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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (117 page)

BOOK: El quinto día
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—Está atascada —constató Van Maarten.

—Sí. —Frost se rascó la cabeza—. Pero no parece que esté rota.

—Los motores están bloqueados.

—¿Y cómo vamos a sacarla?

—Podríamos mandar un robot para que aparte las piedras —propuso Bohrmann.

—¡Por la sagrada ira de Dios y de todos los ángeles! —Clamó Frost—. Eso nos llevará muchísimo tiempo. Con lo bien que íbamos...

—Es cuestión de darse prisa. —Bohrmann giró la cabeza hacia Van Maarten—. ¿En cuánto tiempo puede estar listo Rambo?

—En seguida.

—Entonces adelante. Intentémoslo.

De un modo poco científico, el robot respondía al nombre de
Rambo
por las películas de Sylvester Stallone. El ROV parecía una versión en pequeño del
Victor 6.000
: disponía de cuatro cámaras, diversas hélices laterales y traseras para estabilizarlo, y dos brazos robot sumamente fuertes y flexibles. El aparato sólo servía para profundidades de hasta ochocientos metros, pero en la industria submarina era muy popular. En quince minutos
Rambo
estuvo listo para empezar a funcionar. Poco después bajaba a lo largo del cono volcánico en dirección a la terraza, unido al puesto de pilotos del
Heerema
por un cable electroóptico. Se acercaba a la isla. El robot siguió bajando, aceleró la marcha y maniobró en dirección a la garganta de la aspiradora aprisionada. De cerca podía verse claramente que sus motores y sistemas de vídeo estaban intactos, pero algunos pedazos de roca volcánica se habían introducido de tal modo que la manguera estaba irremediablemente inmovilizada.

Los brazos articulados de
Rambo
comenzaron a quitar las piedras. Al principio pareció que el robot podría liberar la manguera. Fue quitando los trozos uno a uno hasta que llegó a una punta que se había clavado en posición oblicua en el sedimento de la terraza y apretaba la trompa contra un saliente. Los brazos salieron y entraron, giraron e intentaron desprender la punta. Era imposible.

—Eso no puede hacerlo una máquina —juzgó Bohrmann—. No puede desarrollar impulso.

—Fantástico —masculló Frost.

—¿Y si los pilotos recogieran la manguera? —Propuso Bohrmann—. Con la tensión acabaría desprendiéndose.

Van Maarten sacudió la cabeza.

—Es demasiado arriesgado. Podría romperse.

Probaron suerte haciendo que el robot chocara desde distintos ángulos contra la piedra. A medianoche quedó claro que la máquina no lo lograría. Mientras tanto, la superficie que habían limpiado se volvía a cubrir de gusanos, que acudían en masa desde todas partes de la oscuridad.

—Esto no me gusta nada —gruñó Bohrmann—. Es una zona inestable. Tenemos que intentar liberar la aspiradora. Si no, el panorama se volverá muy negro.

Frost arrugó la frente. Después de un momento dijo:

—Bien. Entonces veremos el negro panorama... personalmente.

Bohrmann lo miró con un gesto de interrogación.

—Bueno... —Frost se encogió de hombros—. En las profundidades marinas está todo negro, ¿no? Es decir que si
Rambo
no puede, sólo queda un ser que puede bajar: el hijo pródigo de la creación. Sólo son cuatrocientos metros y a bordo tenemos trajes especiales para eso.

—¿Quieres bajar tú mismo? —preguntó Bohrmann, perplejo.

—Por supuesto. —Frost estiró los brazos hasta que crujieron—. ¿Cuál es el problema?

15 de agosto. «Independence», mar de Groenlandia

Crowe había aprovechado la respuesta de los yrr para enviar a las profundidades un segundo mensaje mucho más complejo. Contenía información sobre la raza humana, sobre su evolución y su cultura. A Vanderbilt no le gustaba mucho la idea, pero Crowe finalmente le hizo entender que tenían que arriesgarse: los yrr estaban a punto de ganar la batalla.

—Sólo tenemos una posibilidad —dijo—. Hemos de hacerles entender que merecemos seguir existiendo. Y para ello debemos contarles todo lo que podamos sobre nosotros. Quizá encuentren algo que hasta ahora no tuvieron en cuenta. Algo que los haga reflexionar.

—Una intersección de valores —dijo Li.

—Por pequeña que sea.

Oliviera, Johanson y Rubin se habían encerrado en el laboratorio. Querían hacer que la gelatina del tanque se dividiera o se separara por completo. Deliberaban de modo incesante con Weaver y Anawak. Weaver había dotado a sus yrr virtuales de un ADN artificial y les había incorporado una sustancia mensajera feromónica. Y funcionó. De ese modo habían demostrado su teoría de que los seres unicelulares utilizaban un aroma para fusionarse; sin embargo, en cuanto a la demostración práctica, la gelatina se mostraba renuente a todo tipo de cooperación. La criatura —o, más exactamente, la unión de criaturas— se había convertido en una enorme tortilla y se había hundido en el fondo del tanque.

