El trono de diamante (25 page)

Read El trono de diamante Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
4.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

—En el supuesto de que supiera que los tiene.

—Mis señores —intervino Sephrenia con calma—, reflexionad sobre lo acaecido esta mañana. —Le brillaban los ojos—. ¿Hubieran engañado a alguno de vosotros, o a los monarcas a quienes servís, las transparentes acusaciones de Annias? La argumentación era tosca, incluso infantil. Los elenios os caracterizáis por la sutileza y la sofisticación. Si vuestra mente hubiera permanecido alerta, os hubierais echado a reír ante los torpes intentos de Annias para desacreditar a los pandion. Sin embargo, no ocurrió así en vuestro caso ni en el de vuestros soberanos. Annias, que es sinuoso como una serpiente, presentó su caso como si se tratara de una muestra de genialidad.

—¿Adónde queréis ir a parar exactamente, Sephrenia? —inquirió Vanion.

—Creo que deberíamos tomar en consideración las sospechas expresadas por lord Darellon. Las pruebas expuestas esta mañana habrían convencido sin reservas a un estirio, pues representamos un pueblo sencillo y nuestros magos no deben esforzarse mucho para persuadirnos de lo que deseen. Los elenios, por el contrario, sois más escépticos, más lógicos. No os dejáis engañar tan fácilmente, a menos que os desposean de vuestra mentalidad.

Dolmant se inclinó hacia adelante; los ojos delataban su afán por iniciar una controversia.

—Pero Annias también es elenio, con una mente moldeada en las discusiones teológicas. ¿Por qué tendría que comportarse tan rudamente?

—Dais por supuesto que el primado hablaba por sí solo, Dolmant. Un brujo estirio, no cualquier criatura sujeta a él, presentaría una argumentación en términos que pudieran ser comprendidos por un humilde estirio y confiaría en la magia para conferir credibilidad a sus palabras.

—¿Alguien utilizaba ese tipo de magia en la cámara esta mañana? —preguntó Darellon, con el rostro demudado.

—Sí —respondió escuetamente Sephrenia.

—Creo que nos estamos apartando del tema —apuntó Komier—. Debemos dedicarnos en estos momentos a preparar la partida de Sparhawk hacia Borrata. Cuanto antes hallemos una cura para la enfermedad de la reina Ehlana, más rápidamente podremos eliminar la amenaza de Annias. Por lo que a mí concierne, una vez que le hayamos cortado el acceso libre al dinero, puede asociarse con quien quiera, o con lo que quiera.

—Será mejor que os encarguéis de lo necesario para el viaje, Sparhawk —indicó Vanion—. Os anotaré los síntomas de la reina.

—No creo que sea preciso, Vanion —lo interrumpió Sephrenia—. Conozco su estado mucho más minuciosamente que vos.

—Pero vos no sabéis escribir, Sephrenia —objetó el preceptor.

—No tendré que hacerlo —declaró dulcemente la mujer—. Informaré personalmente a los médicos de Borrata sobre su sintomatología.

—¿Vais a acompañar a Sparhawk? —preguntó Vanion, sorprendido.

—Desde luego. Existen ciertos peligros que parecen confluir en él. Tal vez mi ayuda le sea de utilidad cuando llegue a Cammoria.

—Yo también iré —afirmó Kalten—. Si Sparhawk se encuentra con Martel en Cammoria, quiero presenciar lo que pueda ocurrir. —Dedicó una sonrisa a su amigo—. Te dejaré que te ocupes de Martel —propuso— si tú me reservas a Adus.

—Un justo trato —concedió Sparhawk.

—De camino a Borrata pasaréis por Chyrellos —dijo Dolmant—. Cabalgaré con vosotros hasta llegar a mi destino.

—Nos sentiremos honrados con vuestra presencia. —Sparhawk miró al conde Radun—. ¿Querréis uniros también a nuestra comitiva, mi señor? —propuso.

—No, aunque os agradezco vuestro ofrecimiento, sir Sparhawk —replicó el conde—. Regresaré a Arcium con mi sobrino y lord Abriel.

