Ensayo sobre la ceguera (32 page)

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Authors: José Saramago

BOOK: Ensayo sobre la ceguera
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Cuando volvieron a casa, cargando alimentos suficientes para tres días, la mujer del médico, intercalada con las excitadas explicaciones del primer ciego y de su mujer, contó lo que había ocurrido. Y por la noche, como tenía que ser, leyó para todos unas cuantas páginas de un libro que sacó de la biblioteca. El tema del libro no le interesaba al niño estrábico, que se quedó dormido al poco tiempo con la cabeza en el regazo de la chica de las gafas oscuras y los pies sobre las piernas del viejo de la venda negra.

16

Pasados dos días, el médico dijo, Me gustaría saber cómo está el consultorio, ahora no servimos para nada ni él ni yo, pero puede que algún día volvamos a tener uso de los ojos, los aparatos deben de estar allí, esperando, Vamos cuando quieras, dijo la mujer, ahora mismo, Y podíamos aprovechar la salida para pasar por mi casa, si no os importa, dijo la chica de las gafas oscuras, no es que crea que hayan vuelto mis padres, es sólo por descargar la consciencia, Iremos también a tu casa, dijo la mujer del médico. Nadie más se quiso unir a la expedición de reconocimiento de los domicilios, el primer ciego y la mujer porque ya sabían lo que iban a encontrar, el viejo de la venda negra también lo sabía, aunque no por las mismas razones, y el niño estrábico porque seguía sin recordar el nombre de la calle donde había vivido. El tiempo estaba claro, parecía que se habían acabado las lluvias, y el sol, aunque pálido, empezaba a sentirse en la piel, No sé cómo vamos a vivir si el calor aprieta, dijo el médico, toda esa basura pudriéndose por ahí, los animales muertos, quizá también personas, debe de haber gente muerta en las casas, lo malo es que no estemos organizados, debería haber una organización en cada casa, en cada calle, en cada barrio, Un gobierno, dijo la mujer, Una organización, el cuerpo también es un sistema organizado, está vivo mientras se mantiene organizado, la muerte no es más que el efecto de una desorganización, Y cómo podría organizarse una sociedad de ciegos para que viva, Organizándose, organizarse ya es, en cierto modo, tener ojos, Quizá tengas razón, pero la experiencia de esta ceguera sólo nos ha traído muerte y miseria, mis ojos, como tu consultorio, no han servido para nada, Gracias a tus ojos estamos vivos, dijo la chica de las gafas oscuras, También lo estaríamos si yo estuviera ciega, el mundo está lleno de ciegos vivos, Creo que vamos a morir todos, es cuestión de tiempo, Morir siempre es una cuestión de tiempo, dijo el médico, Pero morir sólo porque se está ciego debe de ser la peor manera de morir, Morimos de enfermedades, de accidentes, de casualidades, Y ahora moriremos también porque estamos ciegos, quiero decir que moriremos de ceguera y cáncer, de ceguera y tuberculosis, de ceguera y sida, de ceguera e infarto, las enfermedades podrán ser diferentes de persona a persona, pero lo que verdaderamente nos está matando ahora es la ceguera, No somos inmortales, no podemos escapar a la muerte, pero al menos deberíamos no ser ciegos, dijo la mujer del médico, Cómo, si esta ceguera es concreta y real, dijo el médico, No tengo la certeza, dijo la mujer, Ni yo, dijo la chica de las gafas oscuras.

