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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

El Sistema (39 page)

BOOK: El Sistema
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Como digo, se trata de un documento muy importante puesto que proviene del primer banco del mundo y en un momento en el que conoce no solo la situación de Banesto, sino la posibilidad de que el Banco de España pueda adoptar una decisión traumática que afectaría al sistema financiero español y a Banesto. Ellos eran accionistas muy cualificados de Banesto, por lo que, aunque solo fuera por este último aspecto, tenían el máximo interés en buscar la mejor solución. Esta última apreciación me parece importante: si eran conscientes de que el Banco de España podía decidir una intervención, lo lógico es que actuaran en defensa de sus propios intereses. Por tanto, sus movimientos deberían estar dirigidos en esa dirección. En consecuencia, la carta de J. P. Morgan fechada en ese día refleja una postura absolutamente sincera sobre su posición ante la posible intervención, sobre todo si tomamos en consideración que la carta fue escrita por decisión e iniciativa de J. P. Morgan, a la vista de las informaciones que les transmitíamos sobre lo sucedido en la tarde del 27 de diciembre de 1993.

La carta, redactada en inglés, hace referencia al compromiso que J. P. Morgan asume de proceder a la colocación de los «bonos convertibles» —dentro, lógicamente, de las condiciones del mercado—, a conseguir la venta del 25 por ciento del banco portugués Totta y Azores, que tenía un impacto positivo extraordinario en el cálculo de los «recursos propios» de Banesto, y termina con un párrafo de enorme interés, por lo que, traducido al castellano, voy a reproducirlo literalmente para el lector:

4. J. P. Morgan apoya a la actual gestión de Banesto y cree que las perspectivas de futura rentabilidad de Banesto son muy fuertes.

J. P. Morgan ha asesorado a Banesto en el desarrollo de una presentación escrita de su plan y esta presentación ha sido analizada por la alta dirección de J. P. Morgan en su papel de asesor financiero de Banesto. Nos gustaría mucho tener la oportunidad de entregarles a ustedes una copia de esta presentación y discutir con ustedes personalmente por qué J. P. Morgan cree que el plan que propone Banesto es realizable y es lo mejor para los intereses de Banesto, de sus accionistas y del sistema bancario español.

El Banco de España está a punto de tomar una decisión de enorme trascendencia para el sistema financiero español y para la imagen externa de nuestro país. En esos momentos recibe una carta del primer banco del mundo, que había colaborado con nosotros en el éxito de la mayor ampliación de capital que jamás haya abordado ningún banco europeo, y en esa carta lo que se pide es sencillamente una oportunidad de discutir personalmente con los responsables del Banco de España por qué el plan de Banesto es realizable y por qué es lo mejor para todos los colectivos interesados: accionistas, Banesto y sistema bancario español. Comprendo que si esta carta la firmara alguien carente de prestigio o de experiencia en el mundo bancario, lo lógico es que no existiera respuesta. Pero, insisto, era el primer banco del mundo, un accionista muy cualificado de Banesto —a través del fondo Corsair—, quien ponía todo su prestigio en una frase tan potente al servicio de pedir una oportunidad al Banco de España para explicar algo que debería interesar primordialmente al propio Banco de España en su misión de proteger el sistema financiero español.

«La verdad es que la carta que has conseguido es muy meritoria pero insuficiente.»
Estas palabras de Miguel Martín, subgobernador del Banco de España, pronunciadas a primeras horas de la mañana del día 28 de diciembre de 1993, delante del gobernador, señor Rojo, fueron toda la respuesta oficial a esa petición de oportunidad para explicar lo que a juicio de J. P. Morgan constituía lo mejor para el sistema financiero español. La referencia a que era algo muy meritorio por mi parte estaba comenzando a centrar el problema. Parecía como si lo trascendente era lo que yo consiguiera, lo que yo obtuviera, lo que yo hiciera. Lo demás, es decir, los intereses de accionistas, de depositantes, del sistema financiero, la objetividad en la toma de decisiones, la lógica de escuchar a alguien tan cualificado como el banco de negocios americano, todo eso parecía menos importante, menos significativo. Calificar a esa carta de algo «meritorio» por mi parte creo que es, por sí solo, muy ilustrativo de lo que estaba sucediendo.

