Authors: Josep Montalat
Salieron de Le Rachdingue cogidos de la mano hasta el coche y, nada más sentarse, se besaron. Cobre subió el jersey de Mamen y le acarició los pechos. Mamen le propuso ir a otro sitio y él arrancó el Panda, salió del parking y recorrió unos breves cientos de metros del camino de tierra, tomando luego un desvío que subía a la derecha, hasta llegar a lo alto de otro monte, donde había una excelente panorámica de toda la bahía de Roses, iluminada por las luces de las casas, hoteles y otras construcciones de las distintas poblaciones que lo rodeaban. Ahí detuvo el motor del coche, poniendo a continuación el freno de mano. Se oían los ladridos de un perro que supusieron provenían de una masía situada un poco más arriba; al poco rato cesaron.
Después de deleitarse unos minutos con la espectacular vista del golfo de Roses, «el golfo de Empuriabrava» volvió al ataque con su novia y la desprendió de su jersey y su sujetador. Ella por su parte empezó a desabrocharle el pantalón. La ayudó, quitándoselos completamente y luego se bajó su slip. Mamen propuso pasar a los asientos de atrás. Allí, Cobre se desprendió de su jersey, le quitó la falda a la chica, mientras ella empezaba a chupar su endurecido miembro, al tiempo que él le deslizaba las braguitas por sus piernas y le acariciaba el sexo con una de sus manos y sus pechos con la otra. Al poco rato el Panda se movía al compás de los rítmicos movimientos del pene de Cobre penetrando a Mamen, que gemía de placer tumbada de espaldas en el asiento. De pronto se oyó un fuerte golpe en el techo del coche. Cobre se detuvo.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó la chica, incorporándose, al tiempo que oían vocear fuera del coche.
—
Cagon cony, porcs.
(«Me cago en el coño, cerdos.») —gritaba un hombre en catalán.
—¿Quién hay ahí? —preguntó Mamen asustada.
—No sé —respondió Cobre, mirando por la empañada ventanilla trasera del coche, justo en el momento en que se oyó otro fuerte golpe en el techo, acompañado por unas voces.
—¡Ah! Nos quieren violar —gritó Mamen aterrada.
—¡Jondia! Tenemos que irnos como sea —dijo él, moviéndose desnudo por el limitado espacio, yendo hacia el asiento del conductor, mientras su novia asustada permanecía detrás expectante, tapándose los pechos con la ropa que encontró más a mano.
Se oyó un tercer golpe en el coche en el lado contrario al conductor y nuevamente gritos en catalán.
—
Porcs, marranos, ja n’estic fins els collons de tots vosaltres.
(«Cerdos, marranos, ya estoy hasta los cojones de todos vosotros.») —bramaba la voz sin que ellos llegaran a entenderlo del todo.
Cobre había conseguido situarse en el asiento del conductor y dar al contacto del vehículo.
—Veo a un hombre con un palo... —descubrió Mamen, mirando a través del cristal trasero—. Lleva un jersey verde... y también hay un perro grande.
El coche dio marcha atrás rápidamente y ahora Cobre vio al hombre que estaba gritándoles, sujetando un grueso palo de madera de un metro y medio de largo en sus manos, que se apartó con la maniobra del coche. Le costaba dar a los pedales sin zapatos, pero como pudo metió la primera y salió disparado. No obstante, no consiguió evitar un cuarto golpe en la parte trasera del Panda antes de alejarse lo suficiente por el camino por el que habían llegado, mientras seguían oyendo algunos gritos.
—¿Pero quién era ese bestia? —preguntó Mamen, mientras contemplaba por la ventanilla posterior cómo se alejaban del hombre que seguía gritando con los brazos levantados.
—¡Yo que sé! ¡Está loco! —respondió él, haciendo descender el coche a toda velocidad por el camino de tierra, derrapando en las curvas.
Al llegar al llano, ya en el cruce con la carretera de Vilajuiga, vieron una luz que se movía, de arriba abajo.