No tuvieron que forzar la puerta, la abrieron normalmente, la llave estaba en el llavero personal del médico, las dejó en casa cuando fueron llevados a la cuarentena. Aquí está la sala de espera, dijo la mujer del médico, La sala donde yo estuve, dijo la chica de las gafas oscuras, el sueño continúa, pero no sé qué sueño es, si el sueño de soñar que estuve aquel día soñando que estoy aquí ciega, o el sueño de haber estado siempre ciega y venir soñando al consultorio para curarme de una inflamación en los ojos en la que no había ningún peligro de ceguera, La cuarentena no fue un sueño, dijo la mujer del médico, Tampoco lo fue, no, como no lo fue la violación, Ni que yo apuñalara a un hombre, Llévame al gabinete, podría llegar solo, pero llévame tú, dijo el médico. La puerta estaba abierta. La mujer del médico dijo, Está todo revuelto, papeles por el suelo, se han llevado los cajones del fichero, Serían los del ministerio, para no perder tiempo buscando, Probablemente, Y los aparatos, Por lo que se ve, parecen en orden, Menos mal, dijo el médico. Avanzó solo, con los brazos extendidos, tocó la caja de las lentes, el oftalmoscopio, la mesa, posó las manos en el cristal que la cubría, cubierto de polvo, después dijo, dirigiéndose a la chica de las gafas oscuras, Comprendo lo que quieres decir cuando hablas de vivir un sueño. Se sentó a la mesa con una sonrisa triste e irónica, como si se dirigiera a alguien que estuviera allí, delante de él, Pues no, doctor, lo siento mucho pero su caso no tiene remedio, si quiere que le dé un consejo, acójase al dicho antiguo, tenían razón los que decían que la paciencia es buena para la vista, No nos hagas sufrir, dijo la mujer, Perdona, perdona tú también, estamos en el lugar donde antes se hacían los milagros, ahora ni siquiera tengo las pruebas de mis poderes mágicos, se las llevaron todas, El único milagro a nuestro alcance es seguir viviendo, dijo la mujer, amparar la fragilidad de la vida un día tras otro, como si fuera ella la ciega, la que no sabe a dónde ir, y quizá sea así, quizá realmente la vida no lo sepa, se entregó a nuestras manos tras habernos hecho inteligentes, y a esto la hemos traído, Hablas como si también tú estuvieses ciega, dijo la chica de las gafas oscuras, En cierto modo, es verdad, estoy ciega de vuestra ceguera, tal vez pudiese empezar a ver mejor si fuésemos más los que ven, Temo que seas como el testigo que anda buscando el tribunal al que fue convocado no sabe por quién y donde tendrá que declarar no sabe qué, dijo el médico, El tiempo se está acabando, la podredumbre se amontona, las enfermedades encuentran puertas abiertas, el agua se agota, la comida se ha convertido en veneno, sería ésta mi primera declaración, dijo la mujer del médico, Y la segunda, preguntó la chica de las gafas oscuras, Abramos los ojos, No podemos, estamos ciegos, dijo el médico, Es una gran verdad eso de que el peor ciego es el que no quiere ver, Pero yo quiero ver, dijo la chica de las gafas oscuras, No por eso vas a ver, la única diferencia es que dejarías de ser la peor ciega, y, ahora, vámonos, no hay más qué ver aquí, dijo el médico.

De camino a la casa de la chica de las gafas oscuras atravesaron una gran plaza donde había grupos de ciegos escuchando los discursos de otros ciegos, a primera vista ni unos ni otros parecían ciegos, los que hablaban giraban la cara gesticulante hacia los que oían, los que oían dirigían la cara atenta a los que hablaban. Se proclamaba allí el fin del mundo, la salvación penitencial, la visión del séptimo día, el advenimiento del ángel, la colisión cósmica, la extinción del sol, el espíritu de la tribu, la savia de la mandrágora, el ungüento del tigre, la virtud del signo, la disciplina del viento, el perfume de la luna, la reivindicación de la tiniebla, el poder del conjuro, la marca del calcañar, la crucifixión de la rosa, la pureza de la linfa, la sangre del gato negro, la dormición de la sombra, la revuelta de las mareas, la lógica de la antropofagia, la castración sin dolor, el tatuaje divino, la ceguera voluntaria, el pensamiento convexo, el cóncavo, el plano, el vertical, el inclinado, el concentrado, el disperso, el huido, la ablación de las cuerdas vocales, la muerte de la palabra, Aquí no hay nadie que hable de organización, dijo la mujer del médico a su marido, Quizá la organización esté en otra plaza, respondió él. Siguieron andando. Un poco más allá dijo la mujer del médico, En el camino hay más muertos que de costumbre, Es nuestra resistencia lo que está llegando al fin, se acaba el tiempo, se agota el agua, proliferan las enfermedades, la comida se convierte en veneno, lo dijiste tú antes, recordó el médico, Quién sabe si entre estos muertos no estarán mis padres, dijo la chica de las gafas oscuras, y yo aquí, pasando a su lado, y no los veo, Es una vieja costumbre de la humanidad ésa de pasar al lado de los muertos y no verlos, dijo la mujer del médico.

