—Estás en lo cierto. Hemos venido de la Tierra.
—No comprendo la última palabra.
—Del planeta que sigue a éste, en orden de aproximación al Sol.
—Eso es muy interesante. Por el tiempo en que nuestra raza se retiró a las cavernas, medio millón de revoluciones atrás, sabíamos ya que vuestro planeta poseía vida, aunque no inteligencia, quizá. ¿Era inteligente vuestra. raza por entonces?
—Apenas —dijo David. Un millón de años terrestres habían transcurrido desde que los marcianos abandonaran la superficie de su planeta.
—Es muy interesante, por cierto. Debo llevar este informe directamente a la Mente Central. Ven...
—Permite que me quede aquí... Quiero seguir comunicándome con esta criatura.
—Como gustes.
La voz femenina pidió:
—Háblame de tu mundo.
David habló libremente. Experimentaba una languidez placentera, casi deliciosa. La sospecha ya no lo poseía y no había motivos para que no respondiera con la total verdad. Las imágenes le brotaban sin interrupción. Aquellos seres eran gentiles y amistosos.
Y entonces ella liberó de su influencia la mente de David y él se detuvo, de pronto.
—¿Qué he estado diciendo? —exclamó con ira.
—Nada que pueda dañarte —le aseguró la voz femenina—. Sólo he alejado las inhibiciones de tu mente. Es ilegal hacerlo, y no hubiese tenido el atrevimiento necesario si... hubiese estado aquí. Pero tú no eres más que una criatura y yo soy muy curiosa. Sabía que tu desconfianza era demasiado profunda para que pudieras hablar sin una pequeña ayuda mía, y tu desconfianza está fuera de lugar. Jamás os haríamos daño, a menos que os inmiscuyerais con nosotros.
—¿Y acaso no lo hemos hecho ya? —preguntó David—. Hemos ocupado vuestro planeta, de uno a otro extremo.
—Aún me pones a prueba. Desconfías de mí. La superficie del planeta no nos sirve de nada. Esta es nuestra casa. Pero, a pesar de todo —la voz femenina sonaba anhelosa— debe representar una emoción profunda el hecho de viajar de un planeta a otro. Sabemos muy bien que existen muchos planetas y muchos soles. Pensar que criaturas como tú sois las herederas de todo ello, es tan interesante que agradezco una y otra vez que te hayamos captado en tu difícil camino de descenso a tiempo para abrirte un acceso.
—¡Qué! —David no pudo menos que gritar, aun cuando sabía que las ondas sonoras de sus cuerdas vocales no serían oídas y que sólo los pensamientos de su mente eran comprendidos—. ¿Vosotros habéis hecho esa abertura?
—No yo sola... me ayudó. Así es como hemos tenido oportunidad de investigarte.
—¿Pero cómo lo habéis hecho?
—Pues, por la voluntad.
—No logro comprender.
—Es muy simple. ¿No puedes ver en mi mente? Oh, lo he olvidado; tú eres una criatura. Verás, cuando nos retiramos a las cavernas nos vimos forzados a destruir muchos kilómetros cúbicos de materia para tener espacio para nosotros mismos bajo la superficie. No había dónde almacenar tanta cantidad de materia, de modo que la convertimos en energía y...
—No, no, no alcanzo a comprenderte.
—Oh, no comprendes. Pues todo lo que te puedo decir es que la energía fue almacenada de modo tal que pudiese ser utilizada mediante un esfuerzo mental.
—Pero si toda esa materia que una vez estuvo en estas vastísimas cavernas ha sido convertida en energía...
—Habrá, aún, una gran cantidad. Sí, así es. Hemos vivido entre esa energía durante medio millón de revoluciones y está calculado que tenemos suficiente para veinte millones más de revoluciones. Ya antes de abandonar la superficie estudiamos la relación entre mente y materia, y desde que hemos venido a las cavernas, hemos perfeccionado nuestros conocimientos hasta tal punto que prescindimos por entero de la materia en lo que a uso personal se refiere. Somos entidades de pura mente y energía, que ni mueren ni nacen ya. Estoy aquí, contigo, pero a causa de que no puedes sentir la mente, no sabes de mi presencia sino a través de tu mente.
—Pero, sin duda, un pueblo como el vuestro puede convertirse en amo de todo el universo.
—¿Temes que disputemos el universo a pobres criaturas materiales como tú? ¿Que luchemos por un lugar entre las estrellas? No tiene sentido. Todo el universo está aquí, con nosotros. Nos bastamos a nosotros mismos.
David quedó en silencio. Luego, con lentitud, se llevó una mano a la cabeza: experimentaba la sensación de que finas, delicadísimas manos tocaban su mente. Era la primera vez que lo poseía tal sensación y se estremeció al captarla.
Ella volvió a hablar:
—Te pido perdón una vez más. Pero eres una criatura tan interesante. Tu mente me dice que tus congéneres están en peligro y que tú sospechas que la causa somos nosotros. Te aseguro, criatura, que no hay nada de eso.
