Harry Potter y el prisionero de Azkaban (22 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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L
A
señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2.000. Sabía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.

Lo visitó gente sin parar, todos con la intención de infundirle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía debajo del frutero.

El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto. Ron y Hermione no se iban hasta que llegaba la noche. Pero nada de cuanto dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los demás sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba.

No había dicho nada a nadie acerca del
Grim
, ni siquiera a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría. El hecho era, sin embargo, que el
Grim
se le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo había atropellado el
autobús noctámbulo
. La segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el
Grim
hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida esperando las apariciones del animal?

Y luego estaban los
dementores
. Harry se sentía muy humillado cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los
dementores
eran espantosos, pero nadie se desmayaba al verlos... Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos de sus padres antes de morir.

Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería, desvelado durante la noche, contemplando las rayas que la luz de la luna dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban los
dementores
, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de lord Voldemort, y las carcajadas de lord Voldemort antes de matarla... Harry dormía irregularmente, sumergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre.

Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy. Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry. La mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los
dementores
. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso. Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.

—Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo—. Mira a ver quién está, Hermione.

Hermione se asomó al aula.

—¡Estupendo!

El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras. Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin.

—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

—No sabemos nada sobre los hombres lobo...

—¡... dos pergaminos!

—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.

Volvió a producirse un barullo.

—Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados...

—... no nos escuchó...

—¡... dos pergaminos!

El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se dibujaba en todas las caras.

—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.

—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!

Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un
hinkypunk
, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva.

—Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el farol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces...

El
hinkypunk
produjo un chirrido horrible contra el cristal.

Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron a la puerta, pero...

—Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gustaría hablar un momento contigo.

Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del
hinkypunk
.

—Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible arreglarla?

—No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.

Lupin suspiró.

—Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts. La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el tronco. Un chico llamado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.

—¿Ha oído también lo de los
dementores
? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo.

Lupin le dirigió una mirada rápida.

—Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los terrenos del colegio... Fue la razón por la que te caíste, ¿no?

—Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy...?

—No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Los
dementores
te afectan más que a los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen. —Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven rostro—. Los
dementores
están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea. Incluso los
muggles
perciben su presencia, aunque no pueden verlos. Si alguien se acerca mucho a un
dementor
, éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el
dementor
se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte.

—Cuando hay alguno cerca de mí... —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.

Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry por el hombro, pero lo pensó mejor. Hubo un momento de silencio y luego...

—¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.

—Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su suministro de presas humanas se ha agotado... Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción... El ambiente caldeado... Para ellos, tenía que ser como un banquete.

—Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry

Lupin asintió con melancolía.

—La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta muros ni agua para tener a los presos encerrados, porque todos están atrapados dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría enloquece al cabo de unas semanas.

—Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó...

El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo:

—Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber descubierto la manera de hacerles frente. Yo no lo habría creído posible... En teoría, los
dementores
quitan al brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.

—Usted ahuyentó en el tren a aquel
dementor
—dijo Harry de repente.

—Hay algunas defensas que uno puede utilizar —explicó Lupin—. Pero en el tren sólo había un
dementor
. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.

—¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?

—No soy ningún experto en la lucha contra los
dementores
, Harry. Más bien lo contrario...

—Pero si los
dementores
acuden a otro partido de
quidditch
, tengo que tener algún arma contra ellos.

Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:

—Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo.

Con la promesa de que Lupin le daría clases
antidementores
, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de
quidditch
de finales de noviembre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho. Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre. Harry no vio la menor señal de los
dementores
dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.

Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban. Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas, y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy agradecido.

Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.

—¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!

Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de
El mundo de la escoba
, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia.

La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso.

—¡Pss, Harry!

Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.

—¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de Hogsmeade?

—Hemos venido a darte un poco de alegría antes de irnos —le dijo Fred guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí...

Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.

—Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.

Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miró con detenimiento.

—¿Qué es?

—Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.

—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.

—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace falta.

—¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.

—¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor, como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.

—Bueno, Harry... cuando estábamos en primero... y éramos jóvenes, despreocupados e inocentes... —Harry se rió. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—. Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvimos un pequeño problema con Filch.

—Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.

—Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazarnos con el habitual...

—... castigo...

—... de descuartizamiento...

—... y fue inevitable que viéramos en uno de sus archivadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peligroso».

—No me digáis... —dijo Harry sonriendo.

—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí... esto.

—No fue tan malo como parece —dijo George—. Creemos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospechaba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.

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