El quinto día (25 page)

Read El quinto día Online

Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
3.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Jack —dijo Anawak en voz baja—. Si sales ahora, alguien va a tener que sacarte a ti del agua. Tu bote tiene como mucho valor histórico. No lo lograrás una segunda vez.

—¿Quieres dejar morir a esa gente?

—No quiero dejar morir a nadie. Ni siquiera a ti.

—Qué bonito, te preocupas por mi modesta persona; voy a vomitar de la emoción. Pero yo no pensaba en mi bote. Se ha deteriorado un poco, es cierto, así que me llevo el vuestro.

—¿El
Devilfish
?

—Sí.

Anawak puso los ojos en blanco.

—No puedo dejarte nuestro bote así sin más, y a ti menos que a nadie.

—Entonces ven conmigo.

—Jack, yo...

—Shoemaker, esa rata insignificante, también puede venir, por supuesto. Tal vez necesitemos un cebo ahora que las orcas por fin han comenzado a devorar a sus verdaderos enemigos.

—Realmente te falta un tornillo, Jack.

Greywolf se agachó hacia él.

—Oye, León, mi gente también ha muerto allí fuera. ¿Crees que me da lo mismo?

—No era necesario que la llevaras.

—No tiene mucho sentido discutir eso ahora, ¿no? Ahora se trata de tu gente. Yo no tendría por qué ir, León. Quizá deberías estarme un poco más agradecido.

Anawak soltó un insulto. Echó una ojeada a su alrededor: Shoemaker al teléfono, Davie hablaba por su
walkie-talkie
, los patrones presentes y el gerente hacían cuanto podían por persuadir a la gente que todavía estaba en la tienda para que se fuera.

Davie alzó la vista y le hizo a Anawak una seña para que se acercara.

—¿Qué piensas de la propuesta de Tom? —preguntó en voz baja—. ¿Podemos ayudar realmente o sería un suicidio?

Anawak se mordió el labio inferior.

—¿Qué dicen los pilotos?

—El
Lady
zozobró, está volcado y se está inundando.

—Dios mío.

—Se supone que la guardia costera de Victoria podría enviar ahora alguno de sus helicópteros grandes para el rescate, pero no creo que lleguen a tiempo. Tienen mucho trabajo y no dejan de suceder cosas.

Anawak se quedó pensativo. La idea de volver al infierno del que acababan de escapar le daba miedo. Pero toda su vida se reprocharía no haber hecho todo lo posible por salvar a la gente que estaba a bordo del
Lady Wexham
.

—Greywolf quiere venir con nosotros —dijo en voz baja.

—¿Jack y Tom en el mismo bote? ¡Por Dios santo! Pensaba que queríamos resolver problemas, no crearlos.

—Greywolf podría resolver algunos. Lo que pase por su cabeza es algo totalmente distinto; puede sernos útil: tiene fuerza y es intrépido.

Davie asintió triste.

—Mantenlos separados, ¿me oyes?

—De acuerdo.

—Y si veis que no tiene sentido, regresáis. No quiero que nadie se haga el héroe.

—Bien.

Anawak se acercó a Shoemaker, esperó hasta que terminara de hablar, y le comunicó la decisión de Davie.

—¿Vamos a llevar a ese indio aficionado? —dijo Shoemaker, indignado—. ¿Estás loco?

—Creo que más bien es él quien nos lleva.

—¡En nuestro barco!

—Tú y Davie sois los jefes, pero yo sé con qué nos encontraremos. Podré valorar mejor lo que se nos venga encima. Y estoy seguro de que nos alegraremos de tener a Greywolf con nosotros.

El
Devilfish
tenía las mismas dimensiones y la misma potencia que el
Blue Shark
, es decir, era rápido y dócil. Anawak tenía la esperanza de poder eludir las ballenas de esa manera. Los mamíferos marinos seguían teniendo el factor sorpresa de su lado; nadie podía decir cuándo y dónde aparecerían.

