Guía de la Biblia. Antiguo Testamento (67 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Histórico

BOOK: Guía de la Biblia. Antiguo Testamento
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Por otro lado, un siglo después de Isaías el opresor era la Babilonia de Nabucodonosor. Es bastante probable, pues, que este pasaje tenga un origen posterior y se redactara durante el Exilio, en una época en que Babilonia parecía condenada a la destrucción por los ejércitos conquistadores de Ciro el persa.

Al describir a Babilonia como si ya hubiese caído, el autor recita un poema sarcástico de burla y desdén hacia el poderoso monarca babilonio, ya en decadencia. En parte, dice así:

Isaías 14.12.
¿Cómo caíste del cielo, lucero
[204]
brillante, hijo de la aurora...

Isaías 14.13.
Y tu decías en tu corazón: Subiré a los cielos...

Isaías 14.14.
... y seré igual al Altísimo.

Isaías 14.15.
Pues bien, al seol has bajado...

La palabra hebrea que aquí se traduce por «Lucifer» es
helel
. Literalmente, significa «El brillante», y se considera una alusión al cuerpo celeste que llamamos Venus.

Venus es el planeta más brillante de nuestro firmamento y, después del sol y de la luna, el objeto más luminoso del espacio. Debido a la posición de su trayectoria entre la órbita terrestre y el sol, desde la tierra siempre se ve muy cerca del sol. Cuando su órbita lo sitúa en la parte oriental del sol, brilla con más claridad después del crepúsculo vespertino, y nunca se pone más de tres horas después. Sólo se ve al atardecer, y se le denomina estrella de la tarde.

Al otro lado de su órbita, cuando está al oeste del sol, Venus es el planeta que sale en primer lugar y, durante un breve período de tiempo, nunca más de tres horas, brilla al oriente mientras el alba rompe poco a poco. Entonces es la estrella de la mañana.

Es muy lógico que las culturas legas en astronomía y no demasiado observadoras del firmamento considerasen que la estrella de la tarde y la estrella de la mañana eran dos cuerpos distintos. En tiempos de Isaías, incluso los doctos griegos participaban de esa opinión.

Dos siglos después de Isaías, el filósofo Pitágoras descubrió que se trataba de un solo planeta, que los griegos llamaron entonces Afrodita, y los romanos y nosotros, Venus. Es muy probable que Pitágoras hiciese tal descubrimiento durante sus viajes por el Oriente; la tradición dice que visitó Babilonia, y los babilonios fueron los grandes astrónomos de la antigüedad.

En su aspecto matinal, Venus podría llamarse «estrella del día», porque su salida anuncia el nuevo día. También es el «hijo de la mañana», porque sólo se ve cuando se acerca la aurora. Así, la Revised Standard Version traduce de esta manera el versículo 14.12: «¿Cómo caíste del cielo, estrella del día, hijo de la mañana?».

En la época en que los griegos creían que Venus se componía de dos planetas, llamaban «Hesperos» a la estrella de la tarde, y «Fósforos» a la estrella de la mañana. Hésperos significa «Oeste», punto por donde siempre aparece la estrella de la tarde. Fósforos significa «dador de luz», y por tanto es el equivalente de «estrella del día». Los romanos tradujeron directamente al latín los términos griegos. La estrella de la tarde se convirtió en «Véspero» («Oeste»), y la estrella de la mañana en «Lucifer» («dador de luz»).

Por consiguiente, las versiones griegas de la Biblia traducen Helel por Fósforos; y las latinas, por Lucifer.

El uso del término «Lucifer» en relación con el orgullo altanero del rey de Babilonia es una arremetida irónica contra la costumbre de aplicar metáforas empalagosas a la realeza. Los cortesanos lisonjeros no repararían en llamar a su rey Estrella de la mañana para indicar que su presencia era tan bien acogida como la estrella de la mañana que anuncia la aurora tras una noche de invierno larga y fría. Esta costumbre aduladora no se limita al Oriente ni a la antigüedad. Hace dos siglos y medio, a Luis XIV de Francia se le conocía por el rey Sol.

El autor de los versículos sobre Lucifer describe irónicamente su caída del poder absoluto a la cautividad y a la muerte, equiparándola con la caída de la estrella de la mañana de los cielos al infierno.

Pero estos versículos llegaron a adquirir con el tiempo un significado más esotérico. En la época del Nuevo Testamento, los judíos habían creado con todo detalle la leyenda de que Satán había sido el dirigente de los «ángeles caídos». Eran estos ángeles que se rebelaron contra Dios, negándose a reverenciar a Adán cuando la creación del primer hombre, argumentando que ellos estaban hechos de luz y el hombre sólo de barro. Satán, jefe de los rebeldes, pensó en suplantar a Dios. Pero los ángeles rebeldes fueron expulsados del cielo y arrojados al infierno. Cuando esta leyenda se creó, los judíos estaban bajo influencia griega y quizá se inclinaran hacia los mitos griegos referentes al intento de los Titanes, y después de los Gigantes, de derrotar a Zeus y asumir el dominio del universo. Tanto los Titanes como los Gigantes fueron derrotados y aprisionados bajo tierra.

