había ido tan veloz.
U
na cosa era decir que íbamos a Nueva Orleans a encontrar un viejo bar —y a un Íncubo aún más viejo— y otra muy distinta encontrarlo. Lo que se interponía entre ambas era convencer a tío Macon para que me dejara ir.
Intenté sacar el tema a mi tío durante la cena, inmediatamente después de que Cocina hubiera servido su plato favorito y antes de que los platos desaparecieran de la larga mesa.
Cocina, que no había sido nunca tan servicial como debiera ser cualquier cocina Caster que se precie, pareció darse cuenta de la importancia del tema e hizo todo lo que le pedí, e incluso más. Cuando bajé las escaleras, encontré parpadeantes candelabros distribuidos por todo el vestíbulo y el comedor, un suave aroma a jazmín impregnaba el aire. Con un chasquido de mis dedos, varios centros de flores con orquídeas y tigridias aparecieron a lo largo de la mesa. Volví a chasquearlos y mi viola surgió en un rincón del comedor.
Me quedé mirándola hasta que empezó a tocar a Paganini. Uno de los músicos preferidos de mi tío.
Perfecto.
Bajé la vista a mis ajados vaqueros y a la descolorida camiseta de Ethan. Cerré los ojos y mi pelo empezó a recogerse solo hasta formar una gruesa trenza francesa. Cuando volví abrirlos, estaba adecuadamente vestida para cenar.
Un sencillo traje negro de cóctel, el mismo que el tío Macon me había comprado el verano pasado en Roma. Toqué mi cuello y el collar de plata con la luna creciente que me regaló en invierno apareció en la base de mi garganta.
Lista.
—¡Tío Macon! La cena… —anuncié desde el vestíbulo, pero él ya estaba a mi lado, apareciendo tan sigilosamente como si aún continuara siendo un Íncubo y pudiera desgarrar el espacio y el tiempo siempre que quisiera. Los viejos hábitos son duros de enterrar.
—Qué guapa, Lena. Incluso los zapatos le dan un toque simpático. —Bajé la vista y observé mis desgastadas Converse negras aún en mis pies. Pues sí que me había lucido con mi atuendo para la cena.
Me encogí de hombros y le seguí hasta la mesa.
Había lomos de corvina con brotes de hinojo. Cola de langosta templada.
Carpaccio
de vieiras. Melocotones asados en salsa de oporto. No tenía demasiado apetito, especialmente de manjares que sólo podías encontrar en un restaurante de cinco estrellas en los Campos Elíseos de París —adonde mi tío Macon me llevaba a la menor oportunidad—, pero él devoró los platos con fruición durante casi una hora.
Una cosa hay que reconocer de los antiguos Íncubos: aprecian realmente la comida Mortal.
—¿Y bien? —dijo finalmente mi tío, metiéndose un tenedor lleno de langosta en la boca.
—¿Y bien qué? —Posé mi tenedor en el plato.
—¿Qué es todo esto? —Hizo un gesto al despliegue de vajilla de plata que había ante nosotros, levantando la tapa de una de las brillantes fuentes que contenía humeantes y especiadas ostras—. ¿Y esto? —Miró directamente a la viola que aún estaba tocando suavemente—. Paganini, por supuesto. ¿Acaso soy tan predecible?
Evité mirarle a los ojos.
—Se llama cena. Hay que comerla. Lo que por cierto, no parece que te esté costando demasiado. —Cogí una ridícula jarra de agua helada, siempre me había intrigado de donde sacaba Cocina la ornamentada vajilla, antes de que pudiera decir nada.
—Esto no es una cena. Esto es, como diría Marco Antonio, una tentadora mesa de felonía. O tal vez un auténtico acto de traición. —Tragó otro trozo de langosta—. O tal vez ambos, si es que Marco Antonio era admirador de la aliteración.
—No es ninguna traición. —Sonreí. Él me devolvió la sonrisa expectante. Mi tío podía ser muchas cosas, un esnob entre ellas, pero no era ningún estúpido—. Es una sencilla petición.
Dejó pesadamente su copa de vino sobre el mantel de lino. Yo agité un dedo y la copa se volvió a llenar.
Previsión, pensé.
—De ninguna manera —declaró el tío Macon.
—Pero si no te he pedido nada.
—Sea lo que sea, la respuesta es no. El vino es la prueba. La gota que hace rebosar el vaso. La última pluma de faisán de la proverbial cama de mullidas plumas.
—¿Y eras tú quién decía que Marco Antonio era el admirador de la aliteración? —pregunté.
—Suéltalo ya. Vamos.
Saqué la tapa de la caja de cerillas de mi bolsillo y la empujé a través de la mesa para que pudiera verla.
—¿Abraham?
Asentí.
—¿Y esto está en Nueva Orleans?
Asentí de nuevo. Volvió a pasarme la caja de cerillas, secándose la boca con su servilleta de lino.
—No. —Y tomó la copa de vino de nuevo.
—¿No? Tú eras el que estaba de acuerdo conmigo. Tú eras el que dijo que podíamos encontrarlo por nuestra cuenta.
—Lo dije. Y lo encontraré mientras tú permaneces a salvo encerrada en tu habitación, como la pequeña niña buena que solías ser. No vas a ir sola a Nueva Orleans.
—¿Nueva Orleans es el problema? —Estaba perpleja—. ¿No tu antiguo y letal antecesor Íncubo que trató de matarnos en más de una ocasión?
—Eso y Nueva Orleans. Tu abuela no querrá ni oírlo, incluso aunque te diera mi aprobación.
—¿Qué no querrá ni oírlo? ¿O no
debería
oírlo?
Él enarcó una ceja.
—¿Cómo dices?
—¿Y qué pasa si no llega a oírlo? De esa forma no será ningún problema. —Lancé mis brazos alrededor de mi tío. Por muy furiosa que me pusiera, y por muy molesto que fuera que sobornara a los bármanes del Inframundo para evitarme problemas y salvarme de variadas y peligrosas persecuciones, le quería, y aún le quería más por lo mucho que él me quería.
—¿Qué te parece un «no»?
—¿Y qué te parece que la abuela se quede con la tía Del y los demás en Barbados hasta la próxima semana y así todo esto no tendrá por qué ser un problema?
—¿Y qué te parece que mi respuesta siga siendo no?
Llegados a ese punto, me rendí. Era difícil permanecer enfadada con el tío Macon. Imposible, incluso. Conociendo mis sentimientos por él, podía entender lo duro que tenía que haber sido para Ethan vivir separado de su madre.
Lila Evers Wate. ¿Cuántas veces se habrían cruzado nuestros caminos?
Queremos lo que queremos y a quien
queremos a quien queremos y por qué
queremos porque, queremos,
y encontramos
unos cordones de zapato que caen
anudados y entrelazados
entre los dedos de extraños.
No quería pensar en ello, pero confié en que fuera verdad. Confié en que donde quiera que estuviera Ethan, se encontrara con ella.
Al menos que tuviera eso.