Mientras la zodiac atravesaba rugiendo la laguna, los pensamientos de Anawak giraban en torno al porqué. Siempre creyó saber mucho sobre los animales, y en cambio ahora se sentía completamente desorientado y no estaba en condiciones de encontrar una explicación medianamente razonable. Lo único que no se podía pasar por alto era el paralelismo con los acontecimientos en torno al
Barrier Queen
. También allí las ballenas habían intentado, aparentemente con un objetivo determinado, hacer zozobrar los barcos. «Tienen que estar infectadas con algo —pensó—. Una especie de rabia. Sólo puede ser eso, que algo las haya hecho caer enfermas».

¿Pero existía algún tipo de rabia que alcanzara a varias especies al mismo tiempo? Según creía recordar, habían atacado tanto ballenas jorobadas como orcas, y también ballenas grises. Cuanto más pensaba en ello, más seguro estaba de que no había sido una ballena jorobada la que había hecho volcar la zodiac, sino una gris.

¿Podía ser que los desechos químicos hubieran enloquecido a los animales? ¿Es que las grandes concentraciones de PCB en el agua de mar y los alimentos contaminados les habían alterado los instintos? Las orcas se intoxicaban con salmones envenenados y otros seres vivos también intoxicados. Las ballenas grises y las jorobadas, en cambio, comían plancton. Su metabolismo no funcionaba igual que el de los carnívoros.

La rabia no era una explicación posible.

Contempló los destellos de la superficie del agua. Cuántas veces había hecho ese camino contento de ir a encontrarse con los gigantescos mamíferos marinos. Siempre había sido consciente de los peligros potenciales, sin haber sentido miedo jamás. En alta mar podía levantarse bruma de repente, o el viento podía girarse y producir olas traicioneras que te arrojaban contra los arrecifes. En 1998, en el Clayoquot Sound, un patrón de barco y un turista habían perdido la vida de esa forma. Y, por supuesto, las ballenas, pese a toda su amabilidad, seguían siendo seres imponderables de un tamaño y una fuerza inmensos. Cualquier observador de ballenas experimentado sabía con qué poder primigenio se enfrentaba.

Pero no tenía sentido tener miedo a la naturaleza.

Un hombre cualquiera podía tener miedo a que le entraran encasa o lo atropellaran por la calle, y apenas podría evitarlo. En cambio, sí podía evitar a una ballena agresiva, simplemente no invadiendo su hábitat. Pero si aun así alguien lo hacía, tenía que aceptar el peligro como algo profundamente natural. Las tempestades, las olas del tamaño de una casa y los animales salvajes dejaban de asustar en cuanto uno buscaba voluntariamente su entorno. El miedo retrocedía ante el respeto, y Anawak había tenido siempre el mayor de los respetos.

Ahora, por primera vez, tenía miedo de salir al mar.

Pasaron hidroaviones por encima del veloz
Devilfish
. Anawak estaba con Shoemaker en la caseta del timón. El gerente había insistido en conducir él mismo el bote, a pesar de las reiteradas afirmaciones de Greywolf en cuanto a que él sabía hacerlo mejor. Ahora Greywolf estaba agachado en la proa y atisbaba el agua en busca de signos sospechosos. Por la izquierda se acercaron las estribaciones boscosas de algunas islas medianas. Algunos leones marinos yacían indolentes en las rocas, como si nada pudiera alterar su paz interior. La zodiac pasó rugiendo sin disminuir la velocidad; dejó atrás las rocas y los árboles, y en seguida tuvieron de nuevo frente a ellos el mar abierto: infinito, monocromático, familiar y extraño a la vez.

