Read Embrión, una historia de Yáxtor Brandan Online

Authors: Rodolfo Martínez

Tags: #fantasia, #Ciencia ficción, #el adepto de la reina

Embrión, una historia de Yáxtor Brandan (4 page)

BOOK: Embrión, una historia de Yáxtor Brandan
13.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Es lista.

Lo era, y que lo fuese a su costa, no le causaba demasiada incomodidad. Debería haberse sorprendido por aquello, pero, petulante, decidió que estaba más allá de la sorpresa.

 

 

—Pareces muerto —le dijo aquella mañana Ítur.

El propio Qérlex, Maestro de Artífices de los Adeptos Empíricos, les estaba dando la clase del día, enseñándoles a utilizar mensajeros previamente diseñados para construir un reloj.

—Bueno, es lo que pasa cuando no duermes demasiado.

—Yo diría que nada —apostilló Ítur, con una sonrisa pícara y un alzamiento de cejas.

Yáxtor le devolvió la sonrisa a su amigo y luego se concentró en su trabajo… más o menos. Lo que el viejo artífice les había ordenado resultaba para él un juego de niños, y la cantidad de mensajeros que necesitaba era mucho menor que la que le habían proporcionado. Así que, en realidad, sólo una parte de su atención estaba puesta en la tarea. El resto de su mente se concentraba en absorber la máxima cantidad de mensajeros posibles del aire, de su alrededor, de los receptáculos en los que estaban trabajando sus compañeros.

Lo hacía un modo tranquilo, parsimonioso, intentando pasar desapercibido. Hubo un momento en que creyó que Qérlex había notado algo, pero el viejo artífice se limitó a fruncir el ceño, encogerse de hombros y seguir con la clase.

Cuando ésta terminó, Yáxtor parecía un hombre nuevo. Los mensajeros le habían quitado de encima todo el cansancio, y el reloj que había construido marcaba el tiempo con precisión.

—Ten cuidado —le dijo Ítur, más tarde, en el patio.

Yáxtor no se molestó en fingir que no sabía de qué estaba hablando.

—Lo he tenido.

—Qérlex casi te pilla.

—«Casi» no cuenta.

Ítur se mordió el labio.

—Yáxtor, eres el acólito más hábil que jamás ha pasado por aquí, todos lo dicen. Y lo has demostrado muchas veces. Pero un exceso de confianza no es bueno para nadie.

Yáxtor sonrió, divertido por la preocupación de su amigo. Una preocupación en la que no se le escapó un asomo de envidia. No era ninguna sorpresa: Ítur siempre había envidiado la habilidad de Yáxtor y las oportunidades que le habían dado en la vida pertenecer a una familia de la nobleza menor. Eso nunca había empañado su amistad, y tampoco lo hizo ahora. Envidia o no, Ítur se preocupaba sinceramente por él, y Yáxtor lo agradecía.

—De acuerdo —dijo—, tendré cuidado.

—Lo dices, pero no lo crees. —Ítur pareció repentinamente tímido, a punto quizá de tocar un tema prohibido, o simplemente delicado—. Escucha, quizá deberías… aflojar el ritmo, tomártelo con más calma. Ya me entiendes.

No necesitó decir nada más. Los dos sabían de qué estaba hablando.

—Lo haré, Ítur, de veras —Ah, si él supiera era muy fácil hablar de tomárselo con calma cuando uno no era el implicado. En fin, algún día Ítur también pasaría por aquello. Y entonces…—. Hay algo que tengo que hacer por fuerza estos días. Pero luego me lo tomaré con calma, te lo prometo.

Ítur contuvo un suspiro de alivio.

—Lo necesitas, Yáxtor —dijo—. Ni siquiera tú eres incombustible.

—Curiosa elección de palabras.

—Bueno, ya sabes, la gente del campo somos así. Curiosos.

 

 

Los siguientes días fueron más fáciles. Una vez iniciado el proceso de maduración, mantener los carneútiles en buen estado y estables resultaba incluso sencillo.

Endra estaba satisfecha, era evidente, y se lo demostró a Yáxtor en abundancia; se lo demostró una y otra vez hasta el agotamiento. A veces se lo quedaba mirando, como si estuviera a punto de decirle algo, pero no llegaba a hacerlo nunca. Yáxtor se preguntaba qué sería.

No, no es verdad, no te lo preguntas.

Pero no quería pensar en ello. Pensar en lo que quería decirle Endra lo hacía sentir ingenuo, ñoño, incluso cursi. Pensar en que quizá estaba intentando dejarle claros sus sentimientos, que tal vez…

No, déjalo. No importa.

