Harry Potter y el prisionero de Azkaban (25 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien-tú-sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...

Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.

—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.

Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.

—¿Harry?

Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir.

CAPÍTULO 11

La Saeta de Fuego

H
ARRY
no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas. Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...

Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre. Y allí... aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención.

Si no hubiera sabido que era la misma persona no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

«Pero los
dementores
no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»

Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.

Se abrió la puerta del dormitorio.

—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.

Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los
dementores
se le acercaban.

—Harry..., tienes un aspecto horrible.

Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry

—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.

Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo.
Crookshanks
estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.

—Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.

—Estoy bien —dijo Harry.

—Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.

—¿Como qué? —dijo Harry

—Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.

Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.

—No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.

—Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.

Harry los miró. No entendían nada.

—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un
dementor
? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort...

—No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los
dementores
atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban... ¡y se llevará su merecido!

—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.

—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres... matar a Black?

—No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?

Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué pretendía. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mientras Black estaba libre era insoportable.

—Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»

—¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha... ¿sabes lo que recibió a cambio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso.

—El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.

—Llámalo Quien-tú-sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.

—Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort...

—¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de
quidditch
.

—Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terrible. Pero no... no te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere... Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!

—No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brusquedad.

Hubo un silencio en el que
Crookshanks
se estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció.

—Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.

—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.

—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!

Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.

—Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apresuradamente—. O de
gobstones
. Percy dejó un juego.

—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.

Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.

Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.

Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.

—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa.

Ron pegó la oreja a la puerta.

—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es
Fang
?

Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.

—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.

—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?

Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.

—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry.

Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.

—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.

Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.

—¿Qué es, Hagrid?

Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:

Estimado Señor Hagrid:

En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.

—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.

Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.

Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.

Atentamente...

Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.

—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid,
Buckbeak
no es malo. Seguro que lo consideran inocente.

—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.

Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran.
Buckbeak
, el
hipogrifo
, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo.

—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!

Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos».Pero
Buckbeak
no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.

—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que
Buckbeak
no es peligroso.

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