Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (25 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—Pero Sirius…

—Sirius se portaba fatal con Kreacher, Harry, y no pongas esa cara, porque sabes que es la verdad. El elfo llevaba mucho tiempo solo cuando tu padrino vino a vivir aquí, y seguramente estaba ávido de un poco de afecto. Estoy convencida de que «la señorita Cissy» y «la señorita Bella» fueron encantadoras con Kreacher cuando regresó, y por eso él les hizo un favor y les contó todo cuanto querían saber. Siempre he opinado que los magos acabarían pagando por lo mal que tratan a los elfos domésticos. Ya lo ves: Voldemort pagó, igual que Sirius.

Harry se quedó sin réplica. Mientras contemplaba a Kreacher sollozar en el suelo, recordó lo que Dumbledore le había dicho sólo unas horas después de la muerte de su padrino: «Creo que Sirius… nunca consideró al elfo un ser con sentimientos tan complejos como los de los humanos…»

—Kreacher —dijo Harry al cabo de un rato—, cuando estés recuperado… siéntate, por favor.

El elfo tardó unos minutos en dejar de llorar e hipar. Entonces volvió a sentarse, frotándose los ojos con los nudillos como un niño pequeño.

—Voy a pedirte una cosa, Kreacher —musitó Harry, y miró a Hermione solicitándole ayuda, porque quería formular la orden con amabilidad, pero al mismo tiempo tenía que quedar muy claro que era una orden. No obstante, el cambio de su tono mereció la aprobación de su amiga, que sonrió para darle ánimos—. Kreacher, por favor, quiero que vayas a buscar a Mundungus Fletcher. Necesitamos averiguar dónde está el guardapelo del amo Regulus. Es muy importante. Queremos terminar el trabajo que empezó el amo Regulus, queremos… asegurarnos de que él no murió en vano.

Kreacher dejó de restregarse los ojos, apartó las manos de la cara y, mirando a Harry, dijo con voz ronca:

—¿Que vaya a buscar a Mundungus Fletcher?

—Sí, y que lo traigas aquí, a Grimmauld Place. ¿Crees que podrías hacer eso por nosotros?

Kreacher asintió y se levantó. Entonces Harry tuvo una inspiración: cogió el monedero que le había regalado Hagrid y sacó el guardapelo falso, aquel en el que Regulus había guardado la nota para Voldemort.

—Mira, Kreacher, me gustaría… regalarte esto. —Y le puso el guardapelo en la mano—. Pertenecía a Regulus, y estoy seguro de que a él le habría gustado que lo tuvieras tú como muestra de agradecimiento por lo que…

—Ya la has liado, colega —masculló Ron cuando el elfo miró el guardapelo, soltó un aullido de sorpresa y congoja y se lanzó de nuevo al suelo.

Tardaron casi media hora en volver a calmarlo; el elfo estaba tan emocionado por el hecho de que le regalaran un recuerdo de la familia Black que las piernas no lo sostenían. Cuando por fin consiguió dar unos pasos, los tres jóvenes lo acompañaron hasta su armario. Le vieron guardar el guardapelo entre las sucias mantas y le aseguraron que, durante su ausencia, la protección de aquel tesoro tendría para ellos la máxima prioridad. Entonces Kreacher dedicó sendas reverencias a Harry y Ron, e incluso un pequeño movimiento espasmódico hacia Hermione que podía interpretarse como un saludo respetuoso, y a continuación se desapareció con el acostumbrado y fuerte «¡crac!».

11
El soborno

Si Kreacher había sido capaz de escapar de un lago lleno de inferí, Harry tenía la seguridad de que la captura de Mundungus le llevaría unas horas a lo sumo, pero aun así pasó toda la mañana rondando impaciente por la casa. Sin embargo, el elfo no volvió esa mañana, y tampoco por la tarde. Al anochecer, Harry estaba desanimado y nervioso, y la cena, que consistió en un pan mohoso al que Hermione intentó sin éxito hacer diversas transformaciones, no logró mejorar su estado de ánimo.

Kreacher tampoco regresó al día siguiente, ni al otro. En cambio, dos hombres ataviados con capa aparecieron en la plaza frente al número 12, y allí se quedaron hasta el anochecer, sin apartar la mirada de la fachada que no veían.


Mortífagos
, seguro —dictaminó Ron, mientras los tres amigos los espiaban desde las ventanas del salón—. ¿Creéis que saben que estamos aquí?

—Lo dudo —respondió Hermione, aunque parecía asustada—. Si lo supieran, habrían enviado a Snape a capturarnos, ¿no?

—¿Creéis que Snape entró en la casa y la maldición de Moody le ató la lengua? —preguntó Ron.

