Authors: Kami García,Margaret Stohl
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico
No supe qué decir, pero Sulla respondió antes de que discurriera algo.
—Ya sabes la respuesta, Abner, casi tan bien como te sabes tu nombre. Ahora deja de incomodar al chico.
El cuervo volvió a aletear.
—Alguien tenía que hacerlo —declaró el tío Abner.
Sulla se volvió lanzando una mirada al tío Abner. Me pregunté si sería de ella de quien Amma la había aprendido.
—A menos que fueras lo suficientemente fuerte para detener la Rueda de la Fortuna tú mismo, ya sabes que el chico no tenía elección.
Delilah trajo una silla de mimbre para mí.
—Ahora ven y siéntate con nosotros.
Sulla aún estaba colocando cartas, pero éstas eran cartas normales.
—¿Puede leer éstas también? —No me hubiera extrañado lo más mínimo.
Se rio y el gorrión pio.
—No, sólo estábamos jugando al gin. —Sulla puso sonoramente sus cartas sobre la mesa—. Y hablando de eso… gin.
Delilah hizo un mohín.
—Tú siempre ganas.
—Bueno, pues he ganado de nuevo —declaró Sulla—. Ethan, ¿por qué no te sientas y nos dices qué te ha traído por aquí?
—No estoy seguro de lo que sabrá usted.
Ella alzó las cejas.
—Está bien, supongo que sabrá que fui a ver a Obidias Trueblood, el viejo…
—Mmm mmm —asintió.
—Y, si dice la verdad, existe una forma de volver a casa. —Estaba balbuceando las palabras—. Quiero decir a la casa de cuando estaba vivo.
—Mmm mmm.
—Tengo que conseguir mi página de…
—
Las
Crónicas Caster
—concluyó por mí—. Todo eso ya lo sé. Entonces por qué no lo haces y nos dices lo que necesitas de nosotros.
Estaba seguro de que lo sabía, pero de todas formas quería oírmelo decir. Parecía justo.
—Necesito una piedra. —Medité sobre la mejor manera de describirla—. Esto probablemente suene extraño, pero se la vi llevándola una vez, en una especie de sueño. Es brillante y negra…
—¿Es ésta? —Sulla abrió la palma de su mano. Allí estaba. La piedra negra que había visto en mi visión.
Asentí, aliviado.
—Vaya si tienes razón. —Presionó la piedra contra mi mano, cerrando mis dedos alrededor. Palpitaba con una especie de extraña calidez que parecía provenir de su interior.
Delilah me miró.
—¿Sabes lo que es?
Asentí.
—Obidias dijo que se llamaba el ojo del río, y necesito dos de ellas para cruzar al otro lado.
—Entonces deduzco que te falta una —observó el tío Abner. No se había movido de la barandilla y continuaba ocupado cargando su pipa con una hoja de tabaco seca.
—Oh, hay una más. —Sulla sonrió con complicidad—. ¿No sabes dónde está?
Sacudí la cabeza.
Twyla estiró el brazo para coger mi mano. Una sonrisa asomó en su rostro, sus largas trenzas se deslizaban sobre su hombro mientras asentía.
—Un
cadeau
. Un regalo. Recuerdo cuando se lo di a Lena —dijo con su fuerte acento francés criollo—. El ojo del río es una piedra poderosa. Trae suerte y un viaje seguro. —Mientras hablaba, recordé el amuleto en el collar de Lena. La suave piedra negra que siempre llevaba colgando de su cadena.
Por supuesto.
Lena tenía la segunda piedra que necesitaba.
—¿Ya sabes cómo llegar al río y seguir el camino? —preguntó Twyla, dejando caer mi mano.
Saqué el mapa de la tía Prue de mi bolsillo trasero.
—Tengo un mapa. Me lo ha dado mi tía.
—Los mapas no están mal —declaró Sulla, mirándolo por encima—. Pero los pájaros son aún mejores. —Emitió un chasquido con la lengua, y el gorrión aleteó hasta su hombro—. Un mapa puede llevarte por el mal camino si no lo interpretas bien. Un pájaro siempre conoce el camino.
—No querría llevarme su pájaro. —Ya me había prestado su piedra. Sentía como si la estuviera despojando de demasiadas cosas. Además, los pájaros me ponían nervioso. Eran como viejas señoras parlanchinas pero con el pico más afilado.
El tío Abner dio una buena calada a su pipa y se acercó hasta nosotros. Aunque esta vez no se cernía sobre mí desde el cielo, seguía siendo más alto que yo. Tenía una leve cojera, y no pude evitar preguntarme qué se la habría provocado.
Enganchó un dedo en uno de los tirantes que sujetaban sus holgados pantalones marrones.
—Entonces llévate el mío.
—¿Cómo dice, señor?
—Mi pájaro. —Golpeó su hombro y las enormes alas del cuervo se ahuecaron—. Si no quieres llevarte el pájaro de Sulla, cosa que entiendo, ya que no es más grande que un ratón de campo, entonces llévate el mío.
Ya me asustaba bastante estar cerca de ese cuervo con tamaño de buitre, como para encima tener que llevarlo conmigo. Pero tenía que ser cuidadoso porque me estaba ofreciendo algo que valoraba, y no quería ofenderle.
