Van Atta se tocó suavemente el mentón y contempló a Leo, con cierta intranquilidad.
—Cálmate, Leo. Sólo estamos hablando de situaciones posibles. Los cuadros militares lo hacen todo el tiempo.
—Es cierto —acordó la vicepresidenta de Operaciones. Se detuvo para fruncir el ceño a Gavin, cuya impertinencia aparentemente no le complacía—. Hay que tomar algunas decisiones difíciles. No estoy ansiosa por enfrentarlas, pero parece que tendré que hacerme cargo. Es mejor que sea yo y no alguien ciego a las consecuencias a largo plazo para la sociedad en general, como el doctor Cay. Pero quizá, señor Graf, a usted le gustaría compartir la opinión del señor Van Atta y quiera demostrar cómo la visión original del doctor Cay todavía puede llevarse a cabo con buenos resultados, de manera que ninguno de nosotros tenga que tomar decisiones difíciles.
Van Atta sonrió a Leo, casi triunfante. Reivindicado, vengativo, calculador…
—Para volver al tema en cuestión —dijo Van Atta—, ya solicité que se instruya un expediente al capitán Bannerji por su juicio pobre y —miró a Gavin— por su vandalismo. También sugeriría que el costo de la hospitalización de TY-776-424-X-G sea pagado por su departamento.
Bannerji languideció. La administradora Chalopin se puso rígida.
—Pero cada vez me resulta más evidente —continuó Van Atta, mientras dirigía a Leo su sonrisa más desagradable—, que habría otra cuestión que deberíamos tratar aquí…
Mierda
, pensó Leo,
me va a culpar de intromisión. Una carrera de dieciocho años por la borda, Y yo tengo la culpa. Ni siquiera pude terminar el trabajo
…
—Subversión.
—¿Qué? —dijo Leo.
—En los últimos meses, era cada vez más difícil manejar a los cuadrúmanos. Y eso coincide con tu llegada, Leo. Después de los hechos de hoy, me pregunto si sólo es una mera coincidencia. Me inclino a pensar que no. ¿No es cierto que fuiste tú quien ayudó a escapar a Tony y a Claire? —acusó a Leo, mientras le señalaba con un dedo amenazador.
—¿Yo? —dijo Leo, lleno de furia—. Es cierto, una vez Tony me increpó con ciertas preguntas extrañas, pero pensé que sólo sentía curiosidad por su nueva asignación de trabajo. Ojalá hubiera…
—¡Lo admites! —gritó Van Atta—. Fuiste tú quien alentaste actitudes desafiantes hacia la autoridad de la compañía entre los trabajadores de Hidroponía y entre tus propios alumnos, quienes te habían sido confiados. Ignoraste los planes cuidadosamente desarrollados por el departamento psicológico respecto del discurso y el comportamiento a bordo del Hábitat. Contaminaste a los trabajadores con tu propia actitud nociva…
Leo se dio cuenta de inmediato que Van Atta no le permitiría defenderse si podía evitarlo. Van Atta tenía en mente algo más valioso que una simple venganza por un puñetazo en la mandíbula. Un chivo expiatorio. Un chivo expiatorio perfecto, sobre el cual recaerían todos los errores del proyecto en los últimos dos meses o más, según su ingenio y su sacrificio incondicional a los dioses de la compañía. Y él surgiría totalmente limpio y sin pecado.
