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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (6 page)

BOOK: Herejes de Dune
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La idea misma de los gusanos le fascinaba. ¡Su tamaño! Uno de los grandes podía ocupar todo el Alcázar, de uno a otro extremo. Los hombres habían conducido los gusanos pre–Tirano, pero el sacerdocio rakiano lo había prohibido ahora.

Se sintió fascinado por los relatos del equipo arqueológico que había encontrado la primitiva no–cámara del Tirano en Rakis, Dar–es–Balat era llamado el lugar. Los informes del arqueólogo Hadi Benotto estaban señalados: «Suprimidos por orden del Sacerdocio Rakiano». El código de archivo en las relaciones de los Archivos de la Bene Gesserit era largo, y lo que Benotto revelaba era fascinante.

—¿Un núcleo de la consciencia del Dios Emperador en cada gusano? —preguntó a Geasa.

—Eso se dice. Y aunque fuera cierto, no son conscientes, no están despiertos. El propio Tirano dijo que iba a entrar en un sueño interminable.

Cada sesión de estudio ocasionaba una disertación especial y una explicación Bene Gesserit de la religión, hasta que finalmente encontró aquellos capítulos titulados «las nueve hijas de Siona» y «Los mil hijos de Idaho».

Enfrentándose a Geasa, preguntó:

—Mi nombre es también Duncan Idaho. ¿Qué significa eso?

Geasa siempre se movía como si estuviera al borde de un ataque al corazón, su larga cabeza inclinada y sus acuosos ojos apuntando al suelo. La confrontación ocurrió al atardecer en el largo salón al otro lado de la sala de prácticas. Palideció ante su pregunta.

Cuando ella no respondió, él preguntó:

—¿Soy descendiente de Duncan Idaho?

—Debes preguntarle a Schwangyu. —La voz de Geasa sonó como si las palabras le dolieran.

Era una respuesta familiar, y lo irritó. Significaba que era mejor que se callase, que poca información iba a recibir. Schwangyu, sin embargo, se mostró más abierta de lo esperado.

—Llevas la auténtica sangre de Duncan Idaho.

—¿Quiénes son mis padres?

—Murieron hace mucho.

—¿Cómo murieron?

—No lo sé. Te recibimos como un huérfano.

—Entonces, ¿por qué hay gente que quiere hacerme daño?

—Temen que tú puedas hacer algo.

—¿Qué es lo que yo puedo hacer?

—Estudiar tus lecciones. Todo se te aclarará a su tiempo.

¡Cállate y estudia!
: Otra respuesta familiar.

Obedeció, porque había aprendido a reconocer cuando las puertas se cerraban para él. Pero ahora su inquisitiva inteligencia encontró otros relatos de los Tiempos de Hambruna y la Dispersión, las no–cámaras y no–naves que no podían ser rastreadas, ni siquiera por las más poderosas mentes prescientes en su universo. Allí, encontró el hecho de que los descendientes de Duncan Idaho y Siona, esos antepasados que habían servido al Tirano Dios Emperador, eran también invisibles a los profetas y prescientes. Ni siquiera un Piloto de la Cofradía profundamente hundido en el trance de melange podía detectar a tales personas. Siona, le dijeron los relatos, era una auténtica Atreides, y Duncan Idaho era un ghola.

«¿Ghola?»

Sondeó la biblioteca en busca de explicaciones a esa peculiar palabra.
Ghola.
La biblioteca produjo para él tan sólo una desnuda definición:

«Gholas: humanos desarrollados a partir de células de cadáveres en los tanques axlotl tleilaxu.»

¿Tanques Axlotl?

«Un dispositivo tleilaxu para reproducir un ser humano vivo a partir de las células de un cadáver.»

—Describe un ghola —pidió.

«Carne inmaculada desprovista de sus memorias originales. Ver Tanques axlotl.»

Duncan había aprendido a leer los silencios, los lugares vacíos en los cuales la gente del Alcázar se le revelaba. La revelación cayó sobre él. ¡Lo sabía! ¡Tan sólo diez años, y lo sabía!

Soy un ghola.

Ultima hora de la tarde en la biblioteca, con toda la esotérica maquinaria a su alrededor difuminada en un entorno sensorial, y un muchacho de diez años sentado silencioso frente a una pantalla aferrando el recién adquirido conocimiento.

¡Soy un ghola!

No podía recordar los tanques axlotl donde sus células habían ido creciendo hasta formar un niño. Sus primeros recuerdos correspondían a Geasa tomándolo de su cuna, el alerta interés de aquellos ojos adultos que tan pronto se habían ocultado tras sus débiles parpadeos.

Era como si la información proporcionada tan a regañadientes por la gente del Alcázar y las grabaciones hubieran definido finalmente una figura central: él.

—Háblame de la Bene Tleilax —preguntó a la biblioteca.

«Son una gente dividida en Danzarines Rostro y Maestros. Los Danzarines Rostro son híbridos, estériles y sometidos a los Maestros.»

¿Por qué me han hecho esto a mí?

