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Authors: Gabriel Tarde

Tags: #Ciencia ficción

Fragmento de historia futura (4 page)

BOOK: Fragmento de historia futura
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—La situación es grave, nada semejante se ha visto desde los tiempos geológicos. ¿Es irremediable? No.
(¡Escuchad, escuchad!)
A grandes males grandes remedios. Una idea, una esperanza me ilumina, pero es tan extraña que jamás me atreveré a exponérosla.
(¡Habla, habla!)
No, no me atrevo; nunca me atreveré a exponer este proyecto. Volveríais a creerme loco. ¿Lo queréis? ¿Me prometéis escuchar hasta el fin mi absurdo proyecto, mi extravagante proyecto?
(¡Sí, sí!).
¿Incluso a ensayarlo lealmente?
(¡Sí, sí!)
Pues bien, hablaré.
(Chist, chist...)

»Ha llegado la hora de saber hasta qué punto es verdad decir y repetir sin cesar, como se hizo hace tres siglos, siguiendo a un tal Stephenson,
[5]
que toda energía, toda fuerza física o moral procede del sol...
(Numerosas voces: ¡Eso es!)
¡Se ha calculado: en dos años, tres meses y seis días, si todavía quedan unos restos de hulla, que no habrá ya ni un mendrugo de pan!
(Sensación prolongada.)
Por tanto, si la fuente de toda fuerza, de todo movimiento y toda vida está en el sol, y solamente en el sol, no hay que engañarse: ¡en dos años, tres meses y seis días, el genio del hombre se habrá extinguido y en los cielos sombríos el cadáver de la humanidad, como un mamut de Siberia, girará sin fin, para no resucitar jamás!
(Movimiento.)

»¿Pero es así? ¡No, esto no es así, no puede ser así. Con toda la energía de mi corazón, que no procede del sol, que viene de la tierra, de la tierra maternal allá abajo enterrada, muy lejos, oculta para siempre a mis ojos, yo protesto contra esta vana teoría y contra tantos y tantos artículos del catecismo que he tenido que sufrir en silencio hasta ahora.
(Leves murmullos en el centro.)
La tierra que es contemporánea del sol, y no su hija; la tierra que antaño fue un astro luminoso como el sol, aunque extinguido antes; la tierra no está inmovilizada, no está helada, no está paralizada más que en la superficie. Ha concentrado su llama en sí misma para mejor conservarla.
(Movimiento de atención)
. Ésta es una fuerza virgen, sin explotar; una fuerza superior a todo lo que el sol ha logrado suscitar, para nuestra industria, para las cascadas ahora paralizadas, para los ciclones ahora detenidos, para las mareas ahora suspendidas; una fuerza de la que nuestros ingenieros, con un poco de iniciativa, recuperarán centuplicado el equivalente del motor que han perdido. No es con este gesto
(el orador levanta su dedo al cielo)
que debe expresarse la esperanza de la salvación, sino por éste
(abate la mano derecha hacia la tierra... Signos de extrañeza; algunos murmullos reprimidos por las mujeres).
Ya no hay que decir ¡arriba! sino ¡abajo! ¡Allí, abajo, muy abajo, está el Edén prometido, el sitio de la liberación y del bienestar; allí y solamente allí todavía quedan conquistas y descubrimientos por realizar!
(Bravos en la izquierda.)