La calle donde vivía la chica de las gafas oscuras parecía aún más abandonada. En la puerta de la casa estaba el cuerpo de una mujer. Muerta, medio comida por los animales asilvestrados, menos mal que hoy el perro de las lágrimas no quiso venir, hubiera sido necesario disuadirlo de meter el diente en esta carroña. Es la vecina del primero, dijo la mujer del médico, Quién, dónde, preguntó el marido, Aquí mismo, la vecina del primer piso, se nota el hedor, Pobre mujer, dijo la chica de las gafas oscuras, por qué habrá salido a la calle, ella nunca lo hacía, Tal vez se dio cuenta de que estaba llegando la muerte, quizá no haya podido soportar la idea de quedarse sola en casa, pudriéndose, dijo el médico. Ahora no podremos entrar, no tengo las llaves, Salvo que hayan vuelto tus padres y estén esperándote, dijo el médico, No lo creo, Tienes razón al no creerlo, dijo la mujer del médico, las llaves están aquí. En la concavidad de la mano muerta, medio abierta, posada en el suelo, aparecían, brillantes, luminosas, unas llaves. Tal vez sean las de ella, dijo la chica de las gafas oscuras, No lo creo, no tenía ningún motivo para llevar sus llaves a donde pensaba morir, Pero yo, ciega como estoy, no las podría ver, si fue ésa su idea, devolvérmelas, para que pudiera entrar en casa, No sabemos qué pensamientos tuvo cuando decidió traerse las llaves, quizá pensó que recuperarías la vista, quizá pensó que hubo algo poco natural, demasiado fácil, en la manera de movernos cuando estuvimos aquí, quizá me haya oído decir que la escalera estaba oscura, que apenas se podía ver, o nada de eso, sólo delirio, demencia, como si, con la razón perdida, le hubiera entrado la obsesión de entregarte las llaves, lo único que sabemos es que la vida se le escapó al poner los pies fuera de casa. La mujer del médico recogió las llaves, las entregó a la chica de las gafas oscuras, luego preguntó, Y qué hacemos ahora, vamos a dejarla aquí, No podemos enterrarla en la calle, no tenemos con qué levantar los adoquines, dijo el médico, Atrás, en el huerto, Habría que subirla hasta el segundo, y luego bajarla por la escalera de socorro, Es la única manera, Tendremos fuerzas para tanto, preguntó la chica de las gafas oscuras, La cuestión no es si tendremos fuerzas o si no las tendremos, la cuestión es si vamos a permitirnos dejar aquí a esta mujer, Eso, no, dijo el médico, Entonces habrá que sacar fuerzas de flaqueza. Realmente, las sacaron, pero fue un esfuerzo horroroso subir el cadáver por las escaleras, y no por lo que pesaba, ya poco de natural, y ahora aún menos después de lo que de él se habían beneficiado los perros y los gatos, sino porque el cuerpo estaba rígido, inflexible, costaba darle la vuelta en las curvas de la estrecha escalera, en una ascensión tan corta tuvieron que descansar cuatro veces. Ni el ruido, ni las voces, ni el olor a descomposición hicieron aparecer en los rellanos a los otros moradores de la casa, Tal como pensaba, mis padres no están aquí, dijo la chica de las gafas oscuras. Cuando al fin llegaron a la puerta, estaban agotados, y tenían aún que atravesar la casa hacia la parte trasera, bajar la escalera de socorro, pero allí, con ayuda de los santos, que siendo cuesta abajo acuden todos, la carga se llevó mejor, podían dar con facilidad la vuelta en los rellanos al ser la escalera a cielo abierto, sólo hubo que tener cuidado en que no se les fuera de las manos el cuerpo de la pobre criatura, la caída lo dejaría sin remedio, por no hablar de los dolores, que después de la muerte son peores.