No era cierto, pero mejor verlo así. Porque la alternativa era estar equivocado y encontrarse de pronto convertido en un niño ridículo que de verdad había creído que una mujer hecha y derecha se enamoraría de él. La alternativa era estar desnudo frente al mundo y oír cómo todos se reían de él.

—Ya está —dijo la última noche—. Lo único que tienes que hacer es mantenerlos secos y vigilados un par de días más y estarán listos para eclosionar. Podrás venderlos e irte de aquí.

—Gracias.

—No, gracias a ti. Por todo.

De nuevo ella pareció a punto de decir algo. Otra vez se echó atrás en el último instante.

—Tengo que irme —dijo Yáxtor—. Si no duermo un poco esta noche acabaré reventado.

—Duerme aquí —dijo ella.

¿Por qué no? Sin embargo, dijo:

—No, será mejor que me vaya. Mañana, cuando haya descansado… bueno…

Ella sonrió, de un modo dulce y triste que, hasta aquel momento Yáxtor nunca había visto.

—Claro —dijo.

 

 

Durmió a pierna suelta y, a la mañana siguiente, se sintió relejado como nunca. Los ejercicios matinales en el patio terminaron de despejarlo y se enfrentó a las clases del día con nuevos ánimos.

Ítur lo notó y se lo hizo saber.

—Bueno, las cosas van bien —dijo Yáxtor. Tenía la sensación de que todos lo estaban mirando y veían una sonrisa de imbécil en su rostro, pero no podía importarle menos—. Van muy bien.

Ítur se alegró por él.

No sabía por qué estaba tan contento, o quizá no quería pensar en ello. De hecho, intentaba desesperadamente no pensar, dejarse llevar, permitir que el día pasara a través suyo y que las horas fueran muriendo una tras otra a su alrededor.

 

 

La casa estaba vacía, lo supo antes de entrar.

Idiota
, se dijo.
Imbécil
.

 Cruzó el huerto, se detuvo unos instantes en el porche y luego pasó al interior.

No había el menor rastro de Endra en la casa. Tan sólo la huella tenue de sus mensajeros, volviéndose poco a poco inertes para que cualquier otro los controlara. Bajó al sótano y vio que los embriones tampoco estaban.

Idiota
, se dijo de nuevo.

Subió y se dejó caer entre los cojines. ¿De qué se sorprendía? Ella había obtenido lo que quería y se había largado en busca de una vida mejor. ¿De qué se lamentaba? Al fin y al cabo, le había pagado con creces por su ayuda, ¿no? Así que no había nada que lamentar, nada por lo que quejarse, nada que echarle en cara a nadie.

Si era así, ¿por qué estaba llorando como un crío?

 

 

Los días siguientes Ítur lo trató con un cuidado exquisito. Conocía a Yáxtor lo suficiente para darse cuenta de que algo serio le pasaba, así que procuró molestarlo lo menos posible, dejarlo a su aire, darle tiempo para que, lo que fuese, se asentara.

Yáxtor se dio cuenta de lo que hacía su amigo y se lo agradeció silenciosamente.

Poco a poco, empezó a recomponerse. No tardó en ser de nuevo el acólito brillante y hábil que siempre había sido. Pero en sus ojos color acero había ahora un brillo frío, casi implacable.

Estuvo a punto varias veces de contárselo todo a Ítur, y el otro joven se dio cuenta de la lucha que Yáxtor estaba manteniendo consigo mismo. Sin embargo, siempre se echaba atrás en el último momento, se lo pensaba mejor y se tragaba lo que iba a decir. Ítur, impotente, se limitaba a quedarse a su lado en silencio, una muda promesa de apoyo que Yáxtor no pasó por alto ni olvidó.

Algún día
, se dijo.
Pero no hoy. No ahora.

Aunque, en realidad, no tenía nada por lo que lamentarse, pensaba. Ella le había dado algo y había tomado algo a cambio. Y él había tomado algo de ella y luego le había dado algo. Eso era todo. Así funcionaban las cosas. Sólo un idiota las vería de otro modo.

Y no soy ningún idiota.

Sin embargo, tres días más tarde se acercó de nuevo por la casa de Endra. No sabía qué esperaba encontrar y, a cada paso del camino, se decía a sí mismo que era mejor dar la vuelta y volver a la Torre.

No lo hizo.

La casa seguía vacía, silenciosa. Los mensajeros que había en el aire ya no llevaban rastro alguno de Endra. Los cojines habían desaparecido, robados por algún vecino, igual que parte del mobiliario. El huerto, sin cuidar, se iba secando poco a poco.

¿Qué hago aquí?

Sí, ¿qué hacía allí, qué esperaba encontrar? ¿De qué le serviría encontrar nada, después de todo? Ella le había dicho todo lo necesario al irse.

