Escuela de malhechores (26 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Escuela de malhechores
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—Muy bien. Láncenle todo lo que tengan. A ver cuánto puede aguantar el bicho ese.

—Y que apunten a los bultos que hay en la base del tronco —añadió Otto, transmitiendo el consejo de Nigel.

El jefe asintió con la cabeza y, dirigiéndose a sus hombres, que ahora ocupaban toda la longitud de la pasarela, gritó:

—¡Fuego a discreción!

Los guardias no necesitaron que les repitieran la orden. Innumerables misiles salieron lanzados desde la pasarela contra el ser que tenían debajo. Los tentáculos que rodeaban la base del monstruo reaccionaron con una rapidez inusitada, saltando en el aire y desviando de su blanco los cohetes, que explotaron en las paredes o entre la masa serpenteante de tentáculos sin causarle serios daños. No había forma de destruir el racimo de nervios desde la posición que ocupaban los guardias en la pasarela. Ráfaga tras ráfaga, todos los misiles fueron desviados antes de que consiguieran acercarse al blanco. La preocupación de Nero aumentaba por segundos.

—Selle el acceso a los pabellones residenciales —le dijo al jefe de seguridad—. Si el monstruo llega hasta los estudiantes, se va a producir una masacre.

En el patio de la zona residencial número siete, Laura y Shelby estaban sentadas en un banco, sumidas en el desaliento. Ninguna de las dos tenía ganas de hablar del desastroso fracaso de su intento de fuga, pero, al mismo tiempo, estaban demasiado nerviosas para ir a acostarse. De pronto, por todas partes se oyó un estruendo metálico.

—¿Qué es eso? —preguntó Laura a gritos para hacerse oír.

Shelby miró a su alrededor.

—Están sellando el sistema de ventilación —dijo al ver cómo unas planchas de acero se cerraban detrás de las rejillas que se encontraban repartidas por todas las paredes del pabellón.

—No pensarán en serio que nos vamos a meter ahí dentro otra vez esta noche, ¿verdad? —dijo Laura—. ¡Lo hemos entendido! —gritó a sus invisibles torturadores.

—Me parece que eso ya lo saben —dijo Shelby en voz baja cuando el ruido se extinguió.

En ese momento, un chirrido que sonó a sus espaldas les llamó la atención y las dos se volvieron a tiempo de ver cómo una enorme plancha metálica blindaba la entrada al pabellón. Shelby miró hacia la salida que había al otro extremo del patio. También la estaban sellando.

—No creo que quieran dejarnos encerradas dentro —Shelby habló de nuevo mirando fijamente a Laura—. Lo que creo es que no quieren que entre algo que hay fuera.

Mientras tanto, en la caverna hidropónica los tentáculos trepaban ya por las paredes.

—No nos queda munición para los lanzacohetes, señor. Y a mí se me están acabando las ideas —dijo el jefe de seguridad, mirando angustiado los tentáculos que avanzaban hacia ellos.

—Ocúpese de tener listos para despegar todos los helicópteros que pueda —ordenó Nero. Sabía que era imposible sacar a todo el mundo de la isla por ese sistema, pero al menos podría salvar a algunos de los alumnos.

—Sí, señor.

El jefe salió disparado para dar a sus hombres las órdenes oportunas.

Otto contempló la caverna, procurando no mirar la terrorífica masa reptante de lianas espinosas. Levantó la vista hacia el techo y sus ojos se abrieron de par en par. Acto seguido, se volvió hacia Nero.

—Doctor Nero, me parece que tengo una idea.

Mientras le explicaba brevemente lo que se le había ocurrido, el gesto de duda del semblante del doctor se fue trocando en otro de profunda reflexión.

—En cualquier otra circunstancia habría dicho que usted está loco, Malpense, pero es posible que su idea funcione —dijo con una sonrisa justo cuando Raven llegaba corriendo a la pasarela.

Pocas cosas podían sorprender a su agente más eficaz, pero, en cuanto Raven tuvo ante sus ojos la escena que tenía lugar en la caverna, Nero vio reflejada en su semblante la más absoluta estupefacción.

—¡Raven! —la llamó a voces para que le oyera en medio del fragor de los disparos—. ¡Aquí!

Mientras se acercaba a Nero, Raven parecía incapaz de apartar la vista de la monstruosa planta.

—Nuestros problemas nunca son pequeños, ¿eh, Max? —dijo en voz baja.

—Me temo que este es el mayor de todos —replicó él con gravedad.

Y rápidamente le describió el plan que Otto acababa de explicarle.

—Todos los planes divertidos me tocan a mí, claro —repuso ella, sonriendo.

—Vaya con Malpense a coger las cosas que necesite. Sé que no hace falta que insista en que se dé prisa. Y no le pierda de vista, que es capaz de aprovechar la confusión para escabullirse.

—Estaremos de vuelta antes de que nos eche de menos —contestó ella volviéndose hacia Otto.

Wing miró con desconfianza a la mujer de negro.

—¿En qué lío te has metido ahora, Otto? —le preguntó Wing.