Mientras tanto, Delaware y Greywolf analizaban las películas de las escuadras de delfines, aunque no descubrieron más que el casco del
Independence
, algún que otro pez y delfines que se filmaban mutuamente. Pasaban el tiempo frente a los monitores del CIC o en la cubierta del pozo, donde Roscovitz y Browning seguían ocupados con la reparación del
Deepflight
.

Li sabía que incluso los mejores hombres corrían el peligro de atascarse o de dispersarse si no eran apartados de vez en cuando de su trabajo para que pensaran en otras cosas. Pidió que le enviaran las previsiones meteorológicas y recogió pronósticos sobre su Habilidad. Todo parecía indicar que hasta el día siguiente tendrían tiempo estable y sin viento. De hecho había menos oleaje que por la mañana.

Había pedido a Anawak que le reservara algunos minutos de su tiempo y había comprobado que sorprendentemente éste apenas conocía la gastronomía del extremo norte. Li delegó la responsabilidad en Peak, quien por primera vez en su carrera militar tuvo que ocuparse de asuntos culinarios.

Luego, Peak realizó una serie de llamadas telefónicas. Dos helicópteros despegaron en dirección a la costa de Groenlandia. Por la tarde, Li anunció que el jefe de cocina daría un banquete a las 21.00 horas. Los helicópteros regresaron y trajeron todo lo necesario para ofrecer una cena al estilo groenlandés. En la cubierta de aterrizaje, frente a la isla, colocaron mesas, sillas y un buffet, trajeron un equipo de música y dispusieron radiadores alrededor del lugar para mantener alejado el frío.

En la cocina se desencadenó un tornado. Li era conocida por proponer ideas un tanto extravagantes y exigir que las pusieran en práctica en tiempo récord. La carne de caribú fue a parar a las cacerolas y a las sartenes. Cortaron trozos de
maktaaq
, piel de narval tostada; prepararon sopa y estofado de foca, y cocinaron huevos de pato. El panadero del
Independence
horneó bannock, un pan sin levadura fino y muy sabroso, por cuya preparación profesional competían los inuit en certámenes anuales. Filetearon y asaron trucha ártica con hierbas, convirtieron la carne de morsa congelada en una especie de carpaccio y cocinaron montañas de arroz. Peak, completamente superado por las cuestiones culinarias, había pedido todos los ingredientes que no tenían y confiado ciegamente en los asesores groenlandeses. Una sola especialidad le había parecido sospechosa: las entrañas de morsa crudas, plato que, aunque vivamente recomendado, consideró absolutamente prescindible.

Había designado guardias tanto para la cubierta y la sala de máquinas como para el CIC. Por lo demás, a las nueve de la noche aparecieron puntualmente en cubierta todos los habitantes del
Independence
: la tripulación, los científicos y los soldados. Durante el día los espacios del enorme buque parecían vacíos, pero aquella noche el techo estaba abarrotado. Cerca de ciento sesenta personas recibieron su cóctel de bienvenida sin alcohol y se distribuyeron por diversas mesas con y sin sillas hasta que se abrió el buffet; poco después todos comenzaron a hablar con todos.

Li había organizado una fiesta un tanto extraña. Detrás tenían el edificio de acero de la isla y a su alrededor la desolada inmensidad del mar. La neblina había desaparecido y había formado en el horizonte montañas de nubes que parecían surrealistas; entre ellas asomaba de vez en cuando la esfera baja del sol. Soplaba un viento frío y cortante, y la bóveda azul intenso del cielo se extendía sobre ellos.

Durante un rato todos parecieron esforzarse en eludir el asunto que los había llevado allí. Conversar sobre otras cosas resultaba positivo. Al mismo tiempo había algo de tensión, casi de desesperación, en el modo en que intentaban mantener la conversación en asuntos superficiales, como si se hubieran encontrado por casualidad en un
vernissage
. Poco antes de la medianoche, al despuntar el alba, se rompió la frágil protección que los aislaba del propósito por el que estaban allí. A esas alturas casi todos se tuteaban. Las velas de las mesas desplegaron su fuerza gravitatoria. Se formaron grupos y se congregaron en torno a los chamanes ilustrados, en busca de un consuelo que ni siquiera ellos podían brindarles.

—Ahora, en serio —le dijo Buchanan poco después de la una a Crowe—, no creerá realmente que existen seres unicelulares inteligentes.

—¿Y por qué no? —preguntó Crowe.

—Pero, por favor, estamos hablando de vida inteligente, ¿no?

—Eso parece.

—Entonces... —Buchanan buscaba las palabras—. No espero que esos seres sean como nosotros, pero sí algo más complejos que los unicelulares. Se dice que los chimpancés, así como las ballenas y los delfines, son inteligentes, y todos ellos tienen una constitución física compleja y un cerebro grande. Las hormigas, según sabemos, son demasiado pequeñas para poder tener verdadera inteligencia. ¿Cómo van a tenerla los unicelulares?