—Jondia, lo que faltaba, la Guardia Civil.
—Explícalo todo. Diles que un loco nos ha atacado y nos quería violar —le pidió Mamen, visiblemente nerviosa.
Cobre también lo estaba. Sus piernas le temblaban, y ahora más. Teniendo en cuenta su peculiar «negocio» con la cocaína, el hecho de toparse con la policía siempre le preocupaba. Con el pie desnudo dio al freno y detuvo el coche a la altura del agente que, con una linterna, le daba indicaciones para que se detuviera. Bajó la ventanilla y el guardia civil, un señor mayor con bigote, lo enfocó con la luz.
—¿Viene de la discoteca? —preguntó el policía.
—No, venimos de ahí... de arriba la montaña... de la casa esa —soltó Mamen alterada, señalando las luces de la masía que se veían en lo alto del monte. El agente dirigió la linterna al asiento trasero del coche, descubriendo a Mamen sin ropa, tapándose con un jersey puesto sobre sus pechos. Luego pasó la luz por el cuerpo de Cobre, y lo vio igualmente sin ropa.
—¿Por qué van desnudos y uno delante y otro detrás? —preguntó extrañado.
—Hemos tenido que salir disparados, a toda leche... —respondió
Cobre nervioso—. Resulta que estábamos tranquilamente...
—¿Ha roto aguas...? —dijo el guardia interpretando erróneamente lo que les estaba sucediendo—. Sigan, sigan pues —añadió a continuación, apartando la linterna y poniéndose a un lado.
Cobre puso primera y pisó el acelerador, alejándose de los agentes.
—Pero ¿qué haces? Para el coche... para, para —le dijo Mamen, alterada—. Hay que denunciar a ese loco que nos quería violar —siguió diciéndole, mirando por el cristal trasero cómo se alejaban de los policías.
La noche siguiente cenaron con Belén y Tito y les explicaron lo que les había sucedido. Su amigo se ofreció a ayudar a Cobre a vengarse del individuo que sin pegar un palo al aire había deteriorado de aquella manera su coche. Estuvieron hablando de lo que podían hacerle.
Pasaron los días y finalmente no hicieron nada. Cobre llevó el Panda a un conocido y también «cliente» que trabajaba en un taller de chapa y pintura de Figueres. Aprovechó la reparación para hacerse instalar una ventana practicable en el techo del coche, para no pasar tanto calor durante el verano. La broma le salió por noventa mil pesetas, la mitad pagadas en «especies».
El mes de marzo transcurrió con la vida normalizada en su relación con Mamen, con la que se veía más o menos cada quince días, cuando venía de Barcelona. Por supuesto, no volvió a ver a Mati, ya que él no se acercó más al New York y ahora frecuentaba otro
pub
, llamado Malibú, situado en un subterráneo que quedaba en el cruce con la carretera que unía Empuriabrava con Castelló d’Empúries.
También se adaptó fácilmente a vivir en la casa de Gunter, sin preocuparse demasiado de la condición impuesta de no llevar a nadie, ya que era precisamente allí donde hacía los tratos más importantes de venta de cocaína. Ese atípico negocio le funcionaba cada día mejor gracias a la excelente calidad de la droga que le suministraba Johan, comparada con la que circulaba por otros lugares. El holandés ahora también le vendía otro tipo de cocaína, recibida directamente de Colombia, que él dedicaba a su autoconsumo.
La noche de un sábado de finales de abril en que Mamen no estaba Cobre invitó a la casa a sus amigos Tito, David y Santi para ver un importante partido de fútbol que se retransmitía por televisión, la final de la Copa del Rey, entre el F.C. Barcelona y el Zaragoza. En Can Monfort de Figueres había comprado petardos y cinco cohetes de los más potentes que tenían, uno de ellos enorme, casi tamaño
tomahawk
, de dos fases de estallido, para celebrar, según él, la previsible victoria del Barcelona. Asimismo, entre todos habían comprado cervezas y pizzas y habían cenado viendo la tele. Desgraciadamente, el partido terminó con un resultado no esperado ni deseado y los cuatro amigos discutían acaloradamente la estrategia que había utilizado el Barça en aquel encuentro. Todos menos Santi coincidían en que el Barcelona debía cambiar de entrenador. La mesilla del salón y el suelo cercano a ellos se encontraba cubierto de latas de cerveza, platos sucios, ceniceros repletos de colillas y varias cajas de cartón de las pizzas.