Sobre todo
no quería ofenderle.
—Se lo agradezco mucho, señor. Pero tampoco quiero llevarme su pájaro. Se le ve… —el cuervo graznó con fuerza— muy apegado a usted.
El anciano hizo un gesto con la mano ignorando mi preocupación.
—Tonterías.
Exu
es listo, y lleva el nombre del dios de las encrucijadas. Observa las puertas entre los mundos y conoce el camino. ¿No es así, chico?
El pájaro se movió orgulloso sobre el hombro del anciano como si supiera que el tío Abner estaba cantando sus alabanzas.
Delilah caminó hasta él y extendió su brazo.
Exu
movió las alas una vez, dejándose caer para aterrizar sobre ella.
—El cuervo es también el único pájaro que puede cruzar entre los mundos, los velos entre la vida y la muerte, y por lugares aún peores. Este viejo montón de plumas es un poderoso aliado, y un inigualable maestro, Ethan.
—¿Está diciendo que puede cruzar al reino Mortal?
¿Era eso realmente posible?
El tío Abner soltó en mi cara una densa nube de humo de la pipa mientras hablaba.
—Por supuesto que puede. Ida y vuelta, ida y vuelta otra vez. El único lugar por el que no puede viajar es bajo el agua. Y eso es sólo porque nunca le he enseñado a nadar.
—¿Así que puede mostrarme el camino hasta el río?
—Puede mostrarte mucho más que eso, si prestas atención. —El tío Abner hizo un gesto hacia el pájaro, que salió volando hacia el cielo y empezó a dar vueltas sobre nuestras cabezas—. Se porta mejor si le das un premio de vez en cuando, igual que el dios cuyo nombre lleva.
No tenía ni idea qué clase de premios podían ofrecerse a un cuervo, a un dios vudú, o a un cuervo llamado en su honor.
Presentía que un poco de alpiste no iba a ser suficiente.
Pero no tenía de qué preocuparme porque el tío Abner se aseguró de hacérmelo saber.
—Llévate un poco de esto. —Vertió un poco de whisky en una petaca abollada y me entregó una pequeña lata. Era la misma que había abierto para llenar su pipa.
—¿Su pájaro bebe whisky y toma tabaco?
El anciano frunció el ceño.
—Tú alégrate de que no le guste comer escuálidos chicos que no saben moverse por el Más Allá.
—Sí, señor —asentí.
—Ahora lárgate y llévate mi pájaro y esa piedra —dijo el tío Abner empujándome—. No conseguiré ninguno de los pasteles de Amarie mientras sigas rondando por aquí.
—Sí, señor. —Metí la lata de tabaco y la petaca en mi bolsillo junto con el mapa—. Y gracias.
Empecé a bajar las escaleras alejándome del porche, volviéndome una última vez para echar una mirada a los Antepasados allí reunidos alrededor de una mesa de cartas, cosiendo y peleándose, frunciendo el ceño y bebiendo whisky, dependiendo de cuál de ellos estuviera hablando. Quería recordarlos así, como personas normales que eran grandes por razones que no tenían nada que ver con leer el futuro o meter el miedo en el cuerpo a los Caster Oscuros.
Me recordaban a Amma y a todo lo que adoraba de ella. La forma en que siempre tenía las respuestas me obligaba a salir de casa con alguno de sus extraños saquitos en el bolsillo. La forma en que me miraba cuando estaba preocupada, recordándome todas las cosas que aún no sabía.
Sulla se levantó inclinándose sobre la barandilla del porche.
—Cuando veas al Maestro del Río, asegúrate de decirle que te he mandado yo, ¿has entendido?
Lo dijo como si tuviera que saber de qué estaba hablando.
—¿El Maestro del Río? ¿Quién es ése, señora?
—Lo sabrás cuando lo veas —declaró.
—Sí, señora. —Empecé a darme la vuelta.
—Ethan —me llamó el tío Abner—, cuando vuelvas a casa dile a Amarie que estoy esperando una tarta de merengue de limón y una cesta con pollo frito. Dos enormes y apetitosos muslos… mejor que sean cuatro.
—Lo haré. —Sonreí.
—Y no te olvides de enviarme al pájaro de vuelta. Se pone un poco pesado después de un tiempo.
El cuervo voló en círculos por encima de mí mientras bajaba las escaleras. No tenía ni idea adónde iba, ni siquiera con un mapa y un pájaro que mascaba tabaco y que podía cruzar a los otros mundos.
De nada serviría tener a mi madre, la tía Prue, o a un Caster Oscuro que había escapado del mismo lugar al que yo estaba intentando entrar, y a todos los Antepasados, con Twyla incluida, para completar el lote.
Ya tenía una piedra, y cuanto más pensaba en Lena, más comprendía que siempre había sabido dónde encontrar la otra. Ella nunca se quitaba su collar de amuletos. Tal vez por eso se la hubiera regalado Twyla cuando era pequeña, para algún tipo de protección. O para mí.
Después de todo, Twyla era una poderosa Necromancer, capaz de comunicarse con los muertos. Tal vez supiera que yo la necesitaría.