El patio trasero estaba como una selva jamás explorada, las últimas lluvias hicieron crecer abundantemente la hierba y las plantas bravas que trae el viento, no faltará comida fresca a los conejos que andaban saltando por allí, las gallinas se gobiernan incluso en régimen de sequía. Estaban sentados en el suelo, jadeantes, el esfuerzo los había dejado baldados, al lado el cadáver descansaba con ellos, protegido por la mujer del médico, que ahuyentaba a las gallinas y a los conejos, éstos sólo curiosos, con la nariz temblándoles, ellas ya con el pico en bayoneta, dispuestas a todo. Dijo la mujer del médico, Antes de salir a la calle se acordó de abrir la puerta de la conejera, no quiso que los animales murieran de hambre, Bien cierto es que lo difícil no es vivir con las personas, lo difícil es comprenderlas, dijo el médico. La chica de las gafas oscuras se estaba limpiando las manos sucias con un puñado de hierbas que había arrancado, la culpa era suya, agarró el cadáver por donde no debía, eso pasa por andar sin ojos. Dijo el médico, Lo que necesitamos ahora es un azadón, o una pala, aquí se puede observar cómo el auténtico eterno retorno es el de las palabras, ahora regresan éstas, dichas por las mismas razones, primero fue el hombre que robó el automóvil, ahora va a ser la vieja que restituyó las llaves, después de enterrados no se notarán las diferencias, salvo si alguna memoria las ha guardado. La mujer del médico subió a la casa de la chica de las gafas oscuras a por una sábana limpia, tuvo que elegir entre las que se encontraban menos sucias, cuando bajó estaban de banquete las gallinas, los conejos sólo mordisqueaban la hierba fresca. Cubierto y envuelto el cadáver, la mujer fue a buscar la pala o el azadón. Encontró ambas cosas en un cobertizo donde también había otras herramientas. Yo me ocupo de esto, dijo, la tierra está húmeda, se cava bien, vosotros descansad. Escogió un sitio en el que no había raíces de esas que hay que cortar con golpes sucesivos de azadón, que nadie piense que es tarea fácil, las raíces tienen sus mañas, saben aprovechar la blandura de la tierra para esquivar el golpe y amortiguar el efecto mortífero de la guillotina. Ni la mujer del médico, ni el marido, ni la chica de las gafas oscuras, ella por estar entregada a su trabajo, ellos porque de nada les servían los ojos, se dieron cuenta de la aparición de los ciegos en los balcones circundantes, no muchos, no en todos, debía de haberlos atraído el ruido del azadón, que es inevitable hasta estando la tierra blanda, sin olvidar que hay siempre una piedrecilla escondida que responde con sonoridad al golpe. Eran hombres y mujeres que parecían fluidos como espectros, podían ser fantasmas asistiendo por curiosidad a un entierro, sólo para recordar cómo había sido en su caso. La mujer del médico los vio, al fin, cuando, terminada la tumba, aplomó los riñones doloridos y se llevó el brazo a la frente para secar el sudor. Entonces, urgida por un impulso irresistible, sin haberlo pensado antes, gritó para aquellos ciegos y para todos los ciegos del mundo, Resurgirá, repárese en que no dijo Resucitará, el caso no era para tanto, aunque el diccionario esté ahí para afirmar, prometer o insinuar que se trata de perfectos y exactos sinónimos. Los ciegos se asustaron y se metieron en sus casas, no entendían por qué fue dicha tal palabra, además no estaban preparados para una revelación así, se veía que no frecuentaban la plaza de las anunciaciones mágicas, a cuya relación, para quedar completa, sólo faltaba añadir la cabeza de la mantis y el suicidio del alacrán. El médico preguntó, Por qué has dicho resurgirá, para quién hablabas, Para unos ciegos que aparecieron en los balcones, me asusté y debo de haberles asustado, Y por qué esa palabra, No lo sé, apareció en mi cabeza y la dije, Sólo te faltaba ir a predicar a la plaza por donde