—Bueno, no pasa nada. Hemos perdido la Copa del Rey pero vamos a ganar la Copa de Europa en Sevilla —animó Tito.
—Jondia, sí. Leí en el Sport que han hecho una carta astral y sale que somos los campeones europeos —dijo Cobre—. Bueno, la verdad es que la carta astral también decía que íbamos a ganar hoy. Debe de haber habido un pequeño fallo, pero seguro que no se equivocan dos veces.
—Han organizado viajes en autocar para ir a verlo. Podríamos ir —propuso David.
—¿A Sevilla? Es una paliza. Doce horas de ida y otras doce de vuelta —opinó Tito.
—¿A cuánto sale? —preguntó Santi.
—A veinticinco mil, con la entrada incluida.
—Yo paso —habló otra vez Tito—. Mejor verlo en casa tranquilamente en la tele, sentado en el sofá.
—Sí, pero no es lo mismo que estar en el campo, con el ambiente... Una Copa de Europa es una Copa de Europa —opinó Santi.
—Eso es verdad —apoyó Cobre—. Podríamos ir los cuatro con tu Golf. Iríamos más cómodos y nos saldría mejor de precio que con el autocar.
—No creas que nos saldría más barato. Dicen que ya no hay entradas y en la reventa nos saldrían carísimas. En autocar, van incluidas porque las tienen compradas desde hace tiempo, al precio normal —explicó Tito.
—¿Otra cerveza? —le preguntó David con una San Miguel en la mano.
—No, gracias, todavía tengo. Lo que sí me tomaría ahora sería una rayita para pasar este mal trago de partido.
—Vale, pongo de la mía si Cobre pone también de la suya.
—De acuerdo, pero con la condición de que tú y Santi os encarguéis de limpiar todo esto —respondió Cobre, señalando el desbarajuste que habían hecho—. La mujer de la limpieza vino ayer y hoy ya está todo hecho un desastre.
—A la orden —dijo Tito, conforme con el trato y levantándose de su asiento dispuesto a colaborar.
Los dos empezaron a recoger los botes de cerveza y los platos de la mesilla.
—Coged de paso la fregona y limpiáis eso de allí —aprovechó Cobre la buena disposición de sus amigos, señalando una mancha al lado del televisor
—Sí, mi sargento, pero eso vale por una raya doble —respondió Tito
Cobre puso un espejo encima de la mesilla y David vació sobre él una pequeña cantidad de cocaína de su papela. Él entonces sacó de una cajita de madera una pieza de cocaína en forma cilíndrica y con la Gillette cortó una punta.
—¡Jopé, tío, qué pedazo de coca! —exclamó Tito con la fregona en la mano, atento a lo que se hacía en la mesilla, mientras limpiaba el suelo.
Cobre le mostró el trozo cilíndrico de cocaína.
—Esto ha salido del culo de un sudaca. Se ponen la coca en un condón bien cerrado y se lo tragan y así pasan el control del aeropuerto —explicó, mostrando la pieza sobre su mano—. Le compré este cacho a Johan, que lo tenía entero. Se lo había comprado a un colombiano que acababa de pasarlo. Pueden llevar varios, no sé cuántos, supongo que nueve o diez. Al llegar aquí los cagan. Si el condón se rompiera dentro del estómago, la palmarían. Este pedazo es una tercera parte de una de esas piezas; ocho gramos.
—Y esto, cagado. Joder, qué asco —opinó Santi.
—Pues bien que lo vas a tomar. ¿O no?