Ya voy, L, tan pronto como pueda.
Sabía que no podía escuchar mi kelting, pero aun así esperé a oír su voz de vuelta en mi mente. Como si el recuerdo pudiera reemplazar el oírla.
Te quiero.
Imaginé su pelo negro y sus ojos, uno verde y otro dorado, sus desgastadas Converse, y su mordisqueada laca de uñas negra.
Sólo me quedaba una cosa por hacer, y había llegado el momento de hacerla.
N
o me llevó mucho tiempo volver sobre mis pasos hasta la Aguja Confederada, y encontrar el camino al
Barras y Estrellas
. Ahora cruzaba con la misma facilidad que un viejo Sheer. Una vez que le cogí el truco —una cierta forma de dejar que mi mente hiciera el trabajo por mí sin concentrarse en nada en concreto—, resultaba tan sencillo como caminar. O puede que incluso más, puesto que ni siquiera tenía que caminar.
Una vez allí, supe lo que tenía que hacer sin necesidad de ayuda. De hecho, estaba deseando hacerlo. Ya le había dado un par de vueltas en mi cabeza. Empezaba a entender por qué a Amma le gustaban tanto los crucigramas. En cuanto tu mente se acostumbraba a su metodología eran bastante adictivos.
Cuando encontré el camino hasta la oficina —atravesando la «Ciudad de los Aparatos de Aire Acondicionado»—, descubrí que la maqueta del próximo número estaba sobre uno de los tres escritorios, exactamente en el mismo lugar que la última vez. Abaniqué el aire para abrir sus páginas. En esta ocasión encontré el crucigrama sin demasiados problemas.
El pasatiempo estaba todavía menos acabado que el último. Tal vez el personal se estuviera volviendo perezoso, ahora que sabían que había una posibilidad de que alguien más lo hiciera por ellos.
En cualquier caso, sabía que Lena estaría pendiente de leerlo. Cogí la letra más cercana y la coloqué en su lugar.
Cuatro vertical. Piedra negra.
Ó.N.I.X.
Diez horizontal. Afluente de río.
T.R.I.B.U.T.A.R.I.O.
Seis vertical. Ojo.
O.C.U.L.U.S.
Siete horizontal. Encanto.
C.A.R.I.S.M.A.
Como la mía. Lila Jane Evers Wate.
M.A.T.E.R.
T.U.M.B.A.
Ése era el mensaje. Necesito la piedra negra, el ojo del río, la que llevas en tu collar de amuletos encantados. Y quiero que la dejes en la tumba de mi madre. No era capaz de deletrearlo de forma más concisa.
Por lo menos no en esta edición del periódico.
Cuando terminé de redactarlo, me sentía completamente exhausto, como si hubiera estado corriendo toda la tarde en la cancha de baloncesto. No sabía cuánto tiempo tendría que transcurrir en el Más Allá antes de que Lena recibiera el mensaje en este mundo. Sólo sabía que lo recibiría.
Porque estaba tan segura de ella como de mí mismo.
* * *
Cuando regresé a mi casa del Más Allá —a mi casa o a la tumba de mi madre, o como quiera que se llamara—, la piedra estaba allí, esperándome en el umbral.
Lena debió haberla dejado en la tumba de mi madre tal y como le pedí.
No podía creer que hubiera funcionado.
El amuleto de piedra negra de Barbados, el que llevaba siempre alrededor del cuello, estaba colocado en mitad del felpudo.
Ya tenía la segunda piedra del río.
Una ola de alivio me recorrió. Pero apenas duró cinco segundos, hasta que comprendí lo que la piedra significaba.
Era hora de partir. Hora de despedirme.
¿Por qué me costaba tanto decirlo?
* * *
—Ethan. —Escuché la voz de mi madre, pero no levanté la vista.
Estaba sentado en el suelo del salón, con mi espalda apoyada contra el sofá. Tenía una casa de cartón y un coche en las manos, pequeñas piezas extraviadas de la vieja ciudad navideña de juguete de mi madre. No podía apartar mis ojos del coche.
—Has encontrado el coche verde perdido. Yo nunca lo conseguí.
No dijo nada. Su cabello tenía un aspecto más caótico que de costumbre. Su cara arrasada por las lágrimas.
No sé por qué la ciudad estaba colocada de esa forma sobre la mesita de té, pero volví a poner la casa y moví el diminuto coche verde a lo largo de la mesa. Lejos de los animales de mentira, de la iglesia con el campanario torcido, y del árbol hecho con limpia—pipas.
Como decía, hora de marcharme.
Una parte de mí había querido salir corriendo desde el momento que supe lo que tenía que hacer para volver a mi antigua vida. Mientras que a la otra parte lo único que le importaba era volver a ver a Lena.
Pero durante el rato que estuve allí sentado, todo lo que podía pensar era en lo mucho que me costaba dejar a mi madre. En cuánto la había echado de menos y en lo rápido que me había acostumbrado a verla en casa, a escucharla trajinando en la habitación de al lado. No estaba seguro de querer renunciar a eso de nuevo, por mucho que deseara volver al otro lado.