El trono de diamante (14 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
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—Te lo agradecerá.

—Ah, por cierto, he encontrado al tipo que buscabais.

—¿Krager? ¿Dónde?

—Vive en un burdel en la calle del León.

—¿Un burdel?

—Quizá se halle necesitado de afecto.

Sparhawk se levantó y se tocó la barba para comprobar que todavía se mantenía en su lugar.

—Vamos a hablar con Platime.

—¿Queréis que despierte a vuestro amigo?

—Es preferible que lo dejemos dormir. De todos modos, no voy a obligarlo a salir con esta lluvia en el estado en que se halla.

Platime roncaba recostado en su silla; sin embargo, sus ojos se abrieron instantáneamente al tocarle Talen el hombro.

—El chaval ha descubierto a Krager —informó Sparhawk.

—Supongo que saldréis a buscarlo.

Sparhawk hizo un gesto afirmativo.

—¿Creéis que los soldados del primado todavía os acechan?

—Seguramente.

—¿Y saben qué disfraz lleváis?

—Sí.

—En ese caso, no llegaréis muy lejos.

—Debo correr el riesgo.

—Platime —intervino Talen.

—¿Qué?

—¿Recuerdas aquella vez en que tuvimos que sacar a Weasel de la ciudad a toda prisa?

Platime dejó escapar un gruñido mientras se rascaba la panza y miraba especulativamente a Sparhawk.

—¿Tenéis mucho afecto a vuestra barba?

—No mucho. ¿Por qué?

—Si estáis dispuesto a afeitárosla, conozco un procedimiento que os permitiría caminar por Cimmura sin ser reconocido.

Sparhawk comenzó a arrancar mechones de cabello de su mentón.

—Realmente la estimabais poco, ¿eh? —afirmó Platime con una risotada—. Ve a buscar al arcón lo que necesitamos.

Cuando Talen se encaminó a una gran caja de madera ubicada en un rincón del sótano y empezó a revolver en su interior, Sparhawk terminó de despegarse la barba. Al regresar, el muchacho llevaba una túnica harapienta y un par de zapatos que constituían más bien unas bolsas de cuero medio descompuesto.

—¿Qué otras partes de vuestro rostro son añadidos? —inquirió Platime.

Sparhawk tomó la capa que le tendía Talen y vertió un poco de vino en una esquina. Después se frotó vigorosamente el rostro, a fin de deshacerse de los restos de pegamento y la cicatriz púrpura que había dibujado Sephrenia.

—¿La nariz? —preguntó Platime.

—Es la mía.

—¿Cómo os la desviasteis?

—Es una larga historia.

—Sacaos las botas y esos calzones de cuero y os pondréis la capa y estos zapatos.

Sparhawk siguió sus instrucciones ayudado por Talen.

Platime entornó los ojos para observarlo.

—Ensuciaos un poco las piernas. Vuestro aspecto parece demasiado aseado.

Talen volvió al arcón y rescató un abollado sombrero de cuero, una vara larga y delgada y una tira de sucia arpillera.

—Poneos el sombrero y ataos la tela de manera que os tape los ojos —indicó Platime.

—¿Podéis ver bien a través de la venda? —inquirió Platime una vez que Sparhawk se hubo cubierto.

—Puedo distinguir los contornos, pero nada más.

—Tampoco nos interesa que veáis perfectamente. Vais a representar que sois ciego. Tráele una escudilla de mendigar, Talen —ordenó al muchacho—. Caminad un poco para practicar. Agitad el bastón ante vos, pero chocad con algo de vez en cuando y no olvidéis dar traspiés.

—Es una buena idea, Platime; sin embargo, sé perfectamente adónde me dirijo. ¿No provocaré sospechas en la gente?

—Talen guiará vuestros pasos. Simplemente seréis un par de pedigüeños.

Sparhawk se ciñó el cinto para recoger su espada.

—Tendréis que dejar el arma aquí —le anunció Platime—. Podéis ocultar una daga bajo la capa, pero una espada de hoja ancha resulta demasiado escandalosa.

—Supongo que tenéis razón —repuso Sparhawk, al tiempo que se desprendía de ella para entregársela al obeso personaje de jubón anaranjado—. No la perdáis —advirtió.

A continuación comenzó a simular los andares vacilantes de un invidente. Al caminar golpeaba el suelo con el bastón que le había proporcionado Talen.

—No está mal —aprobó Platime al cabo de unos minutos—. Aprendéis con rapidez, Sparhawk. Me parece que ya podéis arreglároslas. Por el camino, Talen os enseñará cómo debéis pedir caridad.

El muchacho apareció con la pierna izquierda grotescamente deformada; se ayudaba en su cojera con una muleta. Se había quitado su elegante chaleco y lucía ahora puros andrajos.

—¿No te duele? —preguntó Sparhawk, a la vez que señalaba la pierna del muchacho.

—No demasiado. Hay que apoyar el peso sobre un lado del pie y torcer la rodilla hacia dentro.

—Parece convincente.

—Naturalmente. He practicado mucho.

—¿Estáis listos pues? —inquirió Platime.