Santi no respondió y siguió limpiando el suelo.
—Ya podrías invitarnos de ésta, en vez de mezclarla con la mía —dijo David.
—No te jode, esto me ha costado más caro —se oyó la voz del «supertacañón».
—Venga que no vas a enfermar por invitarnos una vez —le azuzó Tito.
Finalmente, Cobre se avino a invitar a sus amigos y mientras cortaba un cacho más de droga, David recogió su cocaína del espejo. Cuando las cuatro rayas estuvieron listas, cada uno esnifó una y luego él se tomó la última, mientras Tito pasaba su dedo mojado en saliva por los restos que habían quedado en el espejo.
—Jopé, parece buena. Se me está quedando ya la lengua dormida.
—Coca pura de culo colombiano —le dijo Cobre, riéndose.
—Joder, tío, es realmente buenísima —dijo Santi.
El efecto de la cocaína enseguida se hizo patente, ya que al poco rato estaban hablando entre ellos atropelladamente, David con Santi y Cobre con Tito. Estos últimos haciendo un
brainstorming
con dos únicas variables: fútbol y chicas. Estuvieron así fumando y bebiendo cerveza directamente de las latas un buen rato. De pronto, Tito se levantó y mandó callar a todos.
—¡Eh! ¡Eh! Tíos, escuchad —exclamó mirando a David y Santi. —¿Qué os parece si hacemos una orgía?
—Yo paso, ¿eh? A mí no me gustan los tíos, ¿vale? —anunció Santi, aterrado con la idea, provocando la risa a sus amigos.
—No, ahora no, jopé. Otro día, una orgía, orgía, pero con tías, claro —concretó.
—Joder, qué susto —dijo más tranquilo—. Eso cambia mucho. ¿Cuándo lo haremos?
—Ya lo hemos planeado todo. Dentro de once días. El miércoles 7 de mayo, el día de la final de la Copa de Europa de Sevilla. Para celebrar la victoria del Barça.
—¿En Sevilla? Joder, qué buena idea —dijo Santi.
—En Sevilla no. Con la paliza del viaje acabas tan hecho polvo que no te tiras ni a Raquel Wells aun pagándote —le dijo Tito.
—Alquilaremos unas putas —siguió Cobre—. En vez de gastarnos las veinticinco mil cucas en el autocar para ir a Sevilla, las invertiremos en titis. ¿Qué mejor manera para celebrar el campeonato de Europa?
—¿O sea que tendremos que pagar las putas? —preguntó Santi.
—Si quieres que la orgía te salga gratis puedes traer a Marta, a mí no me importa. Tiene un buen polvo —dijo Tito riéndose de él y sentándose sobre un brazo del sofá.
Cobre también se rio. David, que todavía no había dicho nada, sonrió un poco y se mantuvo a la escucha.
—La orgía será pagando, pagaremos las putas entre todos —aclaró Tito—. Pero pagaremos sólo un polvo y el resto de la noche será gratis. Les daremos a tomar un afrodisíaco que he conseguido que es la repera. Entretanto, para hacer tiempo a que les haga efecto, las invitaremos a coca que sabemos que toman y cuando estén a punto ya no podrán parar de follar. ¿Qué os parece la idea?
—Cojonuda —exclamó Santi.
—Pues yo no lo veo muy claro —opinó David—. ¿Dónde se haría?
—Tendrá que ser en un hotel de Barcelona —dijo Tito—. Ya pensamos en hacerlo aquí, pero las putas son de Barcelona, de «alto
estanding
». No son unas cualesquiera y nos saldría muy caro que se vinieran aquí. Reservaremos una habitación en el Hotel Princesa Sofía. Una suite. Vi una de ellas el mes pasado en una boda que se hizo allí. Subí con el novio a hacernos una raya. La suite aquella era una pasada, tenía un pequeño hall, terraza, una habitación con dos camas de matrimonio juntas, una bañera redonda en la que caben al menos seis personas..., bueno no os digo más, un sitio perfecto para una orgía.