Pero ya tuviera o no inspiración griega, la leyenda quedó firmemente arraigada en la conciencia judía. Jesús se refiere a ello en un pasaje del Evangelio de San Lucas:

Lucas 10.18.
Y Él
(Jesús)
les dijo: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo.

Parecía lógico vincular la leyenda con la sentencia de Isaías; efectivamente, las palabras sobre Lucifer pudieron contribuir al surgimiento de la leyenda. En cualquier caso, los primeros padres de la Iglesia consideraron que la sentencia de Isaías era una referencia a la expulsión del diablo de los cielos, suponiendo que Lucifer era el nombre angélico de la criatura que, después de su caída, llegó a conocerse como Satanás. De este punto de vista surgió nuestro símil «orgulloso como Lucifer».

Apocalipsis de Isaías

Tras presentarse los oráculos que vaticinan la desgracia para una serie de naciones concretas (Moab, Egipto, Tiro, etc.), viene una serie de cuatro capítulos, del 24 al 27, donde se predice una gran catástrofe para la tierra en general.

Tales capítulos son un ejemplo de lo que se denomina literatura «apocalíptica», palabra derivada de un término griego que significa «descubrir»; es decir, «revelar».

La literatura apocalíptica pretende describir temas que el hombre desconocería a no ser por la revelación inspirada. Los temas que incluiría tal revelación serían el mecanismo que controla el movimiento de los cuerpos celestes; los detalles de la creación del mundo; o lo que suele ser más corriente, los aspectos del futuro destino que aguarda a la tierra, especialmente la narración del fin de la historia terrenal.

El estudio del final de los días se llama «escatología», palabra derivada de un término griego que significa «cosas últimas». La mayor parte de la literatura apocalíptica es de carácter escatológico.

A partir del 200 aC, la literatura apocalíptica se hizo muy corriente entre los judíos. La situación parecía exigirlo.

Antes de esa fecha hubo una tendencia a considerar la vuelta del Exilio como una especie de final feliz de la historia bíblica. Tal como ha llegado hasta nosotros, el Antiguo Testamento casi llega a confirmarlo, pues el último de los libros históricos auténticos del canon judío es Nehemías, que destaca la restauración de las murallas de Jerusalén.

Sin embargo, el final feliz parece esfumarse en el aire: en algo peor que nada, porque la persecución del imperio seléucida llegó a su punto culminante después del 200 aC, y la situación de los judíos se hizo de pronto más miserable de lo que había sido en tiempos de Nabucodonosor. La frustración era mayor porque parecía que las nuevas desgracias no obedecían a causa alguna.

En la época de los antiguos reinos de Israel y de Judá, los reyes y el pueblo fueron idólatras en ocasiones, y podía pensarse que recibían el castigo adecuado a sus continuos pecados. Pero después del Exilio los judíos fueron monoteístas fieles, y no pecaron del mismo modo que las generaciones anteriores al Exilio. ¿Por qué, entonces, iban tal mal las cosas y por qué triunfaba de esa manera el imperio seléucida (y el imperio romano siglos después) con su crueldad pagana?

Cundió la teoría de que la tierra se había hecho tan perversa en conjunto que, como en los días anteriores al diluvio universal, ya no tenía salvación; y que los planes de Dios incluían la destrucción de la tierra, de la cual sólo se salvarían algunos fieles.

Los autores de tal literatura encontraron una especie de recompensa por las injusticias presentes en la visión de un futuro en que los poderosos tiranos de la tierra serían castigados como merecían, mientras que los fieles oprimidos serían liberados y alcanzarían la dicha. El día de la destrucción final, Dios juzgaría a los buenos y a los malos; incluso los muertos volverían a la vida si lo merecían; y por fin se implantaría el reinado glorioso de Dios.

En otras palabras, si todo no iba bien ahora, marcharía perfectamente en el futuro.

En general, los autores de la literatura apocalíptica atribuían sus escritos a algún personaje antiguo de importancia a quien, por su carácter santo, Dios habría revelado todo el plan de la historia. Muchos se atribuyeron a Enoc; otros, a Moisés, a Esdras, a Noé, etcétera.

Al menos un apocalipsis temprano debió atribuirse a Isaías, y además de manera satisfactoria, pues aparece en el libro de Isaías; pero aunque los estudiosos lo aceptan, no pudo escribirlo tal profeta, pues debió redactarse varios siglos después de su muerte. Los capítulos que van del 24 al 27 del libro de Isaías suelen denominarse «Apocalipsis de Isaías», y es un buen título, pues debe recordarse que se refiere al libro en que se encuentra y no a la persona que lo manifestó.

El Apocalipsis de Isaías empieza con una imagen de destrucción:

Isaías 24.1.
He aquí que Yahvé devasta la tierra, la asuela y trastorna su faz...