»¿He de sacar conclusiones?
(¡Sí, sí!)
¡Bajemos a esas profundidades; convirtamos esos abismos en nuestros asilos! Los místicos tuvieron un sublime presentimiento cuando dijeron en su latín:
¡ab exterioribus ad interiora!
La tierra nos llama hacia su horno interno. Al cabo de tantos siglos, vive separada, por así decirlo, de sus hijos, de los seres vivos que ha producido en la superficie durante su período de fecundidad, antes del enfriamiento de su corteza. Una vez enfriada dicha corteza, los rayos de un astro lejano son los únicos, cierto es, que han mantenido sobre esta epidermis muerta una vida ficticia, superficial, extraña a la suya. Pero este cisma ha durado demasiado y es urgente que cese. Ya es hora de seguir a Empédocles, a Ulises, a Eneas, a Dante hacia los sombríos recintos subterráneos, de vigorizar al hombre en su fuente, de operar la repatriación profunda del alma exiliada.
(Aplausos aislados.)
Por lo demás, sólo queda esta alternativa: ¡la vida subterránea o la muerte! El sol se extingue... ¡prescindamos del sol! Mi plan, que voy a proponeros, elaborado durante varios meses por los hombres más eminentes, es ya definitivo. Es completo y minucioso. ¿Os interesa?
(De todas partes: ¡lee, lee!)
¡Veréis que con disciplina, paciencia y valor —sí, valor, me arriesgo a pronunciar esa palabra malsonante
(¡Arriésgate, arriésgate!)
—, y sobre todo con la ayuda de esa gran herencia de ciencia y arte que tenemos del pasado, de la que somos responsables respecto a nuestra posteridad más remota, respecto al mundo inmenso, iba a decir respecto a Dios
(signos de sorpresa),
podemos ser salvados si queremos!
» (Tempestad de aplausos.)

El orador entra a continuación en prolijos detalles, que es inútil reproducir, sobre el neotroglodismo, que pretende inaugurar como coronación a la civilización, partido de las grutas, afirmó, destinado a volver al mismo, pero a gran profundidad. Expone diseños, presupuestos, diagramas. Nada le cuesta demostrar que, a condición de hundirse bastante en el subsuelo, hallarían una tibieza deliciosa, una temperatura elisíaca; añade que bastaría con cavar, ensanchar, levantar, prolongar más hacia delante las galerías de las minas ya existentes para hacerlas habitables, cómodas incluso; que la luz eléctrica, alimentada sin gasto alguno por los focos diseminados del fuego interior, permitiría alumbrar magníficamente, de día y de noche, las colosales criptas, los claustros maravillosos, indefinidamente prolongados y embellecidos por las sucesivas generaciones; que con un buen sistema de ventilación todo peligro de asfixia o de insalubridad del aire sería evitado; finalmente, que tras un período más o menos largo de instalación, nuevamente podría allí desplegarse la vida civilizada en todo su lujo intelectual, artístico y mundano, tan libremente y quizá con más seguridad que bajo la luz caprichosa e intermitente del día natural.

Ante estas palabras, la princesa Lydia rompe su abanico a fuerza de aplaudir. De la derecha parte una objeción:

—¿Con qué nos alimentaremos?

El orador sonríe desdeñosamente y responde:

—Nada más sencillo. Como bebida ordinaria tendremos el hielo fundido; cada día se transportarán enormes bloques para desatascar las entradas de las criptas y alimentar las fuentes públicas. Añado que la química se encargará de extraer alcohol de todo, por ejemplo, de las rocas minerales, y es el abecé de la parte alimentaria fabricar vino con alcohol y agua.
(¡Muy bien! desde todos los bancos).
Respecto a la alimentación, ¿no es capaz la química de fabricar manteca, albúmina, leche, con cualquier cosa? ¿Acaso ha dicho ya la última palabra? Es verosímil que a no tardar mucho, si se aplica a ello, la química logrará satisfacer plena y económicamente las necesidades de la gastronomía más exigente. Y mientras tanto... (
Una voz tímida: ¿Mientras tanto...?)
y mientras tanto, ¿no pone este desastre a nuestro alcance, por una circunstancia providencial, la despensa mejor provista, la más abundante, la más inagotable de que haya gozado jamás la especie humana? Conservas inmensas, las más admirables hechas hasta ahora, duermen para nosotros bajo el hielo y la nieve; millares de animales domésticos y salvajes... no me atrevo a añadir: de hombres y mujeres... (
escalofrío de horror general),
pero al menos bueyes, corderos, aves, congelados de repente, en bloque, por todas partes, en los mercados públicos, a unos pasos de aquí. Reunamos, ya que todavía es posible el trabajo exterior, esas presas innumerables que estaban destinadas a nutrir durante años a varios centenares de millones de hombres y que bastarán para alimentarlos durante siglos, sólo a algunos millares, aunque deban multiplicarse exageradamente a pesar de Malthus. Almacenados cerca de la entrada de la caverna principal, resultarán fáciles de explotar, y constituirán un plato delicioso en nuestros ágapes fraternales...

