El Sol brilla luminoso (9 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Divulgación científica

BOOK: El Sol brilla luminoso
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Es incluso posible que los seres humanos hayan sido testigos del cambio. He averiguado que cierto número de astrónomos antiguos describieron a Sirio como de color rojo y, en ese caso, difícilmente pudieron haberse equivocado al respecto. Es probable que los astrónomos actuales se equivoquen al ver a Sirio de un color azul-blanco.

¿Es posible que los antiguos no observasen a Sirio A como nosotros lo vemos, sino a Sirio B como una gigante roja mientras lanzaba materia sobre la relativamente apagada Sirio A?

Luego, en determinado momento de la alta Edad Media, cuando la astronomía se encontraba en un bajo nivel, y el repentino cambio pasó inadvertido, Sirio B se habría colapsado y convertido en una estrella demasiado apagada como para ser visible con un ojo sin ayuda, dejando detrás el súbitamente realzado brillo azul-blanco de Sirio A.

Volveremos sobre este asunto en el capítulo siguiente.

V. «SIRIAMENTE» HABLANDO

Supongo que no constituye un secreto que fui un niño prodigio. (No puede ser un secreto, afirma mi buen amigo Lester del Rey, porque he estado hablando de ello durante todo el tiempo.)

Naturalmente, conozco a numerosas personas que han sido niños prodigios, pero, por lo que sé, yo fui el único en disfrutar con ello. Adoraba ser más listo que el chico que tuviese al lado.

Y lo que es más, no me preocupaba en clase porque fuese siempre el maestro el importunado. No fui un solitario por inhabilidad para comunicarme con los niños de mi edad, puesto que, además de ser un prodigio, fui también adecuadamente infantil. No me vi condenado al ostracismo por mis iguales por el crimen de ser brillante, porque era también un problema disciplinario en la clase, lo que les hizo decidir que resultaba un tipo decente.

En realidad, adoro haber sido un niño prodigio tanto como odio el seguir siéndolo. El ser un adulto prodigio siempre parece algo pálido en comparación, pero, a mi edad, creo que en pocos años voy a tener que ajustarlo.

De todos modos, he estado hojeando la
The Science Fiction Encyclopedia
«Doubleday», 1979), y, de repente, se me ocurrió ver lo viejos que eran todos mis queridos compañeros escritores de ciencia ficción, por lo que puedo proceder a realizar envidiosas comparaciones.

Por ejemplo, hace una década los «Escritores de Ciencia Ficción de Estados Unidos» votaron sobre los mejores cuentos de todos los tiempos, requiriendo las normas que sólo se eligiese un relato de cada autor. Como resultado de ello se eligió el «mejor» relato de cada uno de veintiséis autores diferentes, y se hizo con ello una antología.

Acabo de repasar la lista de relatos de aquella antología y, con ayuda de
The Science Fiction Enciclopedia,
he calculado la edad de cada autor en el momento en que se publicaron los respectivos relatos.

El autor de más edad que figuró en esta lista fue Murray Leinster, el cual publicó su clásico «Primer contacto» cuando tenía cuarenta y nueve años. El autor más joven que consiguió entrar en la mencionada lista (¿están preparados?) fue Isaac Asimov, que publicó su clásico «Anochecer» a la edad de veintiún años.

Aún no he acabado. ¿Qué relato de los veintiséis acabó en primer lugar (aunque yo no voté por mí mismo)? Lo han adivinado. Fue «Anochecer».

Yo siempre he sostenido que «Anochecer»
no
es el mejor relato que haya escrito, ni tampoco el mejor escrito jamás por nadie (digan lo que digan los votos). No obstante, deseo decir, con orgullo de niño prodigio: Es el mejor relato de ciencia ficción, de
cualquier
tipo de extensión, escrito por
cualquier
persona que no hubiese cumplido aún su vigésimo segundo cumpleaños.

¿Y por qué les estoy diciendo todo esto? Porque un reciente ensayo que escribí para corregir una insuficiencia de conocimientos desplegado en un artículo anterior, me las arreglé para cometer otra insuficiencia de conocimientos aún peor, y ahora debo corregir. Sintiéndome estúpido, he de hacer algo para animarme.

Esto es lo que he hecho, y ahora ya puedo empezar.

Imaginemos una esfera en el espacio, con un radio de 8,8 años luz y el Sol en su centro. El volumen de esa esfera es de 2.850 años cúbicos luz.

Se trata de una gran esfera. En el centro, el Sol, aunque es un globo gigante, sólo ocupa 5 x 10
-24
(5 billones de billones) de ese volumen.

Imaginemos una esfera más pequeña con el Sol en el centro; una con un radio de 7,4 mil millones de kilómetros. Sería lo suficientemente grande como para incluir hasta la órbita de Plutón y todo el Sistema solar; en realidad, incluso algunos remotos cometas. Esta esfera de Sistema solar sería aún de sólo 7 x 10
-11
(70 billonésimas) del volumen de la esfera mayor. En comparación con la esfera de radio de 8,8 años luz, todo el Sistema solar se convierte en un puntito.

