Authors: Josep Montalat
—Esta canción me gusta mucho —comentó Sindy—. Es de la primera época, cuando todavía vivía Brian Jones —siguió diciendo—. Murió por culpa de la heroína.
—¿Por sobredosis?
—Bueno, siempre dicen eso de la sobredosis, pero yo creo que la culpa es de las adulteraciones. Mezclan la heroína con cualquier otra cosa y ese potingue es lo que se inyectan en la sangre. El resultado ya lo puedes suponer.
—Es cierto, siempre dicen «muerte por sobredosis».
—No puedo creer que todas las muertes sean por sobredosis; eso me pone negra —dijo la holandesa—. Si alguien está acostumbrado a tomar una cerveza que tiene equis grados de alcohol y un día bebe whisky, que tiene el doble de grados, seguro que nota la diferencia y quizás coja una buena borrachera, pero no creo que se muera por ello, a menos que realmente se pase mucho, claro.
—Ya —dijo Cobre simplemente.
—Te mueres si en vez de alcohol bebes aguarrás o alguna cosa así, que es lo que sucede con la droga adulterada que a veces se vende —acabó diciendo, más seria.
—Ya —repitió él— ¿Cómo te enganchaste tú?
—Por una amiga. Habíamos ido juntas a Grecia, a Mykonos. Ella la tomó una noche con unos chicos que conocimos. Me dijo que le había gustado mucho. Yo quise probarla y también me gustó. Los días siguientes tomamos varias veces, y ya está. La heroína te atrapa rápidamente. Probablemente sea la droga que más adicción crea. Por eso, mejor no la pruebes nunca, será lo mejor para ti.
—¿Fue antes o después de conocer a Johan?
—Antes. Cuando lo conocí ya me chutaba. Él quiso quitarme, pero no pudo. Bueno, no quise… supongo. Después de ver que no podía desengancharme, siempre procuró vigilar lo que me metía. Ya estaba metido en el rollo de la cocaína y podía conseguirme buena heroína.
—¿Hace mucho que estáis juntos?
—Nueve años. Nos conocimos en París. Yo tenía veintitrés años y trabajaba de modelo. Nos casamos al cabo de tres meses. Entonces era mi gran amor... —explicó, dejando la frase sin terminar y entristeciendo su expresión.
—¿Ahora no?
—Hace cinco años que ya no es lo mismo... La cosa empezó...
Cobre no decía nada.
—La cosa empezó a cambiar... cuando dejamos París y nos fuimos a Amsterdam... —siguió explicando—. Yo, claro, al irme dejé mi trabajo y perdí un poco mi independencia. Supongo que luego me sentí más insegura y él se aprovechó de eso.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Empezó a meterse conmigo, que si esto lo hacía mal, lo otro también. Parecía que ya no le gustaba nada de mí. Tuvimos pequeñas discusiones al principio, luego más grandes... Hasta que un día me pegó...
—¡Jondia!
—Me pidió perdón. Dijo que lo sentía mucho, que no volvería a suceder nunca más, pero un mes más tarde volvió a pegarme... primero un golpe en la cara... luego, otro día, con su cinturón... —Sindy empezó a sollozar.
Cobre no sabía qué hacer. Intentó consolarla. La abrazó y ella siguió sollozando un rato más.
—No llores, Sindy. No llores, no vale la pena.
—Lo siento —dijo, reponiéndose un poco—. Bueno, ahora ya lo sabes: me pega.
—¡Qué cabrón! —declaró, cogiéndole su mano.
—Ha sido policía. Lo echaron por problemas con su carácter agresivo. Cuando se enfada tiene muy mala leche. ¿Se dice así en español, no?
—Sí, mala leche o mala uva —le dijo Cobre asustado por aquel desconocido aspecto de Johan—. ¿Por qué no lo dejas?
—Me mataría. Es muy celoso.
Cobre se asustó más, teniendo en cuenta que acababa de acostarse con ella.