—No estoy seguro, pero yo no voy a discutir con ella. ¿Piensas hacerlo tú?

—Debería ir contigo. No me fío de esa mujer.

—Yo tampoco, Wing, pero estás herido. Es mejor que te quedes aquí.

Wing seguía apretándose la muñeca contra el torso. Otto sabía que con una muñeca rota su amigo no podría serle de mucha ayuda. Además, probablemente el monstruo se habría extendido ya por todo HIVE y, si algo iba mal, no era cosa de acabar los dos convertidos en fertilizante.

—¡Malpense! Acompáñeme —el tono de Raven dejaba claro que no estaba dispuesta a discutir la situación.

El lejano estruendo de las explosiones había despertado a varias docenas de estudiantes que se habían congregado en el patio de la zona residencial número siete y se preguntaban nerviosos qué estaría ocurriendo más allá del recinto hermético en que se había convertido el pabellón. Al sentir una explosión que hizo retemblar el suelo del patio, Laura miró con aprensión las pesadas puertas de acero.

—Me gustaría saber qué está pasando —dijo volviéndose hacia Shelby—. No tendrá nada que ver con Otto y Wing, ¿verdad?

A lo lejos se oyeron disparos.

—Espero que no —contestó Shelby—. Por su bien.

Laura vio a Nigel, que se abría paso entre la muchedumbre con cara de susto, tratando de acercarse a ellas.

—Hola, Nigel. ¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó Shelby.

—Mmm… No… Chicas, tengo que deciros una cosa.

Tardó varios minutos en explicar la catástrofe que estaba teniendo lugar en la caverna hidropónica. Las dos muchachas le miraban atónitas.

—Sé de mucha gente que ha intentado estar a la altura de su apellido, Nigel, pero por lo visto tú te has pasado —dijo Shelby, con una tétrica sonrisa—. Así que todos nosotros vamos a formar parte del menú de degustación de un Frankenstein vegetal, ¿eh? Genial, fíjate que ya empezaba a pensar que la noche no podía ir mejor.

—No entiendo qué ha pasado —dijo Nigel, apesadumbrado—. Violeta era tan pequeña… No sé cómo ha…

Le interrumpió un grito procedente de otro punto del patio. Todos se volvieron para ver qué pasaba. Varios chicos señalaban al techo. Laura levantó la vista y vio cómo docenas de tentáculos verdes salían de la cueva por la que fluía la catarata del patio, para serpentear después por la roca y bajar por la cascada hasta el suelo. Nadie tuvo que decir a los estudiantes lo que tenían que hacer: como un solo hombre echaron a correr hacia los ascensores situados al otro extremo del patio.

—Por aquí —dijo Shelby, apartando a Laura y a Nigel del grupo que se apiñaba junto a los ascensores y dirigiéndolos hacia la escalera. Subió los escalones de tres en tres, seguida de cerca por los otros dos.

Salieron a la pasarela que conducía a sus habitaciones y desde allí miraron hacia abajo. Un instante antes de que los tentáculos reptantes las alcanzaran, las puertas del ascensor que llevaba al último grupo de estudiantes se cerraron y los aterrorizados alumnos salieron disparados hacia la seguridad temporal de los pisos de arriba. Entonces, los tentáculos espinosos la emprendieron a golpes con el cristal del hueco del ascensor, buscando la forma de penetrarlo.

—Estamos encerrados con ese horror —dijo Laura, mientras los tres observaban la masa verde que se extendía por el suelo del patio, cubriendo a cada instante más y más espacio—. Llegará un momento en que ya no haya adonde huir. Tenemos que buscar la forma de detenerlo.

Con gran estrépito, el cristal de uno de los ascensores cedió y la masa verde entró culebreando en su interior.

—Estoy abierta a cualquier sugerencia —dijo Shelby, muy seria.

A Otto le estaba costando seguir el ritmo de Raven mientras corría por el pasillo que conducía al departamento de Formación Táctica. Habían visto a un par de unidades de seguridad que avanzaban rápidamente hacia otras zonas del edificio, pero, aparte de eso, los pasillos estaban extrañamente desiertos. Otto procuraba no hacer caso de los ruidos que salían de las rejillas de ventilación, pero era evidente que el monstruo se estaba extendiendo por HIVE a una velocidad alarmante.

Doblaron una esquina y llegaron a la entrada de la caverna de los arpones. Raven marcó deprisa un código en un panel que había junto a las puertas y estas se abrieron dándoles acceso. Otto se precipitó hacia el armero de los arpones y se metió dos en la mochila. Raven, entretanto, escudriñaba la caverna con impaciencia. No había rastro del monstruo por ninguna parte, pero no estaba dispuesta a bajar la guardia.

—Bien —dijo Otto, volviéndose hacia ella—, la siguiente parada es el Departamento Técnico, pero tenemos que buscar uno de los armeros de adormideras.

—Por el camino hay varios —dijo Raven al salir de la caverna—. ¿Está seguro de poder hacer las modificaciones necesarias?

