Read Ensayo sobre la ceguera Online
Authors: José Saramago
En este suave sopor parecía haber entrado el primer ciego, y, pese a todo, no era así. Verdad es que tenía los ojos cerrados y que prestaba a la lectura una atención más que vaga, pero la idea de irse todos a vivir al campo le impedía dormir, le parecía un grave error apartarse tanto de su casa, por simpático que fuese, al escritor aquél convenía tenerlo bajo vigilancia, aparecer por allí de vez en cuando. Se encontraba, por tanto, muy despierto el primer ciego, y si alguna otra prueba fuese necesaria, ahí estaba el blancor deslumbrante de sus ojos, que probablemente sólo el sueño oscurecía, pero ni de esto se podría tener seguridad, ya que nadie puede estar al mismo tiempo durmiendo y en vela. Creyó el primer ciego haber esclarecido al fin estas dudas cuando de repente el interior de sus párpados se le volvió oscuro, Me he quedado dormido, pensó, pero, no, no se había quedado dormido, continuaba oyendo la voz de la mujer del médico, el niño estrábico tosió, entonces le entró un gran miedo en el alma, creyó que había pasado de una ceguera a otra, que habiendo vivido en la ceguera de la luz iría ahora a vivir en la ceguera de las tinieblas, el pavor le hizo gemir, Qué te pasa, le preguntó la mujer, y él respondió estúpidamente, sin abrir los ojos, Estoy ciego, como si ésa fuese la última novedad del mundo, ella lo abrazó con cariño, Venga, hombre, ciegos lo estamos todos, qué le vamos a hacer, Lo he visto todo oscuro, creí que me había dormido, y resulta que no, estoy despierto, Eso es lo que tendrías que hacer, dormir, no pensar en esto. El consejo le puso furioso, estaba allí un hombre angustiado hasta un punto que sólo él sabía, y a su mujer no se le ocurría más que decirle que se fuese a dormir. Irritado, y ya con la respuesta ácida escapando de la boca, abrió los ojos y vio. Vio y gritó, Veo. El primer grito fue aún el de la incredulidad, pero con el segundo, y el tercero, y unos cuantos más, fue creciendo la evidencia, Veo, veo, se abrazó a su mujer como loco, después corrió hacia la mujer del médico y la abrazó también, era la primera vez que la veía, pero sabía quién era, y sabía también quién era el médico, y la chica de las gafas oscuras, y el viejo de la venda en el ojo, con éste no habría confusión, y el niño estrábico, la mujer iba detrás de él, no quería dejarlo, y él interrumpía los abrazos para abrazarla a ella, ahora había vuelto al médico, Veo, veo, doctor, no lo trató de tú como se había convertido casi en regla en esta comunidad, explique quien pueda la razón de la súbita diferencia, y el médico le preguntó, Ve realmente bien, como veía antes, no hay trazas de blanco, Nada de nada, hasta me parece que veo mejor que antes, y no es decir poco, que nunca llevé gafas. Entonces el médico dijo lo que todos estaban pensando pero nadie se atrevía a decir en voz alta, Es posible que esta ceguera haya llegado a su fin, es posible que empecemos todos a recuperar la vista, al oír estas palabras la mujer del médico empezó a llorar, tendría que estar contenta, y lloraba, qué singulares reacciones tiene la gente, claro que estaba contenta, Dios mío, es bien fácil de entender, lloraba porque de. golpe se le había agotado toda la resistencia mental, era como una niña que acabase de nacer y este llanto es su primero y aún inconsciente vagido. Se le acercó el perro de las lágrimas, éste sabe siempre cuándo lo necesitan, por eso la mujer del médico se agarró a él, no es que no siguiera amando a su marido, no es que no quisiera bien a todos cuantos se encontraban allí, pero en aquel momento fue tan intensa su impresión de soledad, tan insoportable, que le pareció que sólo podría ser mitigada en la extraña sed con que el perro le bebía las lágrimas.