—¡No, por Dios! —exclamó Leo—. Si yo hubiera gestado una revolución, lo habría hecho mucho mejor… —dijo mientras agitaba las manos en dirección del depósito. Sus músculos se prepararon para lanzarse sobre Van Atta una vez más. Si iba a ser despedido, de todas maneras, por lo menos tendría que encontrar alguna satisfacción…
—Caballeros —interrumpió la voz de Apmad, como un balde de agua fría—. Señor Van Atta, me atrevo a recordarle que no se aceptan despidos de las instalaciones del tipo de Rodeo. No sólo porque GalacTech está contractualmente obligada a proporcionar transporte a sus hogares a los despedidos, sino que además está la cuestión de los gastos y de la pérdida de tiempo que representa la importación de sus reemplazantes. No, concluiremos de la siguiente manera. El capitán Bannerji será suspendido de sueldo por dos semanas y recibirá un castigo oficial por llevar armas no autorizadas en una misión oficial de la compañía. El arma será confiscada. El señor Graf también será sancionado, pero volverá de inmediato a sus obligaciones, ya que no hay nadie que lo reemplace.
—¡Pero a mí me obligaron! —protestó Bannerji.
—¡Pero yo soy inocente! —gritó Leo—. Es una confabulación. Una fantasía paranoica…
—No pueden enviar a Graf al Hábitat ahora —exclamó Van Atta—. Lo próximo que hará será sindicalizar a los trabajadores…
—Considerando las consecuencias del fracaso del Proyecto Cay —dijo fríamente la vicepresidenta de Operaciones—, creo que no lo hará. ¿No es cierto, señor Graf?
Leo se estremeció.
—Sí.
Ella sonrió sin satisfacción.
—Gracias. Esta investigación ha terminado. Las quejas que puedan surgir o las apelaciones de alguna de las partes deberán ser dirigidas a GalacTech en la Tierra.
Sus cejas parecieron agregar
Si se atreven
. Hasta Van Atta consideró que era mejor mantener la boca cerrada.
Los ánimos en la lanzadera de regreso al Hábitat eran, para decirlo de la manera más suave posible, tensos. Claire, acompañada por una de las enfermeras del Hábitat, quien había tenido que acortar tres días su licencia, estaba acurrucada en el fondo, con Andy en los brazos. Leo y Van Atta estaba tan distanciados entre sí como lo permitía el espacio.
Van Atta habló con Leo en una ocasión.
—Te lo dije.
—Tenías razón —contestó Leo.
Van Atta se enfureció ante este ataque. Leo hubiera preferido atacarlo con un palo de metal.
¿Tendría razón Van Atta? ¿Su insistencia en obtener resultados instantáneos sería un signo de preocupación por el bienestar de los cuadrúmanos? ¿Querría que sobrevivieran? Leo llegó a la conclusión de que no. El único bienestar que le preocupaba a Bruce era el suyo propio.
Leo se reclinó hacia atrás y miró por la ventana, mientras la aceleración del despegue lo mantenía contra el respaldo del asiento. Un vuelo en una lanzadera todavía le producía cierto escalofrío, aun después de los innumerables viajes que había hecho. Había gente —millones, la gran mayoría— que nunca habían despegado los pies de sus planetas en todas sus vidas. Él era uno de los pocos afortunados.
Afortunado por conservar su trabajo. Afortunado por los resultados que había logrado en tantos años. La Estación de Transferencia Morita probablemente había sido la coronación de su carrera, el proyecto más importante en el que había trabajado. Había visto el lugar por primera vez cuando estaba completamente vacío, en pleno espacio, donde no podía haber nada de nada. El año anterior había estado allí, mientras hacía transbordo de una nave de Ylla a una nave dirigida a la Tierra. Morita tenía buen aspecto, realmente bueno. Viva, incluso después de pasar por extensiones de sus instalaciones, varios años antes de lo que todos habían esperado. Expansiones lentas. Los planes habían sido incorporados en los diseños originales. En ese entonces las llamaron expansiones demasiado ambiciosas. Ahora decían que eran expansiones visionarias.