—No querría demorar vuestro objetivo —terció Komier mientras fruncía levemente el entrecejo—, pero Darellon está en lo cierto. Annias intuirá sin duda nuestra pretensión, ya que no existen tantos centros de enseñanza médica en Eosia. Si el tal Martel se encuentra ya en Cammoria y trabaja todavía a las órdenes de Annias, seguramente tratará de evitar que lleguéis a Borrata. Creo que sería preferible que aguardaseis en Chyrellos hasta que se reúnan con vosotros los caballeros de las restantes órdenes. Una demostración de fuerza puede allanar a veces dificultades posteriores.

—El planteamiento es correcto —acordó Vanion—. Los otros caballeros pueden sumarse a ellos en el castillo de los pandion de Chyrellos y, desde allí, proseguir juntos el viaje.

—Entonces, conformes —concluyó Sparhawk al ponerse en pie—. ¿Vais a dejar a Flauta aquí? —preguntó a Sephrenia.

—No. Vendrá conmigo.

—Será peligroso —advirtió Sparhawk.

—Puedo protegerla si lo necesita. Además, no soy yo quien debe tomar la decisión.

—¿No os encanta conversar con ella? —bromeó Kalten—. Estimula enormemente intentar dilucidar el significado de sus palabras.

Sparhawk hizo caso omiso del comentario de Kalten.

Más tarde, en el patio, cuando Sparhawk y sus acompañantes se disponían a emprender la marcha hacia Chyrellos, el novicio Berit se acercó a ellos.

—Un niño lisiado espera en la puerta, mi señor —informó a Sparhawk—. Asegura que debe comunicaros algo con urgencia.

—Hacedlo entrar —repuso Sparhawk.

Berit pareció sorprendido.

—Conozco a ese chiquillo —explicó Sparhawk—. Trabaja para mí.

—Como deseéis, mi señor —dijo Berit con una reverencia, luego se volvió hacia la entrada.

—Oh, por cierto, Berit —le llamó Sparhawk.

—¿Mi señor?

—No os aproximéis demasiado al muchacho. Es un experto ladronzuelo y puede robaros todas vuestras pertenencias en un abrir y cerrar de ojos.

—Lo tendré en cuenta, mi señor.

Minutos después, Berit regresó escoltando a Talen.

—Tengo un problema, Sparhawk —informó el joven.

—¿Sí?

—Unos hombres del primado han descubierto que os he prestado ayuda. Me buscan por toda Cimmura.

—Ya te advertí que encontrarías complicaciones —lo reprendió gruñendo Kurik; luego, miró a Sparhawk y añadió—: ¿Qué hacemos ahora? No quiero verlo encerrado en las mazmorras del subterráneo de la catedral.

—Supongo que tendrá que acompañarnos —respondió Sparhawk mientras se acariciaba la barbilla—, al menos hasta Demos. —Sonrió de pronto—. Allí podemos dejarlo con Aslade y los chicos.

—¿Estáis loco, Sparhawk?

—Pensé que la idea os encantaría, Kurik.

—Lo considero lo más ridículo que he escuchado en toda mi vida.

—¿No queréis que estreche el trato con sus hermanos? —Sparhawk observó a Talen—. ¿Cuánto le has robado a Berit? —preguntó directamente al joven ratero.

—No mucho, de veras.

—Devuélveselo.

—Me decepcionáis, Sparhawk.

—La vida está llena de decepciones. Ahora, dáselo.

Capítulo 11

A mediodía atravesaron el puente después del cual se tomaba la bifurcación hacia Demos. El viento soplaba todavía, pero el cielo aparecía despejado. La larga ruta que debían recorrer se hallaba muy concurrida. Los carros y carruajes avanzaban traqueteando, y los campesinos, vestidos con sayales descoloridos, transportaban pesados fardos al hombro destinados a los mercados de Cimmura. El frío viento invernal abatía las amarillentas hierbas que bordeaban la carretera. Sparhawk se adelantó unos pasos y los caminantes que se dirigían a Cimmura le cedieron el paso.
Faran
adoptó nuevamente su porte de exhibición e inició un altivo trote.