La alegría general fue sustituida por el nerviosismo, Y ahora, qué vamos a hacer, preguntó la chica de las gafas oscuras, después de lo que ha ocurrido yo no conseguiré dormir, Nadie lo conseguirá, creo que deberíamos seguir aquí, dijo el viejo de la venda negra, interrumpiéndose como si aún dudara, luego continuó, Esperando. Las tres luces del candil iluminaban el corro de rostros. Al principio conversaron con animación, querían saber exactamente cómo había ocurrido, si el cambio se produjo sólo en los ojos o si también notó algo en el cerebro, luego, poco a poco, las palabras fueron decayendo, en cierto momento al primer ciego se le ocurrió decirle a su mujer que al día siguiente se irían a su casa, Pero yo todavía estoy ciega, respondió ella, Es igual, yo te llevo, sólo quien allí se encontraba, y en consecuencia lo oyó con sus propios oídos, fue capaz de entender cómo en palabras tan sencillas pueden caber sentimientos tan distintos como son los de protección, orgullo y autoridad. La segunda en recuperar la vista, avanzada la noche, y el candil en las últimas de aceite, fue la chica de las gafas oscuras. Había estado todo el tiempo con los ojos abiertos como si por ellos tuviera que entrar la visión y no renacer por dentro, de repente dijo, Me parece que estoy viendo, era mejor ser prudente, no todos los casos son iguales, se suele decir incluso que no hay cegueras sino ciegos, cuando la experiencia de los días pasados no ha hecho más que decirnos que no hay ciegos, sino cegueras. Aquí son ya tres los que ven, uno más y serán mayoría, aunque la felicidad de volver a ver no viniese a contemplar a los restantes, la vida para éstos pasaría a ser mucho más fácil, no la agonía que ha sido hasta hoy, véase el estado al que aquella mujer llegó, está como una cuerda que se ha roto, como un muelle que no aguantó más el esfuerzo a que estuvo constantemente sometido. Quizá por eso fue a ella a quien la chica de las gafas oscuras abrazó primero, entonces no supo el perro de las lágrimas a cuál de las dos acudir, porque tanto lloraba una como la otra. El segundo abrazo fue para el viejo de la venda negra, ahora sabremos lo que valen realmente las palabras, nos conmovió tanto el otro día aquel diálogo del que salió el hermoso compromiso de vivir juntos estos dos, pero la situación ha cambiado, la chica de las gafas oscuras tiene ahora ante sí a un hombre viejo a quien ya puede ver, se han acabado las idealizaciones emocionales, las falsas armonías en la isla desierta, arrugas son arrugas, calvas son calvas, no hay diferencia entre una venda negra y un ojo ciego, es lo que él está diciendo en otros términos, Mírame bien, yo soy la persona con quien tú dijiste que vivirías, y ella respondió, Te conozco, eres la persona con quien estoy viviendo, al fin hay palabras que valen más de lo que habían querido parecer, y este abrazo tanto como ellas. El tercero en recuperar la vista, cuando empezaba a clarear la mañana, fue el médico, ahora ya no caben dudas, el que los otros la recuperen es sólo cuestión de tiempo. Pasadas las naturales y previsibles expansiones, que, por haber quedado de ellas, anteriormente, registro suficiente, no se ve ahora necesidad de repetir, aun tratándose de figuras principales de este vero relato, el médico hizo la pregunta que tardaba, Qué estará pasando ahí fuera, la respuesta llegó de la propia casa donde estaban, en el piso de abajo alguien salió al rellano gritando, Veo, veo, de seguir así va a nacer el sol sobre una ciudad en fiesta.
De fiesta fue el banquete de la mañana. Lo que estaba en la mesa, además de poco, repugnaría a cualquier apetito normal, la fuerza de los sentimientos, como en momentos de exaltación siempre ocurre, había ocupado el lugar del hambre, pero la alegría les servía de manjar, nadie se quejó, hasta los que aún estaban ciegos se reían como si los ojos que ya veían fuesen los suyos. Cuando acabaron, la chica de las gafas oscuras tuvo una idea, Y si fuese a poner en la puerta de mi casa un papel diciendo que estoy aquí, así si aparecen mis padres podrán venir a buscarme, Llévame contigo, quiero saber lo que está ocurriendo fuera, dijo el viejo de la venda negra, Y también nosotros salimos, dijo hacia su mujer el que había sido el primer ciego, es posible que el escritor ya vea, que esté pensando en volver a su casa, de camino trataré de encontrar algo que se coma, Yo voy a hacer lo mismo, dijo la chica de las gafas oscuras. Minutos después, ya solos, el médico se sentó al lado de su mujer, el niño estrábico dormía en un extremo del sofá, el perro de las lágrimas, tumbado, con el hocico sobre las patas delanteras, abría y cerraba los ojos de vez en cuando para indicar que seguía vigilante, por la ventana abierta, pese a la altura del piso, llegaba el rumor de las voces alteradas, las calles debían de estar llenas de gente, la multitud gritaba una sola palabra, Veo, la decían los que ya habían recuperado la vista, la decían los que de repente la recuperaban, Veo, veo, realmente empieza a parecer una historia de otro mundo aquella en que se dijo, Estoy ciego. El niño estrábico murmuraba, debía de estar soñando, tal vez estuviera viendo a su madre, preguntándole, Me ves, ya me ves. La mujer del médico preguntó, Y ellos, y el médico dijo, Éste probablemente estará curado cuando despierte, con los otros no será diferente, lo más seguro es que estén ahora recuperando la vista, el que va a llevarse un susto, pobrecillo, es el amigo de la venda negra, Por qué, Por la catarata, después del tiempo pasado desde que lo examiné, debe de estar como una nube opaca, Va a quedarse ciego, No, en cuanto la vida esté normalizada, cuando todo empiece a funcionar, lo opero, será cuestión de semanas, Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.
La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí.
FIN