¿Qué hubiera perdido el Banco de España por conceder a J. P. Morgan la oportunidad que le solicitaba? ¿Dónde estaba la urgencia, la inmediatez, la necesidad imperiosa de actuar esa misma mañana? ¿Por qué no era posible esperar solo unas horas y dedicar unos minutos a quien estaba pidiendo exclusivamente la oportunidad de explicar algo que, insisto, debería interesar en primer término al propio Banco de España? ¿Es lógico este proceder? ¿Tiene alguna justificación de naturaleza técnica? ¿Es siquiera mínimamente razonable? ¿Alguien ha dado explicaciones al respecto en alguna de las comisiones parlamentarias abiertas sobre el caso Banesto? Observe atentamente el lector las siguientes palabras del gobernador en el turno de respuestas, en la comparecencia parlamentaria del día 30 de diciembre:

Banesto no encontró el apoyo exterior para lo que en principio era una opción razonable, es decir, de nuevo acudir al mercado y obtener un volumen muy fuerte de recursos propios y a partir de ese momento se plantea el problema de que con otro tipo de plan que supone ajustes contables que es razonable aceptarlos y que supone calendarios que es razonable concederlos si hay seguridad de que el banco va a tener una inyección nueva de fondos en volumen suficiente para reflotarse, con esos ajustes el problema está en si podemos confiar en que Banesto va a obtener o no los recursos propios en la cuantía adecuada y como no los puede obtener entonces se plantea el problema de que el Plan es inaceptable para el supervisor
.

Observe el lector: dice el señor gobernador que el plan de Banesto plantea unos ajustes contables que «es razonable aceptarlos» y supone unos calendarios que «es razonable concederlos». Si, por tanto, es razonable el plan y el calendario, ¿por qué no se acepta algo que se califica de esta manera? Porque —dice el gobernador— «Banesto no encontró el apoyo exterior», porque Banesto «no puede obtener los recursos necesarios». Es sencillamente impresionante que el gobernador afirme que Banesto no encontró el apoyo exterior y que no pudo obtener los fondos necesarios. ¿Cómo es posible decir esto cuando la carta de J. P. Morgan era un apoyo exterior de primer orden, proveniente del primer banco del mundo? ¿Cómo es posible hablar así delante de la Comisión de Economía del Congreso cuando se era consciente de que existía esa carta pidiendo una oportunidad para explicar lo que el primer banco del mundo consideraba lo mejor para todos los colectivos afectados? ¿Cómo es posible que en ningún momento se hiciera referencia a la existencia de un documento de tanta trascendencia? ¿Cómo es posible que se afirme que Banesto no encontró los recursos necesarios cuando ni siquiera habíamos comenzado a buscarlos y cuando existía la experiencia de haber cubierto sobradamente la mayor ampliación de capital de la historia de la banca europea?

Esta actitud del Banco de España resulta ciertamente incomprensible, al menos para mí. El argumento en el que basan su posición es que en la reunión del día 22 de diciembre se había visto claro que J. P. Morgan no iba a comprometerse de manera firme en añadir más capital a Banesto y, por tanto, todo el plan carecía de seguridad, como lo prueba —a su juicio— que los compromisos de J. P. Morgan estaban adquiridos bajo la sujeción a las condiciones del mercado, lo que excluía una posición clara y terminante. En este razonamiento se esconde, a mi juicio, más una justificación que una explicación. Primero y ante todo, porque se había producido un cambio sustancial: J. P. Morgan escribe esa carta conociendo la posibilidad de que el Banco de España pueda intervenir Banesto. Por consiguiente, esa reunión pedida por J. P. Morgan era una nueva oportunidad para tratar de conseguir algo más de lo obtenido en la reunión del día 22 de diciembre y en el texto de la propia carta. Si J. P. Morgan era quien solicitaba esa oportunidad, es lógico pensar que fuera posible ir algo más allá de los compromisos que J. P. Morgan adquiría en el texto del documento en cuestión.

Pero, aparte de lo anterior, hay algo sustancial: J. P. Morgan quiere explicar por qué el plan de Banesto es lo mejor para todos, incluido el sistema financiero español. Incluso sin llegar más allá en ese compromiso, el banco americano cree que la solución Banesto es la mejor. ¿Por qué no se le escucha? ¿Por qué no se quiere ver si efectivamente tiene razón? ¿Por qué no se quieren contrastar las posiciones del Banco de España con alguien a quien el propio gobernador calificó ante el Parlamento —con indudable justicia— de uno de los bancos más prestigiosos del mundo? El hacerlo no solo entra dentro de la lógica más absoluta, sino, incluso, de la más elemental prudencia cuando lo que se quería decidir podía provocar en España y fuera de España consecuencias de alcance imprevisible. Todo ello parece apuntar a una explicación: que ya estuviera todo decidido.

¿Conocía Felipe González la existencia de esa carta? No recuerdo exactamente si le relaté o no su existencia en nuestra conversación telefónica del día 28 de diciembre. Creo que sí, pero no lo recuerdo. De lo que sí estoy seguro es de que le expuse que mi posición era compartida por el banco J. P. Morgan y, por tanto, muy posiblemente le hablara de la existencia de tal documento. Pero, en todo caso, le comunicara o no al presidente del Gobierno la existencia del documento, sí le transmití, con absoluta claridad, que la posición de J. P. Morgan era distinta a la del Banco de España. El presidente, como antes refería, no quiso mantener la reunión que yo le proponía. El Banco de España tampoco quiso escuchar a J. P. Morgan. La verdad es que estos hechos nos llevan por una senda, a mi juicio, muy clara.

