El trono de diamante (30 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
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—Esa explicación es absurda.

—Opino lo mismo que vos. La Iglesia ha intentado desde hace más de tres siglos convertir a los estirios y nunca lo ha conseguido. Ahora vienen en bandadas a Chyrellos sin que nadie los fuerce y piden ser convertidos.

—Ningún estirio en su sano juicio haría tal cosa —insistió la mujer—. Nuestros dioses son muy celosos y castigan severamente la apostasía. —Entrecerró los ojos—. ¿Ha identificado alguno de esos peregrinos su lugar de procedencia? —inquirió.

—Yo no he tenido noticias de ello. Parecen estirios ordinarios de las zonas rurales.

—Tal vez hayan efectuado un viaje más largo de lo que pretenden revelar.

—¿Creéis que podrían ser zemoquianos? —le preguntó Sparhawk.

—Otha ya ha infestado el este de Lamorkand con sus agentes —repuso la estiria—. Chyrellos es el centro del mundo elenio, un punto clave para espionaje y agitación. —Reflexionó un instante—. Posiblemente permaneceremos unos cuantos días aquí —observó—. Debemos aguardar la llegada de los caballeros de las otras órdenes. Quizá dedicaré algún tiempo a investigar la naturaleza de estos insólitos postulantes.

—Personalmente no puedo involucrarme mucho en esa cuestión —disintió Sparhawk—. Otros asuntos reclaman mi atención. Ya nos encargaremos de Otha y sus zemoquianos cuando llegue el momento. Actualmente debo concentrar mis esfuerzos en restaurar a Ehlana en el trono y prevenir la muerte de algunos amigos.

Hablaba con rodeos, pues había tomado la decisión de no revelar los detalles que le había explicado Sephrenia acerca de lo acaecido en la sala del trono de Cimmura.

—No os preocupéis, Sparhawk —lo apaciguó ella—. Comprendo vuestro desasosiego. Kalten me acompañará y trataremos de desvelar el misterio.

Pasaron el resto del día conversando tranquilamente en el lujoso estudio de Nashan. A la mañana siguiente, ataviado con una cota de malla y un sencillo hábito con capucha, Sparhawk se dirigió a la mansión de Dolmant, donde ambos examinaron minuciosamente los acontecimientos sucedidos en Cimmura y Arcium.

—Resultaría útil levantar cargos directos contra Annias —opinó Dolmant—. Por ello es preferible omitir cualquier referencia a su nombre o al de Harparín. Debemos presentar el asunto como una confabulación destinada a desacreditar la orden de los pandion, sin acusar a nadie. La jerarquía sacará sus propias conclusiones. —Sonrió entre dientes—. La más inocua de sus deducciones consistirá en advertir que Annias se puso en evidencia en público. Aunque fuera nuestro único logro, podría contribuir a decantar los votos de los patriarcas neutrales cuando sea necesario elegir al nuevo archiprelado.

—Al menos habremos conseguido algo —admitió Sparhawk—. ¿Vamos a mencionar en esta ocasión el supuesto matrimonio de Arissa?

—No es conveniente —replicó Dolmant—. No es una cuestión tan relevante como para someterla a la consideración de la jerarquía en pleno. Las declaraciones concernientes a la soltería de Arissa podrían remitirse al patriarca de Vardenais. La boda alegada tuvo lugar en su distrito y es lógico que él se pronuncie sobre su veracidad. Además —añadió, con una sonrisa que iluminaba su ascético rostro—, es amigo mío.

—Muy inteligente —indicó Sparhawk admirativamente.

—A mí tampoco me parece un planteamiento inapropiado —repuso Dolmant con modestia.

—¿Cuándo nos reuniremos con la jerarquía?

—Mañana por la mañana. Si dilatamos el encuentro, proporcionaríamos a Annias la posibilidad de avisar a la facción que lo apoya en la basílica.