Más allá de la zona protegida, las olas eran más altas. La zodiac restallaba al tocar el agua. En la última media hora, el mar se había levantado aún más. En el horizonte se amontonaban las nubes. No parecía que se fuera a desatar una tormenta, pero el clima empeoraba rápidamente, cosa que, por otro lado, era característico de la zona. Probablemente se acercaba un frente de lluvia. La mirada de Anawak buscaba el
Lady Wexham
. En un primer momento temió que se hubiera hundido. A cierta distancia vio, en cambio, uno de los cruceros que por aquella época subían hasta Alaska y pasaban por el oeste canadiense.

—¿Qué hacen ésos aquí? —preguntó Shoemaker.

—Es probable que hayan escuchado el SOS. —Anawak alzó los prismáticos—.
MS Arktik
, de Seattle, los conozco. En los últimos años han pasado varias veces por aquí.

—León. ¡Allí!

Pequeña e inclinada, casi imposible de localizar tras las crestas de las olas que subían y bajaban, sobresalió de pronto la estructura del
Lady Wexham
. La mayor parte del barco estaba bajo el agua. La gente se apiñaba en el puente y en la plataforma de observación de la popa. La espuma que saltaba nublaba la visión. Varias orcas nadaban en torno al barco naufragado. Parecían estar esperando que el
Lady Wexham
se fuera a pique para abalanzarse sobre los pasajeros.

—Santo cielo —suspiró Shoemaker, espantado—. No puedo creerlo.

Greywolf se volvió hacia ellos y les hizo señas para que fueran más despacio. Shoemaker redujo la velocidad. Un lomo veteado de gris salió del agua directamente delante de ellos; lo siguieron dos más. Las ballenas permanecieron unos segundos en la superficie, soltaron un chorro tupido en forma de V y se sumergieron sin haber mostrado sus colas.

Anawak intuyó que se estaban acercando por debajo del agua. Podía olfatear perfectamente el ataque inminente.

—¡Vamos! —gritó Greywolf.

Shoemaker aceleró a fondo. El
Devilfish
se puso vertical y se alejó a toda velocidad. Detrás de ellos, las ballenas salieron disparadas hacia lo alto y volvieron a caer, macizas y oscuras, sin provocar daños. Al máximo de velocidad, la zodiac puso rumbo hacia el semihundido
Lady Wexham
. Ahora podían reconocer en la cubierta y en el puente a distintas personas que les hacían señas. Se escuchaban gritos de auxilio. Anawak vio con alivio que también el patrón estaba entre los supervivientes. Las aletas negras se desprendieron de su órbita y se sumergieron.

—Pronto las tendremos encima —dijo Anawak.

—¿Orcas? —Shoemaker lo miró con los ojos desorbitados. Pareció entender por primera vez lo que realmente estaba pasando allí fuera—. ¿Qué es lo que quieren hacer? ¿Volcar la zodiac?

—Podrían hacerlo sin esforzarse mucho, pero de los destrozos se ocupan las grandes. Los animales parecen haber desarrollado algo así como una división del trabajo: las ballenas grises y las jorobadas hunden los botes, y las orcas se encargan de los ocupantes.

Shoemaker palideció y lo miró fijamente.

Greywolf señaló hacia el barco.

—Recibimos refuerzos —gritó.

Efectivamente, dos pequeños botes de motor se desprendieron del
MS Arktik
y se estaban acercando lentamente.

—Diles que aceleren o que se larguen, León —gritó Greywolf—. A esa velocidad son presa fácil.

Anawak cogió el aparato de radio.


MS Arktik
, aquí
Devilfish
. Estén preparados para un ataque.

Durante unos segundos hubo un silencio. El
Devilfish
ya casi había llegado hasta el
Lady Wexham
. El casco golpeaba contra las crestas de las olas.

—Aquí
MS Arktik
. ¿Qué puede pasar,
Devilfish
?

—Preste atención a los saltos de las ballenas. Los animales intentarán hundir sus botes.

—¿Las ballenas? ¿De qué habla?

—Sería mejor que se volvieran.

—Recibimos un SOS. Un barco ha zozobrado.