—Vuestro caballo da la impresión de estar un poco intranquilo hoy —observó el patriarca Dolmant, arropado con su negra y pesada capa eclesiástica.

—Simplemente, le gusta fanfarronear —repuso Sparhawk—. Ha adquirido la noción de que ello me impresiona.

—De esta forma se entretiene mientras espera la ocasión de morder a alguien —añadió riendo Kalten.

—¿Tiene mal carácter?

—Como todos los caballos entrenados para la batalla, Su Ilustrísima —explicó Sparhawk—. Los educan para mostrarse agresivos. En el caso de
Faran
, exageraron el adiestramiento en relación a ese aspecto.

—¿Os ha mordido alguna vez?

—Una. Luego le aconsejé que sería preferible que no lo repitiera.

—¿Le aconsejasteis?

—Utilicé para ello una recia vara, con lo que me entendió enseguida.

—No vamos a llegar muy lejos por hoy, Sparhawk —indicó Kurik desde la retaguardia, donde se ocupaba de las dos monturas de carga—. Hemos salido tarde. Conozco una posada a una legua de distancia. ¿Qué os parece si pasáramos la noche allí y reemprendiéramos el camino mañana temprano?

—La propuesta suena razonable, Sparhawk —opinó Kalten—. La verdad es que ahora no me gusta tanto dormir en el suelo.

—De acuerdo —concedió Sparhawk.

Después dirigió la mirada a Talen, que viajaba a lomos de un caballo bayo de aspecto fatigado al lado del blanco palafrén de Sephrenia. El chiquillo no cesaba de otear aprensivamente hacia atrás.

—Estás muy callado —le dijo.

—Los muchachos no deben hablar en presencia de la gente mayor —replicó con facundia—. Ésa es una lección que me enseñaron en la escuela en la que me internó Kurik. Siempre que no me representa un gran esfuerzo, intento obedecer las normas.

—Este jovencito es un insolente —observó Dolmant.

—Además de ladronzuelo, Su Excelencia —le advirtió Kalten—. No os acerquéis demasiado a él si lleváis algo de valor encima.

—¿No sabéis que la Iglesia desaprueba la acción de robar? —inquirió Dolmant severamente en dirección al niño.

—Sí —respondió con un suspiro Talen—, lo sé. En esas cuestiones la Iglesia se comporta como una mojigata.

—Vigila tus palabras, Talen —espetó Kurik.

—No puedo, Kurik. La boca se me mueve sola.

—La depravación del muchacho tal vez resulta comprensible —arguyo Dolmant tolerantemente—. Dudo de que haya recibido alguna instrucción sobre doctrina o moralidad. En muchos sentidos, los pobres niños que viven en las calles son tan paganos como los estirios —opinó Dolmant, a la vez que dedicaba una sonrisa a Sephrenia, que mantenía a Flauta envuelta en una vieja capa sobre su regazo.

—En realidad, Su Ilustrísima —lo sacó del error Talen—, asisto regularmente a misa y presto gran atención a los sermones.

—Sorprendente —afirmó el patriarca.

—No del todo, Su Ilustrísima —repuso Talen—. La mayoría de los ladrones acuden a la iglesia, pues el ofertorio les ofrece espléndidas oportunidades.

Dolmant pareció súbitamente horrorizado.

—Consideradlo de este modo, Su Ilustrísima —explicó el joven, con burlona seriedad—. La Iglesia distribuye dinero entre los pobres, ¿no es cierto?

—Desde luego.

—Bien, yo, debido a la miseria en que vivo, tomo mi parte cuando pasan la bandeja. Así ahorro tiempo y esfuerzo a la Iglesia, ya que le evito ir en mi busca para darme el dinero. Me gusta ser útil siempre que puedo.

Dolmant lo miró fijamente y de pronto, sin poder contenerse, estalló en carcajadas.

Pocas millas más adelante, encontraron un pequeño grupo de gente ataviada con las rudas túnicas tejidas a mano que solían vestir los estirios. Iban a pie y, tan pronto como advirtieron a Sparhawk y a sus compañeros, huyeron a todo correr hacia un campo próximo.

