Por otro lado, yo no pertenecía a ninguna de las familias de Banesto ni tenía ningún tipo de vínculo especial con esa institución, por lo que tampoco existían razones históricas para hacer frente a una entidad tan poderosa como el Banco de España. Además, estaba en presencia de una operación política, puesto que el Banco de Bilbao estaba soportado por el Gobierno o, al menos, eso decían los medios de comunicación. Recuerdo un telediario de aquellos días en el que el locutor decía que dado que al Banco de Bilbao lo apoyaba el Gobierno, a Banesto no le quedaba más alternativa que rendirse con dignidad. Lo curioso es cómo una sociedad española adormecida aceptaba sin rechistar que el Gobierno impulsara y protegiera a una entidad privada en perjuicio de otra igualmente privada... Pero, en fin, lo cierto es que no tenía experiencia en ningún tipo de guerra política, por lo que la situación me resultaba extraña.
Como decía antes, una mezcla de suerte y voluntad me impulsó a seguir adelante. No quería ser presidente de Banesto, pero tampoco renunciar a un proyecto personal que me resultaba atractivo. Vender mis acciones al Bilbao, ganar mucho dinero y dedicarse a otros menesteres, era fácil, y todavía más doblegarse a una voluntad política, por aquello de llevarse bien con el poder. Pero algo me obligaba a continuar adelante. ¿Qué algo? Difícil de explicar porque pedazos de mentalidad legionaria viven en el seno de ese misterioso «algo». Pero lo cierto es que acepté el encargo que me hizo el Consejo de Administración de Banesto de defender a la «casa» frente al Banco de Bilbao, lo que hice con éxito, puesto que la opa fracasó y Banesto pudo seguir siendo independiente por unos cuantos años más. Ese triunfo no fue la razón de mi nombramiento como presidente. Incluso más: advertí a los consejeros que, una vez ganada la opa, yo seguía sin tener aspiraciones a la presidencia y que, por tanto, si querían nombrar a otra persona que reuniera mejores condiciones que yo, no habría inconveniente alguno por mi parte. Insistieron y el 16 de diciembre asumía la presidencia de Banesto.
Estos años han sido extraordinariamente duros en muchos terrenos. Pero, sobre todo, en uno: el personal. Cuando llegué a Banesto tenía mis ilusiones de juventud prácticamente intactas y pensaba que disponía de la oportunidad de un poder que me permitiera poner en práctica muchas cosas que había pensado a lo largo de mi vida. Por un azar del destino, se me presentaba la oportunidad de demostrarme a mí mismo si estaba convencido de mis ideas. Es fácil expresar deseos y convicciones. Lo difícil es mantenerlos en las situaciones en las que la vida te permite probarte a ti mismo, saber hasta dónde llegas, conocer lo que estás dispuesto a arriesgar en defensa de tus propias ideas. El 16 de diciembre de 1987 ignoraba hasta qué punto esto iba a ser una constante en los seis años que he permanecido en la presidencia de Banesto.
He conocido la banca, las relaciones entre las distintas instituciones financieras, el poder real que el sector financiero español ejerce sobre el tejido industrial, los vínculos entre el mundo bancario y el poder político, las organizaciones empresariales y sus líderes, los sindicatos y los suyos, el subsuelo de los medios de comunicación social y muchas cosas más que, a mis cuarenta y cinco años, constituyen un acervo de experiencia personal indudable, que convierte estos años vividos, a pesar del enorme coste que han tenido, en una magnífica inversión en el terreno humano y personal.
Pero sobre todo y por encima de todo he aprendido, he vivido y he sufrido el funcionamiento de un esquema de poder que sintetizo con el término de «Sistema». Mi aproximación al mismo ha sido lenta, constante, diaria, con multiplicidad de experiencias objetivas, de análisis de las personas que lo integran, de los principios básicos de su conducta, de sus ramificaciones profundas en distintos ámbitos y de su funcionamiento acompasado, inexorable, con un manejo adecuado de los tiempos y con una voluntad de supervivencia hasta límites insospechados.
Este libro es un intento de explicar estas experiencias. Primero, en una formulación teórica más o menos abstracta que permita comprender cómo se forma y funciona ese Sistema; posteriormente, tratando de ejemplificar con un acontecimiento de trascendencia internacional que constituye una de las manifestaciones más claras del funcionamiento del Sistema. El lector puede fácilmente imaginar que me estoy refiriendo a la intervención de Banesto. Y utilizo la expresión «intervención» y no «acto de intervención» porque lo ocurrido el día 28 de diciembre de 1993 es solo el punto culminante de un proceso de años en los que, de una u otra manera, el Sistema ha trabajado en esa dirección, sabiendo esperar a que las circunstancias «objetivas» hicieran posible el resultado final.