Abrió la trampilla y bajó al sótano. Recorrió con la yema de los dedos el lugar donde habían estado los seis embriones. Tomó aire y, al hacerlo, aspiró los mensajeros que flotaban frente a él.

Sintió algo. No sabía qué, pero algo. Algo familiar y extraño al mismo tiempo.

Sí, dijo de pronto.

Pero…

En un entorno cerrado como el sótano, los mensajeros habían tardado más tiempo en perder el aroma de sus antiguos portadores, así que Yáxtor no tuvo ningún problema en percibir su propio rastro, y el de Endra.

Y el de alguien más.

No, eso…

No le había sorprendido descubrir huellas de otros hombres en el aire de la casa. Pero ¿en el sótano? ¿En un lugar al que, estaba seguro, sólo Endra y él habían ido?

¿Seguro?

Sí, se dijo. Seguro. Endra trabajaba sola. Había conseguido sola los embriones y había preparado sola su negocio. Y no iba a dejar que nadie supiera lo que estaba haciendo. No, más allá de ella misma y de Yáxtor.

¿Seguro?,
se preguntó de nuevo.

Con cuidado, de un modo frío y metódico, repasó sus recuerdos y sus percepciones.

Sí, no se engañaba. Si Endra hubiese tenido un socio, él lo habría percibido, habría notado el rastro de los mensajeros de la otra persona en el cuerpo de ella; no la huella fugaz y siempre cambiante que dejaban sus clientes, sino algo permanente y constante. Y no había el menor rastro de nada de eso. Si había un vestigio de otra persona en el sótano, Endra no la había dejado pasar voluntariamente.

Y lo que eso significaba…

Cerró los ojos y se sentó.

¿Está viva? ¿Está… muerta?

No, era un pensamiento al que no podía abandonarse. Eso no. Ahora no. Necesitaba la cabeza fría, en calma. Era un adepto empírico, o lo sería algún día, y ya era hora de de comportarse como tal.

De nuevo paladeó los mensajeros extraños. Almacenó su sabor en su mente, adiestró a sus propios mensajeros para reconocer aquel sabor y luego, mientras se tumbaba en el suelo, los soltó a su alrededor.

Vacío de ellos, pronunció una palabra impronunciable y los lanzó afuera.

Buscad. Encontrad. Informad.

 

 

Era una araña, tendido en el centro de la tela, tendiendo su red al viento, creando una estructura compleja y delicada que lo abarcaba todo, lo cubría todo, lo percibía todo.

Los mensajeros flotaron en el aire de la tarde, cruzaron el río, se internaron por calles y callejuelas, entraron en sótanos, subieron a torres, atravesaron puentes y se internaron en túneles. Ni un milímetro de Lambodonas quedó fuera de su exploración.

Y Yáxtor, la reina araña, tendido en medio de su tela, con la respiración convertida en un suspiro apenas perceptible y los latidos del corazón reducidos a un ritmo casi inexistente, cerraba los ojos y esperaba, intentaba no pensar en nada, trataba de dejarse llevar.

Fruncía el ceño, apretaba la mandíbula. En aquellos momentos, se decía, no era humano. Era una herramienta, el fulcro alrededor del que giraba todo.

Idiota
, le decía sin embargo una voz lejana.
Tonto. ¿Qué estás haciendo? ¿Para qué? ¿Por quién?

Pero la voz no tardó en morir. Yáxtor era la estación central de una imposible red de comunicaciones: los trenes llegaban y salían a un ritmo frenético, yendo a todas partes. Era el corazón de un sistema circulatorio infinito. No tenía tiempo para pensar, para perderlo en sí mismo.

 

 

La noche estaba bien entrada cuando todos los mensajeros terminaron su exploración de la ciudad y regresaron al cuerpo de su amo.

Poco a poco, Yáxtor fue volviendo al mundo. En realidad, su percepción era justo la contraria: era el mundo el que regresaba lentamente a él, era el mundo el que, muy despacio, se iba haciendo real.

Abrió los ojos. Encendió una vela con una palabra impronunciable y, midiendo cada movimiento, se sentó.

Luego, intentó poner orden en la información que le habían traído sus mensajeros.

Los había enviado tras dos rastros.

Uno que conocía bien, el aroma preciso y concreto de los mensajeros asociados a Endra.

El otro, el del desconocido que había estado en el sótano.

Habían tenido éxito en lo segundo. Habían fracasado en lo primero. En toda la ciudad no había el menor rastro de ella.

BOOK: Embrión, una historia de Yáxtor Brandan
13.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Passage to Mutiny by Alexander Kent
Frostfire by Viehl, Lynn
Change of Heart by T. J. Kline
Interpreters by Sue Eckstein
Revealing Silver by Jamie Craig
Summer's Edge by Noël Cades