—Jondia, no lo parece. El primer día que fui a vuestra casa te levantó la ropa y me lo mostró todo.
—Le gusta exhibir sus posesiones... pero sólo eso. Soy sólo suya, si me ve con otro no sé qué pasaría...
—Jondia —exclamó, ahora todavía más acojonado.
—Ji, ji, ji —rio Sindy—. No tengas miedo, no se va a enterar. Además, él empezó primero a engañarme, por eso vinimos a España, hace tres años, para ver si empezábamos de nuevo, como al principio... pero aquí también me ha pegado... varias veces... —El rostro de la chica volvió a entristecerse— y también me ha engañado con otras... Decía que tenía que hacer una venta y se iba de putas o con alguna chica que encontraba por los bares de
Empuriabrava.
—Ya —dijo Cobre, incómodo.
—Éste es el problema de la mayoría de parejas —continuó Sindy—. Engaños por aquí, engaños por allá... Uno empieza a distanciarse y el otro también, y al final están tan lejos uno del otro que ya no se encuentran, ya no se conocen... —seguía hablando convencida de sus palabras—. Las parejas deberían poder contárselo todo... ser auténticos compañeros... compartir sus deseos, los sexuales incluso y sus experiencias siempre juntos... sin hacerse daño porqué estaría todo hablado, pero la mayoría no lo hacen así y acaban con todo el amor con que habían empezado. Empiezan las mentiras... luego los engaños...
—Ya —dijo él de nuevo, por decir algo, ausente de lo que le contaba, pensando en el peligro de que Johan se enterase de aquella aventura.
—Bueno, cuéntame algo de ti —pidió entonces ella, queriendo cambiar de tema y sonriendo de nuevo.
Cobre le contó su experiencia vivida en Canarias con Ruth María, que también la había engañado con otro chico y que por eso no creía en una relación para toda la vida y después le habló del restaurante. La luz del día se filtraba por las ranuras de la persiana de la habitación. Mientras hablaba, ella acariciaba con su mano uno de los muslos de Cobre y luego la deslizó hacia su miembro, que rápidamente creció. Volvieron a besarse y a acariciarse y a los pocos minutos estaban haciendo nuevamente sexo. Después se relajaron con otro cigarrillo y hablaron de más cosas. Cuando el día se hizo más evidente se vistieron y juntos fueron a la casa de la holandesa. Al llegar vieron que no estaba el Porsche de Johan y los dos se sintieron visiblemente aliviados, sobre todo él.
La orgía
Al día siguiente, después de recuperarse de la larga noche de fin de año, Cobre llamó a Gunter, al teléfono de la tarjeta que le había dado Sindy. Quedaron en verse al día siguiente para comer. El alemán le dijo que viniera con Mamen, pero él le mintió diciéndole que había tenido que volver urgentemente a Barcelona, ya que su madre no se encontraba bien.
La que estaba mal era Mamen. Estaba muy disgustada y desilusionada con Cobre. Aquella pasada noche había llegado sollozando a su casa sola en un taxi y ahora, después de comer con sus padres, se había tumbado en la cama de su habitación pensando en su relación sentimental con los ojos bañados en lágrimas.
Cobre también se sentía bajo de ánimos. Reconocía que se había portado muy mal con Mamen y estuvo pensando durante aquella tarde qué podía hacer para reconciliarse. Al día siguiente se levantó tarde y al mediodía condujo el Panda hasta el hotel donde se alojaba el matrimonio alemán, situado en un acantilado, sobre la playa de la Almadraba, a poca distancia de Roses. Durante la comida, Petra habló de Mamen y le dijo que le había parecido una chica encantadora y muy inteligente. Cobre asintió. Gunter no se anduvo con rodeos y le propuso encargarse del mantenimiento de la vivienda de Empuriabrava. Le explicó que lo había hablado con Petra, y que les parecía una buena opción, para evitar más robos. A cambio le daría cincuenta mil pesetas al mes y podría instalarse en el anexo de la casa, donde había una habitación y un baño. Le dejarían usar también la cocina y el salón. Por su parte, él debía ocuparse de que la mujer de la limpieza pasase cada semana a limpiarla y vigilar que el jardinero hiciera su trabajo de mantenimiento del jardín. Ponían la condición de que no llevase gente extraña a la casa, excepto a Mamen.