No es fácil para mí escribir este libro. En primer lugar, porque es el primero que publico en mi vida, y sentarse delante del teclado para convertir en palabras las ideas es un ejercicio muy difícil. Pero, sobre todo, porque se trata de una experiencia personal muy dolorosa. Y no solo como banquero intervenido por el Banco de España, sino, fundamentalmente, como español. Los acontecimientos de esta primavera de 1994 han provocado una de las mayores crisis políticas de los últimos años, con un gobernador del Banco de España que ha ingresado en prisión provisional acusado de una serie de delitos cometidos durante el período de permanencia en su cargo, con un antiguo ministro de Economía y Hacienda que abandona la política activa por sus posibles responsabilidades políticas en el escándalo protagonizado por el gobernador, con una situación de crisis en el Ministerio del Interior —pilar de la seguridad del Estado— como consecuencia de las actividades de un antiguo director general de la Guardia Civil, quien, además, reconoce por escrito y públicamente que me había investigado a través de una empresa extranjera, con un vicepresidente del Gobierno que se querella contra su antiguo director de la Guardia Civil al acusarlo este último de ser quien ordenó el espionaje sobre mis actividades privadas, con una pérdida casi absoluta del prestigio de una entidad tan básica como el Banco de España, derivada no solo de las actividades de Mariano Rubio, sino del hecho, públicamente manifestado, de que tres gobernadores, López de Letona, Rubio y Rojo, mantenían relaciones, aunque, al parecer, de distinto signo, con el ex síndico de la Bolsa de Madrid, señor De la Concha, igualmente encarcelado con carácter provisional, con un evidente descrédito internacional de España y en medio de una situación de crisis económica y social muy profunda, sin una salida clara en el terreno de lo político. Todo ello no puede producir más que una sensación de tristeza, sobre todo en aquellos que hemos vivido una experiencia personal que nos conducía a pensar que, más tarde o más temprano, algo de esto inexorablemente tenía que ocurrir. Es difícil mantener la serenidad en tales circunstancias y todavía más si el propósito es escribir un libro sobre las propias experiencias. Y, sin embargo, no hay más remedio que hacerlo. Como español deseo vivir en este país y quisiera que el respeto por sus instituciones básicas fuera el mayor posible. Pero, en algunas ocasiones, los comportamientos de determinadas personas que forman parte de una institución acaban produciendo un profundo desprestigio de la misma. Que cada persona asuma individualmente la responsabilidad que se deriva de sus propios actos es lógico y necesario, pero que esta responsabilidad individual se proyecte de forma tal que produzca el desprestigio institucional es, a mi juicio, más grave.
No es fácil para mí —como decía— escribir este libro. En muchos momentos, cuando redactaba sucesos que habían ocurrido, o pensamientos e ideas que ahora surgían al repasar estos últimos años, he sentido una profunda sensación de tristeza. Y, sin embargo, no me queda otra alternativa que hacerlo. No pretendo construir ninguna justificación de mi comportamiento y el de las personas que me han acompañado en Banesto durante estos años. Esta sería una finalidad legítima, pero posiblemente insuficiente para mí. Si solo se tratara de eso, a pesar de que toda persona tiene el derecho a publicar lo sucedido, es muy probable que el motivo no hubiera sido suficiente para justificar el esfuerzo.
Mi propósito es contribuir a desvelar el funcionamiento de las relaciones reales de poder en nuestro país. Mi aproximación al caso Banesto se construye sobre esta premisa: proporcionar un ejemplo concreto y de dimensión más que suficiente acerca del funcionamiento del Sistema. Porque es eso lo que realmente me importa. Banesto ya ha sido intervenido y lo sucedido es irreversible. Como mínimo, se trata de un acontecimiento del que muchos podrían sacar provecho, aunque yo siempre he sido algo escéptico acerca del valor de la experiencia, sobre todo —valga la redundancia— por mi propia experiencia de la vida humana. A pesar de que Menéndez Pidal escribiera: «Los hechos de la Historia no se repiten pero el hombre que realiza la Historia es siempre el mismo», yo creo que aquello que sucedió en el pasado se reitera en el presente y volverá a suceder en el futuro. La razón para mi creencia es muy simple: al cambiar los nombres de los actores y el aspecto de las cosas, son pocos los que poseen una vista lo suficientemente aguda para reconocer que lo que está ocurriendo es exactamente lo mismo que ya sucedió y, por tanto, sacar provecho de la Historia
Aun así, quiero dejar constancia por escrito de mi experiencia, para que pueda ser útil a quien tenga deseo de conocer la realidad de las relaciones de poder en nuestro país. Teniendo en cuenta mi posición personal, un ejercicio de serenidad y objetividad es difícil, porque en muchas ocasiones he encontrado a personas inteligentes, cultas, serenas, que, ante un acontecimiento negativo para sus vidas o su autoestima, han tratado de encontrar justificaciones externas en las que diluir o esconder su propia responsabilidad. El verdadero problema surge cuando esas justificaciones ficticias son interiorizadas por el propio sujeto hasta el extremo de convertir lo irreal en existente, lo fantástico en vivencia.