Como es común en la literatura apocalíptica, hace alusiones veladas. Al fin y al cabo, como tales escritos describen la caída de imperios que en ese momento se encuentran seguros en el poder, el hacer manifestaciones demasiado claras sería una invitación a la acusación de traición y al castigo que seguiría de manera inevitable. Las alusiones veladas resultarían claras para los lectores iniciados. Así:

Isaías 24.10.
Ha sido quebrantada la ciudad de la confusión...

Isaías 24.11.
... desterróse... el júbilo...

¿Cuál es la ciudad de la confusión? Evidentemente, cualquiera que actuase de parte del tirano en la época en que se escribió el pasaje. Si se hubiera escrito en la época del Exilio, sólo podía ser Babilonia, y todos los lectores lo comprenderían en seguida. Más adelante, se interpretaría como Antioquía, capital de los reyes seléucidas, y más tarde aún, como Roma.

En cualquier período, los judíos oprimidos no tendrían duda sobre cuál era la «ciudad de la confusión» (o «la ciudad del caos», como dice la Revised Standard Version), mientras que si las autoridades reparaban en el hecho, tendrían dificultades para demostrar que se trataba de una traición.

Otro ejemplo de alusiones encubiertas se halla en una referencia a Moab:

Isaías 25.10.
... Moab será pisoteado..., como se pisotea la paja en el muladar.

Moab era el enemigo tradicional de Israel desde la época de Moisés (v. cap. 4), pero después de la época de David rara vez alcanzó la independencia o constituyó un peligro real. Sin embargo, se le siguió considerando como la personificación de todos los enemigos de los judíos, y los lectores del libro de Isaías comprenderían claramente que Moab representaba a Babilonia, a Antioquía o a Roma, según el período en que se leyera el versículo.

Al final de los tiempos, los poderosos son castigados:

Isaías 24.21.
... en aquel día... visitará Yahvé... a los reyes de la tierra.

Isaías 24.22.
Y serán encerrados presos en la mazmorra, encarcelados... Los oprimidos fieles serán exaltados:

Isaías 25.8.
... enjugará el Señor las lágrimas... Y apartará el oprobio de su pueblo Los muertos fieles resucitarán:

Isaías 26.19.
Revivirán tus muertos... y la tierra parirá sombras...

Este versículo es buena prueba de la tardía fecha del apocalipsis, pues la doctrina de la resurrección de los muertos se crea en el período posterior al Exilio, y no en época tan temprana como la de Isaías.

Dios acabará entonces con el mal y establecerá un orden nuevo:

Isaías 27.1.
Aquel día castigará Yahvé... al leviatán... y matará al monstruo que está en el mar.

Los judíos volverán entonces del exilio (otro indicio de que hay que fechar el pasaje mucho después del tiempo de Isaías) para venerar a Dios:

Isaías 27.12.
... aquel día... vosotros seréis recogidos uno a uno, hijos de Israel.

Isaías 27.13.
... y se prosternarán ante Yahvé en el monte santo de Jerusalén.

Ariel

Tras los capítulos apocalípticos, se vuelve a las profecías isaíticas referentes a los problemas inmediatos de la época. Desde el 735 aC, Judá pagaba fielmente tributo a Asiria, y había permanecido seguro mientras Sargón destruía Israel y llevaba a sus dirigentes a un exilio del que jamás volverían (v. cap. 12).

Pero en el 705 aC murió Sargón, y su hijo Senaquerib le sucedió en el trono. Las diversas provincias del imperio asirio se aprovecharon de la posible confusión y de la debilidad del nuevo rey, rebelándose en seguida. Ezequías, hijo de Ajaz, que era rey de Israel, se sumó a la rebelión, negándose a pagar tributo. Durante un tiempo, Judá lo hizo con impunidad, porque Senaquerib estaba ocupado en otras partes más importantes del reino asirio. Judá confiaba en que Senaquerib sufriese una derrota resonante y que el reino asirio quedara lo suficientemente debilitado para que Judá no fuera objeto de venganza. Tales cosas habían sucedido antes.

Pero Isaías no creía que eso sucediese entonces:

Isaías 29.1.
¡Ay de Ariel, Ariel, ciudad donde acampó David!...

Ariel se traduce indistintamente como «el león de Dios», «el hogar de Dios», o «la chimenea de Dios»; pero cualquiera que sea su traducción, es claramente Jerusalén. Como tal ciudad es la sede del Templo, sobre cuyo altar se queman sacrificios (de ahí «hogar» o «chimenea»), Ariel se traduciría más propiamente por «el altar de Dios».

La rebelión de Judá se llevó a cabo en parte a instigación de Egipto, que seguía siendo independiente de Asiria pero que temía el día inevitable en que ese imperio lo atacase y, quizá, lo conquistase. Sólo si el reino de Asiria se mantenía en agitación constante tendría esperanzas de retrasar ese día; con ese propósito, las arcas de Egipto siempre estaban dispuestas para las naciones tributarias de Asiria decididas a la rebelión. Egipto también estaba dispuesto a prometer ayuda militar; promesa vacía porque en aquel período Egipto era una nación militarmente débil.

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