Y también había habido otros proyectos. Todos los días, de un extremo del nexo del agujero de gusano al otro, se evitaban innumerables accidentes en la estructura porque él, y la gente que había preparado, habían hecho bien su trabajo. El trabajo intenso de una semana había prevenido a tiempo la propagación de resquebrajaduras en las líneas de reactores en la gran fábrica orbital Beni Ra y se habían salvado, tal vez, tres mil vidas. ¿Cuántos cirujanos pueden decir que salvaron tres mil vidas en diez años de sus carreras? En ese memorable recorrido de inspección, que había hecho una vez por mes durante años. Los desastres invisibles que nunca llegaban a ocurrir, en general, no aparecían en los titulares. Pero él lo sabía, y los hombres y mujeres que trabajaban con él también lo sabían. Y eso era suficiente.
Lamentaba haber golpeado a Bruce. La alegría del momento ciertamente no compensaba el haber arriesgado su empleo. Los dieciocho años de beneficios de pensión acumulados, las opciones de acciones, la antigüedad, sí, tal vez. Al no tener que mantener una familia, Leo podía decidir arrojarlas al viento si quería. Pero, ¿quién se ocuparía de la próxima Beni Ra?
Cuando regresaran al Hábitat, cooperaría. Se disculparía correctamente ante Bruce. Duplicaría sus esfuerzos de capacitación, aumentaría el cuidado. Se mordería la lengua, hablaría solamente cuando le dirigieran la palabra. Sería cortés con la doctora Yei. Diablos, incluso haría lo que ella le pidiera.
Cualquier otra actitud sería inútilmente arriesgada. Allí arriba había cientos de niños. Tantos, tan variados, tan jóvenes. Cien chicos de cinco años, ciento veinte de seis años, que llenaban las guarderías, que jugaban en el gimnasio de caída libre. Ningún individuo podía hacerse responsable por arriesgar todas esas vidas en algún intento aventurado. Sería interminable. Imposible. Criminal. Insano. ¿A dónde podría llevar eso? Nadie podía prever todas las consecuencias. Leo ni siquiera podía prever lo que sucedería a continuación. Nadie podía. Nadie.
Atracaron en el Hábitat. Van Atta hizo pasar a Claire, Andy y la enfermera por la escotilla, mientras Leo desabrochaba el cinturón del asiento.
—Oh, no —oyó decir Leo a Van Atta—. La enfermera llevará a Andy a la guardería. Tú regresarás a tu antiguo dormitorio. Sacar a ese bebé de aquí fue un acto criminal e irresponsable. Es obvio que no estás capacitada para hacerte cargo de él. Te puedo garantizar que también quedarás fuera de la lista de reproducción.
Los sollozos de Claire eran tan débiles que resultaban apenas perceptibles.
Leo cerró los ojos de dolor.
—Dios —preguntó—, ¿por qué yo?
Cuando terminó de desabrocharse, no pudo evitar pensar en su futuro.
—¡Leo! —Silver sujetó con una mano la puerta del ala donde estaban los dormitorios de los ingenieros y con las otras tres la empujó con cuidado—. ¡Leo, rápido! ¡Despiértese! ¡Ayúdeme! —Apoyó la mejilla en el plástico frío, amortiguó su grito—: ¿Leo? —No se atrevía a chillar más fuerte, por si la oía alguien más.
La puerta finalmente se abrió. Leo llevaba una camiseta y shorts rojos. Iba descalzo. Su saco de dormir colgaba en la pared del fondo, como un capullo abierto. Estaba completamente despeinado.
—Silver, ¿qué diablos…?
Tenía una expresión somnolienta.
—Venga rápido. ¡Vamos, de prisa! —dijo Silver, cogiéndolo de la mano—. Es Claire. Ha intentado salir por una esclusa de aire. Yo trabé los controles. No puede abrir la puerta externa, pero tampoco puede abrir la interna y está atrapada allí. Nuestro supervisor volverá pronto y entonces no sé lo que nos harán…
—Hijo de… —dijo mientras Silver lo conducía por el pasillo. Regresó a su cabina para coger las herramientas—. Bien, vamos, adelante.
Se apresuraron por los laberintos del Hábitat, mientras saludaban a los cuadrúmanos y terrestres que pasaban junto a ellos por el pasillo. Finalmente la puerta familiar de Hidroponía D se cerró tras ellos.
