El rey ciervo (25 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

BOOK: El rey ciervo
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—No, y tuvo la consideración de no venir a mi lecho en esas últimas semanas, mientras esperábamos juntos el nacimiento de Ginebra. Dijo que, en esas condiciones, para mí no habría mucho placer. Pero en realidad creo que no estaba en absoluto interesado… Y ahí tienes una confesión.

—No olvides —dijo Morgana, con una media sonrisa— que conozco a Lanzarote desde siempre.

—Dime… Una vez juré no preguntártelo jamás, pero ¿fuiste amante de Lanzarote? ¿Alguna vez te acostaste con él?

Morgana observó su rostro demacrado.

—No, Elaine —dijo con suavidad—. Hubo un tiempo en que creí… Pero nunca llegamos a eso. Yo no lo amaba y tampoco él a mí.

Y descubrió con sorpresa que las palabras eran verdad, aunque hasta entonces lo ignorara. Elaine bajó los ojos al suelo, donde caía un parche de sol.

—¿Vio a la reina durante Pentecostés?

—Puesto que Lanzarote no es ciego y ella estaba sentada en el estrado junto a Arturo, supongo que sí—repuso Morgana, seca.

La otra hizo un gesto de impaciencia.

—¡Bien sabes a qué me refiero!

«¿Será posible que esté aún tan celosa? ¿Tanto odia a Ginebra? Tiene a Lanzarote, le ha dado hijos, sabe que es honorable. ¿Qué más puede desear?» Pero se ablandó al ver las lágrimas que parecían pender de sus pestañas.

—Habló con la reina, Elaine, y se despidió de ella con un beso cuando llegó la convocatoria a las armas. Pero te juro que su conducta no fue la de un amante, sino la de un cortesano ante su reina. Se conocen desde muy jóvenes; si no pueden olvidar que en otros tiempos se amaron, ¿por qué reprochárselo? Eres su esposa, Elaine, y cuando me pidió que te trajera su mensaje comprendí que te quería.

—Y yo juré contentarme con eso, ¿verdad? —Elaine bajó la cabeza un rato, parpadeando furiosamente, pero no lloró—. Tú, que has tenido tantos amantes, ¿sabes lo que significa amar?

Por un momento Morgana se sintió arrastrada por la vieja tempestad, por la locura del amor que la había arrojado a los brazos de Lanzarote, una y otra vez, hasta que todo terminó en amargura. A fuerza de voluntad apartó el recuerdo y llenó su mente con la imagen de Accolon, que había vuelto a despertar en ella la dulzura de la femineidad, devolviéndola a la Diosa. Sintió rápidas oleadas de rubor que le cruzaban sucesivamente la cara.

—Sí, hija —asintió lentamente—. He sabido…, sé lo que significa amar.

Comprendió que Elaine quería hacerle cien preguntas. Le habría gustado compartirlo todo con la única amiga que había tenido fuera de Avalón…, pero no: el secreto era parte del poder sacerdotal; si revelaba lo que la unía a Accolon pondría ese vinculo fuera del reino mágico, reduciéndolo a una esposa descontenta que se escapaba al lecho de su hijastro.

—Pero ahora tenemos que hablar de otra cosa —dijo—. Una vez me hiciste un juramento, ¿recuerdas? Que si yo te ayudaba a conquistar a Lanzarote, me darías lo que yo te pidiera. Nimue ya ha cumplido cinco años y está en edad de educarse bajo tutela. Mañana parto hacia Avalón, tienes que prepararla para que me acompañe.

—¡No! — fue un grito largo, casi un alarido—. No, no, Morgana… ¡No lo dices en serio!

Era lo que temía. Entonces dio a su voz una entonación lejana y dura.

—Lo juraste, Elaine.

—¿Cómo podía jurar por una criatura que aun no había nacido? No sabía lo que significaba… Oh, no, mi hija no, mi hija no… ¡No puedes quitármela siendo tan pequeña! —Lo juraste —repitió Morgana.

—¿ Y, si me niego? —Elaine parecía una gata erizada, lista para defender a su prole de un perro grande y furioso.