Las máquinas de información de la biblioteca se convirtieron de pronto en extrañas y peligrosas. Tenía miedo, no de que sus preguntas pudieran encontrar más paredes desnudas, sino de que pudiera recibir respuestas.

¿Por qué soy tan importante para Schwangyu y los demás?

Tenía la sensación de que le habían engañado, incluso Miles Teg y Patrin. ¿Por qué era correcto tomar las células de un ser humano y producir un ghola?

Hizo la siguiente pregunta con gran vacilación.

—¿Puede un ghola recordar alguna vez quién fue?

«Es posible.»

—¿Cómo?

«La identidad psicológica del ghola con respecto a su original predispone a algunas respuestas, que pueden ser desencadenadas mediante un trauma.»

¡Ninguna respuesta en absoluto!

—¿Pero cómo?

Schwangyu intervino en aquel momento, llegando a la biblioteca sin anunciarse. ¡Así que algo en sus preguntas la había alertado!

—Todo resultará claro para ti a su debido tiempo —dijo.

¡Le había hablado con altivez! Captó la injusticia de todo aquello, la falta de sinceridad. Algo dentro de él decía que llevaba más sabiduría humana en su no despertado yo que aquellos que presumían de ser superiores a él. Su odio hacia Schwangyu alcanzó una nueva intensidad. Ella era la personificación de todo lo que lo exasperaba y frustraba sus preguntas.

Ahora, sin embargo, su imaginación estaba prendida. ¡Podía recapturar sus memorias originales! Sintió la veracidad de todo aquello. Podría recordar a sus padres, su familia, sus amigos… sus enemigos.

Se lo preguntó a Schwangyu:

—¿Me produjisteis debido a mis enemigos?

—Has aprendido ya el silencio, muchacho —dijo ella—. Atente a ese conocimiento.

Muy bien. Así es como lucharé contra ti, maldita Schwangyu. Permaneceré en silencio y aprenderé. No te mostraré lo que siento realmente.

—¿Sabes? —dijo ella—. Creo que estamos educando a un estoico.

¡Estaba tratándole de forma condescendiente! Él no quería aquello. Lucharía contra todos ellos con el silencio y la observación. Duncan salió corriendo de la biblioteca y se encerró en su habitación.

Durante los meses siguientes, muchas cosas confirmaron que era un ghola. Incluso un niño sabe cuando las cosas a su alrededor son extraordinarias. Vio ocasionalmente a otros niños más allá de las paredes, caminando por la carretera que circunvalaba el Alcázar, riendo y llamándose entre ellos. Encontró relatos de niños en la biblioteca. Los adultos no acudían a esos niños y los sometían a un riguroso adiestramiento del tipo al que lo sometían a él. Otros niños no tenían a una Reverenda Madre Schwangyu para ordenar incluso los aspectos más pequeños de sus vidas.

Aquel descubrimiento precipitó otro cambio en la vida de Duncan. Luran Geasa fue apartada de su lado y no regresó.

Se suponía que no debía permitirme aprender nada acerca de gholas.

La verdad era algo más compleja que eso, como Schwangyu explicó a Lucilla en el parapeto de observación el día de la llegada de Lucilla.

—Sabíamos que llegaría el momento inevitable. Sabría de los gholas, y haría las preguntas adecuadas.

—Ya era tiempo que una Reverenda Madre se hiciera cargo directamente de su educación diaria. Puede que Geasa fuera un error.

—¿Estáis poniendo en duda mi buen juicio? —restalló Schwangyu.

—¿Es vuestro buen juicio tan perfecto que nunca puede ser puesto en duda? —En la suave voz de contralto de Lucilla, la pregunta tuvo el impacto de una bofetada.

Schwangyu permaneció en silencio durante casi un minuto. Finalmente, dijo:

—Geasa pensaba que el ghola era un chico encantador. Lloró y dijo que iba a echarlo de menos.

—¿No fue advertida acerca de eso?

—Geasa no tiene nuestro adiestramiento.

—Así que fue reemplazada por Tamalane en aquel momento. No conozco a Tamalane, pero presumo que es muy vieja.

—Mucho.

—¿Cuál fue la reacción de él a la retirada de Geasa?

—Preguntó por qué se había ido. No respondimos.

—¿Cómo le fue a Tamalane?

—En su tercer día con ella, él le dijo muy calmadamente:

«Te odio. ¿Es eso lo que se supone que debo hacer?»

—¡Tan rápido!

—En este mismo momento, está observándonos y pensando: Odio a Schwangyu. ¿Deberé odiar también a la nueva? Pero está pensando también que vos no sois como las demás viejas brujas. Vos sois joven. Sabrá que eso debe ser importante.

Capítulo IV

Los seres humanos viven mejor cuando cada uno tiene su lugar donde permanecer, cuando cada uno sabe donde pertenece en el esquema de las cosas y lo que puede conseguir. Destruye el lugar, y destruirás a la persona.