Las palabras habían sido dichas con simplicidad. David no tenía más alternativas que creer en ellas.
Y prosiguió:
—Tu compañero me ha dicho que la química de mis tejidos es por entero distinta a la de cualquier tipo de vida en Marte. ¿Puedo preguntar qué significa eso?
—Es que se trata de una substancia compuesta de nitrógeno.
—Proteína —explicó David.
—No comprendo esa palabra.
—¿De qué se compone nuestra materia orgánica?
—De... Es totalmente distinto, pues casi no hay nitrógeno en estos elementos.
—¿O sea que no podéis ofrecerme comida?
—Creo que no... dice que cualquier materia orgánica de nuestro planeta te resultaría venenosa. Podemos elaborar compuestos simples del mismo tipo de tus tejidos, de los que podrías alimentarte, pero el complejo material nitrogenado que integra la masa principal de tus tejidos, sin un estudio profundo, está más allá de nuestras posibilidades. ¿Estás hambrienta, criatura?
La simpatía y la preocupación eran claras en los pensamientos de la interlocutora. (David seguía considerando femenina a la voz.)
—Por ahora —respondió— aún tengo mi propia comida.
La voz femenina continuó:
—Me resulta incómodo pensar en ti simplemente como criatura. ¿Cuál es tu nombre? —Luego, como si temiera no ser comprendida, añadió—: ¿Cómo te identifican tus congéneres?
—Me llaman David Starr.
—No comprendo, pero creo captar una referencia a los soles del universo. ¿Te llaman así porque eres viajero en el espacio?
—No. Muchos de mis semejantes viajan a través del espacio. «Starr» carece de significación especial en el presente. Es sólo un sonido que me identifica, tal como vuestros nombres son sólo simples sonidos. Cuando menos, no se resuelven en una pintura o imagen. No logro comprenderlos.
—Es una pena. Tendrías que poseer un nombre que indicase que viajas por el espacio, que vigilas de uno a otro extremo del universo. Si yo fuese una criatura como tú, creo que me resultaría grata la denominación de «Ranger del Espacio».
Y así fue como de los labios de una criatura viviente a la que no veía y jamás podría ver en su forma verdadera, David Starr oyó por vez primera el nombre con el que sería conocido en toda la Galaxia.
Más profunda y pausada, una voz se concretó en la mente de David:
—Te doy la bienvenida, criatura. El que... te ha dado es un buen nombre.
La voz femenina dijo:
—Te cedo el lugar...
Con la pérdida de la sensación de un débil contacto sobre su mente, David comprendió, sin posibilidad de error, que la dueña de la voz femenina ya no estaba en comunicación mental con él. Giró, con alguna inquietud, una vez más bajo la ilusión de que esas voces provenían de algún lugar; su mente, no preparada, aún intentaba interpretar según sus habituales métodos algo de lo que nunca antes había tenido conocimiento. La voz no tenía dirección, por supuesto; estaba dentro de su mente.
El nombre del oficio del nuevo ser había sido una expresión sin significado para David; no obstante, percibió el inconfundible aire digno y responsable que emanaba del marciano. A pesar de ello, dijo con firmeza:
—Preferiría que permanecieras fuera de mi mente.
—Tu discreción —dijo la voz profunda— es comprensible y digna de encomio. Pero te aseguro que mi inspección se limitará exclusivamente a datos externos; con toda escrupulosidad evitaré inmiscuirme en tu ámbito privado.
David se sintió tenso, pero era inútil. Durante largos minutos no ocurrió nada. Incluso el ilusorio y suavísimo contacto con su mente, que experimentara cuando la poseedora de la voz femenina lo había investigado, estuvo ausente en esta nueva y experta inspección. Sin embargo, el joven era sabedor, aunque ignorara por cuál vía, de que los compartimientos de su mente eran abiertos con delicadeza y luego cerrados: todo sin dolor ni desasosiego.
La voz profunda le dijo:
—Te doy las gracias. Prontamente serás puesto en libertad y devuelto a la superficie.
—¿Qué has hallado en mi mente? —El tono de David fue casi de desafío.
—Lo bastante como para compadeceros. Nosotros, los de Vida Interior, hemos sido alguna vez como vosotros, y así es que poseemos un alto grado de comprensión de vuestra vida. Tu gente no guarda equilibrio con el universo. Vuestra mente es inquisitiva é intenta comprender lo que sólo con vaguedad puede sentir, ya que no posee los más veraces y profundos sentidos, los únicos que os revelarían la realidad. En vuestra vana búsqueda entre las sombras que os cercan, viajáis por el espacio hasta los límites exteriores de la Galaxia. Así os veo... te ha puesto el nombre adecuado. Vosotros sois, realmente, Rangers del Espacio.