—Si te niegas —dijo Morgana, más serena que nunca—, Lanzarote se enterará a su regreso de cómo se arregló esta boda: porque me imploraste que lo hechizara para que abandonara a Ginebra por ti. Cree que eres víctima inocente de mi magia y que la culpa no es tuya, sino mía. ¿Quieres que sepa la verdad?

—;No serías capaz! —Su amiga estaba pálida de horror.

—Ponme a prueba. No sé qué valor dan los cristianos a un juramento, pero te aseguro que los adoradores de la Diosa lo tomamos con toda seriedad. He esperado a que tuvieras otra hija, pero Nimue es mía en virtud de tu promesa.

—Pero ¿Qué será de ella? Es cristiana. ¿Cómo puedo enviarla lejos de su madre, a un mundo de hechicerías paganas?

—Después de todo, soy su tía —señaló Morgana delicadamente—. ¿Cuánto hace que me conoces, Elaine? ¿Me has visto hacer algo tan deshonroso o perverso para dudar en confiarme una niña? Al fin y al cabo, no la quiero para alimento de un dragón y para quemarla en el altar del sacrificio.

—¿Qué será de ella en Avalón? —pregunto Elaine—, tan asustada que Morgana se preguntó si acaso albergaba ese tipo de ideas.

—Será sacerdotisa y aprenderá toda la sabiduría de Avalón. Algún día sabrá leer las estrellas y conocerá el mundo y los cielos. —Se descubrió sonriendo—. Galahad me dijo que deseaba aprender a leer y a escribir y a tocar la lira. Allí nadie se lo prohibirá. Su vida será menos ardua que si la hicieras educar en un convento. No tendrá que hacer tanto ayuno y penitencia antes de llegar a adulta.

—Pero… ¿qué le diré a Lanzarote? —vaciló Elaine.

—Lo que quieras. Sería mejor decirle la verdad: que la enviaste bajo tutela a Avalón, para que llene allí el espacio que ha quedado vacío. Pero no me interesa si le mientes. Por lo que a mí respecta, puedes decirle que se ahogó en el lago o que se la llevó el fantasma del dragón.

—¿Y el cura? Cuando el padre Griffin sepa que la he destinado a convertirse en hechicera pagana…

—Lo que le digas a él me interesa aún menos. Si quieres decirle que diste en prenda a tu primera hija a cambio de un sortilegio para conquistar a tu esposo… Ya me parecía.

—Eres dura, Morgana —musitó lagrimeando—. ¿No me concedes unos días para prepararla y reunir todo lo que pueda necesitar?

—No necesita mucho. Una muda de ropa, si quieres; prendas de abrigo para el viaje, una capa gruesa y zapatos resistentes. Nada más. En Avalón le darán el vestido de las novicias. Créeme —añadió Morgana amablemente—: Se la tratará con amor y reverencia, por ser la nieta de la más grande de las sacerdotisas. Sólo se le impondrán austeridades cuando esté en edad de soportarlas. Creo que allí será feliz.

—¿Feliz, en ese lugar de pecado y hechicería?

Morgana dijo, con una absoluta convicción que llegó al corazón de Elaine:

—Te juro que en Avalón fui feliz. Desde que partí, todos los días he deseado regresar. ¿Alguna vez me oíste mentir? Anda, déjame ver a la niña.

—Le ordené que hilara a solas en su cuarto hasta el oscurecer. Fue descortés con el cura y ése es su castigo.

—Pero yo levanto el castigo. Ahora soy su madre tutelar y ya no hay motivos para que sea cortés con ese cura. Llévame con ella.

Partieron al amanecer del día siguiente. Nimue lloró al separarse de su madre, pero antes de una hora estaba observando con curiosidad a Morgana por debajo de su capucha. Era alta Para su edad, menos parecida a Viviana que a Morgause o Igraine; entre su cabellera dorada había suficiente cobre para suponer que más adelante sería pelirroja. Y sus ojos tenían el Color de las pequeñas violetas que crecen junto a los arroyos.