—Probablemente más que en cualquier otra ocasión —replicó Sparhawk—. Sin embargo, me temo que mendigar no me resultará tan sencillo.

—Talen os enseñará los rudimentos. No es difícil. Buena suerte, Sparhawk.

—Gracias. Tal vez la necesite.

A media mañana de un día lluvioso y gris Sparhawk y Talen salieron del sótano y emprendieron el camino por el fangoso callejón. Sef se hallaba de nuevo en uno de los portales. No obstante, no les dirigió la palabra.

Al desembocar en la otra calle, el muchacho le agarró una punta de la capa y empezó a guiarlo. Sparhawk caminaba a tientas tras él y golpeaba el pavimento con la vara.

—Existen varias maneras de mendigar —le informó el muchacho después de andar un trecho—. Algunos prefieren estar sentados y alargar la escudilla. Sin embargo, eso no atrae muchas monedas, a menos que uno se coloque a la puerta de la iglesia el día en que el sermón haya versado sobre la caridad. Otros optan por agitar la escudilla ante la cara de cualquier transeúnte. De esta manera se consiguen más ganancias, pero a veces la gente se irrita y uno puede recibir más de un puñetazo. Como os hacéis pasar por ciego, deberéis utilizar un método distinto.

—¿Tengo que decir algo?

—Tenéis que llamar la atención. Normalmente basta con la palabra «caridad». No hay tiempo para largas arengas y, además, a nadie le gusta hablar con mendigos. Si alguien decide daros algo, deseará liquidar el asunto lo más rápidamente posible. Adoptad un tono de voz desesperado. No convienen los lloriqueos, pero tratad de utilizar una voz un poco entrecortada, como si estuvierais a punto de sollozar.

—La mendicidad es todo un arte, ¿no es cierto?

—Se parece a cualquier venta —repuso Talen con un encogimiento de hombros—. El inconveniente radica en que sólo se pueden utilizar dos palabras, así que hay que llenarlas de dramatismo. ¿Tenéis alguna moneda de cobre?

—Creo que sí, a menos que me las hayas robado. ¿Por qué?

—Cuando lleguemos al burdel, tendréis que hacer sonar la escudilla. Depositad en ella una par de monedas, como si ya os hubieran dado caridad.

—No acabo de entender qué pretendes.

—Queréis aguardar a que el tal Krager salga de allí, ¿no? Si entráis a buscarlo, deberéis enfrentaros a los matones del local. —Consideró el físico de Sparhawk con la mirada—. Podríais propinarles una buena paliza, pero seguramente se provocaría un barullo y la madama mandaría llamar a la guardia. En consecuencia, es aconsejable esperar afuera.

—Bien. Entonces supongo que nos apostaremos en la entrada.

—En efecto, nos instalaremos junto a la puerta y pediremos caridad hasta que salga. —Talen hizo una pausa—. ¿Vais a matarlo? —inquirió—. Si ésa es vuestra intención, ¿puedo mirar?

—No. Sólo quiero hacerle algunas preguntas.

—Oh —exclamó decepcionado el muchacho.

La lluvia arreciaba y la capa de Sparhawk, como creaba una especie de canal para el agua, mojaba sus pantorrillas desnudas. Llegaron a la calle del León y giraron a la izquierda.

—El burdel se encuentra justo allá arriba —indicó Talen, al tiempo que tiraba de la chorreante capa de Sparhawk.

De repente, se detuvo en seco.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Sparhawk.

—Competencia —replicó Talen—. Un hombre con una sola pierna está apoyado al lado de la puerta.

—¿También pide limosna?

—¿Se os ocurre alguna otra cosa, si no?

—¿Qué hacemos ahora?

—No representa ningún problema. Le diré que se vaya.

—¿Y aceptará?

—Sí. Le comunicaré que hemos alquilado la plaza a Platime. Esperad aquí. Ahora vuelvo.

El muchacho avanzó cojeando hasta la puerta pintada de rojo del burdel y habló brevemente con el hombre apostado allí. Éste le lanzó una mirada airada por un momento y luego desplegó milagrosamente su pierna de debajo de sus mugrientas vestiduras y se alejó mientras murmuraba para sus adentros. Talen desanduvo sus pasos y condujo a Sparhawk hasta el prostíbulo.

—Apoyaos contra la pared y alargad la escudilla cuando pase alguien, pero no se la acerquéis demasiado. Recordad que no podéis verlos, así que no debéis ser muy certero.

Un próspero mercader se aproximó con la cabeza inclinada y embozado en una oscura capa. Sparhawk tendió la escudilla.

—Caridad —pidió con voz lastimera.

El hombre pasó de largo.

—No está mal —diagnosticó Talen—. Intentad darle ese toque que os he mencionado antes.

—¿Por ese motivo no me ha echado nada?

—No. Los mercaderes no dan nunca limosna.

—Oh.

A continuación aparecieron por la calle varios obreros vestidos con guardapolvos de cuero. Hablaban ruidosamente y caminaban dando algunos traspiés.

—Caridad —imploró Sparhawk.