—¿No está confundiendo algunas cosas, capitán?

—¿Qué?

—Lo que podría ser y lo que a usted le gustaría que fuera.

—No entiendo qué quiere decir.

—Quiere decir —opinó Peak— que ya que tenemos que hacernos a la idea de que el ser humano deberá ceder su dominio, por lo menos que sea a un rival fuerte y poderoso. Grande, bien parecido y con músculos.

Buchanan golpeó la mesa con la palma de la mano.

—Sencillamente, no lo creo. No creo que unos organismos primitivos vayan a dominar el planeta y que compitan con el ser humano en inteligencia. ¡No puede ser! Los seres humanos son criaturas avanzadas...

—¿Avances? ¿Complejidad? —Crowe sacudió la cabeza—. ¿Acaso cree que la evolución implica progreso?

Buchanan la miró con gesto compungido.

—Bien, veamos —dijo Crowe—. Si adoptamos la teoría de Darwin, la evolución es la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte. En ambos casos se lucha contra situaciones adversas: contra otros seres vivos o contra catástrofes naturales. Es decir que hay un perfeccionamiento por selección. Pero ¿eso lleva automáticamente a una mayor complejidad? Y ¿acaso una mayor complejidad es un progreso?

—Yo no soy un experto en estas cuestiones —dijo Peak—. Sin embargo creo que en el transcurso de la historia de la naturaleza la mayoría de los seres vivos se han vuelto cada vez más grandes y complejos. Por lo menos la raza humana. Desde mi punto de vista, es claramente el resultado de una tendencia.

—¿Una tendencia? Incorrecto. Nosotros sólo vemos un pequeño fragmento de la historia en el que se experimenta con la complejidad, pero ¿quién nos dice que no terminemos como un callejón sin salida de la evolución? Es nuestra propia sobrevaloración la que nos lleva a considerarnos como la posible culminación de una tendencia natural. Todos ustedes saben cómo es un árbol evolutivo, esa estructura ramificada, con ramas principales y secundarias. Pues bien, Sal, ¿dónde situaría a la humanidad? ¿En una rama principal o en una secundaria?

—Sin duda en una rama principal.

—Era lo que esperaba. Obedece a la perspectiva humana. Cuando varias ramas de una familia de animales se separan y resulta que sólo sobrevive una mientras que todas las demás se extinguen, tendemos a considerar al superviviente como rama principal. ¿Por qué? ¿Sólo porque todavía sobrevive? Quizá lo que vemos es sólo una línea secundaria insignificante que apenas llega un poco más lejos que las demás. Los humanos somos la única especie que queda de un árbol evolutivo que en otro tiempo fue muy frondoso. El resto de una evolución a la que se le secaron las demás ramas, el último superviviente de un experimento llamado
Homo
. Repasemos.
Homo Australopithecus
: extinguido.
Homo habilis
: extinguido.
Homo sapiens neanderthalensis
: extinguido.
Homo sapiens sapiens
: todavía presente. De momento dominamos el planeta, pero ¡cuidado! Quienes defienden la evolución no deberían confundir dominio con superioridad intrínseca o con supervivencia a largo plazo. Nuestra especie podría volver a desaparecer más rápidamente de lo que nos gustaría.

—Es posible que tenga razón —dijo Peak—. Pero olvida algo fundamental: esta única especie que ha sobrevivido es también la única especie que posee una conciencia sumamente desarrollada.

—De acuerdo. Pero compare esa evolución con la del resto de la naturaleza. ¿Reconoce realmente un progreso o una tendencia destacada? El ochenta por ciento de los organismos multicelulares gozan de un éxito evolutivo mucho mayor que el del ser humano, y para ello no han tenido que seguir esa supuesta tendencia hacia una mayor complejidad nerviosa. Estar provistos de intelecto y de conciencia es un progreso solamente desde nuestra visión del mundo. Al ecosistema de la Tierra, este fenómeno secundario, extravagante e improbable llamado ser humano hasta ahora le ha reportado una sola cosa: un montón de problemas.

—Yo sigo creyendo que detrás de todo esto hay seres humanos —dijo Vanderbilt en la mesa contigua—. Pero, en fin, me dejo convencer. Si no son seres humanos, investigaremos a los yrr más a fondo. Pondremos a esa viscosidad repugnante bajo la vigilancia de la CÍA hasta que sepamos cómo piensa y qué planea.

Estaba con Delaware y Anawak, rodeado de soldados y miembros de la tripulación.

—Olvídalo —dijo Delaware—. Ni siquiera la CÍA podría conseguirlo.

—¡Vamos, muchacha! —se rió Vanderbilt—. Si uno es paciente puede llegar a controlar cualquier cerebro. Aunque sea el cerebro de un maldito unicelular. Es cuestión de tiempo.

—No, se trata de objetividad —dijo Anawak—. Lo cual significa que podemos ser observadores objetivos.

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