Enseñanza Bene Gesserit

Miles Teg no había deseado la misión en Gammu. ¿Maestro de armas de un niño–ghola? Incluso de un niño–ghola como aquél, con toda la historia tejida a su alrededor. Era una intrusión indeseada en el bien ordenado retiro de Teg.

Pero había vivido toda su vida como un Mentat Militar bajo la voluntad de la Bene Gesserit, y no podía computar un acto de desobediencia.

¿Quis custodiet ipsos custodiet?
¿Quién debía guardar a los guardianes? ¿Quién debía vigilar que los guardianes no cometieran faltas?

Aquella era una cuestión que Teg había considerado cuidadosamente en muchas ocasiones. Formaba uno de los dogmas básicos de su lealtad a la Bene Gesserit. Pese a todo lo demás que pudiera decirse de la Hermandad, desplegaban una admirable constancia en sus finalidades.

Finalidades morales,
las había etiquetado Teg.

Las finalidades morales de la Bene Gesserit encajaban completamente con los principios de Teg. El que esos principios fueran Bene Gesserit y le hubieran sido condicionados no entraba en la cuestión. El pensamiento racional, especialmente la racionalidad Mentat, no podía efectuar otro juicio.

Teg lo reducía a una esencia: si tan sólo una persona seguía esos principios guía, aquel era un universo mejor. No se trataba nunca de una cuestión de justicia. La justicia requería acudir a la ley y ésa podía ser una amante voluble, sometida siempre a los caprichos y prejuicios de aquellos que la administraban. No, era una cuestión de imparcialidad, un concepto que iba hasta mucho más profundo. La gente sobre la que se pasaba juicio tenía que sentir su imparcialidad.

Para Teg, afirmaciones tales como «la letra de la ley debe ser observada» eran peligrosas para sus principios guía. Ser honesto requería acuerdo, predecible constancia y, por encima de todo lo demás, lealtad hacia arriba y hacia abajo en la jerarquía. El liderazgo guiado por tales principios no requería controles exteriores. Tú efectuabas su trabajo porque era correcto. Y no obedecías porque fuera
predeciblemente
correcto. Lo hacías porque era correcto en aquel momento. La predicción y la presciencia no tenían nada que ver en absoluto con ello.

Teg conocía la reputación de los Atreides para la presciencia, pero el lenguaje gnómico no tenía lugar en aquel universo. Tú tomabas el universo tal como lo encontrabas y aplicabas tus principios allá donde podías. Las órdenes absolutas en la jerarquía eran siempre obedecidas. No era que Taraza hubiera hecho de ello una cuestión de orden absoluto, pero las implicaciones estaban allí.

—Vos sois la persona perfecta para esa tarea.

Había vivido una larga vida con muchos puestos de responsabilidad, y se había retirado con honor. Teg sabía que era viejo, lento y con todos los defectos de la edad aguardando justo al borde de su consciencia, pero la llamada al deber lo aceleró incluso mientras se obligaba a refrenar el deseo de decir «No».

La misión había llegado personalmente de Taraza. La persona de más alto rango y poder en la Hermandad (incluida la Missionaria Protectiva) lo había elegido sólo a él. No una simple Reverenda Madre, sino
la
Reverenda Madre Superiora.

Taraza acudió al refugio de su retiro en Lernaeus. Esto representaba un gran honor para él, y él lo sabía. Ella apareció en su puerta sin anunciarse, acompañada tan sólo por dos servidoras acólitas y una pequeña fuerza de guardia, algunos de cuyos rostros reconoció. Teg los había adiestrado personalmente. La hora de su llegada era interesante también. Por la mañana, poco después de su desayuno. Ella conocía el esquema de su vida y seguro que sabía que él siempre estaba más alerta a aquella hora. Así que lo deseaba completamente despierto y con todas sus capacidades.

Patrin, el viejo ordenanza de Teg, introdujo a Taraza en la sala de estar del ala este, una estancia pequeña y elegante amueblada únicamente con muebles sólidos. El desagrado de Teg hacia las sillas–perro y otros muebles vivientes era bien conocido. Patrin exhibía una expresión hosca en su rostro mientras guiaba a la Madre Superiora, toda vestida de negro, al interior de la sala. Teg reconoció inmediatamente la expresión. El largo y pálido rostro de Patrin, con sus muchas arrugas de la edad, podía parecer una máscara inamovible a los demás, pero Teg estaba alerta a la profundidad de las arrugas en las comisuras de la boca del hombre, la firme mirada en los viejos ojos. De modo que Taraza había dicho algo en el camino hasta allí que había afectado a Patrin.

Altas puertas deslizantes de pesado plaz enmarcaban la vista de la habitación en su parte oriental, sobre una larga ladera de césped hasta un grupo de árboles al lado del río. Taraza hizo una pausa apenas entrar en la estancia para admirar la vista.

Sin que nadie le dijera nada, Teg pulsó un botón. Unas cortinas se deslizaron ante la vista y unos globos se iluminaron. La acción de Teg le dijo a Taraza que el hombre había captado la necesidad de aislamiento. La enfatizó ordenando a Patrin:

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