»¿Y de qué valen vuestros viajes? La verdadera victoria es la victoria interior. Para comprender el universo material debéis, primero, estar separados de él como nosotros lo estamos. Nos hemos apartado de las estrellas para volcarnos hacia nosotros mismos. Nos hemos retirado a las cavernas de nuestro único mundo y hemos abandonado nuestros cuerpos. Ya no hay muerte entre nosotros, excepto cuando una mente se retira a descansar; ni tampoco nacimientos, excepto cuando una mente se ha retirado a descansar y debe ser remplazada.
—A pesar de todo —dijo David— no os bastáis por entero. Algunos de vosotros sufrís de curiosidad. El ser que habló antes conmigo deseaba saber sobre la Tierra.
—... ha nacido recientemente. Sus días no alcanzan a cien revoluciones del planeta en torno al Sol; su control de esquemas de pensamiento es imperfecto aún. Los que somos maduros concebimos con facilidad los muy distintos modos en que se ha desarrollado la historia terrestre. Pocos de ellos os serían comprensibles a vosotros mismos y ni siquiera a través de una infinidad de años nosotros lograríamos agotar los pensamientos posibles en cuanto a vuestro mundo, y cada pensamiento llegaría a mostrarse tan atractivo y estimulante como el pensamiento único que en realidad representa... Aprenderá, con el tiempo, que esto es así.
—Pero tú mismo te has ocupado de examinar mi mente.
—A fin de cerciorarme de lo que antes sólo había sospechado. Tu raza tiene capacidad de crecimiento. Bajo circunstancias favorables, dentro de un millón de revoluciones de nuestro planeta (un instante en el curso vital de la Galaxia), podríais alcanzar la Vida Interior. Y será para bien. Mi raza tendrá compañía en la eternidad y esa situación de compañerismo será de mutuo beneficio.
—Has dicho que podríamos alcanzarla —dijo David, interrogante.
—Tu especie posee ciertas tendencias que mi gente jamás ha tenido. A partir de tu mente, me resulta fácil deducir que hay tendencias contrarias al bienestar general.
—Si te refieres a cosas como el crimen y la guerra, verás en mi mente que la amplia mayoría de los humanos luchamos contra las tendencias antisociales y que, aunque lentos, nuestros progresos en este campo son firmes.
—Lo he visto. Y veo más aún. Veo que tú mismo estás ansioso por el bienestar de todos. Tienes una mente vigorosa y saludable, cuya esencia yo vería con gusto integrada a una de nuestras mentes. Me complacería brindarte alguna ayuda.
—¿Cómo? —preguntó David.
—Tu mente está otra vez colmada de sospechas. Recházalas. Mi ayuda no implicará interferencia personal en las actividades de tu raza. Tal interferencia sería incomprensible para vosotros e indigna para mí. Permíteme indicarte los dos errores que tú ya conoces, en tu fuero interno.
»En primer lugar, por estar compuesto de elementos inestables, eres una criatura perecedera. No sólo llegarás a la descomposición y te disolverás en unas pocas revoluciones del planeta, sino que si antes te ves sujeto a cualquiera de mil distintos accidentes, morirás. En segundo lugar, crees que puedes trabajar mejor en secreto; no ha transcurrido mucho desde que un congénere tuyo reconoció tu verdadera identidad y, sin embargo, has seguido pretendiendo una identidad distinta. ¿Es verdad lo que te he dicho?
—Es verdad —dijo David—, pero ¿qué puedes hacer tú en este sentido?
La voz profunda anunció:
—Ya está hecho y en tu mano.
Y algo suave se corporizó en la mano de David Starr. Sus dedos estuvieron a punto de dejar caer el objeto, antes de que él percibiera su presencia. Era un trozo, casi sin peso, de... ¿de qué?
La voz profunda respondió al pensamiento no explicitado, con placidez:
—No es gasa, ni fibra, ni plástico, ni metal. No es materia, tal como tu mente la concibe. Es... Póntelo sobre los ojos.
David hizo lo que le ordenaban y el objeto brincó de sus manos como si poseyera vida propia, plegándose, suave y tibio, contra cada sinuosidad de su frente, ojos y nariz, pero sin entorpecer su respiración o el movimiento de los párpados.
—¿Qué cambio se ha operado? —inquirió.
Antes de haber dicho las palabras, vio un espejo ante sí, hecho de energía, con tanta velocidad y silencio como los del pensamiento mismo. Y allí vio su imagen, aunque turbia. Su vestimenta de horticultor, desde las botas altas hasta el cuello del mono, aparecía difusa, como fuera de foco, a través de una niebla oscura que cambiaba sin cesar, como si manara un humo tenue que no alcanzaba a desvanecerse. Desde su labio superior hasta el cabello todo se perdía en un resplandor luminoso que brillaba sin cegar y sin permitir la visión de lo que había por detrás. Mientras David observaba la imagen, el espejo se desvaneció, convertido nuevamente en energía almacenada, de la que se había desprendido por un instante.
Inseguro, David preguntó:
—¿Así me verán los demás?