—¿Queréis que venga hasta aquí y os acompañe al templo?

—No. Hemos de acudir por separado, para que no intuyan el menor indicio de cuál es nuestro propósito.

—Estáis muy versado en las argucias políticas, Su Ilustrísima —lo halagó Sparhawk.

—Desde luego. ¿Cómo creéis que llegué a convertirme en un patriarca? Apareced en la basílica durante el transcurso de la tercera hora después de la salida del sol, así dispondré de tiempo para presentar primero mi informe y responder a todas las preguntas y objeciones que sin duda formularán los partidarios de Annias.

—Muy bien, Su Ilustrísima —dijo Sparhawk, al tiempo que se levantaba de la silla.

—Sed cautelosos mañana, Sparhawk. Intentarán confundiros. Y, por amor de Dios, no perdáis los estribos.

—Trataré de no olvidarlo.

Al día siguiente, Sparhawk se vistió con esmero. Su armadura relucía, y su capa y la sobreveste plateadas estaban recién planchadas.
Faran
, también acicalado, lucía la piel brillante y los cascos rutilantes, gracias al aceite con que los habían frotado.

—No dejes que te acorralen en un rincón —le advirtió Kalten mientras él y Kurik le ayudaban a montar—. Los eclesiásticos pueden ser muy retorcidos.

—Sabré cuidarme bien —los tranquilizó Sparhawk, después tomó las riendas y espoleó a
Faran
.

El imponente ruano cruzó pavoneándose las puertas del castillo y las transitadas calles de la ciudad sagrada.

Construida sobre un altozano, la basílica, que se elevaba en dirección al cielo y destellaba bajo el pálido sol de invierno, dominaba toda Chyrellos. Los guardas apostados junto al portal de bronce admitieron respetuosamente a Sparhawk y éste desmontó al pie de la escalinata de mármol que conducía al templo. A continuación cedió las riendas a un monje, ajustó las correas de su escudo y subió las escaleras con un tintineo producido por las espuelas. En el rellano superior, un eficiente y joven religioso ataviado con un hábito negro le cerró el paso.

—Caballero —protestó el joven—, no podéis entrar armado.

—Estáis equivocado, Su Reverencia —objetó Sparhawk—. Esa normativa no es aplicable a los caballeros de la Iglesia.

—Nunca he oído hablar de tal excepción.

—De ahora en adelante ya no podréis aducir vuestra ignorancia. No quiero discutir con vos, amigo, pero he venido a instancias del patriarca Dolmant y me propongo entrar.

—Pero…

—Existe una biblioteca muy completa en este edificio. ¿Por qué no vais a revisar las reglas? Estoy convencido de que os daréis cuenta de que desconocéis algunas. Ahora apartaos de mi camino.

Tras estas palabras pasó junto al religioso y penetró en el recinto impregnado de incienso de la catedral. Realizó la habitual reverencia ante el altar recubierto de joyas incrustadas y avanzó por la nave central bañada por la luz multicolor que se filtraba por las vidrieras. Al lado del altar, un sacristán pulía vigorosamente un cáliz de plata.

—Buenos días, amigo —lo saludó Sparhawk en voz baja.

Al hombre casi se le resbaló la copa de las manos.

—Me habéis sorprendido, caballero —dijo, riendo nerviosamente—. No he oído vuestros pasos.

—Las alfombras amortiguan el sonido —explicó Sparhawk—. Tengo entendido que los miembros de la jerarquía están reunidos.

El sacristán asintió con la cabeza.

—El patriarca Dolmant requirió mi presencia para testificar en una cuestión que va a exponer esta mañana. ¿Podríais indicarme dónde se encuentran?

—Creo que en la sala de audiencias del archiprelado. ¿Queréis que os guíe hasta ella, caballero?

—Conozco el camino. Gracias, compadre.