Dado que yo era consciente de que el gobernador y subgobernador utilizaban el argumento de la «seguridad» en la ejecución del plan, razoné esa mañana de la siguiente manera: admitamos que no existe total seguridad en el plan, en la consecución al cien por cien de los objetivos propuestos por nosotros y en el tiempo señalado. Parece lógico que algo de ello sí conseguiremos. Por consiguiente, en todo caso, si aprobamos ahora el plan de Banesto, dado que algunos de sus objetivos se conseguirán y que ello mejorará la posición del banco, la situación del mismo dentro de seis meses será mejor que hoy. Pero admitamos —les decía— que en ese momento la solución total no exista y que el Banco de España no quiera correr riesgos suplementarios. La manera de evitarlo —les propuse— es la siguiente: desde hoy negociamos con un banco español para que conozca y asuma nuestro plan de forma tal que, si conseguimos ejecutarlo al cien por cien en los plazos marcados, no habrá ocurrido nada, pero si se produce alguna carencia, entonces ese banco asumirá la dirección de Banesto. El acuerdo puede mantenerse secreto y no se corren riesgos. Primero, porque en todo caso la situación de Banesto será mejor que la existente al día de hoy. Segundo, porque durante ese período de ejecución, podremos encontrar compromisos todavía más fuertes de J. P. Morgan. Tercero, porque, en todo caso, existe seguridad en la solución al «tema Banesto» y el Banco de España puede permanecer tranquilo.

Nada de esto convenció al Banco de España. No pretendo tener toda la razón, pero verdaderamente mi argumentación me parecía consistente, sobre todo ante un asunto de extrema delicadeza como el que estábamos tratando. Pero no había nada que hacer. Todo conducía a que una decisión estaba tomada y que detrás de ella existía un problema estrictamente personal que parecía llamarse Mario Conde. El siguiente paso fue proponerme la venta de mis acciones. Pero antes de entrar en este apartado quisiera dejar constancia de mi posición acerca del comportamiento de J. P. Morgan en todo este suceso. Lo hago porque se ha extendido una especie de sensación de que J. P. Morgan no actuó con lealtad hacia Banesto. Si queremos ser justos, tenemos que diferenciar dos etapas: hasta el acuerdo de intervención y con posterioridad. En la primera fase, no tengo ninguna duda de que la actuación de J. P. Morgan, a través de las personas que le representaban en las relaciones con Banesto, fue de absoluta lealtad al proyecto. Ni una fisura. Ni un fallo. Ni una vacilación. Es más: la reunión del día 23 en Nueva York demuestra que ese posicionamiento, al margen de posturas personales de algunos responsables de J. P. Morgan, tomó cuerpo institucional puesto que las palabras del presidente de J. P. Morgan fueron sencillamente inequívocas.

Después de la intervención, es cierto que la actitud de J. P. Morgan se caracterizó por una ausencia de beligerancia frente a la decisión. No quisieron dar publicidad oficial a su carta. No quisieron exponer públicamente las razones por las cuales creían que la intervención era un grave error. No quisieron plantar cara al Banco de España. No cabe duda de que, si lo hubieran hecho, el coste para el Banco de España hubiera sido terrible, sobre todo en el campo internacional. Pero no lo hicieron. No les culpo por ello. Son banqueros, tienen su oficina de representación en España y deben seguir viviendo. Esos son los parámetros que rigen el mundo de la banca. Nuevamente, Miguel Martín acertó el día de la intervención cuando, después de hablarle yo sobre los posibles problemas con J. P. Morgan, me dijo: «No te preocupes en absoluto. J. P. Morgan hará exactamente lo que nosotros les digamos, porque no tienen más remedio».

LA PROPUESTA DE QUE VENDIERA MIS ACCIONES DE BANESTO

En la reunión celebrada el día 22 de diciembre de 1993 y a la que por primera vez asistía el subgobernador don Miguel Martín, después de una descripción dramática acerca de la situación del banco y que por parte del señor Martín se calificara al plan de Banesto y J. P. Morgan como «humo», tuve que hacer referencia a mi condición de accionista, aclarando que había invertido mi dinero en Banesto y obviamente no me iba a engañar a mí mismo. Ante este planteamiento, el señor Martín, en su condición de subgobernador del Banco de España, dijo literalmente:

«Nosotros podemos encontrar soluciones para tu dinero.»

En aquellos momentos dejé la frase sin respuesta porque me pareció excesivo que en el Banco de España, delante de representantes del primer banco del mundo, se estuviera hablando de una transacción económica orientada por el Banco de España. Pude comprobar la estupefacción que sintieron los representantes del banco americano cuando comentamos el asunto pocas horas más tarde.

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