Por ello, es necesario imponer un mínimo de rigor intelectual, puesto que, de otra manera, los mecanismos de autodefensa tienden a persuadirnos de nuestra propia bondad y de la correlativa maldad ajena. Tengo un cierto temor al alma —supongo que nadie se ofende— embargada por un sentimiento de plenitud en la injusticia cometida por otros. Me parece peligroso, pero no solo para la racionalidad de un discurso explicativo, sino para uno mismo, en cuanto persona, al margen de lo que haga, piense, sienta o ejecute. Este ejercicio de rigor he pretendido que me acompañe en cada una de las líneas de las páginas de este libro. El lector sabrá juzgar si lo he conseguido.
Mi deseo es ofrecer una explicación al estado actual de la sociedad española en el terreno concreto de las relaciones reales de poder. El acontecimiento singular que me inspira estará presente en las páginas de este libro, pero mi deseo es ir más allá, ofrecerlo como ejemplo concreto de un esquema de poder que no me parece positivo para nuestro país. Las reflexiones que se contienen en este libro fueron madurando dentro de mí durante los años transcurridos en Banesto. Estoy convencido de que en algún momento habrían visto la luz. Ahora, el proceso de intervención de Banesto me proporciona una ocasión adecuada. Pero hay algo más: la sociedad española está viviendo momentos de indudable trascendencia y la existencia y funcionamiento del Sistema están en los orígenes del problema, por lo que me gustaría que las ideas que apunto en estas páginas pudieran ser de utilidad para comprender nuestro presente y tratar de mejorar nuestro futuro.
En la Introducción he dejado escritas las siguientes palabras: «Pero sobre todo y por encima de todo he aprendido, he vivido y he sufrido el funcionamiento de un esquema de poder que sintetizo con el término de “Sistema”». Soy consciente de que la frase tiene un indudable contenido dramático. El lector podría pensar que ese ejercicio de serenidad que anunciaba al inicio de este libro puede verse truncado desde el comienzo al utilizar expresiones de este tipo. Sinceramente, creo que no es así. Las palabras están medidas y su contenido de verdad me resulta, en cuanto experiencia personal, irrefutable. Lo que no puedo evitar es que la existencia del Sistema sí tenga un tono de dramatismo para la efectividad de las libertades reales en nuestro país.
Debo comenzar por definir qué entiendo por «Sistema», porque es posible que algún lector imagine que con esta palabra me refiero a la totalidad del modelo jurídico-político de nuestro país. Entiendo por «Sistema» el modo de organizar las relaciones reales de poder en el seno de la sociedad española. Insisto en el término relaciones reales de poder, con el que pretendo referirme no al modo teórico de organizar un esquema de poder, sino al efectivo, al auténticamente vivido, que solo es deducible de manera empírica a través del análisis y constatación de su comportamiento. Dicho quizá de forma más clara: no importa solo cómo
se definen en un texto constitucional las libertades formales
de las que disponen los grupos que constituyen una sociedad. Lo que realmente interesa analizar es si en el
ejercicio de esas libertades formales
se aprecia la existencia de factores que distorsionan el principio formulado constitucionalmente.
Cuando en el año 1812 las Constituyentes de Cádiz consiguieron introducir en el derecho constitucional español el principio de que la soberanía radicaba en el pueblo, estaban poniendo fin al modelo de monarquía absolutista en el que, con menores o mayores grados de imbricación en «lo divino», todo el poder emanaba del monarca. Aquello significó un paso fundamental en el proceso de lucha por las libertades y el establecimiento de un sistema democrático. Pero, aun en democracia, una cosa es el
origen
del poder y otra su
ejercicio.
La soberanía popular expresada a través del voto legitima el acceso al poder, pero, una vez alcanzado, puede ser ejercido en interés de la ciudadanía o atendiendo a otras finalidades. Dicho en términos más claros:
la legitimidad del poder recibido por vía democrática no excluye la posibilidad de que el ejercicio de ese poder se corresponda con las esencias de la tradición autoritaria
.
Nuestra democracia es, por un lado, reciente y, por otro, está asentada sobre los rescoldos de una tradición autoritaria que ha permanecido vigente en nuestro país durante demasiado tiempo. Durante estos años en los que he ejercido una parcela del poder económico privado español,
he sido testigo
de cómo, arropado en los viejos modos característicos del despotismo ilustrado, desde las áreas político-económicas —y aun en esferas teóricamente encuadrables en el sector privado— se ponían de manifiesto modos y formas de comportamiento que, lejos de un planteamiento teóricamente liberal, y en muchos momentos ajenos a las esencias de un ejercicio democrático del poder, conectaban con esa vieja, pesada y agobiante carga de una tradición autoritaria de la que, lamentablemente, no hemos conseguido desembarazarnos en España en el pasado siglo y, en muchos aspectos, en lo que ha transcurrido del presente.