Sparhawk se dirigió a una puerta lateral que daba a un resonante corredor de mármol. Allí se quitó el yelmo y, tras ponérselo bajo el brazo, prosiguió hasta desembocar en una amplia estancia, donde una docena de eclesiásticos se hallaban sentados ante escritorios cubiertos de montones de documentos. Uno de los presentes advirtió su presencia bajo el dintel y se levantó.

—¿Puedo serviros en algo, caballero? —preguntó.

—Mi nombre es Sparhawk, Su Reverencia. El patriarca Dolmant me mandó llamar.

—Ah, sí —asintió el religioso—. El patriarca me informó de que esperaba vuestra visita. Iré a comunicarle vuestra llegada. ¿Deseáis tomar asiento mientras tanto?

—No, gracias, Su Reverencia. Permaneceré de pie. Resulta incómodo sentarse con una espada prendida a la cintura.

—Ignoro lo referente a esos detalles —declaró el eclesiástico con una sonrisa soñadora—. ¿Qué dificultad existe?

—La diferencia de altura entre la espada y la silla —contestó Sparhawk—. ¿Seréis tan amable de dar el recado al patriarca?

—De inmediato, sir Sparhawk. —El hombre atravesó la habitación hasta la puerta opuesta y regresó al cabo de un momento—. Dolmant os pide que entréis directamente. El archiprelado preside la sesión.

—Sorprendente. Me habían comentado que estaba enfermo.

—Creo que hoy tiene uno de sus mejores días —le confesó el religioso mientras conducía a Sparhawk a la puerta y le franqueaba la entrada.

La sala de audiencias estaba flanqueada por diversas hileras de bancos de alto respaldo, en los cuales se hallaban sentados eclesiásticos de avanzada edad, sobriamente vestidos de negro, que conformaban la jerarquía de la Iglesia elenia. En la parte frontal de la estancia, ubicado sobre una tarima, se alzaba un amplio trono de oro que ocupaba el archiprelado Cluvonus, quien lucía una túnica de satén blanco y una mitra también de oro. El anciano dormitaba. En el centro se erguía un lujoso atril ante el que se encontraba Dolmant leyendo una hoja de pergamino apoyada sobre él.

—Ah —exclamó—, sir Sparhawk. Sois muy amable al aceptar mi convocatoria.

—Es un placer para mí, Su Ilustrísima —replicó Sparhawk.

—Hermanos —dijo Dolmant, dirigiéndose a los restantes miembros de la jerarquía—. Tengo el honor de presentaros al caballero pandion sir Sparhawk.

—Hemos oído hablar de él —repuso fríamente un patriarca de rostro enjuto sentado en la primera fila a la izquierda—. ¿Para qué ha venido aquí, Dolmant?

—Para prestar declaración sobre la situación que dirimimos, Makova —repuso Dolmant con distanciamiento.

—Ya he escuchado bastante.

—Quiero hacer constar que esa actitud no la compartimos todos —observó un hombre obeso de aspecto jovial situado en las gradas de la derecha—. Las órdenes militares constituyen el brazo de la Iglesia y sus miembros son siempre bien recibidos en nuestras deliberaciones.

Ambos hombres entrecruzaron miradas airadas.

—Dado que sir Sparhawk se encargó de desvelar y desbaratar esa estratagema —indicó Dolmant, conciliador—, he creído que su testimonio podría resultar clarificador.

—Oh, acabad de una vez, Dolmant —espetó irritado el patriarca de rostro enjuto—. Tenemos asuntos mucho más importantes que discutir esta mañana.

—Se hará como desea el estimado patriarca de Coombe —asintió Dolmant con una reverencia—. Sir Sparhawk —agregó entonces—, ¿prestáis juramento como caballero de la Iglesia sobre la veracidad de vuestro testimonio?

—Sí, Su Ilustrísima —afirmó Sparhawk.

—Dignaos explicar a la asamblea cómo tuvisteis noticias de la confabulación.