Sin embargo, dicha gran esfera se vuelve pequeña si lo consideramos de otra manera. Una esfera con radio de 8,8 años luz ocuparía sólo un 1,4 x 10
-10
(un 1/7 de milmillonésima) del volumen de la galaxia de la Vía Láctea.

Esto es,
grosso modo,
el área de una manzana de casas de la ciudad en comparación con el área de Estados Unidos. Entonces, nos hallamos perfectamente en lo correcto al considerar la esfera de radio de 8,8 años luz como representante de nuestra inmediata barriada estelar; nuestra propia manzana de casas de la ciudad en medio de una gran nación.

La pregunta que se suscita es: ¿Cuántas estrellas existen en nuestra más inmediata vecindad? ¿Cuántas estrellas viven en nuestra manzana?

Contando con el Sol, la respuesta es: Exactamente nueve.

Procediendo hacia afuera desde el Sol, llegamos al sistema de Alfa del Centauro que consta de tres estrellas, las cuales son en orden de brillo decreciente: Alfa del Centauro A, Alfa del Centauro B y Alfa del Centauro C. Las dos primeras se encuentran tan próximas una a la otra, que pueden considerarse a la misma distancia.

No obstante, Alfa del Centauro C se halla a una inmensa distancia de las otras dos. A 1,6 billones de kilómetros del centro de gravedad del sistema A/B y se tarda 1,3 millones de años en realizar todo el circuito. Exactamente ahora, se halla en la parte de su órbita situada entre el sistema A/B y nosotros mismos, por lo que puede considerarse tan mensurablemente próxima a nosotros como las otras dos. Incluso Alfa del Centauro C es la estrella conocida más próxima a nosotros, y se halla a 4,27 años luz de distancia.

Sin embargo, Alfa del Centauro C es una pequeña enana roja, de un poco más de 1/20.000 del brillo de nuestro Sol. A pesar de su proximidad (según el estándar estelar), su magnitud visual es de 11,05, lo cual la hace demasiado apagada para poder verla con el ojo desnudo. Debería ser mil veces más brillante de como lo es ahora, para mostrarse como una estrella apenas visible en el firmamento.

Alfa del Centauro A y Alfa del Centauro B se encuentran a 4,37 años luz de distancia. De las dos, Alfa del Centauro A es, virtualmente, la gemela de nuestro Sol: con igual masa, idéntica temperatura y la misma luminosidad.

Alfa del Centauro B es una estrella sustancialmente más pequeña. Tiene un diámetro de 973.000 Km, en comparación con los 1.390.000 de Alfa del Centauro A o el Sol. Alfa del Centauro B es sólo 0,28 veces de luminoso que Alfa del Centauro A o el Sol.

Si tanto Alfa del Centauro A como Alfa del Centauro B brillasen solos en el firmamento, serían una estrella de «primera magnitud». Alfa del Centauro A tiene una magnitud visual de -0,01 y Alfa del Centauro B una del 1,33.

Sin embargo, no los vemos de una forma separada. Están tan juntas la una de la otra que, para un ojo sin ayudas, parecen un solo punto de luz, con una magnitud visual de -0,1. Esto hace de ella la tercera estrella en brillo de los cielos.

Alejándonos del sistema de Alfa del Centauro nos encontramos con tres estrellas individuales: la estrella de Barnard, Lobo 359 y HD 95735, a unas distancias, respectivamente, de 5,9, 7,6 Y 8,1 años luz. Son todas unas enanas rojas invisibles al mirarlas con los ojos desnudos.

De las tres, la más brillante es HD 95735, que posee un centenar de veces la luminosidad de Alfa del Centauro C, y una magnitud visual del 7,5. Si fuera dos veces y media más luminosa, sería visible para unos ojos azuzados en una noche muy clara.

La estrella de Barnard se encuentra a mitad de camino en luminosidad entre Alfa del Centauro C y HD 95735, Y posee una magnitud visual de 9,54.

La más apagada de todas las estrellas de nuestra manzana es Lobo 359. Posee sólo una tercera parte de la luminosidad de Alfa del Centauro C y una magnitud visual de 13,53, a pesar de su relativa proximidad a nosotros.

Esto nos proporciona siete de las nueve estrellas. Para llegar a las dos últimas, debemos trasladamos a una distancia de 8,65 años luz, casi en el borde de la manzana, y allí encontramos una más bien rara pareja de estrellas, Sirio A y Sirio B.

En lo referente a Sirio B, ya he hablado en «¿Cuán pequeño?» (capítulo IV). Se trata de una estrella enana blanca, con la masa del Sol y un volumen menor que el de la Tierra. Su magnitud visual es de 8,68, lo cual la coloca entre HD 95735 Y la estrella de Barnard en lo que se refiere al brillo aparente. Constituye más bien una desventaja, pues queda ahogada en la luz resplandeciente de su compañera, Sirio A.