Como sólo habían tomado un poco de vino aguado antes de partir, Morgana preguntó:

—¿Tienes hambre, Nimue? Podemos detenernos a desayunar en cuanto lleguemos a un claro.

—Sí, tía.

—Muy bien. —Pronto desmontó y bajo a la pequeña de su poni.

—Tengo que… —la niña se removió, bajando los ojos.

—Si tienes que orinar, ve detrás de ese árbol con la criada. Y nunca te avergüences de mencionar lo que ha sido creado por Dios.

—El padre Griffín dice que no es pudoroso…

—Y nunca vuelvas a mencionar las cosas que el padre Griffín te ha dicho —añadió Morgana delicadamente, aunque con firmeza—. Eso ha quedado atrás, Nimue.

La niña volvió diciendo, con los ojos dilatados por la extrañeza:

—Había alguien muy pequeño espiándome detrás de un árbol. Galahad dice que os llaman Morgana de las Hadas. ¿Era un hada, tía?

—No era alguien del pueblo antiguo de las colinas; son tan reales como tú y yo. Es mejor no hablar de ellos ni prestarles atención, Nimue. Son muy tímidos y temen a la gente que vive en aldeas y granjas.

—¿Y dónde viven?

—En las colmas y los bosques. No soportan que los arados profanen a su madre la tierra ni que la obliguen a producir; por eso no viven en las aldeas.

—Y si no aran ni cosechan, tía, ¿qué comen?

—Sólo lo que la tierra les da voluntariamente: raíces, bayas y hierbas, frutas y semillas; en cuanto a la carne, la prueban solo en las grandes festividades. Como te dije, es mejor no hablar de ellos, pero puedes dejarles un poco de pan al borde del claro, tenemos de sobra.

Morgana partió una hogaza de pan para que Nimue la llevará al borde del bosque. En realidad, Elaine les había dado alimentos suficientes para diez días de viaje, aunque el trayecto a Avalón era corto.

Comió poco, pero dejó que la niña lo hiciera a voluntad y le untó el pan con miel; ya habría tiempo para adiestrarla, además estaba en la etapa de crecimiento rápido.

—No comes carne, tía —observo Nimue—. ¿Es día de ayuno?

Morgana recordó súbitamente que ella también había interrogado a Viviana.

—No, rara vez la pruebo.

—¿No te gusta? A mí sí.

—Bueno, come, si quieres. Las sacerdotisas no consumen carne con mucha frecuencia, pero no está prohibida, y mucho menos a una criatura de tu edad.

—¿Sois como las monjas, que están siempre ayunando? El padre Griffin dice…

Se interrumpió, recordando que se le había ordenado no repetir lo dicho por el cura. Morgana quedó complacida: la niña aprendía con celeridad.

—Quise decir que no tienes que tomar lo que te enseño como guía de conducta. Pero puedes repetirme lo que te dijo; Aprenderás a separar por ti misma lo razonable de lo que es una tontería o algo peor.

—Dice que hombres y mujeres tienen que ayunar por sus pecados. ¿Es por eso?

Morgana negó con la cabeza.

—En Avalón ayunamos, a veces, para enseñar al cuerpo a obedecer sin realizar exigencias que no conviene satisfacer. En algunas ocasiones es necesario prescindir de la comida, el agua o el sueño; entonces el cuerpo tiene que servir a la mente en vez de mandar sobre ella. La mente no puede concentrarse en cosas sagradas o en meditaciones si el cuerpo está gritando: «¡Dame de comer!» o «¡Tengo sed!». Por este motivo aprendemos a acallar sus reclamaciones. ¿Lo comprendes ahora?

—No…, no del todo —reconoció la niña, dudosa.

—Cuando seas mayor comprenderás. Por ahora come tu pan y prepárate para continuar viaje.

Nimue acabó de comer y se limpió las manos en una mata de hierba.

—Tampoco entendía al padre Griffin, pero entonces el se enfadaba. Le pregunté por qué teníamos que ayunar por nuestros pecados, si Cristo ya los había perdonado, y dijo que me habían enseñado el paganismo e hizo que madre me encerrara en mi cuarto. ¿Qué es el paganismo, tía?