—Con mucho gusto, Su Ilustrísima —accedió Sparhawk, y pasó luego a relatar buena parte de la conversación sostenida entre Harparín y Krager; no obstante, en su explicación omitió cualquier nombre, ni siquiera hizo referencia al del primado Annias o al de la reina Ehlana.

—¿Acostumbráis escuchar indiscretamente conversaciones ajenas, sir Sparhawk? —preguntó Makova malévolamente.

—Cuando en ello está en juego la seguridad de la Iglesia o del Estado, sí, Su Ilustrísima. Estoy obligado bajo juramento a defender a ambos.

—Ah, sí. Había olvidado que también sois el paladín de la reina de Elenia. Vuestra lealtad no se siente dividida a veces entre uno y otra, ¿sir Sparhawk?

—Nunca me he encontrado en una situación semejante, Su Ilustrísima. En raras ocasiones los intereses de la Iglesia y los del Estado son irreconciliables en Elenia.

—Bien dicho, sir Sparhawk —aprobó el obeso patriarca de la derecha.

El representante de Coombe se inclinó para susurrar algo al eclesiástico de tez cetrina sentado junto a él.

—¿Qué hicisteis después de enteraros de la existencia de la conspiración, sir Sparhawk? —inquirió entonces Dolmant.

—Reunimos nuestras fuerzas y cabalgamos hasta Arcium para interceptar a los hombres que iban a realizar el ataque.

—¿Y por qué no informasteis al primado de Cimmura de esa supuesta confabulación? —preguntó Makova.

—La trama implicaba un ataque a una casa de Arcium, Su Ilustrísima —respondió Sparhawk—. El primado de Cimmura no ostenta ninguna autoridad en ese territorio y, por consiguiente, el asunto no le concernía.

—Desde el mismo punto de vista, a los pandion tampoco. ¿Por qué no os limitasteis a alertar a los caballeros cirínicos para que ellos se ocupasen de los asaltantes? —espetó Makova, que después miró con suficiencia a los compañeros cercanos, como si hubiera asestado un golpe mortal.

—El plan estaba destinado a desacreditar a nuestra orden, Su Ilustrísima. Creímos que esta razón era suficiente para contrarrestarlo nosotros mismos. Por otra parte, los cirínicos tienen sus propias preocupaciones y no queríamos molestarlos con un asunto de tan poca envergadura.

Makova carraspeó agriamente.

—¿Qué ocurrió después, sir Sparhawk? —continuó Dolmant con el interrogatorio.

—Los hechos se sucedieron tal como habíamos previsto. Previnimos al conde Radun y luego, cuando llegaron los mercenarios, caímos sobre ellos por la espalda. Muy pocos lograron escapar.

—¿Los atacasteis por la retaguardia sin previo aviso? —El patriarca Makova parecía escandalizado—. ¿Esa acción responde al famoso heroísmo de los caballeros pandion?

—No tratéis de desviar la atención, Makova —le advirtió con un bufido el hombre de aspecto jovial sentado en el ala opuesta—. Vuestro preciado primado Annias se comportó como un idiota. Para intentar disculparlo agredís a ese caballero y os esforzáis por impugnar su testimonio —entonces dirigió una astuta mirada a Sparhawk—. ¿Podríais aventurar alguna sospecha con respecto a los instigadores de la conspiración?

—No estamos aquí para escuchar especulaciones, Emban —intervino Makova rápidamente—. El testigo sólo puede declarar lo que conoce, no lo que supone.

—El patriarca de Coombe está en lo cierto, Su Ilustrísima —corroboró Sparhawk, dirigiéndose a Emban—. He jurado decir la verdad, y las sospechas suelen caer fuera de este concepto. La orden de los pandion se ha procurado bastantes enemigos a lo largo del último siglo. A veces nos comportamos como un grupo de hombres exacerbados, altaneros y rencorosos. Muchos detestan estas características, y los viejos odios tardan en desaparecer.

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