—Me parece que sí —contestó Hermione—; de lo contrario, habría podido decirles a sus compinches cómo se entra, ¿no opináis lo mismo? Seguro que están vigilando por si aparecemos. Al fin y al cabo, saben que la casa es de Harry.

—¿Cómo lo…? —se extrañó Harry.

—El ministerio examina los testamentos de los magos, ¿recuerdas? Por tanto, deben de saber que Sirius te dejó esta casa en herencia.

La presencia de aquellos
mortífagos
incrementó la atmósfera de amenaza en la casa. Además, los chicos no habían tenido noticias de nadie que estuviera fuera de Grimmauld Place desde que vieran el
patronus
del señor Weasley, y la tensión empezaba a notarse. Ron, inquieto e irritable, se dedicó al fastidioso ejercicio de jugar con el desiluminador que llevaba en el bolsillo; eso enfurecía sobre todo a Hermione, que mataba el tiempo estudiando
Los Cuentos de Beedle el Bardo
y a quien no le hacía ninguna gracia que las luces se apagaran y encendieran continuamente.

—¿Quieres estarte quieto? —gritó la tercera noche de aquella larga espera cuando, por enésima vez, se apagaron las luces del salón.

—¡Perdón! ¡Perdón! —se disculpó Ron, y volvió a encenderlas—. ¡Lo hago sin darme cuenta!

—¿Y no se te ocurre nada más útil con que entretenerte?

—¿Como qué? ¿Acaso leer cuentos infantiles?

—Dumbledore me legó este libro, Ron…

—Y a mí me legó el desiluminador. ¡Le habría gustado que lo utilizara!

Harry, harto de sus constantes discusiones, salió de la habitación sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Se dirigió a la escalera con intención de bajar a la cocina, adonde acudía de vez en cuando porque estaba convencido de que sería allí donde Kreacher se aparecería. Pero cuando llegó hacia la mitad de la escalera que daba al vestíbulo, oyó un golpecito en la puerta de la calle, y a continuación unos ruidos metálicos y el rechinar de la cadenilla.

Con los nervios de punta, sacó su varita mágica, se escondió entre las sombras (al lado de las cabezas de los elfos decapitados) y esperó. Por fin se abrió la puerta y, por la rendija, distinguió la plaza iluminada; entonces una persona provista de capa entró despacio y cerró la puerta. El intruso avanzó un paso y la voz de Moody preguntó: «¿Severus Snape?» De inmediato la figura de polvo se alzó desde el fondo del vestíbulo y se abalanzó sobre él levantando una mano cadavérica.

—No fui yo quien te mató, Albus —dijo una voz serena.

El embrujo se rompió y, de nuevo, la figura de polvo se descompuso, lo que hizo imposible distinguir al recién llegado a través de la densa nube gris que se formó.

Harry apuntó con su varita al centro de la nube y gritó:

—¡No se mueva!

Pero no tuvo en cuenta la reacción del retrato de la señora Black, pues, al oír la orden, las cortinas que lo ocultaban se abrieron de golpe y la bruja se puso a chillar: «¡Sangre sucia y escoria que deshonran mi casa…!»

Ron y Hermione llegaron a todo correr hasta donde estaba Harry y también apuntaron con las varitas al desconocido, que permanecía plantado en la entrada con los brazos en alto.

—¡No disparéis! ¡Soy yo, Remus!

—¡Ay, menos mal! —dijo Hermione con un hilo de voz al tiempo que desviaba la varita hacia la señora Black. Con un estallido, las cortinas volvieron a cerrarse y se produjo un silencio.

Ron también bajó su varita, pero Harry no.

—¡Ponte donde podamos verte! —ordenó.

Lupin se acercó a la lámpara, todavía con las manos en alto.

—Soy Remus John Lupin, hombre lobo, apodado Lunático, uno de los cuatro creadores del mapa del merodeador, casado con Nymphadora (también conocida como Tonks), y yo te enseñé a hacer un
patronus
que adopta la forma de ciervo.

—Uf, bueno —masculló Harry, y bajó la varita—, pero tenía que comprobarlo, ¿no?

—Como tu ex profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, estoy de acuerdo en que tenías que hacerlo. En cambio vosotros, Ron y Hermione, no deberíais haber bajado la guardia tan deprisa.

Los chicos descendieron hasta el vestíbulo; Lupin, envuelto en una gruesa capa de viaje negra, parecía agotado pero contento de verlos.

—Así pues, ¿no hay señales de Severus? —preguntó.

—No, ninguna —contestó Harry—. ¿Qué ha sucedido? ¿Están todos bien?

—Sí, sí —asintió Lupin—, pero nos vigilan. Ahí fuera, en la plaza, hay un par de
mortífagos

—Ya lo sabemos…

—He tenido que aparecerme justo en el escalón de la puerta para que no me vieran. No deben de saber que estáis aquí, ya que si lo supieran habrían venido más compinches. Mantienen vigilados todos los lugares que guardan alguna relación contigo, Harry. Vamos abajo. Tengo muchas cosas que contaros y quiero saber qué ocurrió cuando os marchasteis de La Madriguera.