Hay más objeciones procedentes de distintos sitios. Pero todas se solucionan con la misma fuerza de irrefutable desenvoltura. Será útil reproducir el resto del discurso.

—Por extraordinaria que sea en apariencia la catástrofe que nos amenaza y el medio de salvación que nos queda, un poco de reflexión bastará para demostrar que la perplejidad en que nos hallamos ha debido repetirse ya una infinidad de veces en la inmensidad del universo, resolviéndose de la misma manera, con el desenlace fatal y normal de todos los dramas astronómicos. Los astrónomos saben que todos .soles deben extinguirse; saben pues, que, aparte de los astros luminosos y visibles, hay en el cielo un número infinitamente mayor de astros extinguidos y oscurecidos que continuarán girando sin fin con su cortejo de planetas abocados a la eternidad de la noche y el frío. Pues bien, siendo esto así, yo os pregunto: ¿cabe suponer que la vida, el pensamiento, el amor, sean privilegio exclusivo de una ínfima minoría de sistemas solares todavía luminosos y cálidos, y haya que negar a la inmensa mayoría de estrellas tenebrosas toda manifestación viviente y animada, toda razón de existir? De este modo, la animación, la muerte, la nada, serían la regla; y la vida sería la excepción. Así, las nueve décimas, las noventa y nueve centésimas tal vez de sistemas solares girarían en el vacío, como ruedas de un molino, absurdas y gigantescas, una inútil basura del espacio. Esto es imposible e insensato, esto es blasfematorio, tengamos más fe en lo desconocido. La verdad, aquí y en todas partes, es sin duda lo contrario de lo aparente. No es oro todo lo que reluce; estas constelaciones espléndidas que intentan deslumbrarnos son sólo relativamente estériles. ¿Qué es su luz? Una gloria vana, un lujo ruinoso, una fastuosa disipación de energía, la infinita inanidad. Pero cuando abandonan estas calaveradas juveniles empieza la obra seria de su vida y laboran su fruto interior. Puesto que, heladas y oscuras por fuera, guardan precisamente en su centro inviolable, defendido por sus mismas capas de hielo, su inextinguible fuego sagrado... Finalmente, es necesario reanimar la lámpara vital debida al sol... En consecuencia, por última vez, miremos a lo alto buscando la esperanza. Allá arriba, innumerables humanidades subterráneas, enterradas para su mayor júbilo en los hipogeos de los astros invisibles, nos alientan con su ejemplo. Hagamos como ellas, interioricémonos. Igual que ellas, enterrémonos para resucitar; y lo mismo que ellas, llevémonos a la tumba lo que sea digno de sobrevivir de nuestra existencia anterior. No sólo necesita el hombre provisiones de boca. Hay que vivir para pensar y no simplemente pensar en vivir.

»Recordad el mito de Noé: para escapar a una amenaza casi igual a la nuestra y conservar lo más valioso que tenía el mundo, ¿qué hizo este hombre sencillo y entregado a la bebida? Convirtió su arca en un museo, con una colección completa de plantas y animales, hasta las plantas venenosas, hasta las bestias más salvajes, las boas, los escorpiones, y por este cargamento, pintoresco pero incoherente, por unos seres enemigos entre sí, que trataban de devorarse los unos a los otros, por este revoltijo de contradicciones vivientes tan neciamente adoradas largo tiempo bajo el nombre de Naturaleza, creyó de buena fe haber merecido ser alabado por las generaciones futuras.