—Es todo lo que a los sacerdotes no les agrada —respondió Morgana—. El padre Griffin es un necio. ¿Por qué perturbar a los pequeños habiéndoles de pecado, si no pueden pecar? Ya habrá tiempo para discutirlo, Nimue, cuando puedas escoger entre el bien y el mal.

La niña montó en su poni, obediente, pero al cabo de un rato dijo:

—Es que no soy muy buena, tía Morgana. Siempre has cosas malas. No me sorprende que mi madre me enviara lejos Por eso me manda a un lugar malo: porque yo soy mala.

Morgana sintió que se le anudaba la garganta con algo parecido a la angustia y corrió a estrechar a la niña en un gran abrazo. Entre beso y beso le dijo, sofocada:

—No vuelvas a decir eso, Nimue. ¡Jamás! No es verdad, te lo juro. Tu madre no quería enviarte lejos. Y si pensara que Avalón es un lugar malo no habría permitido que vinieras, pese a todas mis amenazas.

Nimue preguntó con voz débil:

—¿Y por qué me aleja, entonces?

—Porque fuiste prometida a Avalón antes de tu nacimiento, hija mía. Porque tu abuela era sacerdotisa. Y porque yo no tengo hijas para la Diosa. Vas a Avalón para aprender a ser sabia y servir a la Diosa. —Sus lágrimas caían sin restricción sobre la cabellera rubia de la niña—. ¿Quién te hizo creer que era un castigo?

—Una de las mujeres, mientras preparaba mi ropa. —Nimue vaciló—. La oí decir que madre no debería enviarme a ese lugar malo. Y como el padre Griffin dice siempre que soy una niña mala…

Morgana se dejó caer al suelo con ella en el regazo, meciéndola.

—No, no querida. Eres una niña buena. Si haces travesuras, si desobedeces o eres perezosa, eso no es pecado, es porque no tienes edad suficiente para actuar mejor. Lo harás cuando hayas aprendido a hacer lo correcto. —Luego, pensando que esa conversación había ido demasiado lejos para una criatura tan pequeña, señaló—: ¡Mira esa mariposa! Nunca había visto ninguna de ese color. Ven, Nimue, que voy a montarte en el poni.

Y escuchó con atención lo que la niña le contaba sobre las mariposas.

Si hubiera estado sola habría podido llegar a Avalón en un solo día, pero el pequeño poni de Nimue no podía cubrir tanta distancia, de modo que pasaron la noche en un claro. Era la primera vez que la niña dormía a la intemperie, y cuando apagaron la fogata, la oscuridad la asustó; Morgana le permitió cobijarse en sus brazos y le fue señalando las estrellas hasta que se durmió.

Ella permaneció despierta, con el peso de su cabeza en el brazo, ganada por el miedo. Llevaba mucho tiempo lejos de Avalón. Paso a paso, lentamente, había retrasado toda su preparación o lo que de ella podría recordar. ¿Habría olvidado algo vital?

Por fin se quedó dormida, pero antes del amanecer creyó oír una pisada en el claro. Cuervo se irguió ante ella, con su vestido oscuro y su túnica de ciervo, diciendo: «¡Morgana! ¡Morgana, queridísima!» Su voz, que había oído una sola vez en todos los años pasados en Avalón, estaba llena de sorpresa y júbilo. Despertó súbitamente, recorriendo el claro con la vista; casi esperaba ver a Cuervo allí, en carne y hueso. Pero el claro estaba desierto; sólo había un rastro de neblina que borraba las estrellas. Morgana volvió a acostarse, preguntándose si había soñado o si Cuervo, gracias a la videncia, sabía que estaba cerca. Su corazón estaba desbocado; su palpitar era casi doloroso.

«Hice mal estando fuera tanto tiempo. Tendría que haberme atrevido a volver a la muerte de Viviana, aun a riesgo de morir en el intento. ¿Me aceptarán así, vieja y gastada, ahora que voy perdiendo lentamente la videncia, sin nada que ofrecerles?»

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