Sirio A es la aristócrata de la manzana. Es a un tiempo más grande y más cálida que el Sol. Su diámetro es de 2,5 millones de kilómetros, lo cual la hace 1,8 más ancha que el Sol y 5,8 veces más luminosa. Posee 2,5 veces la masa del Sol y una temperatura superficial de 10.000°C, en comparación con los 6.000°C del Sol. Digamos, además, que es 23 veces más luminosa que el Sol.
[8]

Como resultado de la luminosidad de Sirio A y de su proximidad a nosotros, su magnitud visual aparente es de -1,45, haciendo de ella la estrella más brillante en el cielo por un considerable margen.
[9]

Sirio A (a la que a partir de ahora llamaremos sólo Sirio) era lo suficientemente brillante como para atraer la atención de los antiguos. Lo hubiera hecho así en cualquier caso, pero los egipcios prestaron especial atención a que poseía una coincidencia peculiar. Permítanme que se lo explique.

El Sol se traslada en el cielo con relación a las estrellas, un efecto producido por la revolución de la Tierra en torno del Sol. Cada período de veinticuatro horas, el Sol se mueve 0,9860 hacia el Este, contra el telón de fondo de las estrellas, por lo que, al final del año solar de 365,2422 días, ha avanzado 3600 hacia el Este y ha realizado un círculo completo en el firmamento.

Si consideramos alguna estrella en particular que salga con el Sol un día concreto «salida helíaca», de unas palabras griegas que significan «cerca del Sol»), a la mañana siguiente la estrella estará a 0,9860 al oeste del Sol y saldrá 3,95 minutos más pronto que el Sol y, a la mañana siguiente, 3,95 minutos aún más pronto. Esto hará que cada vez se salga más de fase y, al cabo de seis meses, la estrella saldrá cuando el Sol se ponga la noche anterior (por decirlo así). Entonces, finalmente, al cabo de un año exacto, esa estrella comenzará de nuevo a salir con el Sol.

Los egipcios se percataron de que la estrella Sirio (a la que llamaron Sotis) sale con el Sol exactamente en el momento en que el Nilo comienza a desbordarse; creyeron que esto constituía un signo importante por parte de los dioses y se dedicaron a observarlo.

Resulta claro que la salida helíaca de Sirio ocurría cada 365 1/4 días, y ello ayudó a los egipcios a establecer un calendario solar que confería 365 días al año y que ignoraba las fases de la Luna, y esto en un tiempo en que otros pueblos antiguos empleaban el menos conveniente y más complicado calendario lunar.

Por supuesto que los egipcios ignoraron la fracción de día y mantuvieron un calendario fijo de 365 días, año tras año. Esto significaba que el calendario perdía un cuarto de día cada año. Si la salida helíaca de Sirio ocurría el 1 de enero de un año particular, volvería a tener lugar el 2 de enero de cuatro años después, el 3 de enero tras otros cuatro años, etcétera. (Esto podía haberse evitado si los egipcios hubiesen adoptado el convenio del año bisiesto. Sabían lo suficiente como para hacerlo así, pero se aferraron a la tradición, lo mismo que nosotros nos aferramos a las estupideces de nuestro propio calendario a causa de la tradición.)

Al cabo de 1.460 años (365 x 4), Sirio saldría de nuevo el 1 de enero, y por eso el plazo de 1.460 años fue denominado «ciclo sotíaco».

Esto no sólo significó que sirio salía con el Sol en diferentes días del año a medida que transcurría el tiempo, sino que el desbordamiento del Nilo se producía también en diferentes días del año. De todos modos, los egipcios contarían con la salida helíaca de Sirio como anuncio de la inundación del Nilo para un día determinado del año.

Imaginemos ahora que Sirio sale más temprano cada mañana y que se oculta de nuevo a la salida del Sol. Supongamos que llega el día en que salga, pongamos por caso, diez minutos después del Sol. Naturalmente, sería invisible ante el resplandor solar en el momento en que se alzase.

Al día siguiente, saldría cuatro minutos antes y se ocultaría en el horizonte sólo seis minutos después que el Sol, y también seguiría siendo invisible. Al día siguiente saldría dos minutos después del Sol, y seguiría asimismo siendo invisible.

No obstante, al día siguiente, se alzaría dos minutos
antes
que el Sol y sería visto muy bajo en el horizonte oriental, en el brillo del alba, durante un momento muy breve antes de que el borde del Sol asomase por el horizonte.

A partir de esto, Sirio saldría cada vez más y más temprano, y se encontraría cada vez más alto en el cielo en el momento de la salida del Sol, pero los egipcios no se hallarían entonces interesados en el asunto. Era la salida helíaca lo que les atraía.

En el año 3000 a. J. C. la salida helíaca de Sirio se produjo tres días antes del tiempo normal del principio de las inundaciones del Nilo en la capital egipcia de Menfis. Sin embargo, con la precesión de los equinoccios y el propio movimiento de Sirio, la salida helíaca fue derivando poco a poco. Hacia el año 2000 a. J. C., la salida helíaca de Sirio se produjo cinco días
después
de que empezase el desbordamiento del Nilo, y hacia el año 1000 a.C. tuvo lugar veintitrés días después. Sirio ya no servía como anuncio, mas para entonces, el calendario egipcio y las tradiciones habían quedado ya fijados.

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