—Espero que sí —Otto no sonaba del todo convencido—. Pero necesito algunas herramientas de los laboratorios.

—Han visto a ese engendro por esa zona, tendremos que movernos con mucha cautela.

Raven echó a correr a la misma velocidad que antes y, de nuevo, a Otto le costó mantener su ritmo. Si llegaban a encontrarse con aquella bestia, ser tan lento no sería buena cosa.

En la pasarela que daba a la caverna hidropónica la situación cada vez era más desesperada.

—Los lanzallamas se están quedando sin combustible, señor —informó el jefe de seguridad a Nero, procurando que no le temblara la voz—. No sé cuánto tiempo vamos a poder defender la pasarela.

—Hay que defenderla al menos hasta que vuelvan Raven y el chico —repuso Nero—. Hagan todo lo que puedan.

—Sí, señor.

El jefe de seguridad regresó junto a sus hombres y redistribuyó a lo largo de toda la pasarela los pocos lanzallamas que seguían en funcionamiento.

Nero sabía que la situación era desesperada, pero tenían que intentar mantener su posición si querían que el plan de Otto tuviera alguna posibilidad de éxito. De pronto, un gigantesco tentáculo surgió sobre la pasarela. Era tan grueso como el tronco de un árbol y estaba cubierto de púas y de espinas. El guardia más próximo a él disparó al instante su lanzallamas con escaso efecto. El tentáculo reculó momentáneamente antes de lanzarse como un látigo sobre el guardia y estrellarlo con violencia contra la pared. Luego prosiguió su avance por la pasarela en busca de otra presa.

Wing se echó hacia atrás para apartarse de los coletazos. En la pasarela no había ningún lugar donde protegerse y, cuando su espalda se topó con el muro de roca, el chico comprendió que no tenía hacia dónde huir. De improviso, el tentáculo pareció sentir su presencia y avanzó hacia él con cegadora rapidez.

—¡Fanchú, agáchese! —gritó Nero, dando un salto hacia el chico.

Aun sabiendo que era inútil, Wing alzó su brazo sano para defenderse del inevitable trallazo. Antes de que llegara el ataque, Nero lo empujó hacia un lado. Las brutales espinas rasgaron el pecho del doctor y lo lanzaron a varios metros de distancia.

Al aterrizar sobre su muñeca rota, Wing sintió un dolor terrible y los ojos se le llenaron de puntos de luz. Varios guardias llegaron por la pasarela y usaron los últimos y preciosos litros de combustible de sus lanzallamas para hacer retroceder al monstruoso tentáculo antes de que pudiera volver a atacar. Wing logró ponerse en pie y se acercó cojeando al cuerpo derribado de Nero. Cuando se arrodilló junto al doctor, comprobó que, aunque su pecho subía y bajaba de forma irregular, por lo menos todavía respiraba.

Con infinito cuidado le dio la vuelta. Estaba cubierto de sangre, tenía la camisa desgarrada y unos arañazos terribles le cruzaban el pecho. Wing vio algo que brillaba y, cuando se acercó para ver lo que era, se quedó unos segundos con la boca abierta por el asombro. Nero llevaba al cuello un amuleto que era el perfecto espejo del suyo, el yin de su yang. La cabeza empezó a darle vueltas. No cabía la menor duda. Los símbolos que ambos llevaban eran absolutamente idénticos.

—¡Sanitarios! —gritó el jefe de seguridad cuando vio a Nero herido en la pasarela. Llegaron varios guardias y sanitarios, que echaron a un lado a Wing y se arremolinaron en torno al cuerpo inerte del doctor—. Hay que llevarle a la enfermería ahora mismo, está perdiendo demasiada sangre —añadió el jefe atropelladamente, mientras los sanitarios disponían una camilla portátil junto a Nero.

—El camino hasta la enfermería está cortado, señor. El bicho ese anda corriendo de acá para allá por los pasillos —dijo a toda prisa uno de los guardias.

—Entonces, hagan lo que puedan por él aquí —ordenó el jefe de seguridad. Y bajó la mirada hacia los tentáculos que se arrastraban muro arriba en dirección a la pasarela.

Si no acababan con aquella monstruosidad, no sería la vida de Nero la única que estaría en peligro.

Otto y Raven no habían podido coger el camino más recto para acceder a los laboratorios técnicos. Habían encontrado pasillos bloqueados en varios puntos por masas retorcidas de letales tentáculos verdes y se habían visto obligados a buscar rutas alternativas. Afortunadamente, los dos se conocían el trazado del colegio como la palma de la mano. Ahora ya estaban cerca de su destino y Raven se asomó por un recodo para estudiar el corredor que conducía a la entrada del laboratorio.

—Parece que está despejado, vamos.

Dobló el recodo como una centella y se dirigió a las puertas con Otto pisándole los talones. Intentar correr a la velocidad inmisericorde de Raven era agotador. Cuando entraron por las puertas, descubrieron que también el laboratorio estaba desierto. Otto recorrió la estancia reuniendo los utensilios que iba a necesitar, mientras Raven vigilaba nerviosa el corredor.

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