Talen se sorbió los mocos y se limpió la nariz con la manga. Por favor, buenos señores —dijo con voz estrangulada—. ¿Podéis ayudarnos a mi padre ciego y a mí?

—¿Por qué no? —respondió alegremente uno del grupo.

Registró uno de sus bolsillos, sacó unas cuantas monedas y las revisó. Seleccionó una pequeña pieza de cobre y la tiró a la escudilla de Sparhawk.

—Intenta reunir lo bastante para hacerles una visita a las chicas —afirmó riendo uno de sus compañeros.

—Eso es asunto suyo, ¿verdad? —replicó el que se había mostrado generoso.

—El primer triunfo —exclamó Talen—. Poneos la moneda en el bolsillo; la escudilla no debe aparecer demasiado llena.

Durante la siguiente hora, Sparhawk y su joven instructor recogieron alrededor de doce piezas más. Después de recibir las primeras, Sparhawk vivía como un reto cada nueva ocasión y consideraba un pequeño éxito cada vez que lograba engatusar a un viandante.

Al cabo de un rato se aproximó por la calzada un suntuoso carruaje tirado por dos caballos negros. Un joven lacayo con librea descendió del vehículo e hizo bajar el escalón de uno de los costados. Sparhawk conocía al noble que apareció ataviado con terciopelo verde.

—Tal vez me demore, cariño —advirtió el aristócrata, al tiempo que acariciaba el rostro juvenil del lacayo—. Lleva el carruaje más allá y aguárdame. Alguien podría reconocerlo, y no querría por nada del mundo que la gente pensase que frecuento un local como éste —explicó con una risita.

—Caridad para un ciego —mendigó Sparhawk tras alargar su recipiente.

—Fuera de mi vista, bellaco —exclamó el noble personaje mientras agitaba la mano como si ahuyentara a una molesta mosca.

Después abrió la puerta y penetró en el edificio. Su vehículo se alejó.

—Curioso —murmuró Sparhawk.

—En efecto —asintió Talen.

—Ésta es una escena que jamás imaginé presenciar: el barón Harparín entrando en un burdel.

—Los nobles también tienen sus apremios, ¿no es cierto?

—No creo que las mujeres de allá adentro puedan satisfacer los de Harparín; sin embargo, podría sentirse atraído por ti con facilidad.

—No os preocupéis por eso —replicó Talen, ruborizado.

—¿Por qué razón Harparín visita el mismo prostíbulo donde se hospeda Krager? —musitó Sparhawk a la vez que fruncía el entrecejo.

—¿Se conocen?

—Lo considero bastante improbable. Harparín es miembro del consejo y amigo íntimo de Annias. Krager es un sujeto de tercera categoría. Si han planeado reunirse aquí, daría cualquier cosa por poder escucharlos.

—Entrad, pues.

—¿Cómo?

—Se trata de un establecimiento público, y un ciego también necesita cariño. Lo único que debéis evitar es la pelea. —Talen miró con precaución a su alrededor—. En el interior, preguntad por Naween. Trabaja para Platime en este ramo. Decidle que os ha enviado él. Os llevará a algún sitio desde donde podáis espiarlos.

—¿Acaso Platime controla toda la ciudad?

—Sólo los bajos fondos. Annias controla el resto.

—¿Vas a venir conmigo?

—Shanda posee un concepto retorcido sobre la moralidad —respondió Talen, con un gesto negativo—. No permite la entrada a los niños, es decir, a los varones.

—¿Shanda?

—La que regenta el local.

—Debería haberlo sospechado. La amante de Krager se llama Shanda. ¿Es una mujer delgada?

Talen asintió.

—¿Con una lengua muy larga? —preguntó.

—La misma.

—¿Os conoce?

—Nos vimos en una ocasión doce años atrás.

—La venda os tapa gran parte de la cara y dentro la luz es bastante tenue. Podréis pasar inadvertido si disimuláis un poco la voz. Entrad. Me quedaré aquí para vigilar. Conozco a todos los policías y espías de Cimmura.

—De acuerdo.

—¿Tenéis dinero para pagar una chica? Si no os alcanza puedo prestaros algo. Shanda no os dejará acercaros a ninguna de las prostitutas sin haber comprado sus servicios por anticipado.

—Creo que bastará el que llevo, a no ser que me hayas vuelto a registrar el bolsillo.

—¿Me creéis capaz de eso, mi señor?

—Desde luego. Quizá tarde un poco en salir.

—Divertíos. Naween es muy fogosa, al menos así me han informado.

Sparhawk desatendió la recomendación y se adentró en el burdel. La oscura entrada estaba impregnada del empalagoso olor del perfume barato. Sparhawk hacía oscilar su bastón a ambos lados y golpeaba las paredes para mantener su porte de invidente.

—Hola —llamó con voz chillona—. ¿Hay alguien aquí?

La puerta del fondo se abrió para dar paso a una mujer delgada que lucía un vestido de terciopelo amarillo. Sus cabellos rubios y lacios parecían sucios, su expresión era poco amigable y sus ojos transmitían la dureza del ágata.

—¿Qué queréis? —preguntó—. No podéis mendigar aquí adentro.

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