—¿Por qué tienen tanto miedo? —preguntó Kalten, desconcertado.

—Las noticias se expanden rápidamente entre los estirios —respondió Sephrenia—, y últimamente han ocurrido ciertos incidentes que los han asustado.

—¿Incidentes?

Sparhawk le refirió brevemente lo sucedido en el poblado estirio de Arcium. El rostro de Talen estaba muy pálido.

—¡Eso es horrible! —exclamó.

—La Iglesia ha intentado durante siglos acabar con ese tipo de ataques —declaró Dolmant con tristeza.

—Creo que hemos logrado darles fin en esa parte de Arcium —aseguró Sparhawk—. Envié a algunos hombres para castigar a los campesinos responsables de la matanza.

—¿Los colgaron? —preguntó furioso Talen.

—Sephrenia no nos lo permitió; no obstante, les propinamos unos buenos azotes.

—¿En eso consistió su pena, simplemente?

—Se utilizaron ramas de espino. Esta planta crece hasta una altura muy elevada en Arcium, y recomendé a mis subordinados que las blandieran con firmeza.

—Tal vez fue un poco cruel —señaló Dolmant.

—En aquel momento lo consideramos necesario. Los caballeros de la Iglesia mantenemos estrechos lazos con los estirios y detestamos a la gente que maltrata a nuestros amigos.

El pálido sol de invierno se deslizaba bajo un cúmulo de gélidas nubes purpúreas cuando arribaron a una destartalada posada para viajeros. Comieron una sopa aguada, un grasiento pedazo de cordero y, a poco, se retiraron.

La mañana siguiente amaneció clara y fría. La tierra del camino estaba helada y las plantas que lo flanqueaban aparecían blancas a causa de la escarcha. El sol relucía con fuerza, pero aportaba escaso calor. Marchaban a paso vivo, envueltos en sus capas para resguardarse de la rigurosa temperatura.

El camino serpenteaba por las colinas y valles de Elenia central, y cruzaba campos en barbecho azotados por el viento. Sparhawk admiraba el paisaje mientras cabalgaba. Ante aquella región donde habían crecido Kalten y él, experimentaba el peculiar sentimiento de retorno al hogar que todos los hombres sienten al regresar tras largos años al lugar donde transcurrió su infancia. La autodisciplina, tan importante en la formación de un pandion, reprimía en Sparhawk cualquier forma de emotividad, pero, pese a sus esfuerzos, en ocasiones ciertas cosas lo conmovían profundamente.

A media mañana, Kurik informó desde la retaguardia:

—Un jinete se aproxima. Espolea con insistencia su caballo.

Sparhawk refrenó a
Faran
y volvió grupas.

—Kalten —dijo simplemente.

—Conforme —respondió su amigo, y apartó la capa para poner al descubierto la empuñadura de la espada.

Sparhawk también aprestó su arma y ambos retrocedieron varias yardas para salir al encuentro del hombre.

Sin embargo, sus precauciones resultaron innecesarias, pues se trataba del joven novicio Berit. Iba cubierto con una capa y tenía las manos y muñecas agrietadas a causa del frío. Su montura, por el contrario, estaba completamente bañada en sudor. Aflojó las riendas y se acercó al paso.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Sparhawk.

—El consejo real ha legitimado al príncipe Lycheas.

—¿Cómo?

—Cuando los reyes de Thalesia, Deira y Arcium insistieron en el argumento de que un bastardo no podía actuar como príncipe regente, el primado Annias convocó una reunión del consejo y presentó un documento que atestiguaba que la princesa Arissa se había unido en matrimonio con el duque Osten de Vardenais. Finalmente el príncipe fue declarado legítimo.

Other books

Journey to Empowerment by Maria D. Dowd
The Pirate's Revenge by Kelly Gardiner
Precious Anathema by T.L. Manning
Out of the Dark by Quinn Loftis
No Man's Land by James Axler
Sophocles by Oedipus Trilogy
Who Goes There by John W. Campbell
Checkmate by Dorothy Dunnett