pasamos, Sí, un sermón sobre el diente de conejo y el pico de gallina, ven a ayudarme ahora, por aquí, eso es, cógele los pies, yo la levanto por este lado, cuidado, no te vayas a caer dentro de la fosa, eso es, así, bájala lentamente, más, más, he hecho la fosa un poco honda por las gallinas, cuando se ponen a escarbar nunca se sabe adónde pueden llegar, ya está. Se sirvió de la pala para llenar la fosa de tierra, la apretó bien, compuso el montículo que siempre sobra de la tierra que ha vuelto a la tierra, como si nunca hubiera hecho otra cosa en su vida. Finalmente, arrancó una rama del rosal que crecía en un extremo del patio y la plantó en la base de la sepultura, del lado de la cabeza. Resurgirá, preguntó la chica de las gafas oscuras, Ella no, respondió la mujer del médico, más necesidad tendrían los que están vivos de resurgir de sí mismos, y no lo hacen, Estamos ya medio muertos, respondió el médico, Todavía estamos medio vivos, contestó la mujer. Guardó en el alpendre la pala y el azadón, echó un vistazo al patio trasero para asegurarse de que todo estaba en orden, Qué orden, se preguntó a sí misma, y a sí misma se dio respuesta, El orden que quiere a los muertos en su lugar de muertos y a los vivos en su lugar de vivos, mientras gallinas y conejos alimentan a unos y se alimentan de otros, Me gustaría dejarles una señal, una advertencia cualquiera a mis padres, dijo la chica de las gafas oscuras, sólo para que sepan que estoy viva, No quiero matar tus ilusiones, dijo el médico, pero primero tendrían que encontrar la casa, y eso es poco probable, piensa que nunca habríamos conseguido llegar aquí si no tuviéramos a alguien que nos guíe, Tiene razón, ni siquiera sé si están aún vivos, pero si no les dejo una señal, cualquier cosa, me sentiré como si los hubiera abandonado, Qué puede ser, preguntó la mujer del médico, Algo que ellos puedan reconocer por el tacto, dijo la chica de las gafas oscuras, lo malo es que ya no llevo nada de los otros tiempos en el cuerpo. La mujer del médico la miraba, estaba sentada en el primer peldaño de la escalera de socorro, con las manos abandonadas en las rodillas, angustiado su hermoso rostro, el pelo suelto sobre los hombros, Ya sé qué señal puedes dejarles, dijo. Subió rápidamente la escalera, entró de nuevo en la casa y regresó con unas tijeras y un pedazo de cordel, Qué idea es la tuya, preguntó la chica de las gafas oscuras, inquieta, al sentir el rechinar de las tijeras cortándole el cabello, Si tus padres vuelven, encontrarán colgado del tirador de la puerta un mechón de pelo, de quién iba a ser sino de su hija, preguntó la mujer del médico, Me vas a hacer llorar, dijo la chica de las gafas oscuras, e inmediatamente rompió en lágrimas, con la cabeza caída sobre los brazos cruzados en las rodillas fue desahogando su pena, la añoranza, la conmoción por la ocurrencia de la mujer del médico, luego se dio cuenta, sin saber por qué caminos del sentimiento había llegado hasta allí, de que también lloraba por la vieja del primero, la comedora de carne cruda, la bruja horrible, la que con su mano muerta le había restituido las llaves de su casa. Y entonces la mujer del médico dijo, Qué tiempos éstos, vemos cómo se invierte el orden de las cosas, un símbolo que casi siempre fue de muerte se convierte en señal de vida, Hay manos capaces de ésos y de mayores prodigios, dijo el médico, La necesidad puede mucho, querido, dijo la mujer, y basta ya de filosofías y de taumaturgias, démonos la mano y vamos a la vida. Fue la propia chica de las gafas oscuras quien colgó del tirador de la puerta el mechón de cabellos, Crees que mis padres se darán cuenta, preguntó, El tirador de la puerta es la mano tendida de una casa, respondió la mujer del médico, y con esta frase de efecto podríamos decir que dieron por terminada la visita.

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