Cobre, escuchando con las orejas bien abiertas, no tuvo que rascarse muy fuerte la cabeza para darse cuenta de que podría ahorrarse el coste de su apartamento, con lo que tendría casa gratis, con mantenimiento incluido. Pensó también que el matrimonio no iba a enterarse si traía amigos y aceptó encantado la oferta. Después de los cafés, fueron a la casa. Allí le explicaron el funcionamiento de los distintos aparatos, lo que querían que hiciera la mujer de la limpieza y el jardinero, y las demás cuestiones cotidianas. Le informaron de que probablemente no iban a volver a Empuriabrava hasta el verano, pero desde Alemania enviarían parte de los artículos robados: un televisor, un vídeo, un aparato de música y otras cosas por el estilo, y le pidieron que cuando llegasen los paquetes lo desembalara todo y lo colocara en su sitio. Él no puso ninguna objeción. Gunter le dijo que encargaría al banco que en los primeros días de cada mes le hicieran una transferencia a la cuenta que Cobre les dio y le entregó las cincuenta mil pesetas correspondientes al mes de enero. Le dieron una copia de todas las llaves y le dijeron que al día siguiente se iban a París, a arreglar unos asuntos económicos. Allí Gunter dejaría a su mujer e iría luego solo a su casa de Munich, en Alemania. Con ello entendió que no vivían demasiado juntos y que cada uno llevaba un poco su vida por separado, excepto en determinadas épocas del año en que se reunían.
Durante los siguientes días, Cobre fue haciendo la mudanza, y a mediados de mes dejó definitivamente su apartamento, instalándose en una de las habitaciones de arriba de la casa, prescindiendo de hacerlo en el anexo.
Por otro lado, el problema con el inquilino del chalet de Santa Margarita donde pensaban abrir el nuevo restaurante no se solucionaba. Con David siguieron buscando por las mañanas un posible emplazamiento, pero su búsqueda fue infructuosa. En vista de ello, hablaron por teléfono con Gaspar y decidieron posponer el proyecto para el siguiente año. A Cobre, teniendo en cuenta que tenía solucionada su estancia en Empuriabrava y que no tendría que levantarse cuando su amigo y socio fuera a buscarlo, le pareció bien aquel cambio de planes.
Una semana después, con la excusa de devolverle el abrigo a Mamen, volvió a verse con ella. Gracias al doctorado en mentira general que poseía no le costó hacerle ver que se sinceraba contándole medias verdades, tirando más bien a tres cuartos de mentiras. Le dijo que, efectivamente, había tenido un pequeño rollo con Mati. Que esto había sucedido unas semanas antes de Navidades, en una noche en la que había bebido más de la cuenta. Le explicó que le había dicho a la chica que no tenía novia y que desde aquella noche lo perseguía. Que volvió a irse a la cama con Mati una segunda vez, pero que en aquel segundo encuentro, pese a hacer sexo con ella, se había sentido muy mal y había estado pensando todo el rato en ella. Que desde entonces no había vuelto a verla hasta la noche de fin de año en el Chic. Mamen quiso creerle, pero no accedió a volver a salir de nuevo con él tan rápido. Cobre insistió llamándola por teléfono, e incluso le escribió varias cartas de amor.
El día de San Valentín mandó que entregaran a Mamen un bonito ramo de rosas de su parte, con una muy bien escrita tarjeta amorosa. En la posdata, la citaba a presentarse a las diez de la noche en un hotel de Barcelona cercano a su domicilio. La recibió con unas copas de cava y unos bombones de exquisito chocolate negro con 70% de cacao, que sabía que le agradaban mucho. Hicieron el amor a la luz de unas velas y quedaron en reanudar la relación.