—¿Qué ha sucedido? ¿Cómo ha pasado? —le preguntó Leo, cuando pasaban junto a los tubos de cultivo, hacia el otro extremo del módulo.
—Anteayer no me permitieron ir a ver a Claire, cuando regresó con usted en la nave, a pesar de que las dos estábamos en la enfermería. Ayer nos habían puesto en dos grupos de trabajo diferentes. Pienso que lo hacen a propósito. Hoy he llegado a un acuerdo con Teddie. —La voz de Silver estaba colmada de desesperación—. Claire dijo que ni siquiera le habían permitido ir a la guardería a ver a Andy en su turno libre. Yo fui a buscar fertilizantes a almacenes para los tubos de cultivo con los que estamos trabajando y cuando regresé, la cerradura se estaba moviendo…
Si no la hubiera dejado sola. Si ya no hubiera permitido que la nave los sacara del Hábitat. Si no los hubiera traicionado bajo la presión de la doctora Yei. Si tan sólo hubieran nacido como todos los demás… o no hubieran nacido.
La esclusa de aire al final del módulo de Hidroponía no se usaba casi nunca y estaba allí para transformarse en una puerta que condujera al próximo módulo, cuando una futura expansión así lo exigiera. Silver presionó su rostro contra la ventana de observación. Para su inmenso alivio, Claire todavía estaba allí.
Pero se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, entre una puerta y la otra. Tenía los ojos llenos de lágrimas, el rostro lastimado y los dedos enrojecidos. Silver no podía determinar si luchaba por respirar o si sólo estaba sollozando, ya que la puerta acallaba todo sonido. Silver tenía el pecho tan comprimido que apenas podía respirar.
Leo miró en el interior. Apretó los labios, en señal de esfuerzo, cuando intentó hacer girar el mecanismo de la cerradura, con la ayuda de sus herramientas.
—La ajustaste demasiado bien, Silver…
—Tenía que hacer algo rápido. Si la ajustaba así, impedía que sonara la alarma en Sistemas Centrales…
—Oh… —las manos de Leo dudaron un momento—. Entonces no fue un acto al azar…
—¿Al azar? ¿En una caja de control de esclusas de aire? —dijo Silver y lo miró sorprendida y un tanto indignada—. No soy una niña de cinco años.
—Ya lo veo. —Una sonrisa iluminó por un instante su rostro tenso—. Cualquier cuadrúmano de seis años se daría cuenta. Mis disculpas, Silver. Entonces el problema ahora no es cómo abrir la puerta, sino cómo hacerlo sin que suene la alarma.
—Sí, exacto —respondió con ansiedad.
Leo contempló el mecanismo por encima y un poco más en detalle la puerta, que vibraba por los golpes en su interior.
—¿Estás segura de que Claire no necesita más ayuda?
—Tal vez la necesite —replicó Silver—, pero lo que le van a ofrecer es a la doctora Yei.
—Muy bien… —Su sonrisa desapareció. Ajustó un par de cables delgados y los reacomodó. Después de volver a mirar la puerta con cierta desconfianza, presionó en una placa de control dentro del mecanismo.
La puerta interna se abrió y Claire salió tambaleándose.
—Dejadme ir, dejadme ir —suplicaba entre dientes—. ¿Por qué no me habéis dejado ir? No puedo soportar todo esto…
Se hizo un ovillo en el aire y escondió el rostro.
Silver se lanzó sobre ella y la abrigó con sus brazos.
—Vamos, Claire. No vuelvas a hacer estas cosas. Piensa… piensa en cómo se sentiría Tony, en ese hospital allí abajo, cuando le dijeran…
—¿Qué importancia tiene? —preguntó Claire, apoyada en la camiseta azul de Silver—. Nunca me permitirán volver a. verlo. Sería lo mismo si estuviera muerta. Nunca me dejarán ver a Andy…