Anawak se tambaleó cuando la zodiac chocó con violencia contra la cresta de una ola. Recuperó el equilibrio y gritó al aparato:

—No tenemos tiempo para discutir... Por encima de todo, ¡aceleren!

—Oiga, ¿nos está tomando el pelo? Ahora mismo iremos hacia el barco que se está hundiendo. Cambio y corto.

En la proa, Greywolf empezó a gesticular.

—¡Diles que se larguen de una vez! —gritó.

Las orcas habían cambiado su rumbo. Ya no se dirigían al
Devilfish
, sino hacia el mar abierto, directamente hacia el
MS Arktik
.

—¡Oh, Dios, vaya mierda! —susurró Anawak.

Inmediatamente delante de los botes que se acercaban saltó una ballena jorobada, rodeada de una aureola de agua refulgente. Quedó un instante inmóvil en el aire y cayó de lado. Anawak respiró hondo. Entre la espuma que caía, vio que los botes se acercaban intactos.


MS Arktik
, retiren a su gente. ¡De inmediato! Nosotros nos encargaremos de esto.

Shoemaker aminoró la marcha. El
Devilfish
se encontraba ya delante del inclinado puente del
Lady Wexham
, en el que se apiñaban alrededor de una docena de hombres y mujeres empapados. Cada uno se aferraba donde podía, desesperadamente concentrados en no resbalarse. Las olas se estrellaban espumosas contra el puente. Otro pequeño grupo se había puesto a resguardo en la plataforma de la popa. Colgaban como monos de los peldaños de la borda, sacudidos por las olas.

Con un ruido sordo y acompasado, el
Devilfish
se metió entre el puente y la plataforma. Debajo de la zodiac resplandecía en el agua con un blanco verdoso la cubierta de observación intermedia. Shoemaker se acercó más al puente, hasta chocar contra él con el reborde de goma. Una potente ola envolvió el bote y lo empujó hacia arriba. Como en un ascensor pasaron al lado de la estructura del puente. Por un momento, Anawak casi pudo tocar las manos extendidas de la gente. Vio los rostros asustados, el espanto mezclado con la esperanza; luego el
Devilfish
volvió a bajar. Lo siguió un grito de desilusión.

—Va a ser complicado —masculló Shoemaker con los dientes apretados.

Anawak miró nervioso a su alrededor. Las ballenas parecían haber perdido el interés por el
Lady Wexham
. Se estaban reuniendo un poco más allá, delante de los botes del
MS Arktik
, que ejecutaban indecisas maniobras para eludirlas.

Tenían que darse prisa. No podían esperar eternamente que los animales se mantuvieran alejados, y el
Lady Wexham
se estaba hundiendo cada vez más rápido. Greywolf se agachó. Una ola verde, quebrada, envolvió al
Devilfish
y lo levantó de nuevo. Anawak vio pasar a su lado el color descamado de la torre del puente. Greywolf saltó del bote y se aferró con una mano a una escalerilla. El agua lo mojó hasta el pecho, luego la ola pasó y él quedó colgando en el aire, como un puente viviente entre la gente que estaba arriba y la zodiac. Estiró la mano libre hacia arriba.

—¡Súbanse sobre mis hombros! —gritó—. ¡Venga, de uno en uno! ¡Apóyense en mí, esperen hasta que el bote suba y salten!

La gente vacilaba. Greywolf repitió las instrucciones. Finalmente, una mujer se agarró de su brazo y se deslizó hacia abajo con movimientos inseguros. Al instante estaba colgada a caballito del gigante y se aferraba a sus hombros. La zodiac subió, Anawak agarró a la mujer y la metió en el interior.

Other books

Divine Justice by Cheryl Kaye Tardif
And the Band Played On by Christopher Ward
What Comes After by Steve Watkins
Love Gifts by Helen Steiner Rice
Líbranos del bien by Donna Leon
Eloquence and Espionage by Regina Scott
Boneshaker by Cherie Priest
Treasures of the Snow by Patricia St John