Para asegurar la continuidad con su novia, el siguiente sábado fue a buscarla a la casa de sus padres en Canyelles y la llevó a cenar a un restaurante de Garriguella, un pueblo situado a unos diez kilómetros de Empuriabrava. El comedor era muy romántico, lo que se apreciaba por la poca electricidad que gastaban en iluminar las mesas. Una vez servido el vino, Cobre le regaló un hermoso anillo de compromiso obtenido a cambio de unos gramos de cocaína y se dieron un beso como prueba de la definitiva reconciliación. Durante la cena, hablaron largamente sobre su relación. Ya tomados los cafés, Mamen seguía hablando.
—... y es muy importante que nosotros seamos sinceros uno con otro. El amor es eso, compartir todas las cosas que nos suceden, nuestros pensamientos, nuestros deseos y apetencias, también las sexuales, todo. Yo entiendo que una relación funciona cuando hay sinceridad, incluso sobre aquellas cosas en las que sin querer hayamos tropezado. Es algo muy importante para mí. Me daría miedo verme casada con una persona con la que no hubiera absoluta sinceridad —iba hablando al tiempo que a Cobre, pensando en sus cosas, se le iba la olla a Camboya—. Me sentiría muy desgraciada. Me iría apagando poco a poco si cayera en una situación de este tipo —seguía la chica mientras encendía un cigarrillo—. La falta de sinceridad en la pareja es algo que siempre me ha aterrorizado. ¿Y a ti que es lo que más te asusta de una relación? —preguntó al distraído Cobre.
—¿Qué? ¿Perdona? —preguntó él, retornando de la Cochinchina.
—¿A ti qué es lo que más te asusta?
—Los gatos negros... —respondió Cobre, mientras la chica lo miraba sorprendida— y las noches de tormenta con viento, rayos y truenos también me asustan mucho.
Afortunadamente, Mamen rio pensando que le estaba tomando el pelo por haberse alargado en su monólogo, y admiró su sentido del humor. Sin comprender la risa de Mamen pero intuyendo que había respondido algo que no correspondía, Cobre no quiso profundizar en la cuestión y alzando la mano pidió la cuenta. Fueron a Le Rachdingue, la curiosa discoteca bautizada por el escritor Henri François Rey, cercana a aquel pueblo, y a la que nunca habían ido. Estaba emplazada en lo alto de un monte y ocupaba el espacio de lo que había sido una antigua masía catalana. Se accedía desde la carretera de Pau por un camino de tierra de unos dos kilómetros. La discoteca les sorprendió, ya que la decoración era muy surrealista, con extrañas pinturas y esculturas. Con sus bebidas en la mano dieron una vuelta por los distintos espacios de aquel insólito lugar en el que había incluso una piscina interior, con paredes de cristal, y en la que, pese al frío, tres chicas y dos chicos franceses se estaban bañando. A través de los cristales se veían sus desnudos cuerpos iluminados por las luces mientras nadaban. Por unas escaleras laterales subieron hasta lo alto de la piscina y al tocar el agua comprobaron que estaba caliente. Cobre propuso que se bañaran, pero a Mamen no le apeteció.
En la barra, se encontraron con Johan y Sindy. El holandés les presentó a los propietarios, Pierre Bessiéres y su mujer Miette, ambos franceses. Miette era quien se había encargado de la decoración de la discoteca con la ayuda del mismo Salvador Dalí, a quien conocía por haber sido su modelo. Les dijeron que dentro de pocos días se iba a presentar allí el perfume que había creado el genial pintor y les mostraron el curioso envase de cristal que lo contenía, en la que se veían la nariz y los labios de Afrodita. Estuvieron hablando, sin que Mamen sospechara la aventura de su novio con la simpática Sindy. Más tarde, achispados por el alcohol acumulado de los gin-tonics y la botella de vino de la cena, estuvieron bailando en la abarrotada pista.