Bajaron, pues, a la cocina, y Hermione apuntó la varita hacia la chimenea. El fuego prendió al instante y su luz suavizó la austeridad de las paredes de piedra y se reflejó en la larga mesa de madera. Lupin sacó varias cervezas de mantequilla de su capa y todos se sentaron.

—Habría llegado hace tres días, pero tuve que deshacerme del
mortífago
que me seguía la pista —explicó Lupin—. Bueno, decidme, ¿vinisteis directamente aquí después de la boda?

—No —respondió Harry—, primero nos tropezamos con un par de
mortífagos
en una cafetería de Tottenham Court Road.

A Lupin se le derramó casi toda la cerveza que estaba bebiendo.

—¿Qué has dicho?

Le contaron lo que había ocurrido y Lupin se quedó perplejo.

—Pero ¿cómo os encontraron tan deprisa? ¡Es imposible seguirle el rastro a alguien que se traslada mediante Aparición, a menos que te agarres a él en el preciso instante en que se desaparece!

—Pues no es muy probable que estuvieran paseando por Tottenham Court Road por casualidad, ¿verdad? —observó Harry.

—Hemos pensado que quizá Harry todavía lleve activado el Detector —comentó Hermione.

—Eso es imposible —dijo Lupin; Ron sonrió con suficiencia y Harry sintió un profundo alivio—. Dejando aparte otras cosas, si Harry aún llevara el Detector, ellos habrían sabido a ciencia cierta que estaba aquí. Pero no entiendo cómo consiguieron seguiros hasta Tottenham Court Road. Eso sí es preocupante, muy preocupante.

Lupin parecía desolado, pero Harry opinaba que esa cuestión podía esperar, de modo que preguntó:

—Dinos qué pasó cuando nos marchamos. No hemos sabido nada desde que el padre de Ron nos dijo que su familia estaba a salvo.

—Bueno, Kingsley nos salvó —explicó Lupin—. Gracias a su aviso, la mayoría de los invitados de la boda pudieron desaparecerse antes de que llegaran ellos.

—¿Eran
mortífagos
o gente del ministerio? —preguntó Hermione.

—Un poco de todo, pero a efectos prácticos ahora son la misma cosa. Eran aproximadamente una docena, aunque no sabían que estabas allí, Harry. Arthur oyó el rumor de que habían torturado a Scrimgeour antes de matarlo para que les revelara tu paradero; si eso es cierto, el ministro no te delató.

Harry miró a sus amigos y vio en sus rostros la mezcla de conmoción y gratitud que él mismo sintió. Scrimgeour nunca le había caído bien, pero, si ese rumor era verdad, en el último momento el ministro había intentado protegerlo.

—Los
mortífagos
registraron La Madriguera de arriba abajo —prosiguió Lupin—. Encontraron al
ghoul
, pero no se atrevieron a acercársele mucho. Y luego interrogaron a los que quedábamos durante horas; trataban de obtener información sobre ti, Harry, pero naturalmente sólo los miembros de la Orden sabíamos que habías estado en la casa.

»Al mismo tiempo que arruinaban la boda, otros
mortífagos
allanaban todas las casas del país relacionadas con la Orden. No hubo víctimas mortales —se apresuró a precisar anticipándose a la pregunta—, pero emplearon métodos muy crueles: quemaron la casa de Dedalus Diggle, aunque, como ya sabéis, él no estaba allí, y utilizaron la maldición
cruciatus
contra la familia de Tonks. Querían saber adónde habías ido después de visitarlos. No obstante, están todos bien; muy impresionados, desde luego, pero, por lo demás, bien.

—¿Y los
mortífagos
lograron superar todos los encantamientos protectores? —preguntó Harry al recordar lo bien que habían funcionado la noche que se estrelló en el jardín de los padres de Tonks.

—Considera, Harry, que ahora cuentan con toda la potencia del ministerio —aclaró Lupin—, y tienen permiso para realizar hechizos brutales sin temor a que los identifiquen ni los detengan. Así que lograron traspasar los hechizos defensivos que habíamos puesto para protegernos de ellos, y una vez dentro no ocultaron a qué habían ido.

—¿Y al menos se han molestado en ofrecer una excusa por torturar a quienquiera que se haya acercado alguna vez a Harry? —preguntó Hermione, indignada.

—Bueno… —repuso Lupin. Vaciló un momento y sacó un ejemplar de
El Profeta
que llevaba doblado—. Mirad esto. —Y empujó el periódico sobre la mesa hacia Harry—. Tarde o temprano te ibas a enterar. Ése es su pretexto para perseguirte.

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