»Pero nosotros, a nuestra nueva arca, misteriosa, impenetrable, indestructible, no serán animales ni plantas lo que llevaremos. Esas formas de vida ya se hallan extinguidas; esas formas esbozadas, estos titubeos heteróclitos de la tierra en busca de la forma humana se borraron para siempre. No lo lamentemos. En el sitio de tantas parejas enojosas, de tantos granos inútiles, llevaremos a nuestro refugio el armonioso haz de todas las verdades de acuerdo entre sí, de todas las bellezas artísticas y poéticas solidarias unas con otras, unidas como hermanas, que el genio humano ha hecho florecer en el transcurso de las edades y ha multiplicado después en millones de ejemplares, todos destruidos, salvo uno que es preciso garantizar contra todo peligro de destrucción; una inmensa biblioteca que contiene todas las obras capitales, enriquecida con álbumes cinematográficos y colecciones fonográficas innumerables; un vasto museo compuesto por una muestra de todas las escuelas, de todas las formas magistrales, de arquitectura, de escultura, de pintura, de música incluso; ¡estos son nuestros tesoros, estas son nuestras semillas, estos son nuestros dioses, por los que lucharemos hasta el último aliento!»

(El orador baja del estrado en medio de un entusiasmo indescriptible; las damas le rodean con fervor. Delegan a Lydia para que le bese en nombre de todas ellas. La joven obedece enrojeciendo de rubor —otro fenómeno de su atavismo moral— y redoblan los aplausos. Los termómetros del calefactor suben varios grados en unos minutos.)

Bueno será recordar a las nuevas generaciones estas grandes palabras, en las que leerán el reconocimiento que deben a la memoria del glorioso marcado, que estuvo a punto de morir con la reputación de monomaniaco. Esas generaciones también empiezan a debilitarse y, acostumbradas a las delicias de su Elíseo subterráneo, a la amplitud suntuosa de esos hipogeos sin fin, legados de la labor gigantesca de sus padres, y por eso se sienten excesivamente inducidas a pensar que todo eso se edifica solo, que era algo al menos inevitable, que al fin y al cabo, no existía otro medio de escapar al frío superficial y que este medio tan sencillo no exigió grandes ideas inventivas. ¡Craso error! A su aparición, la idea de Milcíades fue recibida, y con toda razón, como un relámpago genial. Sin él, sin su energía y sin su elocuencia al servicio de su imaginación, sin su poder, sin su seducción y sin su perseverancia al servicio de su energía, añadamos sin el amor profundo que Lydia, la más noble y las más valiente de las mujeres, supo inspirarle, amor que duplicó su heroísmo, la humanidad habría sufrido la suerte de las demás especies animales y vegetales. Lo que asombra ahora de su discurso es esa lucidez extraordinaria y realmente profética con la que describió, a grandes rasgos, las condiciones de existencia del mundo nuevo. Sin duda, esas esperanzas se han visto sumamente superadas; él no previó, no podía preverlo, los prodigiosos desenvolvimientos que recibió su idea-madre, desarrollada por miles de genios auxiliares. Tenía más razón de lo que pensaba, como les ocurre a la mayoría de innovadores, a los que en general se acusa erróneamente de abundar demasiado en su propio sentido. Pero, en conjunto, nunca un plan tan grandioso fue tan exactamente ejecutado.

Desde el primer día, todas esas manos finas y delicadas, servidas, es cierto, por unas máquinas incomparables, se pusieron en marcha; por doquier, al frente de todos los talleres; Lydia y Milcíades, que no se separaban nunca, rivalizaron en ardor; y antes de un año, las galerías de las minas eran amplias, cómodas, estaban debidamente adornadas y brillantemente iluminadas, para recibir a las vastas e inestimables colecciones de toda clase que se debían salvar para el futuro de la humanidad.

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